36

Nos planteamos mantener el escenario de la entrevista en secreto, pero nos pareció absurdo ya que la intención de todo esto es liberarme del alcance de las garras de la familia real. No la hicimos pública, pero tampoco exigimos confidencialidad, por lo que la noticia se ha ido extendiendo y cuando llegamos a las puertas de los estudios de televisión las encontramos abarrotadas de periodistas.

—Ay, Dios —murmuro.

Kim me toma la mano y la aprieta. No quiero despreciar su acto de consuelo, pero ahora mismo la única persona que podría calmarme sería Josh. Damon me conduce hacia la puerta en medio del caos. Los flashes me ciegan, la gente grita. Lo único que me consuela es que sus palabras son agradables.

Recorremos los largos pasillos del estudio y llegamos a un camerino con mi nombre en la puerta. Me detengo un momento a leerlo. No hay ningún título, simplemente mi nombre:

 

ADELINE LOCKHART

 

Suelto el aire. Esa soy yo ahora. Simplemente Adeline Lockhart.

—¿Señora? —me llama Damon, devolviéndome a la realidad. Hace una mueca al darse cuenta de cómo me ha llamado—. Perdón.

Me abre la puerta y me invita a entrar en la sala, donde hay un sofá, una pantalla en la pared y cámaras por todas partes.

Se me acerca una chica, con una expresión tan fascinada que me hace sentir un poco incómoda.

—Por favor, nada de reverencias —le ruego, antes de sentarme en el sofá y servirme un vaso de agua.

Tengo la boca seca y sigo temblando. Maldita sea, debo calmarme; no quiero que el mundo me vea así, hecha un manojo de nervios. He de ser fuerte, mostrar seguridad. Me bebo un vaso entero mientras me dan instrucciones. Me ofrecen unos papeles, pero los coge Kim. Menos mal, porque, con lo que me tiemblan las manos, no me servirían de nada.

—¿Está segura de lo de las preguntas abiertas? —me pregunta Kim una vez más—. Aún estamos a tiempo de conseguir que nos dejen aprobarlas.

Niego con la cabeza.

—Si hay algo a lo que no quiera responder, no lo haré.

El personal del estudio nos deja solas, lo que me permite tranquilizarme. Estoy empezando a conseguirlo cuando oigo una erupción de aplausos. Miro la pantalla de la pared y pierdo toda la relajación que había conseguido cuando la cámara hace un barrido del público, cientos de personas que se han puesto en pie para dar la bienvenida al presentador. Pasa al menos un minuto antes de que se calmen lo suficiente para dejarlo hablar. El siempre jovial y vivaracho Graham Miles está excepcionalmente serio.

—Buenas noches —saluda, con un traje tan reluciente que no dudo de que lo acaba de estrenar—. No suelen presentarse oportunidades como la que se me ha ofrecido esta noche.

La puerta se abre y veo a la chica que me ha estado dando instrucciones. Se lleva una mano a los auriculares y me sonríe. Tal vez si supiera que no recuerdo nada de lo que me ha dicho, no sonreiría tanto.

—Estamos listos, señorita Lockhart.

«Ay, Dios. Ay, Dios. Ay, Dios».

Kim se levanta y, al ver que yo no hago ademán de moverme, Damon se acerca para ayudarme. Suelto el aire. El corazón parece que vaya a salírseme del pecho. Por un instante me pregunto por qué demonios me he metido en este berenjenal. ¿Cómo se me ocurrió que podría salir bien? Pero todas las dudas desaparecen cuando Josh se planta en mi mente, la invade y me llena de serenidad. Por él soy capaz de todo. Por nosotros, por mí.

Obligándome a andar con seguridad, sigo a la chica por un laberinto de pasillos hasta que llegamos ante una pantalla. Comprueban que el maquillaje esté impecable mientras Kim me recoloca el pelo. Damon me guiña un ojo.

—Señoras y señores, la señorita Adeline Lockhart.

Graham Miles me anuncia en tono calmado, pero los vítores y los aplausos del público alcanzan nuevas cotas. Me indican que camine, pero siento que tengo las piernas de plomo. Me ordeno sonreír. Durante años la sonrisa falsa me ha obedecido cada vez que la he necesitado, pero ahora se niega a aparecer. No importa, porque ya no tengo que esconderme detrás de ninguna máscara. Ahora puedo mostrarme como soy. Y esta soy yo, mi yo auténtica.

