LO VERDADERO
¿Qué es «la masculinidad»? Ésta ha sido probablemente la pregunta que me han planteado con más frecuencia en los últimos cinco años mientras escribía sobre el tema de la masculinidad femenina. Si la masculinidad no es la expresión social, cultural ni política de la virilidad[18], entonces ¿qué es? No creo tener una respuesta definitiva a esta pregunta, pero tengo algunas propuestas sobre por qué la masculinidad no debe y no puede ser reducida al cuerpo del hombre y a sus efectos. Incluso me atrevería a afirmar que, a pesar de que parece que nos cuesta mucho definir la masculinidad, socialmente tenemos pocos problemas en reconocerla, y de hecho invertimos mucho tiempo y dinero ratificando y consolidando las versiones de la masculinidad que nos gustan y en las que creemos. Muchas de estas «masculinidades heroicas» se basan fundamentalmente en la marginación de las masculinidades alternativas. Lo que planteo en este libro es que, lejos de ser una imitación de la virilidad, la masculinidad femenina, en realidad, nos da una pista de cómo se construye la masculinidad como tal. En otras palabras, las masculinidades femeninas se consideran las sobras despreciables de la masculinidad dominante, con el fin de que la masculinidad de los hombres pueda aparecer como lo verdadero. Pero lo que entendemos por masculinidad heroica ha sido producido por medio de los cuerpos tanto de hombres como de mujeres.
Este capítulo inaugural no se propone simplemente hacer una introducción teórica convencional sobre cómo conceptualizar la masculinidad sin hombres; más bien trata de recopilar los mitos y fantasías sobre la masculinidad que intentan reforzar la idea de que es muy difícil estudiar la masculinidad y la virilidad de forma independiente. Para ello muestro —por medio de un intento previo de repensar la masculinidad— numerosos ejemplos de masculinidades alternativas que aparecen en las novelas, en el cine y en experiencias vitales. Estos ejemplos son en su mayoría queer y de mujeres, y muestran claramente la importancia de reconocer las masculinidades alternativas en el momento y en el lugar en que se producen. Por medio de esta introducción expongo las diferentes maneras en que la masculinidad femenina ha sido ignorada descaradamente, no sólo en la cultura en general sino también en los estudios académicos sobre la masculinidad. Creo que esta indiferencia generalizada hacia la masculinidad femenina tiene claras motivaciones ideológicas y ha servido de apoyo a las complejas estructuras sociales que vinculan lo masculino a la virilidad, el poder y la dominación. Creo firmemente que un análisis minucioso de la masculinidad femenina puede suponer una aportación fundamental a los estudios de género, los estudios culturales, los estudios queer y los clásicos debates sobre género.
En nuestra sociedad la masculinidad se asocia a valores de poder, legitimidad y privilegio; a menudo se la vincula, simbólicamente, al poder del Estado y a una desigual distribución de la riqueza. La masculinidad parece difundirse hacia fuera en el patriarcado y hacia dentro en la familia; la masculinidad representa el poder de heredar, el control del intercambio de las mujeres y la esperanza del privilegio social.
