LA TRÍBADA

La actividad sexual del tribadismo ha recibido mucha menos atención de la que se merece. «Tríbada» es una palabra de origen griego que significa mujer que frota, y se refiere a la fricción placentera de frotar un clítoris sobre el muslo de otra persona, o sobre el hueso púbico, la cadera, la nalga o cualquier otra superficie carnosa. En los siglos XVIII y XIX alguien considerada tríbada también era sospechosa de tener un clítoris muy grande y probablemente hermafrodita, y algunos antiguos sexólogos suponían que la tríbada hermafrodita buscaba penetrar con su clítoris a otra mujer. Dado que se parecía al coito por sus movimientos o por su simulación del sexo con penetración, el tribadismo a menudo se relacionaba con la masculinidad femenina y con formas especialmente perniciosas (¿porque tenían éxito?) de perversión sexual.

Muchos historiadores de la sexualidad usan la categoría de hermafrodita como un síntoma de un tercer sexo, porque en los siglos XVII y XVIII la noción de tercer sexo apareció no sólo como explicación biológica de lo que se llamaba conducta con el mismo sexo, sino como consecuencia de la masturbación. Los anatomistas de los siglos XVII y XVIII parecían estar mucho más interesados en la categoría del hermafrodita mujer a hombre que en la del hermafrodita hombre a mujer, porque se suponía que la naturaleza tendía a la perfección, y la forma de la mujer siempre se consideraba como una versión imperfecta del varón. Hasta el siglo XVIII, como han mostrado los trabajos de Thomas Laqueur, el pensamiento sobre el cuerpo estaba dominado por el modelo de «un solo sexo», en el que la mujer era entendida como un hombre invertido; en otras palabras, los genitales masculinos y femeninos se consideraban análogos, pero en las mujeres los genitales estaban dentro (la vagina como un pene plegado en el interior) y en los hombres fuera[94]. A finales del siglo XVIII el modelo de un solo sexo dio paso al modelo de los dos sexos. Así, dentro del modelo de un solo sexo, una hermafrodita es una mujer que se convierte en hombre (a veces, un hombre que se convierte en mujer) cuando su útero se ha deslizado hacia abajo. En el modelo de dos sexos, es una mujer que tiene genitales masculinos escondidos dentro, o que tiene un clítoris monstruoso que le sirve de pene. Aunque resulta tentador ver en esta figura monstruosa del hermafrodita el centro de los deseos hacia el mismo sexo —y su encarnación—, creo que tenemos que cuestionar seriamente la noción de «mismo sexo» en este caso, porque su formulación asume que el/la hermafrodita se consideraba del mismo sexo que una mujer. En realidad, el/la hermafrodita se veía como algo aparte, como si fuera otro sexo. El uso de la categoría de hermafrodita, en general, indica un intento de localizar en el cuerpo el deseo monstruoso de una no-mujer.

Valerie Traub, en un ensayo maravilloso sobre la historia del clítoris y el tribadismo, señala que el «descubrimiento» del clítoris ocurrió en 1559 cuando dos anatomistas italianos, Renaldo Columbo y Gabrielle Falloppia, le dieron el nombre al órgano y le asignaron una función[95]. Traub explica que el clítoris se convirtió de inmediato en una fuente de gran preocupación porque representaba otro pene en el cuerpo de la mujer; si la vagina se consideraba un pene invertido, el clítoris tenía que ser un pene externo. Inmediatamente, el clítoris fue vinculado al sexo no reproductivo y surgió la preocupación de que hubiera mujeres con clítoris capaces de penetrar. Debido a esta preocupación, el clítoris, su función y su tamaño se relacionaron de inmediato al deseo entre personas del mismo sexo. Traub comenta, en una nota a pie de página, que tribadismo es una palabra griega y que en el mundo antiguo no había ninguna terminología para referirse a los actos eróticos del sexo entre mujeres:

Lesbos estaba asociada inicialmente con la felación y Safo, con la prostitución, más que con el deseo «lesbiano»; fue sólo tras el siglo II después de Cristo cuando «Lesbos» se asoció a la expresión del deseo de Safo por las mujeres. En realidad, no existía una terminología específica en la antigüedad para designar los actos eróticos entre mujeres. Más bien lo que los antiguos sí comentaban en ocasiones eran los actos de penetración (con un dildo o con el clítoris) que algunas mujeres podían realizar con mujeres o con hombres[96].

