6
Oigo su voz, ronca y distante, pero no distingo lo que me dice. Tampoco tengo fuerzas para pedirle que lo repita. En vez de eso, me hundo aún más en el hueco de su cuello. Noto un temblor y supongo que se está riendo, pero tampoco tengo fuerzas para levantar la cabeza y comprobarlo. Estoy totalmente exhausta.
—Vamos, perezosa —me dice Josh.
—Mmm, mmm.
No sé qué quiere que haga, pero me da igual; no pienso hacerlo.
—Cansada —murmuro, casi dormida.
—¿Te duele la garganta?
—Mmm, mmm.
—¿Te duele entre las piernas?
—Mmm, mmm.
—¿Tienes frío?
—Mmm, mmm.
Unos brazos fuertes me rodean y me abrazan.
—¿Estás cachonda?
—Mmm, mmm.
Él se ríe y empieza a mover mi peso muerto con un brazo mientras con el otro se apoya en la bañera. Pestañeo al notar el suelo bajo los pies, pero cuando la luz me alcanza, escondo la cara en su pecho para refugiarme de ella.
—Das mucho trabajo cuando tienes sueño.
Sin responderle, me pego más a él, rodeándolo con los brazos y las piernas como si fuera hiedra.
—Hacía semanas que no dormía tan bien. Quiero más —digo.
No estoy lista para volver a enfrentarme al mundo. Esconderme en su suite me resulta de lo más apetecible. Y de lo más imposible. Tengo trabajo que hacer y responsabilidades de las que no puedo huir. Pero ahora mismo la única responsabilidad que me gustaría mantener sería este estado de relajación.
Josh sale de la bañera, me deja en el suelo y me envuelve con una toalla antes de levantarme en brazos y llevarme hasta la cama. Se sienta en el borde mientras yo me acurruco de lado, subiendo las rodillas hacia el pecho y hundiendo las manos bajo la almohada.
—Estas camas son muy cómodas.
Él se echa a reír y su pecho se expande al hacerlo.
—Solo lo mejor para mi reina. —Me aparta un mechón de pelo húmedo de la cara y me besa dulcemente—. ¿Tienes hambre?
—No, pero tengo sed.
—Voy a buscar agua.
Se levanta y se pone unos vaqueros de camino a la puerta.
Frunzo los labios, lamentando que haya tenido que taparse por mi culpa. Hay muchos hombres dentro de la suite. ¿Estarán lo bastante lejos para no haber oído mis gritos de éxtasis? Hago una mueca mientras Josh reaparece con una botella de agua.
—¿Qué pasa? —me pregunta, ordenándome con un gesto que me aparte y le haga sitio mientras él se sienta y se quita los vaqueros.
Me echo a un lado y él se apoya en el cabecero y abre la botella antes de pasármela.
—¿Dónde está Damon? —pregunto, sentándome y aceptando el agua.
La sensación de frescor al deslizarse por la garganta es gloriosa.
—Ha recibido una llamada.
Retengo el agua unos momentos en la boca antes de tragar, sin apartar los ojos de Josh.
—¿Y?
—No quiero alarmarte, pero…
Vaya, pues eso es lo peor que me pueden decir. Me siento y me cubro con la toalla.
—¿Qué ha pasado?
—Tu hermano ha desaparecido.
El «ahora» acaba de terminar. Me arrastro hasta el borde de la cama, buscando la ropa.
—Eh, eh. ¿Adónde crees que vas?
Se planta ante mí e impide que coja el vestido.
No me resisto y me quedo quieta.
—No lo sé.
Miro hacia la puerta y me doy cuenta de que no voy a poder salir de aquí hasta que Damon vuelva. Seguro que le ha dado instrucciones a Josh.
—Siéntate.
Josh coge mi ropa, la tira al suelo y tira de mí para que vuelva a tumbarme. Las sábanas me rozan el dolorido trasero y, antes de tumbarme, me acuerdo de algo.
—Mi móvil.
