8.     De nuevo en la casa.

 

Decidieron pasar la noche todos juntos en el dormitorio de Marta. Si no se separaban y permanecían atentos lograrían sobrevivir la última noche que les quedaba en esa maldita casa.

Ernesto les había presentado a su novia a todos, lo que ocasionó multitud de preguntas.

Les prometió que Rebeca aclararía todas sus dudas, pero primero debían bloquear el panel para impedir la entrada en el dormitorio desde el pasadizo.

Entre Víctor y Hugo consiguieron fijarlo para que fuese imposible abrirlo. Fue a Hugo a quién se le ocurrió la forma de hacerlo y ante la sorpresa de todos funcionó.

Después se sentaron en el suelo, formando un corro y se dispusieron a cenar lo que Marta había cogido de la cocina.

Comenzaron a comer en silencio. Marta abrió una lata de atún y se la dio a Rodolfo con un pedazo de pan.

—Toma, come un poco. Te sentará bien.

—Cuéntanos tu historia —dijo de pronto Rafael mirando fijamente a Rebeca—. ¿Cómo has llegado a la isla? ¿Quién te ha traído en medio de una tormenta?

—Es una larga historia

—Tenemos toda la noche.

A Ernesto no le gustó la forma en que el policía miró a Rebeca.

—¿Estás insinuando algo? —le preguntó.

Rafael negó con la cabeza.

—Sólo siento curiosidad.

—Da igual, Ernesto —dijo Rebeca—. No me importa.

Ernesto asintió.

—No se si os lo habrá contado —explicó Rebeca—, pero Ernesto y yo rompimos antes de que se decidiera a hacer este viaje.

—Algo ha comentado —dijo Rafael con un tono que Ernesto no supo identificar.

—Fue culpa mía —admitió Rebeca—. Yo me…

—No hace falta que expliques eso —la interrumpió Ernesto.

Un rumor de susurros se elevó en el aire, con los cuchicheos de los allí reunidos.

—Te repito que no me importa —dijo Rebeca cogiéndole una mano—. Sólo quiero que me perdones.

—Pues a mí si que me importa —gruñó Ernesto retirando bruscamente su mano para que se la soltara. Se puso en pie y caminó hacia la puerta.

—¿Dónde vas? —preguntó Marta asustada.

—Necesito tomar el aire.

Ernesto abrió la puerta ante el horror de todos.

—Vosotros escuchad la historia. Os gustará.

Cerró dando un portazo y se alejó por el pasillo.

 

***

 

La primera reacción de Marta fue levantarse y correr tras Ernesto. No podía dejarle que paseara solo por la casa.

Y lo habría hecho si no hubiera desviado la mirada para ver a su marido. Arturo estaba tumbado sobre la cama, mirándolos a todos con un profundo odio, al tiempo que forcejeaba con las ataduras de sus manos para intentar soltarse.

No dijo nada, pero su mirada lo decía todo.

Marta bajo la vista y se resignó a permanecer donde estaba y estuchar lo que Rebeca tenía que contar.

—Fue un duro golpe para Ernesto cuando le confesé que le estaba engañando con Carlos. Aunque creo que le sentó peor que lo hiciera con su mejor amigo que la infidelidad en si mismo.

—Pero, ¿por qué se lo contaste? —preguntó Hugo sonriendo—. Los cuernos no se admiten ni, aunque te pillen.

—¡Deja de interrumpir con tus tonterías! —le ordenó Víctor. Después se dirigió a Rebeca—. Continúa, por favor.

—¿Qué pasa, Víctor? ¿Qué te pone?

Víctor lo miró furioso.

—No os peleéis, chicos —pidió Rebeca—. Hugo tiene razón, no debí habérselo contado. Es normal que se pusiera como se puso.

—¿Cómo se puso? —preguntó Rafael de pronto intrigado.

Rebeca negó con la cabeza.

—Es comprensible que se pusiera así.

—¿Te pegó? —insistió Rafael.

Rebeca volvió a mover la cabeza negando.

—Se volvió loco —dijo tras un largo silencio—. Pensé que...

—¿Qué? —preguntaron al unísono Hugo y Víctor.

—No importa —Rebeca bajó la cabeza avergonzada.

«Sí, no importa» pensó Rafael «Has dejado claro lo que pasó».

