11
He hablado con tanta gente que he perdido la cuenta. Diplomáticos, directores de cine famosos, de todo, aunque con ninguno he disfrutado tanto como con el presidente. Hasta ahora no he tenido que recurrir a las señales secretas para que vengan a rescatarme, pero un miembro del Parlamento me está matando de aburrimiento hablándome de una ley que acaban de aprobar sobre las armas en el sur y lo que esa ley supondrá para los traficantes de armas, así que me acaricio el pendiente de la oreja izquierda. Básicamente, está disgustado porque la ley puede suponer un descenso en la producción. Tengo mi propia opinión sobre el tema, pero no es lo que este idiota quiere oír, así que me la reservo.
Veo que Kim se acerca a la mesa, pero el presidente se le adelanta y se planta ante mí. Extendiendo una mano como un auténtico caballero, me dice:
—Majestad, ¿me haría el honor?
Lo miro, un poco sorprendida.
—¿De bailar? —le pregunto, por si acaso he malinterpretado su gesto.
—Prometo no pisarle los pies.
Me río y miro a mi derecha, donde está sentada Melitza. No necesito pedirle permiso, pero soy cortés y respetuosa. Ella asiente y me agradece con una sonrisa que haya buscado su aprobación antes de aceptar la invitación de su marido.
—Me encantaría.
Me levanto y mientras camino por detrás de la mesa, las conversaciones empiezan a acallarse en toda la sala cuando la gente se da cuenta de lo que está a punto de pasar. Sir Don se aparta del grupo de hombres con el que estaba hablando y me sigue con la vista atentamente, muy serio, mientras me acerco a la pista de baile. Veo que bebe un poco de agua, pero luego dejo de mirarlo porque no quiero ser testigo de su desaprobación silenciosa. Voy a bailar con el presidente de Estados Unidos. ¿Y qué?
Cuando llego a la pista, acepto la mano que me ofrece Ed. La banda de música se ha quedado en silencio al vernos llegar. Hago una reverencia al mismo tiempo que Ed se inclina ante mí.
—Una cosa —le advierto, mientras me toma entre los brazos—. No hay mucho espacio para moverse dentro de este bendito vestido, así que no me sacuda demasiado.
Riéndose, él da la señal a la banda, que hace sonar un dramático redoble de tambor que hace reír a todo el mundo, a mí también.
—Ay, madre. —Me río cuando oigo que tocan Sing, Sing, Sing, de Benny Goodman—. ¿Han elegido expresamente la canción más movida de su repertorio?
—Bueno, es una ocasión feliz. —Con una sonrisa traviesa, el presidente me echa hacia atrás hasta que los brazos de los dos quedan extendidos al máximo—. ¿Lista, majestad?
—No lo sé. ¿Lo estoy? —le pregunto con una sonrisa irónica, mientras la sala se llena de aplausos.
—Algo me dice que está lista para cualquier cosa.
Tira de mí y, tras sujetarme con delicadeza pero de manera muy profesional, salimos dando vueltas por la pista, girando y pisando con fuerza, riendo y haciendo un poco el payaso. Contengo el aliento cada vez que me hace dar vueltas y él da palmadas cuando me suelta y le quedan las manos libres. Las cámaras disparan los flashes casi al ritmo de la música y de nuestros pasos. Los espectadores están disfrutando de lo lindo con el espectáculo. Yo también, mi sonrisa es genuina y, por el brillo de los ojos de Ed, él también se lo está pasando de maravilla. No dejamos ni un centímetro de la pista por recorrer. Yo no soy una bailarina especialmente buena y nunca había bailado así, con tanta energía y entusiasmo, pero el presidente sabe lo que se hace. Espero que, gracias a su guía, parezca que bailo tan bien como él.
Cuando la canción está a punto de acabar, me preparo para lo que me imagino que será un final espectacular. No me equivoco. Me pongo a reír cuando Ed me echa hacia atrás teatralmente y me mantiene inclinada hasta que la música se detiene por completo. Y cuando la gente nos aplaude entusiasmada, me levanta y se inclina ante mí.
—Tiene una energía inagotable —me alaba.
Me río y rompiendo las normas, lo agarro por el bíceps y me acerco a él. Apoyando levemente la mejilla en la suya, le digo:
—Gracias, me he divertido mucho.
—Ha sido un placer.
Me toma las manos, las aprieta y sonríe, mientras la banda baja la intensidad y empieza a tocar una canción menos vigorosa.
—Oh, Fats Waller. —El presidente arquea las cejas.
—Ain’t Misbehavin’.
La primera dama se dirige a la pista, donde ya varias parejas han empezado a bailar a nuestro alrededor.