La capacidad de una mujer para adoptar el rol de la penetración y su masculinidad es lo que produjo la aparición de la palabra griega «tríbada», que, según Traub, finalmente quedó asociada en la antigüedad con la actividad sexual entre mujeres.

Traub destaca que la tríbada no es una lesbiana, y añade esta nota de cautela: «Creo que subsumir el deseo erótico y las prácticas dentro de categorías modernas desbarata la investigación y lleva a la construcción de la división entre homosexualidad y heterosexualidad, y a la función reguladora de la identidad». («Psychomorphology of the Clitoris», 99). Sin embargo, la tríbada es una parte de la historia de la masculinización de ciertas prácticas sexuales de las mujeres y ejemplifica los problemas que hay para determinar sus significados. Yo añadiría que debemos, también, considerar el tribadismo como una importante práctica entre las mujeres masculinas modernas; para estas mujeres, el tribadismo puede conservar el sentido de un acto sexual masculino, sin la creencia de que está motivado por la posesión de un clítoris gigante. Además, es importante remarcar que la tríbada participa de los discursos del placer de la mujer, pero a la vez viola la categoría misma de mujer. En otras palabras, debe situarse en relación a la historia de las personas de sexo femenino que no pueden incluirse en la categoría de mujer. Por último, el tribadismo era y es una práctica sexual, no una identidad sexual. Si recorremos el uso del término desde el pasado hasta el presente, encontramos que el tribadismo es una de esas actividades sexuales que rara vez se discuten y que se practican a menudo, y el silencio que lo rodea en la actualidad es tan sorprendente como el discurso que generó en siglos anteriores. Freud no tiene nada que decir sobre el tema del tribadismo y apenas unos pocos libros contemporáneos sobre sexo lesbiano lo mencionan.

El tribadismo, con o sin dildo, con o sin penetración digital simultánea de una amante, en realidad constituye una práctica sexual propia de mujeres[97]. Por ello, es curioso que el tribadismo no suela asociarse de forma directa con el lesbianismo. En las películas lesbianas contemporáneas y dentro del imaginario de la pornografía hetero, el sexo lesbiano se suele resumir, principalmente en el sexo oral recíproco, como la principal modalidad de intercambio sexual. Dentro del tribadismo, hay diversas modalidades para asignar un rol de género al acto sexual, y muchas de ellas giran en torno a quién está arriba y quién está abajo; a menudo el tribadismo también viene acompañado de la penetración de una de las amantes con un dedo o un dildo, de modo que lo mutuo o lo recíproco no suele ser lo principal, aunque el objetivo es, sin duda, la satisfacción de ambas amantes por diferentes medios.

En la entrada «tribadismo» del Oxford English Dictionary, encontramos un uso del término en 1811, en las actas del juicio del famoso caso de La señora Marianne Woods y la señora Jane Pirie contra la señora Cumming Gordon. Este juicio fue popularizado por la obra de teatro de Lillian Hellman The Children’s Hour y por la extensa recreación que hizo del juicio Lillian Faderman en su libro Scotch Verdict[98]. Los casos de Woods y Pirie fueron juzgados en Escocia, y son interesantes para nuestros objetivos no sólo por su descripción de diversas modalidades de masculinidad femenina y por su relación con el tribadismo, sino también por los desacuerdos que generaron, entonces y ahora, sobre en qué consiste la actividad sexual entre mujeres y qué convierte en «lesbiana» esa actividad. El caso Woods y Pirie se basaba en una acusación de una estudiante de la Woods and Pirie School for Girls, cuya respuesta fue una demanda por difamación presentada por Woods y Pirie contra la abuela de la chica, la señora Cumming Gordon. A lo largo del juicio, sus antiguas estudiantes presentaron numerosos cargos de sexo explícito contra las dos mujeres. El caso es importante como documento, porque proporciona mucha información detallada sobre lo que la gente sabía —o decía saber— (o decía no saber) sobre la sexualidad entre personas del mismo sexo[99]. El libro de Faderman Scotch Verdict, por otra parte, también es importante por la forma en que reproduce algunas de las nociones originales sobre la pureza de la expresión erótica de la mujer y porque constantemente aplica nociones contemporáneas del deseo lesbiano en un texto donde la identidad lesbiana como tal es inimaginable.