Me levanto y voy a buscarlo al baño. Lo encuentro en la cómoda, pero no tengo llamadas ni mensajes. Supongo que Damon no ha querido preocuparme. Me ha dejado permanecer en mi paraíso —aunque el único santo es él— mientras él se ocupa de la actitud cada vez más desviada del príncipe caído. Me acerco a Josh y me esfuerzo en sonreírle cuando él abre los brazos para que me una a él en la cama. ¿Un abrazo? Eso me vendría muy bien. ¿Qué clase de reina soy, que me vengo abajo por las travesuras de mi hermano? Josh es mi refugio, aunque no está disponible cada vez que lo necesito. Por suerte, hoy sí.
Suelto el teléfono al pie de la cama y asciendo a cuatro patas. Cuando llego junto a Josh, me desplomo sobre su pecho, con un suspiro de derrota.
—Su equipo de Relaciones Públicas se debe de estar tirando de los pelos —susurro mientras me los imagino dando vueltas, tratando de localizarlo y de hacer el control de los daños—. Y Felix debe de estar a punto de vomitar en sus mocasines italianos.
La vibración del pecho de Josh es la única muestra de que le ha hecho gracia lo que he dicho.
—Tu hermano ha recibido un golpe muy fuerte, nena. Tienes que darle tiempo para que se recupere.
—Nadie te da tiempo para recuperarte cuando eres miembro de la familia real, Josh. Solo te permiten aguantar y callar.
Con la mejilla pegada a su pecho, me relajo mientras él me traza círculos en la espalda. Tengo la mirada perdida en la pared y noto el latido de su corazón bajo mi oreja.
—No decías eso cuando te conocí. La princesa rebelde estaba dispuesta a enfrentarse al mundo entero, se resistía a que la hicieran callar. ¿Qué ha cambiado?
—¿Aparte del pequeño detalle de que la corona se ha saltado a dos herederos y ha ido a parar a mi cabeza? —le pregunto, y me gano un pellizco en la espalda como recompensa por mi sarcasmo—. Muchas cosas, Josh. Muchas cosas. Nunca me imaginé que esto podía acabar así y, por lo tanto, nunca me planteé la posibilidad de fracasar. Y no quiero fracasar. No dejo de escuchar en mi cabeza las palabras de mi padre, las palabras de todo el mundo diciéndome que soy un desastre y una deshonra para la monarquía. Tener que enfrentarme al Consejo de Ascenso fue una experiencia muy agobiante, claustrofóbica, pero…, al mismo tiempo, sentí otra cosa. ¿Sabes qué sentí?
—¿Qué, cariño?
—Determinación. Sentir el peso de su silenciosa desaprobación hizo que la determinación creciera y se hiciera más fuerte. Cuando me miraban, juzgándome, sentí ganas de echar a correr, pero al mismo tiempo me apeteció ordenarles que se inclinaran ante mí. ¿Tú lo entiendes? —Lo miro, buscando una respuesta—. Es como si quisiera escupirle al cielo.
—No sé si lo entiendo, pero estás monísima cuando te pones en este plan.
—Oh, calla, idiota.
Me exaspera, pero la verdad es que agradezco que le quite hierro al asunto. Vuelvo a apoyar la mejilla en su pecho. Hace muy poco tiempo que conozco a Josh y no deja de sorprenderme —teniendo en cuenta lo independiente que he sido siempre— esta desesperación inexplicable que siento por él. Me he vuelto adicta a sus opiniones, a su sonrisa, a que me escuche, a su impertinencia. Todo parecía más llevadero cuando estaba en mi vida. Me sentía más ligera, más feliz. Estaba decidida a permanecer a su lado, costara lo que costase.
—Quiero volver a sentirme ligera y feliz —murmuro entre dientes, luchando contra las lágrimas que amenazan con salir—. Sabía que en mi familia eran un atajo de mentirosos, pero ¿esto? Mentiras, engaños, mi madre, Davenport, la crueldad de mi padre…
—Espejismos —dice Josh en voz baja, alzándome la barbilla para mirarme a los ojos—, humo y espejos para ocultarlo todo. Tal vez ahora puedas hacer algo para cambiarlo. Tal vez puedas demostrarle a la gente que los miembros de la familia real son personas normales, como las demás.
Su inocencia me hace sonreír.
—¿Crees que por ser la reina de Inglaterra podré dictar el futuro de la monarquía? ¿Que tengo voz y voto sobre algo?
