5. Hugo Matas.
—Pásame la pimienta, por favor —pidió Hugo. Acababa de poner al fuego la carne de ternera previamente troceada. Silvia estaba terminando de pelar las patatas.
Lo miró sonriente y le acercó el bote.
—Gracias —dijo Hugo espolvoreando bien el polvo grisáceo sobre los pedazos de carne—. Esto va a estar buenísimo. Ya verás.
—Si sabe la mitad de bien que lo que huele… —dijo Silvia relamiéndose.
Rieron.
El fuerte ruido de los pasos acercándose los hizo mirar hacia la puerta, que se abrió de golpe. Javi entró corriendo.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Hugo—. Estás pálido.
—El niño… —dijo jadeando. Silvia le acercó un vaso de agua—. Gracias. ¡El niño ha desaparecido!
—¿El hijo de Marta? —preguntó Silvia escandalizada.
Javi asintió.
—El pequeño. Sólo hemos encontrado su zapatilla. Estaba toda cubierta de sangre.
Silvia se llevó la mano a la boca para ahogar un grito.
—Debemos encontrarlo —dijo Hugo quitándose el delantal.
—Los demás están registrando las plantas de arriba. Me han pedido que busquemos por aquí.
Silvia y Hugo asintieron y sin perder tiempo comenzaron a rebuscar por cada una de las estancias que formaban la planta baja.
—¡Chicos! —oyeron que gritaba Javi—. Venid, ¡rápido!
Hugo se acercó corriendo. Silvia le siguió titubeando.
Javi se encontraba intentando abrir la puerta de una pequeña alacena que había en el pasillo que separaba el salón de la cocina.
—Ayudadme —dijo—. Está trabada. No puedo abrirla.
Hugo se colocó a su lado y juntos tiraron con fuerza. La puerta gimió, pero siguió cerrada.
—Que extraño —comentó Hugo—. No veo ninguna cerradura, ni siquiera un candado.
—No lo hay —confirmó Javi—. Hay algo dentro que bloquea la puerta.
—Vamos, tiremos con fuerza —animó Hugo. Lo intentaron nuevamente. Esta vez cedió un poco más, pero siguió sin abrirse.
—Venga, casi lo conseguimos —dijo Hugo—. Una vez más.
Tiraron de nuevo. Hugo sintió un agudo dolor en sus dedos, pero aun así hizo todavía más fuerza. La madera crujió lastimeramente y la puerta se abrió.
El diminuto cuerpo infantil de Santiago López cayó sobre ellos.
Silvia retrocedió gritando.
Hugo y Javi se apartaron de un salto. El obeso cuerpo de Hugo no podía dejar de temblar.
El niño tenía el rostro destrozado. Le faltaban ambos ojos y muchos de los dientes. Aun así, se podía reconocer la cara inocente del hijo pequeño de Marta y Arturo. Su cuerpo, completamente cubierto de sangre, se veía incluso peor que su cara. Tenía brazos y piernas torcidos de manera extraña, volteados en ángulos imposibles.
—¿Qué demonios le ha pasado? —preguntó Hugo. Se cubrió la boca con la mano. Consiguió a duras penas aguantar una arcada.
Silvia no podía dejar de gritar a sus espaldas.
Javi miraba el pequeño cadáver en silencio. No se movía. Ni siquiera parecía respirar.
Desde la escalera les llegaron los gritos de Arturo y Marta. La pareja descendió los últimos escalones y corrieron hasta ellos. Arturo llevaba a su otro hijo en brazos.
—¡No! —gritó Marta al ver el destrozado cuerpo de su pequeño—. ¡Santiago! ¡No!
Se arrodilló junto al cadáver y apoyó su cabeza sobre el pecho inerte del niño. Lloró amargamente sobre él.
Arturo también lloraba, aunque se esforzaba en disimularlo. Se sentó junto a su mujer y estirando su mano acarició el pelo de su pequeño.
Rodolfo miró a su hermano solo un instante. Soltó un terrible alarido y después volvió a ocultar su rostro en el hombro de su padre.
—Aquí hay algo raro —comentó Hugo apartando a Javi a un rincón.
—¿Raro? —dijo Javi indignado—. Acaba de morir un niño. Yo diría que esto es más que raro.
—Pero, ¿te has fijado en su rostro? Le faltaban los ojos. Y, ¿los huesos? Si no me equivoco creo que los tiene todos rotos.
—El que ha hecho esto es un monstruo —dijo Javi.
—Estoy de acuerdo —dijo Hugo—. Pero, ¿dónde está la sangre?
—¿La sangre? —Javi lo miró sorprendido.
Hugo señaló hacía el cadáver.
—Míralo. Ese pobre crio ha perdido muchísima sangre. Pero no hemos visto rastros por el suelo. ¿Cómo se las ha arreglado quién sea que haya hecho esto para ocultar el cuerpo sin dejar rastros de sangre?
Javi miró hacía la alacena donde habían hallado el cuerpo de Santiago. Revisó el suelo atentamente.
—Tienes razón —dijo—. Es muy extraño.