16
—¿Quién es el idiota que ha dejado las maletas aquí? —refunfuña Damon mientras Josh lo ayuda a levantarse—. ¿Nadie ha oído hablar del control de riesgos?
—Yo sí —comenta Kim con ironía—, pero al parecer por aquí no lo consideran necesario.
Le dirijo una mirada cansada y me levanto con la cafetera en la mano.
—¿Cafeína?
—Sí, por Dios. —Josh se acerca y me quita la jarra de la mano, sorprendiéndome al darme un casto pero intenso beso en los labios antes de servirse y beberse el café de un trago.
Aprieto los labios y le dirijo una sonrisa falsa a Kim.
—Parece que alguien tiene sed.
—Yo también. —Damon se sirve su chute de cafeína—. Por Dios, me va a estallar la cabeza.
—¿Qué está pasando aquí? —Bates asoma la cabeza—. Pensaba que se trataba de una misión furtiva. ¿Por qué nadie me ha avisado de que hacíamos una pausa para el café? —Se acerca a la mesa y le quita la jarra a Damon—. Trae acá.
Kim golpea con la cabeza en la mesa.
—Ay, madre.
—Venga, cálmate —le digo, sirviendo más café para todos—. No es el fin del mundo.
—Cierto —me apoya Josh, antes de meterse una pastita en la boca—. No hemos quebrantado ninguna ley —añade con la boca llena.
Sonrío sin poder evitarlo, pero Kim niega con la cabeza.
—Ni siquiera puedo disfrutar del hecho de estar tan cerca de Josh Jameson. Y, por cierto, romper una ley real comporta castigos muy serios.
Sus palabras me duelen porque, aunque no quiera reconocerlo, sé que tiene razón. Las consecuencias de mis actos pueden causar no solo mi propia ruina sino también la de mi entorno más cercano.
—Menuda pesimista estás hecha —refunfuño, sentándome—. Me he enamorado, ¿y qué? Que me ahorquen si quieren.
Se hace el silencio absoluto en la habitación. Todo el mundo tiene los ojos puestos en mí y me pregunto por qué. Rebobino las últimas frases que he dicho y al fin caigo en la cuenta de por qué están todos observándome como si me hubieran salido cuernos. Hago una mueca y bajo la vista. Ni aunque quisiera podría retirar lo que acabo de decir.
—Sí —dice Josh en voz baja, soltando la pastita a medio comer y rodeando la mesa para acercarse a mí.
Dirigiéndome una sonrisa tan grande que temo que se le vaya a partir la cara en dos, se apoya en la mesa y se inclina hacia mí.
—Dilo otra vez.
Lo fulmino con la mirada, lo que hace que su sonrisa crezca todavía un poco más.
—No pienso hacerlo.
—Oh, sí; lo harás. —Me sujeta las mejillas y las aprieta—. Y más alto, para que a nadie le queden dudas.
Cerdo egocéntrico.
—Te quiero.
Me rindo a su exigencia y, en vez de comprobar si Kim acaba de desmayarse debajo de la mesa, dejo que Josh me bese. Y esta vez no es un beso casto, es uno de los de verdad, con lenguas, gemidos y toda la pesca.
Me olvido de dónde estoy y, hasta que no aparta la boca, no soy capaz de recobrar la conciencia. Josh resplandece de satisfacción. Está encantado consigo mismo y, al parecer, también conmigo.
—¿Te ha costado mucho? —me pregunta con descaro—. ¿Tan duro ha sido proclamar tu amor por mí?
—Eres idiota.
—Por tu culpa; tú me has vuelto así.
Se dirige hacia Kim, coge otra pastita, la tira al aire y la caza con la boca con facilidad.
—Respira, Kim. Parece que estés a punto de desmayarte.
Es verdad. Está blanca como un fantasma.
—Kim, las cosas no son tan graves como parecen.
Estoy mintiendo, por supuesto. Sé que esto, para ella, es terrible.
—¿Y en qué se basa para decir eso?
—Vamos con cuidado —le aseguro—, y confío en mis colaboradores más cercanos.
—¿Señora? —La voz de Olive se cuela en el comedor.
Kim cierra los ojos, tratando de armarse de paciencia.
—No pasa nada —la tranquilizo—. Olive ya lo sabe.
—Genial. ¿Soy la última en enterarme?
—No. Sir Don no lo sabe y no debe enterarse.
—No me haga reír —murmura Kim—. ¿Cree que la foto con Haydon que ha salido publicada en todos los periódicos es una coincidencia?
Miro a Josh, preocupada. Él ha dejado de masticar y vuelve a tener un aspecto fiero.
—No digo que no sospeche, pero no le daré motivos para que lo confirme.
Tendré que esforzarme si quiero mantener a Josh a salvo de las represalias. Me vuelvo hacia Olive, que está esperando pacientemente a que le responda.
—¿Va todo bien, Olive?
—Estaba haciendo su equipaje, señora, y no encuentro por ninguna parte la tiara española.
—Oh, está en…
Me quedo paralizada y busco con la vista a Josh, que vuelve a comer.
—¿Mi tiara?
—Oh. —Señala hacia el dormitorio con la pastita—. Está en… —Y deja caer el brazo—. ¡Joder!
Abro mucho los ojos y rezo para que no diga lo que me temo que va a decir.
—No —suplico.
—Me la olvidé en el bar —dice él.
—No —repito, dejando caer la cabeza hasta golpear con ella la mesa.
—«Vamos con cuidado». —Kim repite mis palabras con ironía mientras se levanta—. Voy en busca de la tiara perdida, una tiara española de valor incalculable.
Se vuelve hacia Damon, que evidentemente sigue borracho, porque le cuesta un gran esfuerzo mantenerse en pie y tiene la mirada perdida.
—Ocúpate de sacarlo de aquí antes de que alguien lo vea —le ordena, señalando a Josh.
Sale del comedor, exasperada y poco después oímos que la puerta de la suite se cierra de un portazo.
—Vamos. —Bates agarra a Josh y tira de él en dirección a la puerta—. Ya hemos abusado bastante de su hospitalidad.
Josh se libra de Bates, corre hacia mí y me planta un beso apasionado en los labios.
—Yo también te quiero.
Me muerde la nariz antes de que Bates vuelva a tirar de él y se lo lleve a rastras.
Tengo que fruncir los labios con fuerza para mantener a raya la sonrisa. Él no deja de mirarme hasta que desaparece por el pasillo, y avanza tambaleándose mientras Bates sigue tirando de él.
Miro a mi alrededor. Este caos es ahora mi vida.
Dejo de resistirme y sonrío.
Y mi sonrisa es épica.