10.       Ernesto Villanueva.

 

Estaban durmiendo en la habitación que había escogido Ernesto para alojarse a su llegada.

Después de la intensa sesión de sexo en la cocina, ambos habían quedado agotados y decidieron buscar la intimidad de su propio dormitorio en lugar de volver con los demás a pasar la noche.

Cerraron la puerta con llave y se acostaron abrazados. No tardaron en dormirse.

Se despertó escuchando un fuerte ruido en el pasillo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Rebeca a su lado.

—No lo sé —dijo—. Voy a ver.

Se levantó y caminó hasta la puerta.

—Ten cuidado, por favor.

Ernesto quitó el cerrojo y abrió la puerta. Se asomó. El pasillo estaba desierto.

—No hay nadie —dijo dedicándole una sonrisa a su novia.

De pronto sintió un fuerte dolor en la cabeza y cayó al suelo del dormitorio.

Rebeca gritó desde la cama.

Se dio la vuelta y un hombre se abalanzó sobre él, inmovilizándolo en el suelo. Forcejeó con todas sus fuerzas, pero era inútil. Ese hombre lo tenía sometido a su plena voluntad.

Ernesto observó el rostro de su atacante. Era un hombre fuerte no mayor que él. Tenía la cabeza rapada al cero y lo miraba con un reflejo de auténtico odio.

—¿Ramón? —le preguntó intentando mantener un tono de voz normal. No era buena idea ponerlo más nervioso de lo que ya estaba—. Eres Ramón Cardona, ¿verdad?

El hombre asintió.

—Vaya, veo que me recuerdas —dijo—. No esperaba tal honor.

—¿Por qué no me sueltas y hablamos?

—No —el hombre agarró el cuello de Ernesto y apretó con fuerza—. Vas a morir.

Ernesto lo sujetó por las muñecas e intentó desesperadamente obligarlo a soltarle el cuello. Poco a poco empezó a sentir que le faltaba el aire.

—¡Rebeca! —llamó—. Ayúdame, por Dios.

La mujer los miraba inmóvil desde la cama.

De repente entró Víctor corriendo y se abalanzó sobre el hombre, quitándoselo de encima a Ernesto.

Rodaron por el suelo en un revoltijo de brazos y piernas. Ernesto se incorporó sentado en el suelo. Se masajeó el cuello, que parecía arderle por dentro.

Víctor agarró al hombre por la cabeza y se la estrelló contra el suelo. El impacto retumbó en todo el dormitorio.

Hugo entró y ayudó a Ernesto a levantarse.

—¿Estás bien?

Ernesto miró hacia la puerta. Marta y Arturo estaban asomados en el marco.

—Lo habéis soltado —dijo.

—Rodolfo a desaparecido —explicó Marta.

Víctor levantó nuevamente la cabeza del hombre y volvió a estrellarla contra el suelo. Después comenzó a registrar sus ropas.

—Ese cabrón intentó matarnos —dijo Ernesto señalando a Arturo.

—Es su hijo también —le defendió Marta—. Tiene derecho a intentar salvarlo. Si es que aún estamos a tiempo.

—No tiene el revólver —dijo Víctor poniéndose en pie. Todos lo miraron—. Pero tenía esto.

El hombre permanecía inconsciente en el suelo. Alrededor de su cabeza empezaba a formarse un charco de sangre.

Víctor se acercó a ellos para enseñarles lo que había encontrado. Era una pequeña cartera marrón de piel. La abrió y les mostró un D.N.I.

—Según esto se llama Antonio Cardona.

—¿No es Ramón? —preguntó Ernesto sorprendido.

—Al parecer no.

—Es su hermano —dijo Hugo—. Ahora lo recuerdo. Tenía un hermano, se llamaba Antonio. Creo que también tenía una hermana. ¿Cómo se llamaba?

—Sí, es verdad —dijo Marta de pronto—. Me acuerdo de ella. Era más joven que nosotros. Llevaba siempre trenzas y unas gafas con los cristales esos tan gruesos de culo de botella.

—¿Qué más da eso? —gruñó Arturo—. Os recuerdo que mi hijo ha desaparecido. ¿Venís a ayudarme a buscarlo o me voy yo solo?

—¡María! —exclamó Hugo—. Se llamaba María Cardona. Es verdad.

—Veo que al fin estáis recordando —dijo Rebeca levantándose de la cama.

—¿Estás bien? —le preguntó Ernesto volviendo al presente—. ¿Por qué no me has ayudado antes?

Rebeca rio. Levantó la mano y les apuntó con un revólver.

—¿Qué haces? —preguntó Ernesto incrédulo.

—Tú eres María —adivinó Marta.

