COMPARANDO LAS MASCULINIDADES FEMENINAS
Masculinidad femenina fue publicado en 1998, hace diez años, y ésta es la primera vez que se traduce a otro idioma[2]. Estoy especialmente contenta de que este libro se traduzca al castellano porque creo que la taxonomía de las masculinidades de las mujeres que realicé aquí tuvo especial impacto en los países de habla hispana, donde la masculinidad es reconocida como parte de la identidad de las mujeres queer. De hecho, hay muchas palabras en castellano para referirse a las mujeres masculinas, como «marimacha», «macha», «manflora», «bucha», «papi» y «bombero/a», «camionera», «chicazo»[3] y estos términos, utilizados en diferentes culturas hispanohablantes, indica la presencia en estas culturas de subculturas con géneros queer para las mujeres[4]. Términos como «marimacha» o «macha» captan perfectamente la idea de la fusion de una conducta masculina con un cuerpo de mujer. Sin embargo, otros términos, como «bombero/a» y «camionera», implican una masculinidad relacionada con el trabajo, o una noción de clase social ligada a la normatividad de género; y otros como «chicazo» (tomboy), implican una noción de la diversidad de género basada en la edad.[5] Y el hecho de que exista este abanico de términos para la masculinidad femenina en países de habla hispana también revela los diferentes contextos que hay para la diversidad de género en las diferentes culturas nacionales, y también implica que existe un amplio espectro de posibilidades dentro de cada categoría. En inglés, por supuesto, hay algunos términos que se refieren a la masculinidad femenina: dyke [bollera], butch, transgender [transgénero] quizá, y la misma noción de masculinidad femenina ha sido limitada y dominada por lo que parece ser una inevitable relación con el lesbianismo. Por suerte, en un futuro cercano podremos leer estudios sobre las diferentes expresiones de diversidad de género de las mujeres en las culturas hispanoamericanas. A pesar de que se han producido enormes cambios en el sentido y en la forma de resistir al género dominante entre las mujeres en la última década, creo que «masculinidad femenina» sigue siendo un término extremadamente útil y puede que incluso en el futuro demuestre ser más útil que el término «lesbiana», especialmente para investigadores que hagan comparaciones interculturales de las comunidades queer. También me pregunto por qué no tenemos más estudios interculturales de diversidad de género entre las mujeres, y en este ensayo introductorio sugiero que la diversidad de género de las mujeres no ha sido estudiada por razones que tienen que ver con un rechazo patriarcal a las mujeres con aspecto de hombre, lo que se traduce en una falta de fondos para financiar tales estudios. Con la esperanza de que «masculinidad femenina» consiga traducirse como término, como concepto y como forma significativa de designar un modo de vivir el género, expongo a continuación algunas reflexiones sobre la aplicación de este término que se dan fuera del contexto norteamericano.