29
Me vuelvo bruscamente y me encuentro a Josh tras la puerta. Me quedo paralizada por la conmoción, mientras él toma el control de la puerta y empieza a cerrarla, dejando a Davenport del otro lado.
—¿Qué está pasando aquí? —le pregunto a Davenport, cada vez más asustada—. Exijo saberlo.
—Lo siento, señora —Davenport parece arrepentido de verdad—, pero el señor Jameson ha venido armado.
—¿Armado? ¿Lleva un arma? ¿Lo ha obligado a hacer esto a punta de pistola?
—No —responde Josh—. Le he dicho que, si no te hacía venir, subiría al escenario y le contaría a todo el mundo quién es su hijo.
Josh lo dice tan serio que estoy a punto de creérmelo. Le dirijo una mirada que no deja lugar a dudas sobre el desprecio que siento por él.
—¿Has chantajeado a mi secretario personal? Cuando pienso que no puedes caer más bajo, siempre me sorprendes. ¿Es que no tienes límite?
—No. No cuando se trata de ti.
La puerta se cierra y nos quedamos a solas. Corre el pestillo y nos quedamos a solas y encerrados. Se vuelve lentamente hacia mí. Su cara me cautiva como siempre y hace que el corazón se me acelere.
—Esto de la boda se nos está yendo de las manos —dice muy serio, acercándose.
—¿Se nos está yendo de las manos? —repito, incrédula, retrocediendo.
Me enfado conmigo misma por mostrar debilidad, pero es primordial que mantenga las distancias. Parece enfadado. El ámbar de sus pupilas brilla con fuerza. ¿Por qué demonios está enfadado? No tiene derecho a estarlo. La única que tiene derecho a estar enfadada aquí soy yo.
—¿Te has acostado con él?
Me detengo y me quedo boquiabierta.
—Eso no es asunto tuyo.
Aprieta los dientes antes de decir:
—De rodillas.
—¿Perdón?
—¡Ponte de rodillas de una jodida vez, Adeline! —grita, avanzando hacia mí—. Tu rey te ordena que te arrodilles, así que ¡arrodíllate, joder!
Me lo quedo mirando totalmente atónita. Y asustada. Me tiemblan las piernas y me cuesta mantenerme en pie. Mis piernas quieren obedecerlo. Está lívido, temblando con violencia ante mí. Parece a punto de perder la razón.
—No me inclino ante nadie —le digo, enunciando con claridad, e inyectando toda mi determinación en mis palabras, para que se dé cuenta de que hablo en serio—, y menos ante ti.
Lo aparto de un empujón y me dirijo a la salida. No debería haber hablado con él. ¿Por qué lo he hecho? Me sobresalto cuando una sacudida me recorre el sistema nervioso. Mi cuerpo me traiciona, quiere obligarme a que me arrodille.
—No —dice Josh, que me agarra de la muñeca y hace que me detenga sin esfuerzo.
El pánico se apodera por completo de mí, y pierdo la poca razón que me quedaba. En medio de un tornado de locura, me vuelvo hacia él con tanta violencia que la tiara sale despedida a la otra punta de la habitación.
—¡No te atrevas a tocarme! —grito, tratando de escapar de su mano de acero—. ¡No vuelvas a tocarme nunca más!
El contacto de su carne me abrasa la piel. Intento liberarme ayudándome con la otra mano, pero, de repente, el suelo desaparece bajo mis pies y me encuentro con la cabeza pegada a su pecho. Me está abrazando con fuerza, estrujándome. Con los brazos atrapados no puedo defenderme. Me sacudo con violencia, casi sin aliento, pero logro darle más de una patada.
—¡Suéltame!
Él afloja su abrazo de hierro cuando lo alcanzo en la espinilla. Aprovecho el momento para escapar y correr hacia la puerta. Con una mano en el pomo, abro el pestillo con la otra.
—¡No! —brama Josh, agarrándome de la cintura y tirando de mí—. No vas a dejarme, Adeline.
Entramos en un combate cuerpo a cuerpo, forcejeando y gritando. Me resisto mientras Josh trata de inmovilizarme las manos. Dominada por la furia, lo veo todo a través de una niebla carmesí. Todas las cosas odiosas que me han pasado en la vida, tanto las lejanas como las recientes, están saliendo de mi interior a la vez. La olla a presión acaba de estallar y Josh está recibiendo la peor parte con mis gritos y mis golpes. Lo odio todo, especialmente a mí, pero por encima de todo lo odio a él, por haberme mostrado lo que pude haber tenido. Por haberme enseñado lo que es el amor para luego arrebatármelo con crueldad. Por ser mi héroe antes de convertirse en villano.
