EL PROBLEMA DE LOS SERVICIOS
Si tres décadas de feminismo teorizando sobre el género han cuestionado completamente la afirmación de que la anatomía es destino, de que el género es natural y de que hombre y mujer son las dos únicas opciones, ¿por qué seguimos funcionando en un mundo que asume que las personas que no son hombres son mujeres y que las personas que no son mujeres son hombres (o que incluso asume que quienes no son hombres no son personas)? Dicho de otro modo, si el género ha sido subvertido completamente, ¿por qué no tenemos múltiples opciones de género, múltiples categorías de género y opciones reales de vida no-hombre y no-mujer en las que encarnarnos y con las que identificarnos? En cierto modo, es precisamente esa gran flexibilidad y fluidez del género lo que permite que impere el dimorfismo de género. Dado que en realidad muy pocas personas cumplen con los requisitos establecidos socialmente para el varón y la mujer, el género puede llegar a ser muy impreciso y, por tanto, puede desplegarse de forma múltiple a través de un sistema rígido binario. Al mismo tiempo, como los límites que definen al hombre y a la mujer son tan elásticos, hay muy pocas personas en los espacios públicos cuyo género sea completamente irreconocible.
El género ambiguo, aparezca donde aparezca, se transforma inevitablemente en desviación, en algo inferior, o en una versión borrosa del hombre o de la mujer. Por ejemplo, en los servicios para mujeres, algunas usuarias parece que no logran alcanzar el nivel de lo que debe ser la feminidad, de modo que muy a menudo aquellas de nosotras que presentamos cierta ambigüedad somos acusadas de estar en los servicios «equivocados». Por ejemplo, hace poco, en un viaje a Minneapolis para impartir una conferencia, hice una conexión en el aeropuerto O’Hare de Chicago. Me dirigí decididamente hacia el servicio de mujeres. En cuanto entré, se oyó a alguien llamar a la puerta: «¡Abran, seguridad!». Comprendí inmediatamente lo que había ocurrido. Una vez más, había sido confundida con un hombre, y alguna mujer había llamado a seguridad. En cuanto empecé a hablar, los dos guardas que estaban en el baño se dieron cuenta de su error, murmuraron una disculpa y se fueron. En mi viaje de regreso, en el aeropuerto de Denver, volvió a ocurrir lo mismo. Es evidente que esa vigilancia policial del género dentro de los servicios se intensifica en el espacio del aeropuerto, donde las personas se están moviendo literalmente a través del espacio y el tiempo, lo que les hace querer estabilizar algunos límites (de género) aunque estén atravesando otros (nacionales). Sin embargo, este cuestionamiento del propio género en los servicios es algo que ocurre a menudo en la vida de muchas mujeres andróginas o masculinas; de hecho, es tan frecuente que una se pregunta si la categoría de «mujer», cuando trata de designar funciones de la vida pública, no estará ya totalmente obsoleta[44].
No es casualidad que los lugares de viaje se conviertan en zonas de intensa vigilancia y observación. Pero la vigilancia policial del género en los servicios de los aeropuertos es sólo una versión aumentada de un «problema de los servicios» más amplio. Para algunas mujeres con género ambiguo, es relativamente fácil «probar» su derecho a usar los servicios públicos: pueden mostrar ciertos rasgos de género claros (una voz aguda, pechos) y entonces, por lo general, el que la ha increpado se retira. Para otras (personas quizá con voz grave, o con vello, o sin pechos) es bastante difícil justificar su presencia en los servicios de señoras, y estas personas suelen usar los servicios de caballeros, donde la vigilancia es mucho menos intensa. Obviamente, en estos conflictos de los servicios, la persona con género ambiguo primero aparece como no-mujer («¡Está usted en los servicios equivocados!»), pero después aparece como algo en realidad aún más terrorífico, un no-hombre («No, no lo estoy», pronunciado con una voz reconocible como de no-hombre). No-hombre y no-mujer, la persona de género ambiguo que utiliza los servicios no es tampoco una andrógina ni alguien «que está en medio»; esta persona es una «desviada del género».