—Pues claro, joder.
Vaya, qué engañado está.
—Creo que voy a contratar a un tutor para que te enseñe cuatro cosas sobre la monarquía británica.
Él me clava los dedos en broma y me muerde la punta de la nariz.
—No me obligues a azotarte ese culito real. Me he pasado la semana documentándome sobre la jodida monarquía británica.
Alzo mucho las cejas.
—¿En serio?
—En serio. Y deja que te diga que me parece escandaloso que la reina no necesite pasaporte. ¿Qué coño…?
Me echo a reír.
—No puedo expedirme un documento a mí misma.
—¿Y sabías que eres la dueña de todos los delfines que navegan en aguas británicas?
—Lo sabía.
—Y también sé que tienes que firmar todas las leyes que se redactan en el país, así que redacta una que diga que puedes estar conmigo. Fácil.
Niego con la cabeza, que vuelve a pesarme un montón.
—El consejo privado nunca lo permitiría. Y mi ejército de consejeros tampoco. Para eso están las leyes; leyes antiguas que protegen la dinastía pero que siguen siendo leyes.
—Entonces, para despejar cualquier rastro de duda: ¿un simple actor católico y americano no tiene posibilidades de llevarse a la reina de Inglaterra?
Me aparto de él.
—¿Eres católico?
Él imita mi gesto y mi expresión.
—¿Eres la reina?
Le doy una palmada en el hombro.
—No me habías dicho que eras católico.
—Pues sí, una razón más que nos impide estar juntos… Porque Dios no quiera que la cabeza visible de la Iglesia de Inglaterra se enamore de un católico. —Se nota que está exasperado, y, aunque la situación es un asco, sonrío—. Invéntate una ley. Alguna ventaja tiene que tener ser la reina de Inglaterra, por el amor de Dios.
—Yo firmo las leyes, pero no las creo. Además, lo de firmarlas no es más que una formalidad. Las leyes se aprueban en el Parlamento antes de llegar a palacio, donde se les pone el sello, que, por cierto, se llama «asentimiento real». Las únicas leyes que puedo vetar son las que afectan directamente a la monarquía.
—El consentimiento de la reina, sí, ya lo he leído —murmura Josh, malhumorado.
—Buen chico —bromeo, y me río cuando él gruñe—. Pues con esto daríamos por cerrada la lección de hoy. Mañana hablaremos sobre los ministros.
—¿Esos tipos que ostentan todos tus poderes? Genial, me muero de ganas.
—Venga, deja de quejarte y bésame.
Lo agarro por las mejillas, acerco su cara a la mía y le doy un beso profundo que nos tiene a los dos gimiendo al momento. Y todos los obstáculos desaparecen. La angustia se enmascara. Estoy en casa. Me separo y veo que Josh me está examinando la cara, centímetro a centímetro. ¿En qué estará pensando? Me muerdo el labio y espero. Finalmente inspira hondo y habla.
—Tienes mi vida en tus manos, majestad. —Sus palabras murmuradas me golpean con fuerza—. Te quiero. Tú me quieres. Y hoy por hoy eso debería ser suficiente.
Debería, pero ambos sabemos que no lo es.
—El escándalo acabaría con la familia real.
—Sé la reina del escándalo, nena.
Sonrío y le acaricio la mejilla, rogándole con la mirada que lo entienda.
—Todos los secretos saldrían a la luz, destrozarían la vida de mis seres queridos. No puedo hacerles eso, Josh.
Me sorprende su reacción cuando se echa hacia atrás, bruscamente, como si lo hubiera ofendido.
—Pero ¿en cambio ellos pueden encadenarte a un trabajo que tú no quieres?
Sé que está enfadado porque su acento es más marcado que hace un momento.
—No es tan sencillo.
Me incorporo y me aparto un poco, porque su ira me quema.
—Mentira, joder. ¿Por qué no? ¿Me estás diciendo que las cosas entre tú y yo van a tener que ser siempre así? ¿Vamos a tener que vernos a escondidas y solo cuando me deje caer por el viejo continente?
—¿Y qué otra cosa podemos hacer?
Abre mucho los ojos.
