3. Marta Rivas.
Arturo por fin se había dormido. Marta se levantó con mucho cuidado de no despertarlo.
Miró a su hijo.
Rodolfo seguía tumbado sobre el sofá, con los ojos abiertos.
Arturo roncó y se dio la vuelta sobre el colchón.
Marta aguantó la respiración. No se despertó.
Soltó el aire en un suspiro. Esta era su oportunidad. Tenía que aprovecharla. Saldría sólo un momento. El tiempo justo de ir a la cocina, coger algo para comer y volver antes de que su marido se enterara de que se había ido.
Sabía que se enfadaría igualmente con ella cuando viera la comida. Incluso seguramente le caería algún que otro golpe, pero estaba dispuesta a aguantar eso y más con tal de que su hijo no pasara hambre.
Salió del dormitorio y cerró la puerta con cuidado de no hacer ruido. Caminó por el pasillo hacia la escalera.
Cuando pasó frente al dormitorio que ocupaba Hugo estuvo tentada de detenerse para disculparse nuevamente por el comportamiento de su marido la noche anterior. Seguramente Javi estaría también allí, pues conociéndolos no habrían querido pasar la noche solos.
Pasó de largo la puerta. Ya habría tiempo para disculpas si conseguían salir vivos de esa casa. Llegó a la escalera y descendió hasta la planta baja.
Evitó mirar hacia el pasillo junto al salón, donde aun permanecía el cuerpo inerte de su hijo pequeño y se encaminó directamente a la cocina.
Durante un breve momento creyó oír pasos a su espalda. Se detuvo e intentó ver si alguien la seguía, pero no parecía haber nadie allí detrás.
«Estoy muy nerviosa, eso es todo» pensó «Tengo que intentar tranquilizarme»
Entró en la cocina y se apresuró en rebuscar por los cajones, apartando todo aquello que encontraba que se pudiera comer sin necesidad de cocinar: cereales, galletas, latas de atún, conservas, etc.
De pronto, con un profundo gemido, la pared de su izquierda comenzó a moverse.
Se volvió sobresaltada y retrocedió sin quitar la vista del panel que poco a poco se iba deslizando hacia la derecha, descubriendo un oscuro agujero.
El frasco de aceitunas que acababa de coger de un estante escapó de sus manos temblorosas y se estrelló contra el suelo, estallando en pequeños fragmentos. El aire se impregnó enseguida del fuerte olor afrutado.
Los dedos de dos manos sobresalían por el extremo del panel, empujándolo para abrirlo.
Marta cogió una sartén y la empuñó con firmeza por el mango.
«No podrás conmigo»
Corrió hacia una esquina donde quién saliera de aquel agujero no la vería a primera vista. Tendría unos segundos para pillarlo por sorpresa.
«Te mataré» «Vengaré lo que le hiciste a mi pequeño»