4.    Arturo López.

 

Arturo la puso a prueba. Como tantas otras veces había hecho. Y como casi siempre, ella fue incapaz de superarla.

Ahora tendría que castigarla.

«Tiene que aprender» pensó mientras se levantaba de la cama para seguirla.

Sobre el sofá, su hijo le miraba. Cogió su ropa de la silla. No podía recorrer la casa en calzoncillos.

—¡No te muevas de ahí! —le gritó a Rodolfo—. Enseguida vuelvo.

El niño no se inmutó y continuó inmóvil observando como se ponía los pantalones.

Terminó de vestirse de prisa y salió corriendo de la habitación. Cerró la puerta con llave.

«Así estarás a salvo» pensó mientras guardaba la pequeña llave en el bolsillo delantero de su pantalón.

Miró el largo pasillo. Ya no veía a Marta.

Caminó hacía la escalera. Pisaba con cuidado para evitar que sus pasos sonaran más de lo necesario. Si ella lo descubriera antes de tiempo le quitaría toda la diversión a su pequeño juego.

Porque eso era en realidad todo aquello para Arturo: un juego.

Se asomó por la barandilla y allí la vio, caminando en dirección a la cocina.

Arturo sonrió. Ahora podía hacerlo. Nadie lo vería. Después cuando llegara el castigo debía permanecer serio, fingir estar furioso, aunque la realidad fuera que disfrutaba con cada golpe que le propinaba.

¡Coño! Si hasta se le ponía dura.

Bajó la escalera, ansioso por pillarla. Se detuvo en seco cuando escuchó el ruido. El maldito último escalón había crujido. Se apresuró a ocultarse en las sombras del rincón. Aguantó la respiración y rogó por que Marta no lo hubiera oído.

La vio darse la vuelta y buscar con la mirada.

Arturo se encogió todo lo que pudo y la observó inmóvil.

Marta no tardó en desechar la idea de que la seguían y continuó su camino.

Arturo suspiró.

«Que tonta es»

Salió de su escondite y siguió los pasos de su mujer.

Cuando pasó frente al salón se detuvo un instante para echarle una breve mirada al cuerpo inerte de su hijo pequeño. Seguía ahí tumbado, en el suelo, frente a la alacena donde lo habían encontrado. Vio la silueta de su cuerpecito bajo la sábana con la que lo habían cubierto.

Desde la cocina escuchó el ruido de cajones y puertas abriéndose y cerrándose. Fue hasta la puerta y se asomó.

Vio a su mujer allí dentro. Rebuscaba por todos lados y apartaba cajas y latas haciendo un montón encima de la encimera.

No entró. Decidió esperar un rato más. Espiarla. Eso también era parte del juego, alargaba la diversión.

Notó endurecerse su entrepierna.

«Busca Marta» pensó «No dejes nada que le pueda gustar a tu hijito» «Pronto llegará mi turno» «Lo pasaremos bien» «Ya verás»

En su rostro se reflejaba una enorme sonrisa. Su erección llegó a su plenitud.

«Lo pasaremos bien»