—Me cago en la puta. —Se echa a reír—. ¿De verdad crees que voy a conformarme con esto?
Mantengo la boca cerrada porque no sé qué decir. Fue él quien insistió en seguir adelante con lo nuestro, a pesar de que le advertí que era imposible. ¿Y ahora me culpa a mí? ¿Y me dice que yo no soy suficiente?
—Ya veo que sí. Esperas que viva a tu sombra.
—¿Qué ha pasado con lo de vivir en el presente? —pregunto con voz lastimosa.
—¡Que se joda el presente! Yo quiero un para siempre y quiero vivirlo a la vista de todo el mundo, en el mundo real, ese tan grande y amenazador. —Se levanta de la cama y se pone los vaqueros—. Quiero salir y decirle al mundo que estamos juntos. —Señala hacia la puerta antes de abrocharse los pantalones—. Que te quiero, que eres mía, joder.
—Muy romántico, Josh.
Se detiene con una mano en la bragueta y me clava en el sitio con la mirada.
—No puedo pasarme el día escondiéndome, Adeline. Y me jode que esperes que lo haga.
—¡¿Quieres parar de decir palabrotas?! —grito—. ¡¿Qué quieres que haga?!
—Quiero que dejes lo que te hace infeliz y te quedes con lo que te hace feliz.
Me sobresalto, sorprendida por su franqueza.
—No puedes pedirme eso.
—Sí que puedo. De hecho, no te lo estoy pidiendo. Te digo que lo hagas. Ambos sabemos que no lo quieres. Pues déjalo, joder. Déjalo por mí.
Me quedo pasmada.
—¡Cerdo egoísta! —Me levanto, temblando de rabia—. Deja tú de ser actor.
—No digas tonterías, Adeline. Yo adoro actuar, es mi vocación. Pero llevar una corona en la cabeza no es la tuya, a menos que la lleves puesta mientras te follo por detrás.
Me quedo boquiabierta. ¿Me está diciendo que no es mi vocación? ¿Está sugiriendo que no valgo para esto? ¿Duda de mí igual que el resto del mundo?
—Te merecerías que te diera una bofetada.
Él me dirige una sonrisa burlona que avergonzaría a los hombres caballerosos que aún quedan en el mundo.
—Adelante, querida.
Da un paso y me ofrece la cara, provocándome.
No me puedo creer que esté pensando lo que estoy pensando —me parece bochornoso—, pero lo que me apetece es darle un cabezazo a ese cabrón engreído.
—Me voy —digo, y me doy la vuelta, recojo el vestido del suelo y empiezo a ponérmelo.
—Te equivocas. Tú no vas a ninguna parte hasta que vuelva Damon.
Se mete en el baño, decidido y arrogante, y cierra la puerta de un portazo. Desde dentro me llega un bramido seguido de un puñetazo.
—Eso ya lo veremos —replico.
Recojo mis cosas y me escapo. Abro la puerta y, como voy tan deprisa, estoy a punto de chocar contra una espalda cubierta por un traje oscuro.
—¡Caramba!
Uno de los hombres de Josh mira por encima del hombro, un poco alarmado.
—¿Todo bien, majestad?
No tengo ocasión de responder porque Josh me tira del brazo y vuelve a meterme en la habitación.
—¡¿Hace falta que te recuerde a quién estás tratando así?! —le grito, liberándome.
—No, no hace falta.
Apoya una mano en la puerta, impidiéndome la salida con un gesto desdeñoso. Yo resoplo y adopto su misma expresión.
—Y no te pongas megapija conmigo solo porque estés enfadada.
—No estoy enfadada. ¿Por qué iba a estar enfadada?
—Porque tengo razón.
—Eso es totalmente ridículo.
Hago una mueca al oírme y Josh se echa a reír, con la cabeza hacia atrás.
—¡Oh, que te jodan! —Le doy un empujón.
—Eso me gusta más, mi reina, la de la boca sucia.
Estoy cada vez más furiosa.
—Me voy.
Vuelve a apoyar la mano en la puerta.
—No seas idiota, Adeline. Como des un paso por el hotel se liará una buena. Te quedas aquí hasta que vuelva Damon y punto.