Para muchas desviadas del género, la noción de «pasar»[45] es muy poco útil. Pasar, tradicionalmente, presupone que hay un yo que se transforma en otro yo diferente, y que lo hace con éxito; en diversos momentos, este personaje logrado puede ser coherente con algo semejante a la identidad. En ese momento, la persona que pasa por se ha convertido en. ¿Qué ocurre cuando una mujer biológica se presenta a sí misma como butch, pasa por ser un hombre en algunas circunstancias y es vista como una butch en otras, y no se considera a sí misma mujer, pero mantiene una distancia respecto a la categoría «hombre»? Para este sujeto la identidad podría ser descrita como un proceso con múltiples lugares en los que llegar a ser y en los que ser. Para entender este proceso, debemos hacer algo más que cartografiar los viajes psíquicos y físicos entre hombre y mujer, y en los espacios queer y heteros; en realidad, deberíamos pensar en términos fractales y en geometrías de género. Además, como explico en el capítulo 4, en mi exposición sobre la stone butch[46], cuando discutimos las sexualidades que están en juego en algunas definiciones de género, aparecen muy distintas identificaciones entre sexualidad, género y cuerpo. La stone butch, por ejemplo, en su propia definición como no femenina, como mujer sexualmente intocable, hace más compleja la idea de que las lesbianas comparten prácticas sexuales de mujeres, o que las mujeres comparten deseos sexuales de mujeres, o incluso que las mujeres masculinas comparten el sentido de lo que anima sus masculinidades particulares.
Quiero centrarme en lo que he calificado como «el problema de los servicios», porque creo que ilustra muy claramente la clara presencia del binarismo de género, a pesar de los rumores sobre su desaparición. Además, muchas mujeres con género normativo no tienen ni idea de que existe un problema en los servicios públicos y afirman desconocer por completo los juicios y los problemas con que se enfrentan las mujeres butches que necesitan utilizar un baño público. Pero la literatura queer está llena de referencias al problema de los servicios, y no exageramos al decir que es un tema típico del discurso sobre las butches. En este sentido, Leslie Feinberg da ejemplos muy claros de las dimensiones que tiene el problema de los servicios en Stone Butch Blues. En su narración de la vida del/de la trabajador/a de fábrica Jess Goldberg, Jess recuerda muchas ocasiones en las que tuvo que tomar decisiones difíciles sobre el uso del servicio de señoras. Yendo de compras con unas drag queens, Jess le dice a Peaches: «Tengo que ir al baño. Dios mío, me gustaría poder esperar, pero no puedo». Jess respira hondo y entra en el baño de señoras:
Dos mujeres estaban retocándose el maquillaje ante el espejo. Una mira a la otra y acaba de pintarse con su lápiz de labios. «¿Es un hombre o una mujer?», le dice a su amiga cuando paso por su lado.
La otra mujer se vuelve hacia mí y me dice: «Éste es el baño de señoras».
Yo asiento. «Ya lo sé».
Cierro el pestillo de la puerta detrás de mí. Sus risas me sientan como un tiro.
«No sabemos si es un hombre o no», le dice una mujer a la otra. «Deberíamos llamar a seguridad para cerciorarnos».
Tiro de la cadena y, con el miedo, me hago un lío con la cremallera. Quizás es sólo una falsa amenaza. Quizás van a llamar realmente a seguridad. Salgo corriendo del servicio en cuanto oigo que las dos mujeres se han ido[47].
Para Jess, el servicio representa un límite a su habilidad para moverse en la esfera pública. Su cuerpo, con sus necesidades y funciones físicas, impone un límite a su intento de funcionar normalmente a pesar de su imagen de género distinta. Además, las mujeres en el servicio son representadas como maliciosas, más que temibles. Ponen en cuestión el derecho de Jess a utilizar los servicios y amenazan con llamar a la policía. Como señala Jess: «Nunca se habrían reído así de un chico». En otras palabras, si las mujeres hubieran estado realmente preocupadas por su seguridad, no se hubieran metido con el intruso y no hubieran dudado en llamar a la policía. Su tranquilidad cuando hablan de llamar a seguridad indica que saben que Jess es una mujer, pero quieren castigarla por su autoimagen inapropiada.