—No habían pasado ni cinco minutos desde que me echara de su casa, dejándome sola, que comprendí el terrible error que había cometido. Carlos me gustaba, pero yo amaba a Ernesto. Por eso decidí venir hasta aquí. Tenía que hacer todo lo que estuviera en mi mano para conseguir que me perdone.

Rebeca se levantó.

—Ahora, si me disculpáis necesito hablar con él.

—Aún no nos has dicho cómo has conseguido llegar a la isla —dijo Rafael—. Con la tormenta que nos azota desde ayer debe haber sido muy difícil convencer a alguien para que arriesgue su barco trayéndote.

—Déjala que vaya a buscarle —dijo Víctor—. Ya habrá tiempo después para que nos cuente todo lo relacionado con su viaje.

Rebeca le sonrió.

—Gracias —dijo. Se alejó de ellos hacia la puerta.

—Ten cuidado ahí fuera —le dijo Hugo.

Rebeca asintió y salió del dormitorio.

 

***

 

Ernesto estaba en la cocina, preparándose un tazón de leche caliente.

No entendía muy bien por qué le molestaba tanto que Rebeca contara sus intimidades a sus antiguos compañeros de clase. Pero la cuestión era que sí le molestaba y sabía que tenía que ordenar el desbarajuste de sentimientos que tenía mezclados en su cabeza.

Quería a Rebeca. De eso estaba seguro. Pero el beso que le había dado Marta…

Apartó la cazuela del fuego y cortó el gas. Vertió la leche hirviendo en el interior de una taza.

Ese beso lo había desmoronado sentimentalmente, destrozando completamente su seguridad.

«Quiero a Rebeca» pensó mientras buscaba cola cao para echar a la leche «Pero creo que no la amo»

—Estas aquí —dijo Rebeca desde la puerta.

Ernesto dio un brinco y se volvió hacia ella sorprendido.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—Prefiero estar contigo que con tus amigos.

—Me refiero aquí en la isla.

Rebeca se acercó a él sonriendo.

—¿No te alegras de que haya venido?

Lo besó en los labios.

El primer impulso de Ernesto fue apartarla, pero algo en su interior luchaba por reconciliarse con Rebeca, pese a tener a Marta aun en la cabeza.

«No. ¿Qué estoy haciendo?» pensó mientras buscaba la lengua de la chica con su lengua.

Rebeca se apretó contra su cuerpo, frotando sus exuberantes pechos contra él.

Casi al instante, Ernesto notó como aumentaba la rigidez de su miembro.

Rebeca bajó la mano hasta su entrepierna y se lo agarró por encima del pantalón.

—Ernesto —gimió—. Poséeme.

Ernesto la cogió de la cintura y la levantó en brazos. La sentó sobre la encimera. Metió la mano bajo el vestido hasta alcanzar las bragas.

—Arráncamelas —dijo ella.

Ernesto sonrió. Su poya palpitaba atrapada dentro de su pantalón. Tiró con fuerza de las bragas, que se rompieron con un fuerte crujido.

Rebeca gimió.

—Hazme gozar.

Ernesto le abrió las piernas y metió la cabeza entre ellas. Buscó su sexo con la lengua.

Rebeca soltó un grito de placer. Estuvieron así bastante rato. Ernesto sentía dulce humedad que brotaba de su coño, con el frote de su lengua.

Estaba muy excitado. Sin dejar de lamer su entrepierna desabotonó su pantalón y se lo bajó hasta las rodillas. La poya salió disparada escapando de la prisión del calzoncillo.

Cogió a Rebeca por los tobillos y tiró de ella para acercarla un poco más.

Rebeca no paraba de gemir y gritar disfrutando como una loca.

Se la metió de un solo empujón y comenzó a bombear casi al mismo tiempo. El cuerpo de la mujer temblaba de placer debajo de él.

—Sigue, Ernesto, sigue.

Él se esforzó por aumentar aun más el ritmo. Sentía una sensación salvaje en su interior, como si se hubiera convertido en un animal.

Cuando se acercaba el momento culminante, notó como se le tensionaban todos los músculos del cuerpo.

—Si, si, si —gemía Rebeca.

Eyaculó en su interior. Fue como una enorme implosión molecular que le dejó exhausto. Se dejó caer sobre ella y permanecieron un rato inmóviles y en silencio. Sintiendo cada uno la respiración del otro. Disfrutando de la sensación que aun recorría sus cuerpos.