6.     Silvia Manzano.

 

Silvia no pudo soportarlo más. Era horrible. Ese pobre pequeño, completamente destrozado. La terrible agonía de sus padres llorando sobre el mutilado cadáver de su hijo. Ella pronto sería madre. Si algo así le sucediera…

¡No! La simple idea le daba pavor.

Se alejó lentamente de la espeluznante escena y se encaminó hacia el baño. Necesitaba refrescarse la cara. Sentía un sudor frío cubriéndole la frente. Inconscientemente acariciaba su enorme vientre.

«Dios mío, ¿por qué alguien haría algo así?»

Entró en el baño y cerró la puerta trabándola con el pestillo. Se miró en el espejo.

¡Estaba horrible! Tenía el pelo revuelto, los ojos rojos y la piel exageradamente pálida.

Abrió el grifo y cogió una buena cantidad de agua fría entre sus manos. Se la arrojó a la cara.

Repitió el proceso tres veces más. Poco a poco comenzó a sentirse mejor. Aunque sabía que no estaría bien del todo hasta que abandonaran esa maldita casa.

«Tengo que encontrar a Rafael» pensó mientras cerraba el grifo.

De repente algo sonó a su espalda.

Sintió un escalofrío. Le corazón se le aceleró. Su bebé se revolvió en su interior.

Se dio la vuelta despacio, esperando sentir, en cualquier momento, el golpe que acabaría con su vida. Pero allí no había nadie más. Estaba sola.

Miró a su alrededor. El váter estaba frente a ella, con la tapa levantada. Al lado había un pequeño bidé y junto a la pared, una enorme bañera con una extensa cortina de plástico naranja que estaba descorrida toda junta en un extremo de la barra.

«Eso es lo que he oído» pensó mirando fijamente la cortina.

«Algo o alguien la ha movido» el temblor de su cuerpo se intensificó. «¡Aun se mueve!»

Retrocedió hasta clavarse el borde de la pila en la espalda.

¡Estaba completamente segura! La cortina aún se balanceaba suavemente. Ella había oído como la descorrían. No estaba sola allí dentro.

Aguantó la respiración y se concentró en percibir la presencia de quién estuviera allí con ella. Sólo se le ocurrió un sitio donde podría estar oculto: tumbado en la bañera.

Tragó saliva. Tenía que comprobarlo.

Se tambaleó con el primer paso. Sentía las piernas débiles. Le fallaban las rodillas. Aun así, continuó.

Consiguió a duras penas llegar hasta la bañera y se asomó.

Una risa involuntaria escapó de sus labios.

¡Estaba vacía!

«Que tonta he sido»

Aunque era comprensible que estuviera histérica, después de lo sucedido con el pequeño Santiago. Se estremeció nuevamente al recordar el aspecto del niño.

Se dio la vuelta con la idea de remojarse la cara de nuevo, cuando una mano enguantada se apoyó en su pecho y la empujó con fuerza. Cayó bruscamente en el interior de la bañera.

Una sombra se inclinó sobre ella. Llevaba algo brillante en la mano. Se lo acercó al estómago.

Silvia gritó al sentir la primera laceración en su vientre. Notó el frío metal del cuchillo revolviendo sus tripas.

«¡No! ¡Mi pequeño!» pensó luchando inútilmente por su vida.

La vista comenzó a enturbiársele. Su agresor ya no era más que un borrón que no cesaba de moverse sobre ella.

Sentía la sangre abandonar su cuerpo. Mucha sangre. Demasiada.

Todo se empezó a volver cada vez más oscuro. Pronto el dolor dejó de importar. Ya casi no lo sentía.

Hasta que finalmente cesó del todo.