68 La elección de Perpiñán tenía un significado simbólico. Para un independentista como Carod Rovira la reunión se celebraba en territorio catalán, pues esta ciudad francesa había sido la capital histórica del Condado del Rosellón, que pertenecía al Principado de Cataluña, y que España se vio obligada a ceder a Francia en virtud de la Paz de los Pirineos en 1659. Los enormes gastos producidos por el mantenimiento de la hegemonía española en Europa, obligaron al conde duque de Olivares, valido de Felipe IV, a exigir a los reinos dependientes de la corona española un gran esfuerzo económico-militar. En Cataluña hubo resistencia a tales medidas agravadas por los abusos cometidos por el ejército real en la guerra con Francia. El descontento popular se convirtió en una revolución en toda regla de los campesinos o segadors, que el día del Corpus de 1640 asesinaron al virrey catalán, conde de Santa Coloma. A partir de ese episodio tan traumático, las instituciones catalanas iniciarán su primera aventura secesionista. Aprovechando que los ejércitos de la monarquía española debían multiplicar su presencia en otros lugares de Europa, proclamaron la república el 17 de enero de 1641. Seis días duró la experiencia republicana, pues ante la llegada del ejército enviado por Felipe IV para sofocar la revuelta la Generalidad reconoció como conde de Barcelona al rey Luis XIII de Francia, al que sucedió en 1643 su hijo Luis XIV. El ejército real fue derrotado y Cataluña pasó a formar parte de la monarquía francesa. Pero fue peor el remedio que la enfermedad y el pueblo también se rebeló contra este disparate, pues los catalanes padecieron en sus propias carnes lo que significaba vivir bajo el poder absoluto del Rey Sol. El descontento volvió a apoderarse del pueblo catalán. Por fin, en 1651, el ejército de Felipe IV tomó la ciudad de Barcelona y con ella volvió Cataluña al seno de la monarquía. Todos estos acontecimientos debilitaron a España en el tablero europeo. Nuestro declive se había iniciado tras la Paz de Westfalia en 1648, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años pero no a las hostilidades entre Francia y España. Tras la derrota sufrida por España frente a un ejército anglo-francés en la batalla de las Dunas (Dunquerque), Felipe IV levantó bandera blanca y en 1659 firmó con Luis XIV el Tratado de los Pirineos, en la Isla de los Faisanes, situada en la desembocadura del río Bidasoa. La aventura secesionista catalana será causante de la pérdida del Rosellón y la Cerdaña. A partir de entonces, la unidad territorial de Cataluña quedaría rota por gracia de la revuelta de los segadors y los Pirineos marcarían en lo sucesivo la frontera entre Francia y España. A pesar de que en el pacto de la Isla de los Faisanes, Luis XIV se comprometió a respetar los fueros o usatges del Rosellón y Cerdaña, al minuto siguiente se olvidó de ellos y desde entonces los catalanes de ultrapuertos «padecen» la «ominosa opresión» del centralismo francés. Si fuera cierto aquello de que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, quizás los políticos catalanes deberían reflexionar sobre todo esto antes de enredar a su pueblo en nuevas aventuras en las que siempre salen ganando los poderosos y siempre pierden los humildes.