8. Javier Expósito.
Hugo se lo había contado todo, incluido lo del amigo de Ernesto que había sido el que había llamado a la puerta para morir nada más le hubieron abierto. También le explicó que el policía les había ordenado estrictamente que no divulgaran los hechos, pues eso sólo ocasionaría el pánico entre todos ellos.
Lo que peor se había tomado Javi fue lo de la fotografía.
—No sé qué decía exactamente el mensaje que tenía escrito —le explicó Hugo—. Pero me dijeron que era una amenaza de Ramón Cardona. ¿Te acuerdas de él?
Javi negó con la cabeza, pero en realidad el nombre le resultaba muy familiar.
Subían la escalera hacía la primera planta. Habían decidido ir a buscar a Ernesto para contarle el horrible estado en que habían encontrado al pobre Santiago.
Hugo le recordó aquella fiesta en casa de Ernesto y al chico gordo que fue el objetivo de su broma.
—Si, ya me acuerdo —dijo Javi—. ¿Y crees que han matado al crio por una broma que hicimos hace quince años? No tiene sentido.
—No lo sé, pero según dijo el policía es lo más probable.
Se detuvieron cuando llegaron a la segunda planta.
—¡Ernesto! —llamó Hugo—. ¡Víctor!
—No responden —dijo Javi—. Estarán en la otra punta, vamos a buscarlos.
Recorrieron el pasillo asomándose en todas las puertas que se encontraron.
—No están —dijo Javi cuando revisaron la última de las habitaciones—. ¿Habrán bajado sin que los viéramos?
—Puede —admitió Hugo—. Quizás estén por la primera planta.
Bajaron la escalera y se detuvieron en el rellano.
—Tú busca por aquí —dijo Javi—. Yo lo haré por la planta baja.
Hugo asintió conforme y se alejó por el pasillo.
Javi descendió la escalera y comenzó a registrar las distintas estancias.
—¡Ernesto! —gritaba—. ¡Víctor! ¡Rafael!
Se detuvo frente a una puerta cerrada. Intentó abrirla sin éxito. Tenía el pestillo echado.
«Es el baño» recordó. Lo había usado al poco de llegar a la casa.
Golpeó la puerta con el nudillo.
—¿Hay alguien dentro?
Esperó pacientemente oír el habitual “ocupado”, pero no le llegó ningún sonido desde el otro lado de la puerta.
Volvió a llamar.
Nada.
Un mal presentimiento comenzó a formarse en su mente.
Golpeó de nuevo la puerta, esta vez con más fuerza, aunque con el mismo resultado.
—¿Quién está ahí dentro? —gritó—. ¡Abre la puerta!
Seguían sin contestar. Javi estaba seguro de que tenía que haber alguien allí dentro. La puerta sólo se cerraba desde el interior.
Decidió echar la puerta abajo.
Retrocedió un par de pasos y se lanzó contra ella con el hombro por delante. El dolor fue atroz. La puerta tan sólo tembló un poco.
Se frotó el hombro para calmar el escozor y se preparó para intentarlo de nuevo. Esta vez le lanzó una fuerte patada, como había visto hacer mil veces en las películas.
¡Nada! No se abrió.
«Un golpe seco» se dijo a sí mismo. Eso era lo que siempre decían en las películas. Aunque no tenía muy claro lo que era exactamente.
Lanzó otra patada con todas sus fuerzas y esta vez la puerta se abrió con un gran estruendo.
Se asomó a ver quién estaba dentro.
«Dios mío» fue lo único que le vino a la mente cuando vio el interior del baño.
Había sangre, mucha, por todas partes. Sobre todo, alrededor de la bañera, aunque no veía a nadie por ningún sitio.
Cruzó lentamente la puerta e intentando desesperadamente no pisar la sangre se acercó a la bañera.
Allí vio el cuerpo de Silvia.
Estaba, por increíble que parezca, más destrozado aún que el del pobre Santiago. También le faltaban los ojos y tenía el rostro cubierto de múltiples laceraciones. Pero lo peor de todo era su estómago: lo habían rajado de arriba abajo y los intestinos asomaban grotescamente por el orificio.
Javi retrocedió y se arrodilló frente al váter para vomitar.
«Dios mío» repitió mentalmente «El niño» «Le han sacado el niño»
Vomitó de nuevo.