En el caso Woods y Pirie contra Cumming Gordon, una estudiante, Jane Cumming, acusa a Marianne Woods y a Jane Pirie de comportamiento obsceno, y Cumming y otras alumnas testifican sobre la abundante actividad sexual que han presenciado entre las dos mujeres. El caso fue a juicio cuando Woods y Pirie acusaron a la abuela de Jane Cumming de difamación por difundir rumores sobre comportamientos obscenos en la escuela. La Woods and Pirie School for Girls tuvo que cerrar a causa de estos rumores. Es poco habitual encontrar un caso judicial en el siglo XIX con testimonios tan explícitos, porque no existían prohibiciones legales contra el sexo entre mujeres. La indiferencia mostrada por la ley hacia las mujeres implica que existan muy pocos datos oficiales sobre erotismo entre mujeres. Todos los casos que existen suelen implicar a mujeres que se han hecho pasar por hombres. Las particularidades de este caso judicial son enormemente complicadas, porque la chica que hizo la acusación era angloindia y, tanto en las transcripciones del juicio como en la recreación que hizo de ellas Lillian Faderman, la chica es constantemente orientalizada, y es descrita como una persona sospechosa debido a sus conocimientos sobre el sexo. Tanto Faderman como los jueces atribuyen a Jane Cumming sus conocimientos sobre sexo a su infancia en la India. La imbricación entre diferencia sexual y perversión sexual que aparece en diferentes momentos del juicio es muy relevante precisamente porque lo que está en juego aquí son definiciones de lesbianismo que están en conflicto. Como comenta Lisa Moore en su análisis del caso: «La posibilidad de que cuerpos de mujeres inglesas o fantasías eróticas de mujeres inglesas fueran capaces de mantener un contacto sexual fue distorsionada en el juicio con el recurso al mito racista del cuerpo desviado, sexualizado, de la mujer oriental»[100].

Las dos mujeres son descritas principalmente como tríbadas que simulan la relación sexual colocándose la una encima de la otra (por lo general, la señora Woods encima de la señora Pirie, pero a menudo cambiaban) y el tribunal presuntamente imagina que una de las mujeres penetra a la otra. Debido a su puesto de maestras, cada una de las dos mujeres podía compartir la cama con una o varias de las alumnas que estaban a su cuidado. Jane Cumming testificó que, por la noche, una de las maestras visitaba la cama de la otra, y que a las chicas les molestaban los movimientos de la cama, la fuerte respiración y otros sonidos sospechosos y extrañas conversaciones. Una noche, según Cumming, cuando la señora Woods «estaba encima de la señora Jane Pirie y empezó a moverse», escuchó un sonido de chupeteo que sonaba como cuando «pones el dedo dentro del cuello de una botella mojada». (Faderman, Scotch Verdict, 147). Otras noches dijo haber escuchado susurros y actividades sospechosas, y que la señora Pirie le decía a la señora Woods: «Estás en el lugar equivocado». La señora Woods contestó: «Ya lo sé». La señora Pirie dijo: «Entonces ¿por qué lo haces?», y la señora Woods contestó: «Por diversión». (147).

En el curso del juicio, varios jueces cuestionaron la validez del testimonio de Jane Cumming sugiriendo que las prácticas sexuales que Cumming describía eran físicamente imposibles, porque —según los jueces— las mujeres no pueden darse entre sí placer orgásmico y menos aún de ese modo tribádico. Les creaba mucho malestar la posibilidad de que dos mujeres mantuvieran relaciones sexuales y les resultaran «divertidas» y satisfactorias. Los jueces entendieron que Woods y Pirie habían sido acusadas de tribadismo, pero, como no se mencionaba ningún dildo, suponían que la penetración sólo era posible si una o ambas mujeres tenían un clítoris anormalmente grande o si una de las mujeres era en realidad un hombre. Los jueces se tranquilizaban unos a otros afirmando que eso era algo inaudito en Inglaterra. Por tanto, sólo se podía dar una explicación a la afirmación de Cumming: Cumming se había inventado la historia y la había basado en un conocimiento ilícito que obtuvo cuando creció en la India. Lord Meadowbank supuso que Jane Cumming debía de haber recibido aquella información de sus «criadas hindúes»[101]. Durante todo el juicio, los jueces y los fiscales acusaron a Jane Cumming de importar un conocimiento sexual de la India y de mancillar la pureza de las mujeres inglesas con sus acusaciones. Insistieron en que las mujeres inglesas practicaban amistades románticas asexuales y que no sabían nada de dildos o de clítoris grandes.