Bajo los escalones que llevan al plató, rezando por no caerme, y me dirijo a los sofás. Agradezco que Graham se reúna conmigo a mitad de camino. Me toma las manos y las besa. Antes no habría podido hacerlo porque era la reina y nadie puede tocar a la reina, pero Graham no es capaz de imaginarse lo mucho que agradezco ahora esa muestra de apoyo.

—Absolutamente deslumbrante —dice, y me separa los brazos a los lados para verme bien—. Por favor, siéntese.

Me acompaña hasta el sofá y me siento, mirando al público, tratando de ignorar las cámaras que nos rodean. Tratando de no pensar en que todo el mundo me está observando.

Espero a que el ruido se apague para que Graham pueda hablar.

—¿Está cómoda? —me pregunta, sentándose él también.

Palmeo los cojines del sofá, me acerco al reposabrazos y apoyo el codo en él.

—Para un rato servirá —bromeo, y él se echa a reír, coreado por el resto de los presentes.

—Antes que nada, tengo que hacerle la pregunta más importante.

—¿De qué se trata?

—Dado que ya no es la reina de Inglaterra, ¿debo tirar la carta que recibí en la que me otorgaba el título de caballero?

Me río, echando la cabeza hacia atrás y soltando parte del estrés que me atenazaba. Reconozco la maniobra; me he pasado años bromeando así con desconocidos para hacerlos sentir cómodos. ¿Tan obvio es que estoy aterrorizada?

—Creo que los nombramientos de Año Nuevo se seguirán otorgando.

Sonrío con ganas al ver que se lleva una mano al pecho, como si diera gracias a Dios.

—Confirmado este punto, ya puedo seguir la entrevista con tranquilidad.

Se echa hacia atrás y el público guarda un silencio sepulcral, a la espera de la primera pregunta de verdad.

—¿Por qué?

—Me temo que va a tener que ser un poco más concreto —replico, sonriendo—. Esa pregunta es muy amplia.

—¿Por qué todo esto? —Señala a su alrededor—. ¿Por qué una entrevista en directo, con público y conmigo como presentador? Hay muchos profesionales más cualificados que yo para llevar a cabo esta entrevista, pero me eligió a mí personalmente.

—Bueno, es que usted me gusta bastante, Graham.

Mi respuesta despierta risas en el público y una sonrisa preciosa en el entrevistador.

—Pero ¿así? —Vuelve a señalar las cámaras—. ¿Por qué así?

Inspiro hondo y suelto el aire antes de responder:

—Porque puedo.

No digo nada más, pero es suficiente. Graham asiente con la cabeza; me ha entendido. Espero que los demás lo hayan hecho también.

—Porque ya no está bajo el control de la monarquía británica —insiste con descaro, haciendo que alce las cejas.

—Creo que no es ningún secreto que me costaba adaptarme al rol que la institución me reservaba.

—¿Como princesa o como reina?

—Como las dos cosas, por supuesto. Nunca pensé que llegaría a sentarme en el trono. Supongo que las circunstancias que llevaron a mi sucesión hicieron que me resultara más difícil hacerme a la idea.

Graham asiente, no sé si porque me entiende o porque está de acuerdo conmigo.

—Es cierto. No podemos obviar la tragedia que su familia ha sufrido en los últimos tiempos. El mundo entero compartió el shock por la muerte de su padre y de su hermano. Cuénteme un poco más. Como meros mortales, solo nos llegó la información oficial.

Espero a que el nudo que se me ha formado en la garganta disminuya un poco antes de responder.

—Creo que ese horrible accidente nos demostró que los miembros de la realeza también son meros mortales. —La voz se me rompe un poco, lo que da aún más credibilidad a mis palabras—. Mi padre era un buen hombre y un buen rey. —Me aclaro la garganta y trato de no pensar en que estoy añadiendo más humo y más espejos a los ya existentes. Es por el bien de todos. Ya no tengo por qué guardar los secretos de mi familia, ya no son los míos, pero, precisamente por eso, siento que tampoco debo compartirlos. Y, además, todavía quiero proteger a mi madre y a mis hermanos—. Siguió el ejemplo de mi abuelo y fue un ejemplo que seguir para mis hermanos y para mí. Siempre supimos que sería difícil estar a su altura. Cuando Edward se apartó del trono, la presión cayó sobre mis hombros. No me avergüenza reconocer que dudé de mi capacidad más que nadie. Siempre he mantenido que un cargo tan importante necesita un gran deseo y compromiso, además de habilidad. Yo carecía de las tres cosas. Además, tenía un hándicap muy grave, uno sin remedio.

