9.     Paranoia.

 

Se reunieron en el salón.

Hugo y Javi se sentaron en sendas sillas. Marta se sentó junto a Arturo en el sofá. Su hijo, Rodolfo se había quedado dormido en una de las butacas.

Entre Hugo y Javi contaron todo lo que Rafael se había empeñado tanto en mantener en secreto.

—Es decir —dijo Arturo cuando terminaron de hablar—. A ver si me entero. ¿Vosotros gastasteis una broma hace quince años y ahora mi hijo está muerto?

Marta lo miraba fijamente. Sus ojos habían perdido completamente el brillo que siempre les había atraído tanto a todos.

—Según parece, Ramón Carmona es el principal sospechoso —dijo Hugo.

Miró hacia el pasillo. Le parecía haber escuchado algo. Habría sido su imaginación.

—Tenemos tres muertos, uno de ellos mi pequeño y tres desaparecidos —dijo Arturo levantando la voz—. ¿Y me decís que es por una puta broma?

Javi asintió.

—Es lo que piensa Rafael.

—¿Y dónde coño está ese loco? —dijo Arturo—. ¿Quién nos dice que podemos fiarnos de él?

Hugo y Javi se miraron un instante.

—Es policía —dijo Hugo.

—¿Policía? —rió Arturo—. No me hagáis reír. Os recuerdo que intentó matar a su mujer en el puerto. Maldita sea —señaló a Javi—. A ti te golpeó en la cabeza con la culata de su revólver.

Javi se llevó la mano a la frente recordando de pronto el dolor que le produjo el golpe.

—¿Y Ernesto y Víctor? —preguntó Hugo—. Si Rafael es el asesino, ¿dónde están Ernesto y Víctor?

—Seguramente estén ya muertos —dijo Arturo.

—¡No! —Hugo se puso en pie—. Me niego a creer que les haya pasado algo.

—¿Por qué? —dijo Arturo—. Mi hijo está muerto, igual que la chica preñada. ¿Por qué no lo van a estar ellos?

—Entonces, ¿qué propones? —preguntó Hugo—. Que vayamos a por él.

—No —dijo Arturo. Cogió cariñosamente la mano de su esposa—. Ya está anocheciendo. Yo me voy a una habitación con mi mujer y mi hijo. El único que me queda. Y permaneceremos allí encerrados hasta que vuelva el barco a buscarnos. Es lo mejor que podemos hacer y os aconsejo que hagáis lo mismo.

—Sería mejor seguir juntos —dijo Javi.

Arturo soltó una carcajada.

—No me fio de vosotros. Cualquiera podría haber matado a mi pequeño. Yo me voy con mi familia, vosotros haced lo que os salga de los huevos.

Se levantó y cogió a Rodolfo en brazos. El niño refunfuñó un poco pero no se despertó.

—Vamos, Marta —dijo caminando hacia el pasillo.

Marta se puso en pie y miró un instante a los dos hombres que la observaban estupefactos.

—Lo siento, es lo mejor —dijo antes de salir corriendo tras su marido.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Javi cuando se hubieron quedado solos.

Hugo se sentó de nuevo en la silla.

—Pensemos —dijo—. La teoría de Arturo no es descabellada del todo. Es cierto que el policía nos atacó en el puerto. A ti te agredió físicamente.

Javi asintió.

—Además fue él quien registró el cadáver del amigo de Ernesto —continuó Hugo—. ¿Quién nos dice que realmente encontró la fotografía en sus bolsillos? Quizás sólo nos lo hizo creer.

—¿De verdad lo piensas?

—Piénsalo un momento —dijo Hugo—. También fue él quien nos convenció a Ernesto, Víctor y a mí mismo de que no dijéramos nada.

—Sí —dijo Javi—. Para que no cundiera el pánico.

—O para poder ir eliminándonos tranquilamente uno a uno.

—¿Lo dices en serio?

—Si lo piensas detenidamente parece lo más probable.

—Entonces Ernesto y Víctor…

Hugo guardó un instante de silencio.

—Yo quiero creer que están bien. En serio. Pero cada vez me cuesta más.

—Espero que te equivoques —dijo Javi frunciendo el ceño.

—Yo también —admitió Hugo—. De todas formas, creo que la idea de Arturo no es mala del todo. Sigamos su ejemplo y encerrémonos en un dormitorio hasta que vuelva el barco.

—No vuelve hasta el lunes por la mañana y hoy es sábado por la noche. Eso es más de un día entero.

—Lo sé —dijo Hugo poniéndose en pie—. Necesitaremos comida.

Javi se levantó también.

—Te acompaño —dijo—. Es mejor no separarnos.

Hugo asintió y juntos se encaminaron hacia la cocina.