En ese momento llaman a la puerta y ambos nos la quedamos mirando.
—¿Majestad? —La voz de Damon se cuela en la habitación y trato de abrir.
—Damon, quiero irme de aquí. ¡Pulgares hacia abajo!
—¡Qué coño…!
Josh mantiene la puerta cerrada mientras Damon trata de entrar. Josh aparta mi mano del pomo y echa el pestillo.
—Tú y tus malditos pulgares.
Me levanta y me aparta de la puerta, y yo no paro de gritar y patalear como una niña pequeña. Me suelta y me señala con el dedo, furioso como un oso pardo, con el pecho subiendo y bajando como un fuelle. Está buscando qué decir, abriendo y cerrando la boca como un pez, pero no dice nada porque ya lo ha dicho todo.
—Damon está aquí, así que ya puedo irme.
—Señora —me llama Damon—. Tengo a un príncipe muy borracho en el coche.
Ahogando un grito, me vuelvo hacia la puerta. ¿Eddie está aquí? Me lanzo hacia ella, pero me detengo en seco cuando Josh me agarra del hombro porque noto un dolor muy agudo. Grito e inspiro entre dientes, sujetándomelo.
—¡Mierda! Adeline, lo sient…
—Me voy. —Me vuelvo bruscamente, haciendo rodar el hombro mientras camino—. Haz lo que se supone que tiene que hacer todo el mundo y respétame.
Él retrocede, herido, y niega con la cabeza lentamente. Nunca lo había visto decepcionado. Hasta ahora. Y no me gusta. De todas las personas a las que podría decepcionar, Josh está al final de la lista. Dios mío, es que ni siquiera está en la lista.
—Bien, pues me comportaré como uno de tus leales y devotos súbditos, si es lo que quieres. —Da un paso atrás, agacha la cabeza y señala la puerta teatralmente—. Majestad.
Siempre me ha gustado que Josh me llamara por mi título, no porque disfrutara al recordar mi estatus —lo odiaba—, sino porque, en su voz, nunca me sonaba como una carga. Sonaba ligero y despreocupado. Sin embargo, ahora suena lleno de resentimiento, lo que resulta muy irónico porque es así como yo siempre lo sentí. Y si unimos ese resentimiento a la expresión burlona de su cara, ya lo tenemos todo para sentirme insignificante, una absoluta inepta.
Me lo quedo mirando y él me abrasa con sus ojos.
—No vuelvas a darme órdenes; nunca me inclinaré ante ti.
—Nunca te lo he pedido.
—Acabas de hacerlo, Adeline.
Tiene la mandíbula tan apretada que le vibra. Inspira con demasiada fuerza para mi gusto, como si se preparara para decir algo que sé que no me va a gustar.
—Puedes ser la reina de tu país, nena —susurra, con la mirada perdida—, o puedes ser mi reina. —Da un paso atrás—. Pero no puedes ser ambas.
Me muero por dentro.
Tiene razón.
Es como si se hubiera abierto una cueva en mi pecho y hubiera succionado mi corazón. «No tengo elección, ya no». Él vivirá su vida y encontrará su final feliz. Yo viviré envuelta en responsabilidades y cubierta por la capa de mi soledad.
Al final, Josh ha resultado ser como todas las demás personas que han pasado por mi vida: superficial, estrecho de miras, cargado de prejuicios. Cree que no soy capaz.
Despacio, me dirijo hasta la puerta y la abro. Damon me recibe muy serio.
—Estoy lista —le digo sin más, sin pronunciar una palabra de despedida o dirigir una última mirada atrás.
Damon me coloca la mano en la parte baja de la espalda y se lleva la otra al pinganillo. Mientras me conduce a la puerta, va dando instrucciones. Mantengo la vista clavada al frente, con determinación, sin permitirme pensar en lo que estoy dejando atrás. Recorremos varios pasillos, entramos en un ascensor y luego salimos a la calle. En medio de esta pesadilla, mi mente da vueltas. Toda la vida he querido huir de mi historia, mi herencia, y ahora en cambio estoy huyendo de una relación. Pero es que se trata de una relación con un hombre que pretende que lo deje todo por él. Me ha dado un ultimátum. No importa que semanas atrás yo hubiera estado dispuesta a dejarlo todo porque esa decisión la había tomado yo. Nadie más que yo. Pero ahora las cosas han cambiado y hay mucho más en juego. Y Josh solo parece estar pensando en sí mismo. Qué suerte poder permitirse ese lujo. Yo, en cambio, no puedo. Debo vivir al filo de la culpabilidad, la responsabilidad y un orgullo absurdo del que me gustaría librarme. Demasiadas personas dependen de mí.