Otra crónica sobre la vida de una butch, Throw It to the River, de Nice Rodríguez, una escritora filipina-canadiense, también nos habla del encuentro en los servicios. En una historia titulada «Every Full Moon». Rodríguez narra un romántico cuento de una conductora butch llamada Remedios, que se enamora de una antigua monja llamada Julianita. Remedios tiene «brazos y hombros musculosos»[48], y su «corpulencia le permite intimidar a cualquiera que no pague el billete». Ella intenta ligar agresivamente con Julianita, hasta que Julianita accede a ir al cine con Remedios. Para arreglarse para la cita, Remedios se viste y aplasta con cuidado sus pechos, colocándose vendas sobre los pezones: «Compró una camisa blanca en Divisoria para esa cita. Ahora le preocupa que la tela pueda ser demasiado fina y transparente, y que Julianita pierda la excitación al ver sus pezones sobresaliendo como dados». (33). Con sus «vaqueros bien planchados», su pecho liso y su manicura de hombre, Remedios acude a su cita. Sin embargo, una vez fuera con Julianita, Remedios, que ahora va vestida muy butch, tiene que tener cuidado en los espacios públicos. Tras la película, Julianita va corriendo al servicio, pero Remedios la espera fuera:
Tiene un extraño temor a los servicios de señoras. Desearía que existiera en algún sitio otro servicio entre el de hombres y el de mujeres para queers como ella. La mayoría de las veces se aguanta el pis —a veces hasta medio día— hasta que encuentra unos servicios donde conoce a las usuarias. Las desconocidas la tratan de forma desagradable, especialmente las señoras mayores, que la miran de los pies a la cabeza. (40-41).
En otra ocasión, Remedios cuenta que un gorila de discoteca la sacó de los servicios de señoras y le dio una paliza. El problema de los servicios para Remedios y para Jess limita gravemente su capacidad de circular en espacios públicos y, de hecho, las pone en contacto con la violencia física, por haber violado una regla esencial del género: una debe ser legible a primera vista. Después de que Remedios es golpeada por haber entrado en el servicio de señoras, su padre le dice que debe tener más cuidado, y Rodríguez apunta: «Ella se da cuenta de que tener cuidado significa contonear sus caderas y realzar sus tetas cuando entra en los servicios de señoras». (30).
Si utilizamos el paradigma de los servicios como un límite de la identificación de género, podemos medir la distancia que hay entre el esquema del género binario y las experiencias vividas desde múltiples géneros. La acusación «estás en los servicios equivocados» en realidad quiere decir dos cosas distintas. En primer lugar, afirma que tu género parece no coincidir con tu sexo (tu aparente masculinidad o androginia no coincide con tu supuesta condición de mujer); en segundo lugar, sugiere que los servicios con un solo género son sólo para aquellas personas que encajan claramente en una categoría (varón) u otra (mujer). Necesitamos o bien servicios de acceso libre o multigéneros, o bien ampliar los parámetros de identificación de género. Los servicios, como sabemos, en realidad representan el edificio del género que se derrumba en el siglo XX. La frecuencia con que las «mujeres» de género desviado son tomadas por hombres erróneamente en los servicios significa que un gran número de mujeres femeninas pasan mucho tiempo e invierten mucha energía vigilando a las mujeres masculinas. Por supuesto, algo muy distinto ocurre en los servicios de caballeros, donde es más probable que el espacio se convierta en una zona de ligue que en un lugar para la represión del género. Lee Edelman, en un ensayo sobre la interconexión entre nacionalismo y sexualidad, explica que «la institución del servicio de caballeros constituye un lugar donde las zonas de lo público y lo privado se cruzan con una marcada carga psíquica»[49]. En otras palabras, el servicio de caballeros constituye tanto una arquitectura de vigilancia como una incitación al deseo, un espacio de interacción homosocial y de interacción homoerótica.
Así, mientras que los servicios de caballeros suelen funcionar como un espacio con una gran carga sexual, donde las interacciones sexuales son promovidas y a la vez castigadas, los servicios de señoras suelen funcionar como un estadio para reforzar la adecuación de género. Los servicios separados por sexos siguen siendo necesarios para proteger a las mujeres de los ataques de los hombres, pero a la vez producen y extienden una concepción más bien anticuada de separación público-privado entre la sociedad de las mujeres y la de los hombres. El servicio es un espacio doméstico más allá del hogar que llega a representar el orden doméstico, o una parodia de él, en el mundo exterior. De acuerdo con esta idea, el servicio de señoras se convierte en un santuario de la feminidad exacerbada, una «habitación de muchachitas» a la que una se retira para empolvarse la nariz o arreglarse el pelo. El servicio de caballeros representa una extensión de la naturaleza pública de la masculinidad: precisamente es algo no doméstico, aunque los nombres que se le dan a las funciones sexuales del servicio (la casa de campo o el salón de té[50]) sugieren una parodia de lo doméstico. Los códigos que predominan en el servicio de señoras son principalmente códigos de género; en los servicios de hombres hay códigos sexuales. Sexo en público contra género privado, lugar abiertamente sexual contra lugar discretamente represivo: los servicios más allá del hogar toman las proporciones de una fábrica de género.