Pero, obviamente, hay muchas otras líneas de identificación que atraviesan el terreno de la masculinidad y que dispersan su poder en complicadas relaciones de clase, raza, sexualidad y género. Si lo que llamamos «masculinidad dominante» parece ser una relación naturalizada entre la virilidad y el poder, entonces no tiene mucho sentido examinar a los hombres por medio de esa construcción social de la masculinidad. Lo que planteamos en este libro es que la masculinidad se vuelve inteligible como masculinidad cuando abandona el cuerpo del varón blanco de clase media. Los argumentos de la masculinidad excesiva tienden a centrarse en los cuerpos de los negros (hombres y mujeres), los cuerpos de los/as latinos/as o los cuerpos de las clases trabajadoras, y la masculinidad insuficiente se asocia muy a menudo a los cuerpos de los asiáticos o los cuerpos de las personas de clase alta. Estas construcciones de estereotipos de masculinidad variable marcan el proceso por el cual la masculinidad se hace dominante en la esfera de la virilidad de los blancos de clase media. Pero muchos estudios que actualmente tratan de explicar el poder de la masculinidad blanca interpretan este cuerpo del varón blanco concentrando todos sus esfuerzos analíticos en la descripción detallada de las formas y expresiones de la dominación del varón blanco. Numerosos estudios sobre Elvis, los jóvenes varones blancos, el feminismo de los hombres blancos, el matrimonio y los hombres, y el control de la virilidad acumulan mucha información sobre un tema que conocemos de cerca y que ha sido tratado ad nauseam. Estos estudios se muestran indiferentes ante el hecho de que el varón es blanco, o ante la masculinidad de la esposa, o ante el proyecto de nombrar su poder. La masculinidad de los hombres se utiliza en mi proyecto de modo hermenéutico y como un contraejemplo al tipo de masculinidad que parece aportar más información sobre las relaciones de género, como algo que puede producir un cambio social. Este libro estudia a Elvis sólo por medio del imitador femenino Elvis Herselvis; investiga las connotaciones políticas del privilegio masculino no en los hombres sino en las vidas de mujeres aristocráticas europeas que vestían con ropa del sexo contrario en la década de 1920; se describen aquí los detalles de las diferentes masculinidades no comparando hombres y mujeres, sino lesbianas butch y transexuales mujer-a-hombre; se examinan los iconos de la masculinidad no a través del chico guapo de moda, sino a través de la historia de las butches en el cine; en definitiva, en el libro se demuestra que las formas y el alcance de la moderna masculinidad se comprenden mejor por medio de la masculinidad femenina.
Qué mejor forma de empezar un libro sobre la masculinidad femenina que cuestionando a uno de los héroes varones más omnipresentes: Bond, James Bond. Para ejemplificar mi hipótesis de que es más fácil reconocer la moderna masculinidad por medio de la masculinidad femenina, consideremos las películas de acción de James Bond, donde la masculinidad de los hombres aparece muy a menudo como una mera sombra de una masculinidad alternativa más potente y convincente. En Goldeneye[19] (1995), por ejemplo, Bond se pelea con la típica colección de personajes chungos: comunistas, nazis, mercenarios, y con un tipo de mujer violenta superagresiva. Bond despliega su habitual encanto de héroe aventurero, con la ayuda de su arsenal de aparatitos: un cinturón retráctil, una bomba escondida en un boli, un reloj que es un arma láser, etc. Pero hay una curiosa carencia en Goldeneye. Precisamente falta un poder masculino creíble. La jefa de Bond, M., es una señora mayor, claramente butch, que llama a Bond dinosaurio y le echa la bronca por ser un misógino y un sexista. Su secretaria, la señorita Moneypenny, le acusa de acoso sexual; su colega (varón) le traiciona y le llama ingenuo; y, por último, las mujeres no parecen mostrar mucho interés por sus encantos (trajes malos y mucho coqueteo sexual), que parecen tan viejos e inútiles como sus aparatitos.