—¿Señora? —Damon me está observando.
Parpadeo y me doy cuenta de que estamos en la acera a plena luz del día. Los guardaespaldas me rodean por todos lados excepto por el del coche, que tiene la puerta abierta.
—Debería entrar.
Sacudo la cabeza para despejarme y subo al vehículo.
—¡Addy! —Eddie se abalanza sobre mí.
Lo miro, alarmada, y arrugo la nariz al notar el olor a rancio que desprende.
—Dios mío, hueles igual que una fábrica de cerveza.
—¿Y tú cómo sabes a qué huele una fábrica de cerveza? —Se ríe y su risa es infantil, familiar, pero no me hace sentir mejor.
—Estás borracho. —Niego con la cabeza, mostrándole mi desaprobación, y miro a Damon cuando entra en el coche—. ¿Dónde estaba?
—Su alteza real se ha aficionado a frecuentar el Club 62.
Pone el coche en marcha y espera a que el vehículo que nos precede arranque para seguirlo.
—¡Eh! —Eddie se echa hacia delante y se agarra del reposacabezas de Damon—. Ya no puedes llamarme así, Damon. No soy real. Llámame Eddie.
Frunzo el ceño, ignorando al bobo de mi hermano.
—¿Club 62? Nunca lo había oído. ¿Qué tipo de local es?
—Chisssssst. —Eddie alarga mucho las eses y se cae hacia la puerta cuando Damon coge una curva—. No se lo digas; es un secreto.
—Un club de caballeros, señora. Uno que no es adecuado para damas como usted. Para ninguna dama, de hecho. —Busca mi mirada en el espejo retrovisor—. A menos que trabajen allí, por supuesto.
Me quedo boquiabierta.
—¿Un club de striptease?
—Eeeh, Damon —gimotea Eddie—. Has roto el pacto de sangre.
—No soy miembro del club, alteza, así que no puedo romper ningún pacto.
Miro al uno y al otro, asombrada por lo que oigo.
—Eddie, no puedes ir a ese sitio.
Si sale a la luz, el escándalo será mayúsculo.
—Perdona, pero puedo hacer lo que me plazca. Y ya que aparentemente no valgo para ser rey, voy a aprovecharme de la situación.
De repente se pone verdoso y empieza a tragar saliva repetidamente.
—Oh, no —murmura.
—¿Qué pasa? —Lo miro de arriba abajo.
—¡Oh, mierda! —exclama Damon, cuando Eddie se abalanza sobre mí y vomita.
En mi regazo.
—¡Dios mío! —grito, y levanto los brazos mientras un olor nauseabundo inunda el coche.
—¡Ups! —Eddie se incorpora y se echa hacia atrás en el asiento, con la frente sudorosa—. Acabo de vomitar sobre la reina de Inglaterra. —Se echa a reír, secándose la boca con la manga—. Joder, lo he hecho de verdad.
—Eres despreciable —le suelto, indignada, y hago muecas al ver la porquería que me ha dejado de regalo sobre el regazo—. Damon, para aquí mismo.
Ya noto el vómito calándome el vestido y calentándome los muslos.
—Me temo que no puedo, señora.
Me señala el parabrisas y veo que el tráfico es muy denso.
—Maravilloso —refunfuño—. ¿Y se supone que voy a tener que ir todo el camino con el vómito de Eddie encima?
Damon responde encogiéndose de hombros y Eddie conteniendo la risa.
Así que me quedo inmóvil como una estatua, por miedo a que la porquería se extienda todavía más, hasta que llegamos a Kellington, apestando como una mofeta.
Pero al menos este problema se arreglará con una buena ducha.
El resto de las cosas que apestan en mi vida están fuera de mi control.