39
Amaia cerró los ojos. Necesitaba dormir para luego poner orden en los nombres y las emociones. Erik. Noelia. Brynja. Asier. De nuevo esa soledad poblada de fantasmas y dudas que la perseguía. Demasiados rostros que se intercambiaban, se fundían y la confundían. El timbre de la puerta la arrancó del sueño. Abrió los ojos temblando, desorientada, sin saber si llevaba diez minutos o diez horas dormida. La campanilla de la puerta sonaba con insistencia. Por los ventanucos del sótano entraba apenas el reflejo de las farolas. Se levantó mareada. Intentó recordar cuántas pastillas había tomado pero el timbre interrumpía el recuento con su persistente ruido. ¿Quién sería a estas horas? Solo se le ocurrían dos personas: Anastasia, que tuviera una urgencia, o Asier. Deseó que fuera él, que tuviera una necesidad tal de verla que no pudiera esperar a la mañana. Abrió la puerta y se encontró a la persona que durante diez años había esperado. Ahí estaba su hermana.
—¿Dormías? —preguntó Noelia con naturalidad, aprovechando la sorpresa de Amaia para entrar y cerrar la puerta tras de sí.
Noelia se quedó apoyada en la puerta con una sonrisa inquietante. Amaia se quedó sin palabras.
—Sí, soy real —le confirmó ella—. ¿No vas a darme un abrazo?
Noelia estiró los brazos y Amaia fue a abrazarla. Sintió su pelo negro que olía a limpio y a sándalo. Ver, oler, tocar; verbos insólitos que volvían al cabo de diez años.
—Bien —soltó Noelia separándose de Amaia—. Y ahora que ya nos hemos saludado como dos hermanas, vamos a ponernos al día.
Amaia asintió y Noelia se dirigió al interior de la casa por el largo pasillo. Amaia, tras ella, observaba su andar, reconocía sus formas. Su hermana vestía un pantalón de licra negro y una camiseta del mismo color con el dibujo de un águila en el pecho, ¿o era un charrán? Una chaqueta de cuero negro la protegía del fresco de la noche y botas de media caña completaban su indumentaria. Tenía una figura espléndida. Su aire oscuro de la adolescencia trastocado por la madurez en un estilo duro pero sensual y seguro. Entró en la cocina y se sentó en el lugar que siempre ocupaba cuando vivían todos juntos, junto a la puerta de la despensa. Y esperó a que Amaia la sirviera.
—¿Quieres un té? —preguntó Amaia que lamentaba haber tomado tantas pastillas para relajarse. Se sentía muy mareada, incapaz de controlar la situación.
—¿Qué más tienes?
—Leche, zumo… —enumeró abriendo la puerta de la nevera.
—Tomaré un té.
Amaia se dispuso a preparar la tetera pero entonces decidió que no, que no podía ser así de fácil. Así que se sentó frente a Noelia.
—¿Dónde estabas? ¿Por qué no has aparecido antes? ¿Por qué ahora?
—Tú sabías que yo no estaba muerta. ¿No es eso bastante?
—Por supuesto que no. ¿Sabes qué significó para mí perderos a todos? Ni siquiera pude acceder a la herencia hasta ayer.
Noelia se encogió de hombros.
—Yo también tenía que buscar.
—Eso suena muy egoísta.
La mirada de su hermana se endureció.
—Papá y mamá ya no estaban. Nunca me quisiste y la verdad, necesitaba saber por qué.
Amaia tuvo que admitir que tenía razón. Su hermana era una gran desconocida. Siempre lo había sido. Seguramente porque ella había estado demasiado ocupada en su propia búsqueda. Aun así, le resultaba imposible aceptar una desaparición de una década, pues ello suponía reconocer que su hermana debía odiarla desde lo más profundo de su ser.
—¿Y lo has averiguado?
Noelia sonrió derrochando confianza.
—Claro que sí. Como tú.
No podía ser. El mundo se detuvo. La cocina se transformó, y ambas fueron transportadas a través de los siglos y de los mares, al confín del mundo. Brynja y Amalur se sostuvieron la mirada.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó Amaia aterrada.
—Desde que morí. Tú mejor que nadie sabes que hay que morir para comenzar la búsqueda.
Amaia parpadeó. Un hilo de cordura la atravesó. ¿Era aquello un sueño? ¿Producto de la mezcla de pastillas?
—Te he visto esta tarde a la salida de la notaría. Con Asier, en el paseo —musitó al rato.
—Y me seguirás viendo, si insistes. Esta vez no te vas a salir con la tuya.
—¿Qué quieres decir?
—Que no solo tú tienes derecho a cumplir tus deseos. Asier era solo tu instrumento. Querías que alguien contara la historia desde tu punto de vista. Pero esa no es la historia. Tú fuiste la responsable del desastre. Conseguiste a Erik con mentiras y lo perdiste por egoísmo cuando ni siquiera era tuyo.
Amaia quiso contestar, pero las palabras no acudían. En las mejillas, el dolor dibujaba muecas.
—Me alegra comprobar que todavía te quedan escrúpulos —comentó la hermana.
—¿Qué quieres?
—Quiero a Asier. He vuelto por él, porque sabía que tú, de una u otra forma lo encontrarías.
Amaia se quedó atónita. ¿Cómo podía su hermana saber nada de lo que ella era, de lo que ella buscaba? Jamás habían hablado… Todo aquello no podía estar sucediendo, no tenía sentido.