—Vaya, una chica lista —dijo paseando el revólver de uno a otro.

—¿Qué le has hecho a mi hijo? —preguntó Marta.

Rebeca rio de nuevo.

Ernesto dio un paso hacia ella.

—¡No te muevas! —le advirtió la mujer apuntándole al pecho con el arma—. Te juro que disparo.

—Pero, ¿por qué haces esto?

—La guarrilla esa ha acertado —dijo guiñándole un ojo a Marta—. Ramón era mi hermano.

—¿Y todo esto es por una broma que hicimos hace quince años? —preguntó Ernesto levantando la voz—. ¿Todas estas muertes? ¿En serio?

—¡Una broma! —gritó la chica. Su dedo acariciaba suavemente el gatillo—. Una broma no te humilla. Una broma no hace que te ates una soga al cuello y te dejes caer de lo alto de una escalera. Una broma no te arruina la vida.

—Ramón se suicidó —murmuró Hugo—. Por eso no volvió a clase después del día de la fiesta.

—¡Vale! Sentimos mucho lo que pasó y que tu hermano muriera —dijo Ernesto—. De verdad que lo sentimos. Éramos unos críos, no sabíamos bien lo que hacíamos.

—¡Eso no es excusa!

—Lo sé, pero no podemos remediar lo que ya pasó. Lo que sí podemos hacer es evitar más muertes. ¿Dónde está el niño?

—¿Tanto os importa ese puto crio?

Arturo se lanzó hacia ella.

—¡Hija de puta! —gritó—. Dime dónde está mi hijo.

Rebeca disparó. Un orificio apareció de pronto en la frente de Arturo, que se detuvo en seco. Se tambaleó un instante y después cayó muerto al suelo.

Marta gritó desconsolada.

Víctor la sujetó para evitar que cometiera el mismo error que su marido.

—Rebeca, entiendo que nos odies —continuó Ernesto atrayendo nuevamente la atención de la mujer—. Pero, ¿por qué comenzaste a salir conmigo? ¿Era todo un elaborado plan de venganza?

Rebeca soltó una carcajada.

—¿De verdad te creíste que perdí las llaves aquel día frente al restaurante?

—Todo lo nuestro no ha sido más que una simple mentira —dijo Ernesto.

Rebeca asintió guiñándole un ojo.

—Claro cariño —dijo—. Y ahora ha llegado el final.

—¡No dispares! —gritó Hugo alzando las manos, embargado de pronto de un repentino valor—. Podemos negociar. Tengo mucho dinero. ¿Qué quieres a cambio de…

Rebeca apretó el gatillo.

Hugo se llevó las manos al estómago donde comenzó a brotar un torrente de sangre. Cayó de rodillas.

Rebeca disparó de nuevo y Víctor cayó de espaldas al suelo.

Ernesto saltó sobre ella justo en el momento que disparaba nuevamente. Sintió una fuerte punzada en el hombro.

Cayeron sobre la cama y el arma se disparó de nuevo abriendo un agujero en la pared.

Ernesto inmovilizó el brazo que sujetaba el revólver y con el que tenía libre la golpeó con fuerza en la cabeza.

Rebeca gritaba y se revolvía bajo él para intentar liberarse.

Ernesto la volvió a golpear un par de veces más, pero la mujer parecía tener cada vez más fuerza.

Rebeca retorció su mano para apuntar el revólver hacia su cabeza. Ernesto se la retorció. El arma cayó al suelo.

En ese momento, Rebeca le dio un fuerte cabezazo en la frente. Lo vio todo borroso durante un instante.

Un nuevo disparo retumbó por la habitación.

Bajo él sintió como el cuerpo de Rebeca se quedaba flácido. Se levantó despacio. Estaba bastante mareado. Tenía una herida de bala en el hombro derecho, pero era sólo un rasguño y seguramente no necesitaría ni puntos.

Miró a Rebeca. Tenía el rostro destrozado por el impacto de una bala. Junto a la cama, Marta aun la apuntaba con el revólver.

—Dame eso —le pidió.

Marta le entregó el arma sin pronunciar palabra.

Ernesto fue a ver cómo estaban los demás.

—Están todos muertos —dijo.

Marta seguía en pie, mirando fijamente a Rebeca.

—No se llamaba Rebeca —dijo—. Era María. María Cardona.

—Lo sé —dijo Ernesto acercándose a ella—. Me mintió todo este tiempo. Nos ha engañado a todos.

La abrazó.

—¿Qué habrá echo con mi hijo? —lloró Marta.

—Lo encontraremos—dijo Ernesto señalando a Antonio Cardona, que comenzaba a recuperar la consciencia—. Y él nos va a ayudar.

Fuera, el día comenzaba a despertar.