DIVERSIDAD DE GÉNEROS INTERCULTURAL
A pesar de la inversión que se hace en Europa y en Estados Unidos para estudiar «las relaciones entre personas del mismo sexo», la diversidad de género ha suscitado una especial fascinación entre los antropólogos del sexo. Especialmente en el caso del transgenerismo de hombre a mujer, las personas que cambian de género y sus comunidades, en muchos lugares, han sido investigadas de forma excesiva. De hecho, podríamos llegar a decir que la fascinación antropológica por la diversidad de géneros ha tenido el efecto de sobrerrepresentar a estas personas y hacerlas exóticas, cuando estudiaban identidades o prácticas de las minorías sexuales. La fascinación por los hijaras en India, por ejemplo, o los bakla en Filipinas, o los onnabe en Japón, o los travestis en Brasil ha tenido diferentes efectos: primero, ha convertido a estos grupos de género diverso en representantes de las prácticas transgénero en estos lugares; y segundo, ha vinculado la diversidad de género con el trabajo sexual, creando confusión sobre cuándo una identificación con el otro género se hacía con el fin de vender sexo y cuándo tenía otro tipo de motivaciones. Los antropólogos parecen estar poco interesados en las identificaciones transgénero al margen de los contextos del trabajo sexual. A menudo se han centrado en la variante de género «mujer» en vez de los transgéneros de mujer a hombre, o en los transgéneros masculinos, y quizá por esta obsesión por las trabajadoras sexuales (lo que realmente merecería ser estudiado para saber cómo los antropólogos obtienen su información y sus fondos) la investigación sobre las transgénero hombre a mujer domina el campo de investigación. Las trabajadoras sexuales son, probablemente, más fáciles de encontrar que las mujeres que pasan por hombres o que las mujeres masculinas en una comunidad concreta. Pero ¿por qué ha habido tan poca investigación sobre el transgénero con cuerpo de mujer?[9] ¿Y cuál es la conexión entre los fondos de investigación y el sida/el trabajo sexual, etc., y cuántos fondos existen para investigar a «las mujeres» cuando no se trata de una preocupación por la salud per se, o de un circuito económico informal? ¿Cuáles son los problemas concretos de las mujeres investigadoras queer que estudian prácticas sexuales queer?
Cuando se da el caso de mujeres antropólogas que sí están interesadas en la variación de género, la investigadora a menudo ha sido cuestionada por esa fuerte desconfianza feminista contra la masculinidad. En realidad, está justificado preguntarnos si la antropología «feminista» no habrá obstaculizado el trabajo sobre las mujeres que cambian de género, al no haber hecho una autocrítica a sus propios prejuicios, y por haberse dedicado a «la búsqueda de las lesbianas» como prioridad. Por ejemplo, cuando las mujeres masculinas han sido objeto de estudio en la antropología queer contemporánea, a menudo se ha acusado al estudio de ser un ejemplo de elaboración «lesbiana» prefeminista. Algunos investigadores han interpretado estos contextos queer sólo por medio de una concepción norteamericana de la «lesbiana» como «feminista» «que se relaciona con el mismo sexo» y «andrógina», y los han considerado meras trampas del patriarcado. En muchos contextos, las redes feministas facilitan las investigaciones sobre el deseo entre personas del mismo sexo en cualquier sitio, de modo que el acceso al estudio se hace por medio de un grupo culto y politizado, en vez de por medio de contactos ajenos a las redes académicas. Además, en muchos sitios, existen una serie de conflictos muy complejos entre las feministas y los queers que cambian de género, de modo que estos sujetos con géneros diferentes son continuamente interpretados por su relación conflictiva con el feminismo. Esto ocurrió así, por ejemplo, cuando visité Taiwán para hablar sobre «masculinidad femenina» en 2001. En el «Sex Center» de Taipei había una serie de claros conflictos políticos entre los pro-sexo, los queer de varias clases sociales, el movimiento transgénero y el feminismo académico.
La masculinidad femenina crea un puente entre el «problema feminista» y el problema de «buscar a las lesbianas»[10] porque es un concepto mucho más flexible que la categoría «lesbiana» y no genera las mismas expectativas sobre la equivalencia entre el feminismo y «la neutralidad de género». La masculinidad femenina puede describir formas de identificación de género para muchos grupos que han sido calificados como «lesbianos» y permite hacer una descripción de ellos, en vez de absorber a estos grupos queer en una categoría preexistente. Terminaré con algunas áreas de investigación que me parecen interesantes para futuras investigaciones sobre la masculinidad femenina en Asia, América Latina y en otros lugares.
1). La masculinidad femenina y el trabajo sexual. En Japón en concreto, pero probablemente también en otros sitios, las culturas del trabajo sexual incluyen servicios para mujeres que buscan relaciones con parejas no masculinas. Las onnabes en Japón, trabajadoras sexuales masculinas, han producido mucha fascinación en Estados Unidos, e incluso existe una película sobre tres onnabes, Shinjuku Boys. En la investigación sobre onnabes que he conocido se especula sobre por qué las mujeres podrían alquilar una especie de «sucedáneo del hombre» para tener compañía, y sobre si existe o no relación sexual entre la onnabe y la cliente. También surgen preguntas sobre el grado de identificación transgénero de la propia onnabe. En el caso de las onnabes, yo las estudiaría en relación con otros análisis del trabajo sexual y del transgenerismo, y no asumiría ninguna relación esencial entre la onnabe y la identificación con el otro género. La masculinidad femenina puede ser útil como una categoría cajón de sastre que rechace la clasificación de esta relación como lesbiana, y que también rechace decidir a priori si estas personas de compañía son transgénero. Aquí, como en otros contextos, el deseo de la cliente es una parte realmente importante del fenómeno y no debería pasarse por alto por las prisas en clasificar a las onnabes.
2). Chicazos. En su investigación sobre T-Po, Antonia Chao sostiene que «t de tomboy» [tomboy=chicazo] podría ser un término que entró en Taiwán por la presencia de soldados estadounidenses. Creo que un proyecto sobre los «chicazos» que fuera intercultural y que buscara similitudes y diferencias podría ser muy fructífero. ¿«Chicazo» es siempre un término despectivo americano? ¿Cuáles son las relaciones entre chicazos y trabajo sexual, chicazos y trabajo, chicazos y edad?
3). Compañeras de las mujeres masculinas. A veces la pareja del «chicazo» también tiene un término: en Taiwán es Po, de la palabra del cantonés para «mujer»; en Tailandia es dee, que significa «señora». Se deberían realizar más estudios comparativos sobre las relaciones entre estas categorías en las distintas culturas. En muchos lugares la «señora amiga» es alguien que entra y sale de la cultura queer, o que entra y sale de una relación concreta con una compañera masculina. A menudo la «señora» se casa. ¿Qué tipo de descripción o categoría cubre temporalmente este conjunto de deseos? ¿Cómo funcionan socialmente? ¿Cómo influyen las definiciones de lo que es ser mujer y de la feminidad en general?