CONCLUSIONES
Como autora que no es antropóloga, y como académica que por lo general no realiza investigaciones comparativas transnacionales o interculturales, he presentado estos comentarios aquí de forma tentativa, con un gran respeto por las investigaciones llevadas a cabo por otras personas. Cuando terminé mi libro sobre drag kings, a menudo me preguntaban sobre los vínculos entre las culturas drag kings y las culturas de performances travestis en Japón, o sobre el sentido de palabras como «chicazo» y «marimacha»[11] en relación con la butch. Me negué entonces, y me niego ahora, a hacer comparaciones fáciles entre un fenómeno teatral como la revista Takarazuka y actuaciones drag occidentales, o entre butch-femme y las culturas T-Po, o entre butch-femme y las variaciones de género latinas. Sin embargo, sí creo que algunos fenómenos queer pueden y deben ser tratados interculturalmente. El marco de «lesbiana», como confirman trabajos actuales, es limitado y no sirve para describir las complejidades de las prácticas sexuales y la diversidad de género, ni modalidades especiales de género orientadas al trabajo, que se suelen llamar «deseo por personas del mismo sexo» en diversos lugares. La interacción del enfoque poscolonial con la teoría queer, y la de investigadores diaspóricos y locales con una antropología norteamericana, promete nuevas aportaciones sobre el deseo y el sexo entre mujeres en un futuro próximo: «mujeres que aman a mujeres» es una de las formas menos atractivas de comprender este trabajo. Yo propongo la expresión «masculinidad femenina» como un marcador, como un índice y como un término para estudiar las formas creativas de ser personas con géneros queer, que parejas y grupos cultivan en una gran variedad de contextos translocales.
Judith Halberstam, 2008