¿EL CUERPO CORRECTO?

Mi objetivo en este capítulo es no demonizar la transexualidad masculina como una simple reconsolidación de la masculinidad dominante. Pero quiero centrarme cuidadosamente en los lugares en los que esta reconsolidación amenaza con producirse. En los debates académicos, la transexualidad ha sido utilizada tanto como el lugar de la transgresión de género como el indicador del conservadurismo de género. Obviamente, la transexualidad no es ni esencialmente transgresora ni esencialmente conservadora, y quizá se ha convertido en un espacio de debate precisamente porque no está claro aún cómo serán las políticas de la transexualidad. En realidad, la historia de la transexualidad FTM aún está escribiéndose y, dado que las comunidades FTM han surgido en entornos urbanos, está claro que sus relaciones con la historia de la medicina, la historia de la sexualidad y la historia del género sólo ahora están tomando forma. Un intento de establecer esta historia en relación con una historia más general de la transexualidad y la tecnología médica revela lo que podríamos llamar la política esencialmente contradictoria de la transexualidad. En Changing Sex, Bernice Hausman describe con detalle la dependencia que tiene la categoría de «transexual» de las tecnologías médicas y, a su vez, la dependencia que tiene el concepto mismo de género de la emergencia de la transexualidad. Muchas veces en el libro Hausman rechaza la idea de que podamos entender el género como una ideología sin considerarlo también como el producto de relaciones tecnológicas. Este argumento supone una contribución crucial al estudio del género y de la tecnología, pero, por desgracia, Hausman simplemente tiende a atribuir demasiado poder a la configuración médica de la definición de transexual. Afirma que la dependencia mutua del transexual y el doctor producen definiciones de lo transexual y que, por tanto, la agencia del transexual sólo puede ser interpretada «mediante los discursos de sus médicos». Desarrolla esta noción de una relación interdependiente entre los transexuales y la tecnología médica para elaborar una conclusión bastante asombrosa:

Al solicitar una intervención tecnológica para «cambiar de sexo», los transexuales demuestran que su relación con la tecnología es de dependencia… Solicitar el cambio de sexo es, por tanto, parte de lo que construye a un sujeto como transexual: es el mecanismo por el cual los transexuales llegan a identificarse a sí mismos bajo el signo de la transexualidad y se construyen a sí mismos como sujetos. Por esto podemos interpretar la agencia de los transexuales mediante los discursos de sus médicos, ya que la demanda de cambio de sexo fue registrada como el síntoma primario (y el signo) del transexual.[258]

El cambio de sexo en sí mismo se ha convertido en un significante estático en este párrafo y no se plantea ninguna distinción entre el cambio de sexo FTM y el cambio de sexo MTF. No se da ninguna importancia a los sesgos ideológicos que los médicos puedan tener y que influyen en su opinión sobre hacer vaginas versus hacer penes, y, dado que la retórica del cambio de sexo se ha utilizado más en relación a los cuerpos MTF, los FTM y su relación con el muy incierto proceso de cambio de sexo es algo que no aparece en absoluto.

Debo reconocer que el libro de Hausman es cuidadoso y rico históricamente, y sin duda cambiará la forma en que se concibe el género en relación con los cuerpos transexuales y no transexuales. Pero la guerra de límites concreta entre butches y hombres transexuales que me interesa aquí y en mi anterior ensayo está omitida en un estudio de este tipo. Los futuros estudios sobre la transexualidad y sobre el lesbianismo deberán intentar recoger aquellos momentos históricos en los que la diferencia entre desviación de género y desviación de sexo eran difíciles de discernir[259]. La historia de la inversión y de las personas que se identifican como invertidas (Radclyffe Hall, por ejemplo) sigue representando una mezcla de identificación cruzada y de preferencia sexual que no está claramente separada pero tampoco cómodamente instalada en la categoría de «lesbiana». No hay aquí una historia que contar (la historia de la tecnología médica) sobre un sujeto (el transexual). Hay muchas historias de cuerpos que escapan y que eluden las taxonomías médicas, de cuerpos que nunca se mostraron ante la mirada del médico, de sujetos que se identificaban con categorías que surgieron como consecuencia de comunidades sexuales, y no a partir de investigaciones médicas o psicosexuales.

Quizá, como estas categorías son tan difíciles de diferenciar, ha surgido en los últimos años una nueva categoría, «transgénero». Transgénero expresa una identidad de género que está definida, al menos en parte, por la transitividad, pero que puede obviar la cirugía transexual. Inevitablemente el término se ha convertido en un cajón de sastre, lo que de algún modo ha reducido su utilidad. Al final de su libro Hausman intenta evitar las críticas a su trabajo que pudieran basarse en esta noción emergente de transgénero. Reconoce que el discurso transgénero parece contradecir su afirmación de que los transexuales han surgido únicamente dentro del discurso médico, y que su discurso en realidad sugiere «una antipatía evidente hacia la fórmula reguladora de la vigilancia médica». (Changing Sex, 195). Hausman intenta desacreditar este efecto del discurso transgénero argumentando que «el deseo de celebrar y hacer proliferar performances individuales como una forma de desestabilizar el ‘género’ está basado, en gran medida, en presupuestos humanistas liberales de autodeterminación». (197). Esto es una forma fácil de librarse de un proyecto mucho más complejo que está en marcha. El discurso transgénero de ninguna manera afirma que las personas simplemente deberían coger nuevos géneros y eliminar los antiguos, o proliferar a voluntad, porque el género esté a disposición como una práctica que uno mismo decide; en su lugar, el discurso transgénero pide solamente que reconozcamos géneros no-hombre y no-mujer que ya están circulando y ya se hallan en construcción en la actualidad.

La opinión real de Hausman en este presunto proyecto histórico aparece al final de su capítulo «Transsexual Autobiographies». Después de haber afirmado insistentemente que las autobiografías transexuales sabotean la construcción de nociones de un sexo auténtico, Hausman intenta suavizar su tono crítico y muestra cierta simpatía hacia la condición transexual. Comenta con gran seriedad lo siguiente: «Aquéllos de nosotros que no somos transexuales deberíamos preguntarnos cómo debe ser sentirse en el ‘cuerpo equivocado’». (174). La idea de que sólo los transexuales experimentan el dolor de un «cuerpo equivocado» muestra una increíble miopía sobre los conflictos y problemas que sufren muy diversos cuerpos perversos[260]. Esto relaciona claramente una vez más la confusión de género y la disforia con los transexuales y construye de forma eficaz un modelo de experiencia de «cuerpo correcto» que se aplica, presuntamente, a personas como Hausman. Parte del objetivo de un discurso transexual es producir lo que Sedgwick denomina, en Epistemología del armario, modelos «universalistas» de identidad de género, en los que todas las identidades de género sean analizadas, y no solamente las que no son ortodoxas. Hausman rechaza un modelo universalista de identificación de género y se asegura de que la transexualidad y la patología queden relacionadas, mientras que su libro mantiene la ficción de que existen géneros correctos y normales.