Marjorie Garber habla sobre la permeabilidad del servicio en Vested Interests, en un capítulo sobre los peligros y privilegios del «travestismo»[51]. Analiza las muy diversas formas que existen de «pasar» y de «travestismo» para hombres y mujeres genéticos identificados con el sexo contrario, y concluye que el servicio es un «waterloo potencial»[52] tanto para transexuales y «travestis» mujer a hombre (FTM) como hombre a mujer (MTF)[53]. Para los FTM, el servicio de caballeros representa el test más severo a su habilidad para «pasar», por ello en la comunidad FTM circulan a menudo consejos sobre cómo pasar inadvertido en espacios sólo para hombres. Garber señala: «La paranoia cultural de ser pillado en el peor sitio posible, lo cual es inseparable del placer de lograr “pasar” en ese mismo sitio, depende en parte de ese mismo binarismo cultural, de la idea de que las categorías de género son lo suficientemente sencillas como para permitir auto-distribuirse en uno de los dos “servicios sin lecturas deconstructivas”». (47). Merece la pena apuntar aquí (ya que Garber no lo hace) que los riesgos que corren los FTM por pasar por hombres en el servicio de caballeros son muy distintos de los riesgos que corren las MTF por pasar por mujeres en el servicio de señoras. Por una parte, el FTM en el servicio de caballeros es probable que sea menos observado, porque los hombres vigilan menos a posibles intrusos que las mujeres, por razones obvias. Por otra parte, si la descubren, el FTM puede enfrentarse a ciertas versiones de pánico de género, por parte del hombre que la descubre, y es bastante razonable esperar que haya una reacción violenta ante tal descubrimiento. La MTF, si lo comparamos, será más observada en el servicio de señoras, pero, si la descubren, será menos probable que la castiguen. Las incursiones de los FTM en el territorio de los hombres hacen que se cierna sobre sus cabezas una potencial amenaza de violencia. Por esta razón es crucial que se reconozca que el problema de los servicios es mucho más que un fallo en la maquinaria de la segregación del género: es mejor describirlo como una aplicación violenta de nuestro actual sistema de género.
La lectura que hace Garber de los peligros del uso de los servicios por FTM y MTF desarrolla una idea previa de lo que Lacan denomina «la ley de segregación urinaria». Lacan utiliza esta expresión para describir las relaciones entre identidades y significantes, y al final utiliza el simple diagrama de las señales de los servicios «Señoras» y «Caballeros» para mostrar que, dentro de la producción de la diferencia sexual, tiene prioridad el significante sobre el significado; en términos más sencillos, el nombre da el sentido, en lugar de reflejarlo[54]. Del mismo modo, el sistema de segregación urinaria crea la propia funcionalidad de las categorías «hombres» y «mujeres». Aunque las señales de los servicios parecen mostrar y confirmar distinciones ya existentes, en realidad estas marcas producen identificaciones dentro de estas categorías construidas. Garber se basa en la noción de «segregación urinaria» porque sirve para describir los procesos del binarismo cultural dentro de la producción del género. Para Garber, los travestis y los transexuales desafían este sistema al cuestionar la traducción literal de los signos «Señoras» y «Caballeros». Garber utiliza las figuras del travesti y del transexual para mostrar los obvios errores y huecos que hay en un sistema de género binario; el travesti, como un intruso, crea un tercer espacio de posibilidad, donde cualquier binarismo se convierte en inestable. Desgraciadamente, como ocurre en todo intento de romper un binarismo creando un tercer término, el tercer espacio de Garber tiende a estabilizar los otros dos. En «Tearooms and Sympathy», Lee Edelman también vuelve al término de Lacan «segregación urinaria», pero Edelman utiliza el diagrama de Lacan para señalar la preocupación heterosexual «sobre las potenciales inscripciones del deseo homosexual y sobre la posibilidad de saber o reconocer aquello que pudiera constituir ‘la diferencia homosexual’». (160). Mientras que para Garber es el travestido quien determina la inestabilidad de los marcadores «Señoras» y «Caballeros», para Edelman esto no lo hace el travesti que pasa por ser una mujer, sino el homosexual que pasa por ser hetero.