El descubrimiento de estos sentimientos racistas en el corazón del derecho inglés del siglo XIX no es nada nuevo. Lo que es más notable es que Lillian Faderman utiliza el mismo tipo de retórica orientalista para desacreditar las acusaciones de Cumming. Faderman se refiere a Jane Cumming como una persona perniciosa y sospechosa; se refiere a «esta malvada chica india» cuando expone los cargos contra las maestras, y parece que piensa que Cumming envilece una amistad inocente y amable. En relación a la descripción más bien convincente de Jane Cumming sobre los sonidos y los movimientos que escucha por la noche en la cama, Faderman dice lo siguiente:

Pero hay otra parte de la descripción de Jane Cumming que es absurda: si una mujer está encima de otra, moviéndose hacia delante y hacia atrás, o de arriba abajo sobre sus genitales, ¿qué es lo que haría ese ruido? No habría sitio para deslizar una mano en medio. De algún modo la chica india debe de haber visto a un hombre y a una mujer copulando, y debe de haber oído que también dos mujeres pueden copular, y en su completa ignorancia asume (quizá sin entender lo que es la penetración, quizá teniendo nociones fantásticas sobre erecciones de mujeres apasionadas) que eso fue lo que ocurrió (Scotch Verdict, 155).

Dejando aparte, por el momento, las propias presuposiciones de Faderman sobre la actividad tribádica —o sea, su certeza de que el movimiento impide la posibilidad de una penetración simultánea con el dedo—, podemos ver cómo Faderman repite las mismas manipulaciones sobre raza y sexualidad que hicieron los jueces originales del caso. En su urgencia por proteger a las amigas románticas de acusaciones lascivas, también ella atribuye el conocimiento sobre el sexo a «la chica india» (como llama a Cumming) y sugiere que las jóvenes indias están inevitablemente expuestas a la actividad sexual en la India.

Es crucial aquí destacar las múltiples ironías de este caso y de sus interpretaciones. El caso parece girar en torno a los desacuerdos existentes sobre lo que dos mujeres pueden hacer juntas sexualmente: el testimonio de Jane Cumming explica de forma convincente que se trata de dos mujeres que participan del tribadismo y de la penetración digital. Lillian Faderman está dividida entre refutar la negativa de los jueces a asumir la posibilidad del sexo lesbiano y refutar la naturaleza del sexo que Jane Cumming describe. Lo importante para Faderman es un modelo de sexo lesbiano que no se parece en absoluto al sexo patriarcal. Los jueces, por otra parte, tienen que decidir qué es peor: la corrupción de inocentes por parte de lesbianas o la corrupción de la pura mujer inglesa por parte de unas niñas. Faderman protege su creencia en un lesbianismo puro acusando a la «malvada» niña india de tener fantasías sexuales, y los jueces se sienten seguros de la inocencia de las mujeres inglesas atribuyendo toda actividad sexual perversa a las imaginaciones de una extranjera. Está claro que trasladar la actividad sexual de un momento histórico a otro es una empresa muy arriesgada que asume el texto de Faderman, y el peligro y el riesgo que el caso implica sólo pueden evitarse recurriendo a un discurso racista o colonial.

La teoría de los clítoris hermafroditas y de las agresiones sexuales de las mujeres masculinas era claramente una idea que amenazaba a los jueces y abogados ingleses. Su suposición de que el sexo entre mujeres debe implicar la existencia de órganos penetradores cumple las expectativas patriarcales sobre el sexo entre mujeres, pero la negativa de los jueces a creer que las mujeres inglesas puedan participar en estas actividades protege su concepción de las mujeres inglesas de la posibilidad de una conducta sexual activa. Obviamente, la noción de amistad romántica era algo mucho más tranquilizador, una noción que ha sido usada una y otra vez para ocultar la existencia de mujeres agresivamente sexuales en el siglo XIX. Cien años más tarde Havelock Ellis también descartó la posibilidad del hermafroditismo inglés proyectando tal actividad en mujeres no europeas. Dado que Freud apenas menciona el tribadismo, podemos afirmar que la conexión entre tribadismo y erotismo entre mujeres se silencia cuando la sexología se aleja de las explicaciones fisiológicas de la conducta sexual y se centra en explicaciones psicosexuales. De hecho, con el surgimiento del psicoanálisis, el tribadismo desapareció silenciosamente.