—El hombre misterioso —comenta Graham, y el silencio se vuelve ensordecedor—. Podríamos pasarnos el programa entero hablando de su vida como princesa y luego como reina, pero creo que hay una pregunta sin respuesta que se impone a las demás: el anuncio de su abdicación dejaba claro que hay un hombre muy importante en su vida.

Miro a Graham y luego desvío la vista a la cámara sabiendo que Josh me está mirando. Una pregunta sin respuesta. ¿Solo una? Si él supiera…

—Parece que el mundo siente bastante curiosidad —comento, despertando la risa de Graham y del público por igual.

Sonrío con timidez y cojo el vaso de agua.

—Por supuesto. ¿Qué hombre es capaz de conseguir que una reina renuncie a su trono por él?

—Uno que no cuenta con la aprobación de la monarquía —bromeo, y Graham me dirige una sonrisa ladeada—. Un hombre que consigue que todo lo demás pierda sentido.

—¿Le parecía que ser reina no tenía sentido?

—No solo ser reina; cualquier cosa perdía sentido si no podía estar a su lado. Él logró que lo imposible pareciera posible…, y, sin embargo, se me dejó claro que no podía estar con él.

—Por eso se comprometió con Haydon Sampson —me suelta tan tranquilo y se relaja en la silla, mientras el silencio en el plató alcanza nuevos niveles de expectación.

Tragando saliva, cruzó las piernas.

—Por desgracia, en aquel momento estaba muy influenciada por mi entorno. Estaba tratando de ajustarme para ser la reina que se esperaba que fuese. Habría podido engañar a todo el mundo, negar ante todos que mi corazón le pertenecía, pero no pude engañarme a mí misma. Me resultó demasiado doloroso y desalentador pensar en pasar el resto de mi vida sin el hombre al que amo. Nos hemos enfrentado a numerosos obstáculos, pero, por suerte, los hemos superado. Ya nada podrá evitar que estemos juntos.

Él asiente con la cabeza, lentamente, mientras el público asimila mi respuesta.

—¿Está lista para contarle al mundo de quién se trata?

—En realidad, no —replico, sonriente—. Me gusta demasiado tenerlo para mí sola. —El público vuelve a estallar en unas carcajadas que tardan un rato en apagarse. Espero hasta que se hace de nuevo el silencio antes de continuar—: Pero, ya que insiste…

Me interrumpo e inspiro hondo. Tengo la sensación de que hay millones de personas inspirando al mismo tiempo que yo, preparándose para oír el nombre que estoy a punto de decir, para el salto que estoy a punto de dar.

—Él es…

Cierro la boca cuando Graham alza una mano y me impide pronunciar el nombre que hará que los medios de comunicación se vuelvan locos.

—Un segundo —me pide, levantándose.

Miro a mi alrededor, preocupada, preguntándome qué pasa. Me vienen todo tipo de cosas a la cabeza. Me imagino a los consejeros reales entrando en el plató para detenerme, tal vez acompañados por la policía.

—No ponga esa cara de susto —me tranquiliza Graham al verme examinar el plató de punta a punta—. Creo que el hombre misterioso ha decidido presentarse personalmente.

«¿Qué?»

Miro a Graham con los ojos como platos, paralizada en el sofá, incapaz de moverme, incapaz de hablar.

Él sonríe.

—Señoras y señores…

Extiende un brazo en dirección a la escalera por la que he entrado hace un rato. Me vuelvo hacia allí, convencida de que van a gastarme una broma…

Pero no es ninguna broma.

—Dios mío —susurro cuando Josh aparece en lo alto con las manos en los bolsillos del pantalón.

Se ha puesto el mismo traje que llevaba en mi fiesta de cumpleaños, en los jardines de Claringdon. No le falta detalle, ni siquiera el pañuelo rosa que le asoma por el bolsillo de la americana. Lo contemplo, en estado de shock, mientras él sonríe al público, que enloquece. Se levantan, aplaudiendo, silbando y gritando. No me extraña. Josh está tan guapo que no parece de este planeta, con su sonrisa radiante y su cuerpo, que transmite confianza por todos los poros.

—¡Josh Jameson! —brama Graham, por encima del griterío general.