—¿Le importaría? —me pregunta, mirando a su marido con los ojos brillantes de amor.
—En absoluto. —Me acerco a ella y le doy dos besos en las mejillas—. Gracias por prestármelo.
Ella se echa a reír, feliz y despreocupada.
—Es lo menos que podía hacer después de haber roto todas las normas de protocolo que existen.
—Oh, que le den al protocolo —contesto en el mismo tono, y los dejo para que bailen.
Ahora ya no me cuesta sonreír. Desde luego, me cuesta mucho menos que respirar. Paso entre la gente, que me sonríe de forma afectuosa. Cuando veo que Kim y Damon me están sonriendo con el mismo afecto que los invitados, me pasa algo raro. No suelo sentir vergüenza, pero esta vez agacho la cabeza y sigo sonriendo, pero mirándome los pies. Estoy llegando al final de la pista de baile, donde podré librarme de la atención de la gente, cuando unos zapatos de vestir masculinos me barran el paso.
Me detengo justo un segundo antes de chocar contra el dueño. La sonrisa se vuelve demasiado pesada y se me borra de la cara. ¿Qué hace?
—Esta canción fue escrita para nosotros, Adeline —me susurra, alzando lentamente una mano para invitarme a bailar.
Trago saliva antes de alzar la vista. Cuando lo hago, veo que su mirada me está suplicando. Soy consciente de todos los ojos que hay clavados en nosotros, expectantes. Sería muy idiota si diera razones para que alguien sospechara; como me repito una y otra vez, el mundo está observando. Sir Don también. Supongo que, para Josh, esta es una manera de decirle que se joda, a él y al equipo que le advirtió que se mantuviera apartado de mí. ¿Acaso a Josh no le preocupa su reputación? Si los provoca, la destrozarán.
—Gracias, pero…
—Por favor —me ruega, en voz muy baja—. No hagas que los titulares de mañana sean que la reina declinó bailar con Josh Jameson.
Ya, pero si no lo hago, los titulares de mañana serán que la reina bailó con Josh Jameson. Todo el mundo nos está mirando.
—¿Por qué haces esto? —murmuro.
Y él no necesita más. Me toma con delicadeza entre los brazos, apoyándome una mano en la parte baja de la espalda y cogiéndome la mano con la otra. No puedo impedírselo, al menos no sin montar una escena que llamaría todavía más la atención que bailar con él.
—Porque los hombres desesperados hacen cosas desesperadas.
Nuestros pechos entran en contacto cuando Josh empieza a moverse despacio por la pista de baile. No me queda más remedio que apoyar la mano en su hombro, porque la otra opción es dejarla colgando en el aire y eso sería raro.
—Y las mujeres desesperadas hacen cosas idiotas.
—¿Estás desesperada, Adeline?
—Sí, estoy desesperada por que me dejes en paz.
«Déjame en paz para que pueda mantener una apariencia tranquila delante de la gente».
Aprieta ligeramente la mano que tiene a mi espalda; es una advertencia sutil.
—Deja de ser tan dramática, majestad. No puedes actuar como si yo fuera cualquier otra persona. Recuerda con quién estás hablando, a quién estás tratando de engañar. —Tira de mí, haciendo que nuestros pechos se junten un poco más—. Los latidos de tu corazón lo dicen todo.
Con la boca a escasos centímetros de su hombro, observo la tela de su chaqueta, sintiendo los latidos de mi corazón.
—Tú también lo dijiste todo en tu suite. Dijiste que esto no era mi vocación.
—Cuando amas a alguien, dices tonterías.
—Tienes que parar.
—Nunca pararé. —Es una promesa—. Y borra esa expresión de terror del rostro.
—Es que estoy aterrada —admito, volviendo la cara ligeramente hacia la izquierda.
La pista de baile se ha llenado de parejas. Me obligo a fingir una sonrisa para que los espectadores crean que me lo estoy pasando bien, en vez de sufriendo una debacle emocional. La piel me vibra, el corazón está a punto de salírseme disparado del pecho y caer en la pista de baile.
—¿Por qué? —me pregunta.
Me mira serio y solo puedo pensar en que me está observando como si yo fuera su día y su noche, y en que todo el mundo debe de estar percatándose. Por eso aparto la vista y le sigo el ritmo con dificultad.
—Porque lo quiero todo. —Las palabras me salen de manera natural, como si solo necesitara su contacto para que mi sinceridad se activara—. Quiero proteger a mi familia, quiero demostrar a los que no confiaban en mí que se equivocaban. —Cierro los ojos un instante y le digo a Josh lo que ya sabe—. Y te quiero a ti.
—Soy tuyo, Adeline. Lo soy desde el momento en que me dirigiste aquella sonrisa seductora.