Es interesante señalar que tanto Garber como Edelman parecen definir el servicio de caballeros como el lugar donde se producen estas performances desestabilizadoras. Pero, tal y como ya he señalado aquí, centrarse únicamente en el teatro del servicio de caballeros elude un teatro mucho más complejo, como es el de los servicios de señoras. Garber escribe sobre la segregación urinaria: «Para los travestis y los transexuales, el problema de los “servicios de caballeros” es realmente un desafío por la forma en que es leído este binarismo cultural». (14). A continuación, ofrece una lista de ejemplos del cine donde aparecen los peligros de la segregación urinaria y analiza escenas de Tootsie (1982), Cabaret (1972). y Female Impersonator Pageant (1975). Los ejemplos de Garber son inusuales ilustraciones de lo que ella denomina «el problema de los servicios de caballeros», salvo en el caso de uno de sus ejemplos (Tootsie), donde se muestra la vigilancia del género que se da en los servicios de señoras. Además, Garber hace que parezca que la vigilancia más severa de género se produce en los servicios de caballeros, mientras que el servicio de señoras sería una zona más benévola en cuanto a la aplicación de la política del género. Como ella señala: «En realidad, el urinario ha aparecido en bastantes películas recientes como un marcador de la “diferencia” primordial, o de la “indiferencia estudiada”». (14). Obviamente, Garber está trazando aquí un paralelismo entre las convenciones de atribuciones de género, donde el pene marca la «diferencia primordial»; sin embargo, al no ir más allá de esa descripción tan predecible de la diferenciación del género, Garber pasa por alto la principal diferencia que hay entre la vigilancia del género en el servicio de caballeros y en el servicio de señoras: a saber, que en el servicio de señoras no se vigila solamente a los MTF sino a todas las mujeres con género ambiguo, mientras que en el servicio de caballeros los hombres biológicos rara vez son considerados fuera de lugar. La insistencia de Garber en que hay «un tercer espacio de posibilidad» ocupado por el travesti ha cerrado la posibilidad de que pueda haber un cuarto, quinto, sexto o centésimo espacio más allá del binario. El «problema del servicio de señoras» (cuando se compara con el «problema del servicio de caballeros») indica una multiplicidad de presentaciones de género incluso dentro de una categoría supuestamente estable de «mujer».
Entonces, ¿de qué género son las cientos de personas nacidas-mujer que, constantemente, no son reconocidas como mujeres en el servicio de señoras? Y si hay tantas mujeres que claramente fracasan en esa prueba del servicio de señoras, ¿por qué no hemos empezado a contar y a nombrar esos géneros que están apareciendo claramente en ese momento? Podríamos responder a esa pregunta de dos formas: por una parte, no nombramos ni destacamos los géneros nuevos porque como sociedad estamos comprometidos en el mantenimiento de un sistema de género binario. Por otra parte, también podríamos decir que la incapacidad de los términos «hombre» y «mujer» para agotar todo el campo de las variaciones de género en realidad refuerza el dominio permanente de esos términos. Precisamente porque virtualmente nadie encaja en las definiciones de hombre y mujer, las categorías ganan poder y extensión, derivadas de esa misma imposibilidad. En otras palabras, es la propia flexibilidad y elasticidad de los términos «hombre» y «mujer» lo que asegura su longevidad. Para probar esta afirmación, miremos alrededor en cualquier espacio público y veremos que muy pocas personas presentan versiones canónicas del género, y sin embargo muy pocas tienen un género imposible de identificar o son totalmente ambiguas. El personaje «Es Pat» en uno de los episodios de Saturday Night Live[55] pone en escena cómo la gente insiste en atribuir el género en términos de hombre o de mujer, incluso ante un personaje donde eso es indecidible. El personaje «Es Pat» hace reír porque está constantemente desafiando la rigidez del género: la pareja de Pat tiene un nombre neutro y todo lo que Pat hace o dice está diseñado del mismo modo. Por supuesto, el enigma que Pat representa podría haberse resuelto muy fácilmente: sus colegas de trabajo podrían simplemente haberle preguntado qué género tiene o prefiere. Este proyecto sobre la masculinidad femenina está diseñado para generar más de dos respuestas a esta cuestión e incluso para defender el concepto de «preferencia de género», en lugar del binarismo de género obligatorio. El potencial humano para hacer clasificaciones increíblemente precisas se ha demostrado en muchos terrenos. ¿Entonces, por qué nos limitamos a esta pobreza de clasificaciones cuando se trata del género? Un sistema de preferencias de género permitiría mantener una neutralidad de género hasta el momento en que el/la chico/a, o el/la joven adulto/a decida su género (él, ella o ello). Incluso si no pudiéramos ir más allá de un sistema de género binario, hay otras formas de hacer que el género sea optativo: las personas podrían salir del armario con un género, del mismo modo que se sale del armario con una sexualidad. Lo importante aquí es que existen muchas formas de despatologizar las variaciones de género y de explicar los múltiples géneros que ya estamos produciendo y manteniendo. Por último, como ya sugerí en relación con el argumento de Garber sobre el travestismo, un «tercero» simplemente equilibra el sistema binario y además tiende a homogeneizar múltiples variaciones de género bajo el cartel de «otros».