Oír su nombre hace que la excitación del público ascienda a otro nivel, pero, como si este no existiera, Josh se vuelve hacia mí. Cuando nuestros ojos se encuentran, el mundo vuelve a ponerse patas arriba. La emoción que siento es tan abrumadora que me tapo la cara con las manos y doblo el cuerpo, inclinándome hacia el regazo. Instantes después, noto que se agacha ante mí y me agarra las muñecas. Me aparta las manos de la cara, dejando que el mundo vea mi rostro manchado, y me dirige una sonrisa que dice que todo va a salir bien.

—Hola, preciosa.

Suelto un sollozo entrecortado y me echo hacia delante, enterrando la cara en su cuello. El ruido desaparece. Ahora mismo, solo existe Josh.

Me abraza fuerte, muy fuerte; me acaricia el pelo y me susurra al oído:

—No podía dejar que lo hicieras sola. —Me aparta lo justo para secarme las lágrimas con los pulgares. Luego me da un beso largo en la frente, inspirando mi aroma, como si estuviéramos solos—. ¿Estás bien?

Asiento con la cabeza, pero mi gesto es errático, carente de control. Sé que debo de estar hecha un desastre, pero me da igual. Esta soy yo, una mujer de verdad, no una de piedra.

—Vamos —murmura. Sin soltarme la mano, se sienta a mi lado, me rodea los hombros con el otro brazo y me pega a su lado—. ¡Sorpresa! —bromea, mirando al público, que responde con gritos de entusiasmo.

—Creo que el mundo acaba de sufrir un tsunami de desmayos en cadena —dice Graham, que se lleva una mano al pecho y suspira.

Yo me río, aunque se me escapa otro sollozo. Aprieto la mano de Josh y alzo la vista hacia él. Dios, qué guapo es, y se le ve tan contento y relajado… Ahora yo también estoy relajada y mucho más contenta de lo que he estado en toda la vida.

—Entonces ¿no te dieron su aprobación? —le pregunta Graham a Josh, cuando el público se calma un poco. A continuación, mira a cámara y hace una mueca para mostrar su indignación—: ¡Tendrán valor!

Josh se encoge de hombros.

—Bueno, teniendo en cuenta que soy americano, que suelto demasiados tacos y que medio mundo me ha visto el culo, no. Me temo que no entré con buen pie en la familia.

La respuesta de Josh hace que el público se retuerza de risa. Yo lo contemplo en silencio, negando con la cabeza. Cuando Graham logra contener la risa, sigue hablando.

—Así que era cierto lo que se comentó, que había una historia detrás de las fotos de los dos bailando en la Casa Blanca.

Frunce los labios, fingiendo desaprobación, y yo me pongo roja como un tomate, y aún más cuando Josh se saca el pañuelo rosa del bolsillo y me lo ofrece con una sonrisa descarada.

—¡Y las horribles botas Uggs que llenaron internet eran suyas! —concluye Graham.

—Eran mías —confieso.

¡Oh, qué bien sienta poder decir la verdad!

—¿Dónde os conocisteis?

—Como muchas otras parejas —responde Josh—, en un evento.

—¿En cuál?

—En la celebración de mi trigésimo cumpleaños.

Graham niega con la cabeza, sin duda recordando la entrevista que le hizo a Josh, en la que él le quitó importancia al acontecimiento. Vuelvo a colocar el pañuelo de Josh en su sitio.

—Nuestras miradas se cruzaron e hice lo que habría hecho cualquier mujer al encontrarse cara a cara con Josh Jameson.

—¿El qué? —me pregunta Graham muy serio, aunque sé que se está divirtiendo como nunca.

—Desmayarme.

Graham asiente, mirando brevemente al público antes de seguir con la entrevista.

—Pero usted no es una mujer cualquiera.

—No estoy de acuerdo. Soy una mujer… como cualquier otra. Cualquiera podría haberse encontrado en mi situación. Por circunstancias de la vida, resultó que era la tercera en la línea de sucesión al trono.

—Y, por circunstancias aún más trágicas, se convirtió en reina.

—Así es. Pero ¿solo por eso mi corazón debería haber renunciado a sus deseos? —Noto que Josh me aprieta la mano con más fuerza—. Resultó que no. Que lo que hizo fue desearlo aún más.

—Adeline se encontró entre la espada y la pared —interviene Josh, frotándose la barbilla—. Me enamoré de ella enseguida. —Se encoge de hombros con despreocupación—. Y sé que a ella le pasó lo mismo.

—Siempre tan arrogante… —murmuro, despertando risas a nuestro alrededor.

Josh me empuja con el hombro, juguetón, y yo me río cuando sigue hablando.