Pensaba que era imposible que mi corazón latiera más deprisa, pero estaba equivocada.
—Pero es que no me entiendes.
—Claro que sí. Y eso es lo que más me asusta. Sé que puedes hacerlo. —Cuando llegamos a una de las esquinas de la pista, me hace girar suavemente con él—. No debería haberme puesto como me puse. Lo siento. Esta semana ha sido horrible, y esto no tiene vuelta atrás, así que más nos vale encontrar una solución cuanto antes o voy a volverme loco, joder.
El estómago me da un brinco y la sonrisa que tanto me costaba encontrar vuelve a su sitio.
—Hablas como un carretero.
Siento su sonrisa pegada a mi pelo.
—¿Eso es un sí?
—El mundo nos observa, Josh.
—Pero no nos escucha.
Nos hace dar vueltas y, en una de ellas, mi mirada se cruza con la del presidente, pero la aparto con rapidez al darme cuenta de que nos observa con demasiada curiosidad.
—Di que sí —me pide.
—¿Y cómo se supone que vamos a hacer eso?
—Empezaremos en tu suite.
—Josh, lo digo en serio.
—Yo también. De momento, lo más importante es volver a familiarizarme con lo que es mío. Mañana ya hablaremos.
Las palabras se me quedan trabadas en la garganta mientras trato de ponerlas en orden en la cabeza.
—No puedo pasar otra noche contigo hasta que los dos tengamos claro lo que pasa entre nosotros.
—¿Lo que pasa entre nosotros? —repite, un tanto perplejo—. ¿No es obvio, Adeline? Ya ha pasado: nos hemos enamorado. Y cuando dos personas se enamoran, hacen lo que sea para poder estar juntas.
Me desinflo un poco entre sus brazos. ¿Volvemos a estar en este punto?
—Josh, lo que conoces sobre los secretos de mi familia no es más que la punta del iceberg. Si nos pongo a nosotros por delante, me convertiré en la instigadora de la caída de mi familia. No puedo hacerlo.
Espero que lo entienda. No estoy poniéndole las cosas difíciles por capricho. Ahora mismo, lo nuestro me parece imposible.
—Lo sé.
Ladea la cabeza y nuestras caras quedan más cerca la una de la otra.
—Pero no puedo estar sin ti —prosigue—. Lo he intentado esta semana y casi me vuelvo loco. Sin ti la vida pierde el color. No hay emoción ni calor. Estoy al borde del abismo, Adeline, y lo único que puede salvarme de caer es la esperanza de resolver las cosas entre nosotros.
Trago saliva, cierro los ojos e inspiro por la nariz, inhalando ese aroma que es cien por cien Josh.
—¿Y eso qué significa, Josh?
—Significa que te quiero, mujer. Significa que sin ti, yo no existo.
Le doy un empujón disimulado y él contiene la risa. Sabe que no es eso lo que le estoy preguntando.
—De momento significa que vamos a tener que ser discretos. Y que necesitamos que alguien nos ayude.
Tiene razón. Es imposible que nos veamos sin que alguien se entere.
—Confío en mi gente —le digo, porque sé que es lo que quiere oír.
—¿En todos?
—En la mayoría, sí.
—¿La mayoría?
—Bueno, en los más cercanos. Hay algunos que no deben enterarse. Sir Don, por ejemplo. O David Sampson. De hecho, casi ninguno de los consejeros que he heredado de mi padre. Están esperando a que dé un paso en falso y, francamente, esto sería más que un paso. Te aniquilarían con sus garras sin pestañear. —Cuando él alza las cejas, me encojo de hombros—. Es la verdad. Y el hecho de que estemos dando vueltas a la pista delante de todo el mundo no ayuda en nada.
—Te creo.
Josh se aparta un poco cuando la canción llega a su fin y me deslumbra con una sonrisa que no es solo para mí. Sir Don nos sigue observando. Siento sus ojos entornados en la espalda.
—Nos vemos en tu hotel.
—¿Cómo? —le pregunto en voz baja, mientras él se inclina ante mí y la gente empieza a aplaudir a la banda.
—Sonríe, Adeline —me ordena Josh.
Al mirar a mi alrededor, veo que vuelvo a ser el centro de atención. Así que sonrío y hago una pequeña reverencia de agradecimiento, tratando de aparentar calma y normalidad.
La oportunidad de hablar ha llegado a su fin; ahora ya solo puedo pensar. Y me siento fatal al ver que Kim me dirige una mirada de desaprobación desde el otro extremo de la sala. La de sir Don está cargada de sospecha. Empiezo a pensar en qué voy a decirle cuando hable con él.
Solo ha sido un baile.
Pero, para mí, lo ha sido todo. Josh cree en mí.