—Sé que buscas a Erik. Bien, yo también lo busco.
—Pero Asier no es Erik —balbuceó Amaia.
—¿Ah, no?
Amaia se calló. Todavía no lo sabía. Si Erik se había diluido, si él no podía recordar porque su alma no había viajado a través de los tiempos, ella quedaría en el limbo de la búsqueda, condenada a la duda. Se levantó trastornada y se dirigió hacia la tetera. La colocó sobre el fogón, sin llenarla de agua, sin encender el fuego. Necesitaba pensar sin la mirada de su hermana. Se volvió hacia Noelia deseando con todo su ser que hubiera desaparecido. Pero no. Seguía allí, observándola con una sonrisa maligna.
—A mí me ha costado entender qué pasaba —dijo de repente Noelia—. Tengo pocas cosas claras y una de ellas es que nosotras dos deseamos lo mismo.
—¡Pero eres mi hermana! Crecimos juntas, nunca te quité nada…
Noelia soltó una carcajada.
—Ya estás viendo las cosas desde tu punto de vista otra vez. Me conformaría con que no hubiera habido nada. ¿Sabes qué es crecer con una hermana perfecta, que nunca te presta atención, que no tiene tiempo para ti, que no te considera?
—Eso no es cierto.
—Eso es lo que yo sentía —dijo Noelia encogiéndose de hombros—. Y tiene tanto valor como lo que tú sentías.
Amaia sopesó las palabras de su hermana, y admitió que quizá podía tener parte de razón.
—Pero ahora todo eso ya no importa —continuó Noelia—. Por una razón que se me escapa, estamos donde teníamos que estar.
—¿Tú también recuerdas vidas anteriores?
—Yo solo he tenido una vida: la que me arrebataste junto a mi hombre —soltó con amargura Noelia.
Amaia no daba crédito a lo que oía. Era, en verdad, una pesadilla. De todas las personas que existían y habían existido, solo una la odiaba, solo a una temía.
—¿Brynja?
Noelia volvió a sonreír enigmática.
—Esta vez no vas a ganar. ¿Y sabes por qué lo sé? —le preguntó Noelia.
Amaia negó, confusa, sin entender y entendiéndolo todo.
—Porque si pudieras salirte con la tuya, yo no estaría aquí —le aseguró con satisfacción, levantándose de la silla para marcharse. Pero Amaia no podía dejarla ir así. Quedaban muchas preguntas por responder.
—Espera. ¿Cómo sobreviviste al accidente?
—Es una larga historia que ahora no importa. Pero para tu tranquilidad, no pienso aparecer, ni reclamar la herencia… no al menos hasta que recupere a Erik —le comunicó, con el talante de un verdugo que hablara con un condenado.
—Te refieres a él como si se tratara de una propiedad. Él no era tuyo, y todos elegimos.
—Por supuesto. Y a menudo nos equivocamos, y a veces no hay segundas oportunidades. Eso le pasó a mi hombre. Se equivocó y murió por tu culpa.
—Erik me eligió libremente —respondió Amaia con voz queda e insegura.
—Asier elegirá también libremente. Y verás como duele.
Noelia se dirigió a la puerta.
—Me reconocerá.
—Sí, te reconocerá. Y recordará lo último que supo antes de morir. Yo estaba allí, ¿recuerdas?
Noelia se dirigió a la puerta y Amaia la agarró del brazo asustada. Sintió su piel fría y suave bajo la suya.
—¿Qué quieres decir?
—Antes de morir, Erik tenía derecho a saber quién mató a nuestro hijo.
—Eso no —murmuró Amaia desesperada.
—Claro que sí. Asier lo recordará todo. Fuiste tú quién le invitó a contar tu historia. Es solo cuestión de tiempo que averigüe quién eres y qué hiciste.
Amaia calló. Miró la pared de la cocina para aferrarse a algo que la devolviera a la cordura, y solo entonces reparó en que el minutero del reloj se había parado.
Asier se despertó alterado. Miró el reloj despertador. Eran las cuatro y cuarto de la mañana. Se dio media vuelta. Demasiado pronto para ponerse a trabajar, pero sabía que no volvería a conciliar el sueño. Cuando el minutero marcó y veintiuno, se levantó. Una extraña sensación se acomodó en su cuerpo: por primera vez, se veía a sí mismo como un hombre interesante.
En penumbra, iluminado por la luz de las farolas y el reflejo de la luna que se colaba por las ventanas, se dirigió a la cocina a beber agua. Se fijó entonces en el quiosco de prensa. Había luz en el interior. Esa chica se había tomado muy en serio lo de cuidar del negocio. Una furgoneta de reparto se deslizó por la calle oscura y se detuvo. El conductor salió y la sobrina de Baringo salió para recibirle. Oyó el murmullo de su conversación cuando ambos se dirigían a la parte de atrás del vehículo. Asier dejó el vaso y se sentó frente al ordenador. Noelia era agradable. Notaba que le buscaba y eso le sorprendía. No estaba acostumbrado a despertar el interés de nadie.
Se quedó mirando la pantalla, decidiendo si volvía a la cama o se arrancaba a escribir. En realidad, lo que quería era besar a Amaia, acostarse con ella de una vez por todas, sentir su piel y hartarse de ella antes de escribir las últimas palabras de esa novela que le tenía ansioso e intrigado, como a cualquiera de sus lectores.