—Ya cuando era princesa de Inglaterra vernos resultaba complicado. —Me mira, deslumbrándome con su sonrisa—. Pero aceptamos el desafío. Por desgracia, la muerte de su padre y de su hermano lo cambió todo. Los acontecimientos se precipitaron y de un día para otro se vio sentada en el trono. Adeline quería desesperadamente que su padre se sintiera orgulloso y quería demostrar a todos los que dudaban de ella que estaban equivocados, pero, por encima de todo eso, quería estar conmigo. —Traga saliva—. No quería tener que elegir, pero al final tuvo que hacerlo.

—Y eligió a Josh —concluye Graham, como si la aclaración fuera necesaria.

—No —le rebato suavemente—. Elegí el amor.

—¿Por qué?

Miro al hombre que está sentado a mi lado, el hombre que sé que siempre estará ahí; el que lo cambió todo. Me dirige su sonrisa, adorable y pícara, con los ojos muy brillantes.

—Porque me quiere a mí. Porque se asomó a mi alma y la abrazó. Porque le gusta que me enfrente a él, pero no duda cuando cree que debe ponerme en mi sitio. —Sonrío cuando él alza una ceja, porque sabe a qué me refiero y, mentalmente, noto la palma de su mano en el culo—. Nací para amar a Josh. —Trago saliva, acordándome de todo el amor que malgastan las personas de mi círculo más cercano—. Porque —susurro— el amor siempre debería salir victorioso. —Carraspeo mientras Josh me acerca más a su lado.

Graham nos observa con expresión soñadora.

—Algunos opinan que nació para ser reina.

—Y tienen razón —replica Josh, entrelazando nuestros dedos con fuerza—. Nació para ser mi reina. —Se lleva mi mano a los labios y la besa—. Y, ahora, si no te importa, me gustaría hacer algo.

Me tenso mientras Josh se aparta de mí, con una sonrisa en la cara.

Se levanta.

Se aclara la garganta.

Busca algo en el bolsillo.

Me tenso aún más.

—Josh… —digo mientras el público también contiene el aliento.

Luego… silencio.

Se podría oír el vuelo de una mosca.

Cuando hinca una rodilla en el suelo y me muestra un estuche de terciopelo negro, me llevo una mano al pecho.

—¡Ay, Dios mío!

Él me dirige una sonrisa bastante tímida y abre el estuche, que contiene un anillo. Es muy sencillo: un diamante en un aro. Nada recargado ni ostentoso. Un anillo sobrio y modesto que sé que ha elegido expresamente así.

—Ambos sabemos la respuesta a esta pregunta —dice en voz baja, mientras yo pestañeo y lo miro a los ojos, a su precioso rostro—, pero quiero que el mundo te oiga decirlo.

Apoya la otra rodilla en el suelo y así, arrodillado, avanza hasta mí. Deja el estuche en el sofá y me toma la cara entre las manos.

—¿Quieres casarte conmigo, señorita Adeline Lockhart?

—Sí —respondo, sollozando, con sus manos en mis mejillas mientras rompo a llorar—. Sí, sí, sí.

Con una sonrisa tan deslumbrante como la mía, inclina la cabeza y se apodera de mis labios sin preocuparle el público, que está aplaudiendo como loco, golpeando el suelo con los pies y gritando de alegría.

Me río sin despegar los labios de su boca. Josh me lleva una mano al pelo y me acerca más a él. Y entonces, por encima de los aplausos, oigo algo que hace que me separe para mirarlo a los ojos, que brillan como locos. American Boy, de Estelle y Kayne West, ha empezado a sonar por los altavoces del plató.

—¡Dios mío! —exclamo, sin dejar de reír.

Y me encuentro pegada al pecho de Josh cuando él tira de mí y me levanta del sofá. Me está dirigiendo una sonrisa de las que hacen historia mientras me sujeta el culo con las dos manos.

—Ahora cuando bailemos podrás relajarte, sonreír y soltarte. —Me da un beso largo y apasionado—. Porque ahora el mundo entero sabe que eres mía.

Le devuelvo la sonrisa y él empieza a dar vueltas por el plató. Echo la cabeza hacia atrás, sintiendo una felicidad que nunca me habría podido imaginar. Liberada de todas mis inhibiciones, el mundo observa mientras yo, la antigua reina de Inglaterra, bailo con mi chico americano en directo en un programa de televisión.

—¡Ahí la tienen, señoras y señores! —grita Graham para hacerse oír por encima de la música y los vítores—. ¡Su única reina!