10. Sin salida.

 

Ernesto caminaba delante, alumbrando con su móvil el estrecho pasillo. Rafael le seguía con su revólver en la mano apuntando al suelo. Por último, Víctor dirigía el haz luminoso de su móvil hacía atrás, para asegurarse de que nadie los perseguía.

El pasillo era un lúgubre túnel sin iluminación alguna. Olía fuertemente a cerrado, pese a una constante brisa que lo recorría constantemente y de la cual ignoraban su procedencia.

Tenían la sensación de llevar horas caminando y como todas las paredes eran iguales, parecía que no habían avanzado nada en absoluto.

—Puede que estemos dando vueltas —sugirió Rafael.

—Quizás tengas razón —dijo Ernesto deteniéndose de golpe. Rafael chocó contra su espalda.

—¿Qué pasa? ¿Por qué te paras?

Ernesto se agachó y cogió una piedra del suelo. La frotó contra la pared dejando una gruesa raya dibujada en ella.

—Buena idea —dijo Rafael comprendiendo de pronto lo que estaba haciendo—. Así saldremos de dudas.

Víctor enfocó su móvil sobre la marca que había hecho Ernesto.

—Eres muy listo, ¿sabes? —bromeó.

Ernesto negó con la cabeza.

—Veo demasiadas películas —dijo—. Eso es todo.

Siguieron caminando aproximadamente durante otra hora. Sin previo aviso, Ernesto se detuvo de nuevo. Esta vez Rafael consiguió evitar el choque.

—Maldición —exclamó Ernesto.

—¿Qué ocurre? —preguntaron al unísono los otros dos hombres.

Como respuesta, Ernesto enfocó su móvil sobre la pared. Allí estaba la marca que había dibujado.

—Tenías razón, Rafael —dijo—. Estamos dando vueltas.

—Pero no es posible —dijo Víctor—. Si realmente estuviéramos dando vueltas habríamos pasado ya varias veces por el agujero del desván.

—Tienes razón —dijo Rafael—. Pero eso es peor aún, porque significa que estamos perdidos.

A lo lejos oyeron lo que parecía el crujido de una puerta al cerrarse.

—Vamos —dijo Rafael.

Ernesto y Víctor asintieron y pese a pensar que no era buena idea, los tres hombres caminaron en la dirección por la que les había llegado el ruido.