56
Asier no podía esperar. La novela se aceleraba.
—Hola, ¿qué te pasa? —le preguntó Noelia al verlo llegar tan agitado. Ella colgaba las revistas sobre las cuerdas con tranquilidad.
—¿Quién eres?
Noelia le miró incrédula.
—¿Otra vez con lo mismo? ¿Se puede saber qué te pasa?
—Una amiga muy especial mantiene que puedes ser su hermana.
—Ah, supongo que esa será la chica de la que crees estar enamorado.
—Contéstame.
—Si te contesto, querrás hacer de mí un personaje, y yo quiero vida, no palabras. Y ahora vete, por favor.
Cuando Santiago llegó al hospital aquella noche, se encontró un panorama desolador. El médico que trataba a Amaia había terminado su turno, pero las enfermeras le informaron de que la paciente llevaba dos días sin comer y que solo dormitaba. Había estado su amigo, pero no consiguió hacerla reaccionar. El médico había subido, en el informe de aquella misma mañana, el índice de peligrosidad de la paciente. Cada vez parecía más evidente la falta de interés de Amaia por vivir.
Fuera había caído la noche y solo las sombras del exterior y la luz del sistema antiincendios que parpadeaba en el techo se abrían paso en la negrura de la habitación. Amaia yacía en la cama, un bulto inmóvil con el rostro en tinieblas. Santiago entró en silencio y se sentó junto a ella. Estaba cansado. Había sido un día muy largo.
—No era ella, ¿verdad?
La voz de Amaia no le tomó por sorpresa. Por supuesto que no pasaba todo el día durmiendo, como creían las enfermeras.
—No.
—Pero no va a servir de nada. Seguirás sin creerme.
Santiago suspiró. Se quedó en silencio. Así estuvieron durante varios minutos.
—Amaia, no sé si lo que tú crees es o no es verdad. Pero empieza a no ser tan importante. Lo importante es tu vida.
—Mi vida sin esa parte en la que nadie puede creer no tiene valor.
—No es verdad. No sé quién habrás sido en el pasado, pero ahora eres una mujer joven, guapa e inteligente y sin problemas económicos. Hay un hombre enamorado de ti. Y por lo que he podido comprobar, es un hombre que vale la pena. ¿No puedes intentar olvidar toda esa historia y dejarte llevar?
—Y conformarme, como tú.
—No, como yo no. Es posible que yo no sepa qué es un gran amor. Pero si tú si lo sabes, ¿no serías capaz de construir uno nuevo? Tienes todos los ingredientes.
Santiago la besó en la frente antes de salir. Amaia oyó sus pasos que se alejaban por el pasillo hasta que solo quedó el murmullo lejano de las enfermeras en la zona de recepción. Asier. Erik. Su cabeza bullía… Estaba encerrada en una celda cada vez más pequeña. Le faltaba el aire… De repente, como suele suceder cuando lo importante asoma en nuestra vida, se le ocurrió una posibilidad: poco le importaba saber si estaba loca o no; al revés, aceptaría la duda como un nuevo reto y una manera de pactar con el pasado. Tendría que pelear duro, pero esta vez valía la pena.