En esta sociedad, es sorprendentemente fácil no parecer una mujer. En comparación, es relativamente difícil no parecer un hombre: las amenazas a las que se enfrenta un hombre que no se adecua a su género son, en cierto modo, diferentes a las de las mujeres. A no ser que los hombres intenten conscientemente parecer mujeres, es menos probable que los hombres fracasen en su intento de pasar como mujeres en los servicios que en el caso contrario. Entonces se plantea una pregunta en relación con el problema de los servicios: ¿qué hace que la feminidad sea tan difusa y la masculinidad tan precisa? O, si planteamos la pregunta desde otro ángulo, ¿por qué es la feminidad tan susceptible de ser representada o encarnada, mientras que la masculinidad parece resistirse a la imitación? Por supuesto, esta formulación no es fácil de mantener y, de hecho, puede colapsar rápidamente en lo contrario: ¿por qué, en el caso de las mujeres masculinas en los servicios, por ejemplo, los límites de la feminidad se localizan tan rápido, mientras que los límites de la masculinidad en el servicio de caballeros parecen ampliarse bastante?
Podríamos abordar estas preguntas pensando en los efectos sociales y culturales de una escritura del género invertida. En otras palabras, ¿cuáles son las implicaciones de la feminidad masculina y de la masculinidad femenina? Podríamos imaginar que el más leve toque de feminidad mancillaría o rebajaría el valor social del varón, mientras que todas las formas masculinas adoptadas por mujeres producirían una elevación del estatus[56]. Mi ejemplo del servicio prueba por sí solo que esto está lejos de ser cierto. Además, si pensamos en ejemplos conocidos de masculinidad femenina valorada, como una Linda Hamilton super cachas en Terminator 2 (1991) o una Sigourney Weaver muy atlética en Aliens, no es difícil ver que lo que hace que estas performances de masculinidad femenina parezcan bastante inofensivas es su evidente heterosexualidad. De hecho, en Alien Resurrection (1997). Sigourney Weaver combina su cuerpo fuerte con un ligero coqueteo con la coprotagonista Winona Ryder y entonces su masculinidad inmediatamente se convierte en algo mucho más amenazador, o sea, en un «alien». En otras palabras, cuando la masculinidad femenina se combina con posibles identidades queer, es mucho más difícil que sea bien vista. Dado que parece que la masculinidad femenina es aún más amenazadora cuando va combinada con el deseo lesbiano, en este libro me he concentrado en la masculinidad femenina queer y he excluido casi por completo la masculinidad femenina heterosexual. No me cabe duda de que la masculinidad femenina heterosexual amenaza la adecuación de género a su manera, pero muy a menudo representa un grado aceptable de masculinidad femenina si se la compara con la masculinidad excesiva de la bollera. Es importante cuando reflexionamos sobre variaciones de género, como la feminidad masculina y la masculinidad femenina, no crear simplemente otro binarismo donde la masculinidad siempre signifique poder. En los modelos alternativos de variaciones de género, la masculinidad femenina no es simplemente lo contrario de la feminidad femenina, ni tampoco es una versión de la masculinidad de los hombres representada por mujeres. Como veremos a continuación en los ejemplos de obras de arte y de performances de género, muy a menudo esta unión profana de masculinidad y mujer puede producir resultados completamente impredecibles.