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Amaia le escuchaba en vilo. Cada nueva página era un paso más hacia la verdad. Certero, seguro. Allí estaba su historia, arrollando la esperanza del olvido. Ella ansiaba que esa parte se disipase. Había quedado tan escondida, tan olvidada, oculta tras la grandeza de la búsqueda, para siempre sellada por un pacto de silencio, que no contempló que Asier pudiera hallarla.

—Eso te lo estás inventando —le cortó Amaia.

Asier levantó la vista de las páginas sorprendido.

—Y seguiré inventando.

Estuvo a punto de pedirle que parara, pero sabía que él no lo haría. Había llegado el momento de poner palabras a lo indecible.