La masculinidad, en estas películas con más bien poca acción, es esencialmente protésica y, como en muchas otras películas de acción, tiene poco o nada que ver con la virilidad biológica. A menudo se trata de un mero efecto especial. En Goldeneye es M. quien interpreta la masculinidad de forma más convincente, y lo hace en parte mostrando lo falsa que es la propia interpretación de Bond. Es M. quien nos convence de que el sexismo y la misoginia no son necesariamente una parte y una parcela de la masculinidad, aunque históricamente ha resultado muy difícil, si no imposible, separar la masculinidad de la opresión a las mujeres. El héroe aventurero de acción debería personificar una versión extrema de la masculinidad normativa, pero en su lugar vemos que esta masculinidad excesiva resulta ser una parodia o una revelación de la norma. Dado que la masculinidad suele representarse como un género natural en sí mismo, la película de acción, con su énfasis en estas extensiones protésicas, en realidad lo que consigue es cuestionar la heterosexualidad del héroe, aunque lo que intentaba era aumentar su masculinidad. Así, por ejemplo en Goldeneye la masculinidad de Bond está vinculada no sólo a una forma de personificación masculina completamente antinatural, sino también a las masculinidades gays. En la escena en que Bond va a recoger su nueva panoplia de aparatitos, un científico idiota, bastante marica y plumera, le da a Bond sus accesorios último modelo y le muestra cada uno de ellos con gran entusiasmo. No es casualidad que este científico idiota se llame Agente Q., lo que supone un perfecto modelo de imbricación entre lo queer y los regímenes dominantes. Q. es precisamente un agente, un sujeto queer que muestra los mecanismos de la masculinidad heterosexual dominante. La masculinidad gay del Agente Q. y la masculinidad femenina de M. son ejemplos muy claros de la total dependencia que tienen las masculinidades dominantes de las masculinidades minoritarias.
Cuando le quitas a Bond sus juguetitos, no le queda casi nada para su interpretación de la masculinidad. Sin el traje impecable, la media sonrisa, el encendedor que se transforma en un arma láser, nuestro James es un héroe sin acción y sin aventuras. La masculinidad del varón blanco, que podríamos denominar «masculinidad épica» depende totalmente —como se ve en cualquier película de aventuras de Bond— de una amplia red subterránea de grupos secretos del gobierno, de científicos muy bien pagados, del ejército y de un sinfín de hermosas chicas malas y buenas, y al final todo se basa en un «malo», muy fácilmente reconocible. «El malo» es un elemento omnipresente en el discurso de la masculinidad épica: pensemos, por ejemplo, en El paraíso perdido y en su escatológica separación entre Dios y el Diablo. Satán es, digamos, el malo original. Esto no significa que la masculinidad del malo la aparte de los beneficios que reporta el privilegio de ser varón; al contrario, los malos pueden ser ganadores, simplemente suelen morir más rápido. De hecho, existe actualmente una línea de ropa que se llama Bad Boy[20] y que utiliza ese poder especial que tiene el malo. Esto nos muestra que la transgresión se ha convertido rápidamente en un elemento más para promover el consumo del varón blanco. Otra marca que se basa en el potencial de consumo de la rebelión del varón es No Fear Gear[21]. Esta marca utiliza en sus anuncios imágenes de hombres haciendo paracaidismo, surfing o carreras de coches, hombres que muestran su virilidad llevando el logo No Fear y haciendo en su tiempo libre machadas que desafían a la muerte. Para demostrar lo domesticada que está esta marca en realidad, sólo tenemos que imaginarnos lo que No Fear puede significar para las mujeres. Podría significar aprender a disparar un arma, o entrenarse, o aprender artes marciales, pero difícilmente significaría paracaidismo. Vemos claramente que No Fear significa algo lujoso, y de ningún modo puede equipararse con ninguna forma de rebelión social.
También existe una larga tradición en cine y literatura que exalta la rebelión del hombre. James Stewart, Gregory Peck y Fred Astaire representan la imagen del bueno, mientras que James Dean, Marlon Brando y Robert de Niro representan la imagen del malo, pero en realidad es bastante difícil separar un grupo del otro. Obviamente, las representaciones del malo de la década de 1950 transmiten una cierta rebelión de la clase trabajadora blanca contra la sociedad de clase media y contra ciertas formas de adaptación al orden social, pero el rebelde sin causa de hoy en día es el inversor bancario del mañana, y la rebelión de los hombres se convierte en ser respetable. Las ventajas de ser conformista valen más que lo que pueda aportar la rebelión social. Como decía Gertrude Stein, ¿de qué te sirve ser un niño si vas a crecer para ser un hombre? Ahora bien, cuando la rebelión deja de ser la de los varones blancos de clase media (individualizada y localizada en el hombre solitario o incluso generalizada en el pandillero) y se convierte en rebelión de clase o de raza, entonces surge una amenaza diferente.