7.     La persecución.

 

Hugo oyó como llamaban a la puerta.

—¿Quién es? —preguntó atemorizado.

—Abre Hugo —dijo Ernesto.

Con una enorme sensación de alivio se apresuró a girar la llave. Abrió la puerta y abrazó con fuerza a su amigo.

—Que alegría verte —dijo—. Sabía que no estabas muerto.

—Menudo recibimiento —dijo Ernesto—. Yo también me alegro de verte —miró al interior de la habitación—. ¿Dónde está Javi?

Hugo lo miró con tristeza. Detrás de Ernesto estaban Marta, Víctor, Rafael y Arturo. Este último, curiosamente, tenía las manos atadas.

—Ha muerto —dijo—. Estaba encerrado en el baño, conmigo vigilando la puerta y, aun así, ese cabrón lo ha matado.

—Ya sabemos cómo hace para moverse por la casa sin ser visto —dijo Ernesto y le explicó lo de los pasadizos—. Vente, iremos todos a la habitación de Marta. Es mejor que nadie se quede solo.

Hugo asintió.

—¿Qué ha pasado con él? —preguntó señalando a Arturo.

—Es una larga historia. Después te lo cuento.

Abandonaron el dormitorio de Hugo y caminaron juntos hasta el de Marta.

La mujer introdujo la llave en la cerradura y se apresuró a abrir la puerta.

—Ya estamos aquí —dijo al entrar—. He traído un montón de comida.

De pronto se quedó paralizada, mirando hacia el interior del dormitorio.

Los demás entraron a ver qué ocurría y lo que vieron les pareció tan irreal que les costó un gran esfuerzo reaccionar.

El niño estaba tumbado en el sofá y sobre él había una persona completamente vestida de negro. Lo agarraba del cuello, estrangulándolo.

Marta gritó con todas sus fuerzas y ese grito hizo que todo volviese a ser real.

Rafael salió disparado hacia el hombre de negro, desenfundando su revólver por el camino.

Ernesto y Víctor corrieron detrás de él.

El atacante los observó un instante incrédulo y de un salto se alejó del niño. Recorrió el dormitorio a toda velocidad y desapareció dentro del armario.

Rafael se detuvo un momento a comprobar el estado del niño.

Ernesto y Víctor corrieron hasta el armario. Se asomaron al interior justo a tiempo de observar cómo se cerraba el panel móvil del fondo.

—El niño está bien —dijo Rafael—. Por suerte hemos llegado a tiempo.

—Vamos a por él —propuso Ernesto—. Acabemos de una vez con todo esto.

Rafael comprobó el tambor del revólver. Sacó una bala de uno de sus bolsillos y sustituyó la que se había disparado en la cocina.

—Vamos —dijo—. No perdamos más tiempo.

Ernesto entró en el armario y descorrió el panel del fondo.

—Otra vez los pasillos no, por favor —se lamentó Víctor.

—Tú y Hugo quedaos aquí con Marta y el niño. Y vigilad bien a Arturo.

Víctor asintió con la cabeza.

—Tened cuidado.

—Lo tendremos —dijo Ernesto cruzando el panel del armario.

Rafael le siguió.

—¡Esperad! —gritó Marta corriendo hacia ellos. Les entregó un teléfono móvil—. Para alumbrar el camino.

—Gracias —dijo Ernesto abriendo la app de la linterna—. Marta, si no vuelvo…

—Volverás —dijo ella besándole en los labios.

Ernesto sonrió y se adentró en el pasillo junto a Rafael.

—¡Suerte! —les gritó Hugo desde el dormitorio.

A lo lejos escucharon el retumbar de unos pasos alejándose.

—Por ahí —dijo Rafael señalando hacía el ruido.

Recorrieron corriendo el pasillo siguiendo el haz de luz que producía la linterna del móvil.

No tardaron en llegar hasta otro panel semejante al del armario.

—Debe haber salido por aquí —dijo Rafael examinándolo—. Con las prisas no lo ha cerrado bien.

Ernesto asintió.

Abrieron el panel y salieron a lo que parecía un garaje. La puerta abatible estaba abierta.

—¿Se ha ido de la casa? —preguntó Ernesto.

—Eso parece —confirmó Rafael saliendo al exterior. La lluvia seguía cayendo con fuerza y el sol se ponía ya por el horizonte, pintando el cielo de un hermoso tono anaranjado.

Rafael se agachó para examinar el suelo.

—Mira esto —dijo—. Ha dejado un rastro en el barro.

Ernesto se acercó a ver lo que le mostraba. Efectivamente el atacante había dejado una línea de huellas perfectamente marcadas en el barro.

—Parece que va hacia la arboleda.

Rafael oteó el paisaje.

—Tienes razón. Esta es nuestra oportunidad de pillarlo.

Los dos hombres salieron corriendo siguiendo la dirección que marcaban las huellas.

Tal cómo pensaba Ernesto, las huellas acabaron en el linde del pequeño bosquecillo de árboles muertos.

Caminaron lentamente por el sendero que habían usado para acceder a la casa cuando llegaron, ahora hacía tan sólo poco más de un día. Parecía una eternidad.

Rafael se encargaba de examinar el lado izquierdo del camino y Ernesto el derecho.

—Tiene que estar por aquí —opinó Rafael.

Ernesto asintió. Entonces vio una silueta en el suelo, apoyada en un árbol.

Le hizo una seña al policía y juntos caminaron hasta allí.

—Con cuidado —dijo Rafael, sin dejar de apuntar su revólver hacia la silueta.

Cuando estuvieron a poco más de cinco metros, vieron que se trataba de una mujer. Ernesto se detuvo de golpe.

—No puede ser —exclamó.

—¿Qué ocurre?

—Esa es…

Ernesto salió corriendo hacia ella.

—¡Espera! —le gritó Rafael.

—Rebeca —dijo Ernesto levantando la cabeza de la mujer y apoyándola en su regazo—. ¿Estás bien, Rebeca?

Rafael se acercó sin apartar el revólver.

Rebeca, cómo la había llamado Ernesto, era una preciosa chica de unos treinta años con una frondosa melena rubia. Abrió los ojos y sonrió al ver quién la sujetaba.

—Ernesto —dijo. Parecía muy débil, aunque no se percibía ninguna herida a la vista.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Ernesto.

—He venido a buscarte —dijo ella—. Te quiero.

Ernesto palideció levemente.

—Luego hablaremos de eso —dijo, ayudándola a levantarse—. ¿Puedes caminar?

Rebeca asintió.

—Vayamos a la casa. Estaremos más seguros que aquí —dijo Ernesto.

—¿No nos vas a presentar? —preguntó Rafael.

—Sí, claro —dijo Ernesto sorprendido de pronto de verle. Por lo visto se había olvidado de la presencia del policía—. Rafael, esta es Rebeca, mi novia.

Dicho esto, empezó a caminar de vuelta a la casa, ayudando a Rebeca que parecía incapaz de aguantarse en pie por sí sola.

Rafael les siguió manteniendo un poco la distancia.

«Rebeca» pensó «El mismo nombre que dijo Carlos Fuentes antes de morir»