—¡Te odio! —grito, dándole puñetazos en el pecho—. ¡Te odio, joder!
—Por fin ha vuelto —gruñe.
Me da la vuelta y me abraza por detrás, pegando mi espalda a su pecho, cruzando e inmovilizándome los brazos. Estoy atrapada, agotada, me falta el aire. Mi cuerpo se sacude, pegado al suyo. Es como si creáramos unas olas violentas que chocan entre los dos. Acercando la boca a mi oído, me susurra:
—Por fin ha vuelto, joder. —Sus palabras son una brisa que sopla sobre mi piel—. Mi reina.
La adrenalina da paso a las lágrimas. Cada vez me cuesta más respirar.
—¿Cómo has podido…? —le pregunto con la voz rota por las emociones—. ¿Cómo has podido hacerme eso? Después de todo por lo que habíamos pasado…
—Tienes que escucharme, Adeline. —No afloja el abrazo—. Por favor, dime que me escucharás.
—No pienso volver a escuchar tus mentiras.
—Muy bien.
Con un solo movimiento, me encuentro tumbada en el suelo. Josh está sobre mí y tengo las manos atrapadas. En cuanto veo su cara, tan llena de frustración, cierro los ojos, porque no puedo permitir que atraviese las grietas de mi armadura. Porque tiene grietas, muchas. Y por su culpa. Fue Josh quien derribó mis murallas.
—Me vas a escuchar quieras o no. —Se pone cómodo, tumbado sobre mí, asegurándose de que no me voy a ir a ninguna parte—. No me mires si no quieres, pero me vas a escuchar.
Tiene razón; no puedo hacer nada para bloquear ese sentido, por mucho que trate de gritar en mi cabeza.
—Esa mujer…
—¡Calla! —grito, cada vez más alterada.
—Vino por dinero, Adeline.
—¿La contrataste tú? —Me revuelvo, rabiosa, bajo su cuerpo.
—¡No, joder, claro que no! —Josh también se mueve, clavándose en mí, pero no abro los ojos—. Me drogaron. Cuando me desperté no sabía dónde estaba. Vi a esa mujer en la cama y tus pendientes en la mesita de noche. Pensé que me había vuelto loco.
Pero ¿de qué va? ¿Habla en serio? Ah, vale, no, es actor. Si cree que me voy a tragar esa sarta de mentiras, va listo. No pienso dejar que me vuelva a engañar.
—Estaba desnuda. Igual que tú. —No puedo contenerme más. Abro los ojos y lo fulmino con la mirada—. Llevabas un condón puesto.
Me encojo al oírme y la garganta se me hincha tanto que me temo que no voy a respirar en mi vida.
—No —dice.
Cuando logro mover los brazos unos centímetros, él me los levanta por encima de la cabeza y vuelve a aprisionarlos.
—Llevo dos semanas tratando de averiguar qué demonios pasó esa noche. Necesitaba hechos, pruebas, para que creyeras en mí. Sabía que las apariencias estaban en mi contra, sabía que necesitaba algo más que palabras para que me creyeras.
—¿Y ahora? ¿Piensas que te voy a creer?
—Sí. Me hice un análisis de drogas, Adeline. Salió positivo. Nos metieron droga en las copas, los muy cabrones… Nos costó que la mujer que contrataron para que se acostara a mi lado confesara, pero acabó reconociéndolo. Le confesó a Bates que le pidieron que se colara en mi habitación. Ella y su amiga lo lograron seduciendo a dos de mis hombres. Una vez en la suite, pidieron servicio de habitaciones. Yo me tomé un par de copas y me empecé a encontrar tan mal que me metí en la cama.
Lo miro, tratando de asimilar lo que me cuenta con mi mente alterada, pero no, no puedo creerlo. No debo confiar en él; no puedo exponerme a volver a sufrir el mismo dolor.
—¿Me estás escuchando? ¿Has oído hasta qué punto han llegado? Adeline, te quiero. Nunca, nunca te traicionaría. —Los ojos se le nublan mientras vierte su dolor sobre mí—. Me quitaría la vida antes de hacerte daño. Eres el principio y el fin de todo para mí. ¿Cómo puede ser que no te des cuenta?
—Te vi en la cama con otra mujer —digo con esfuerzo, apartando la mirada. Mi mente está presa en una telaraña de engaños de la que no logro liberarme—. ¿Qué quieres que piense si mi cabeza no deja de atormentarme con esa imagen? Es lo único que veo. Te vi, Josh. Os vi a los dos. —Las imágenes ocupan toda mi mente, no hay sitio para nada más—. Desnudos. Tu… —Trago saliva y niego con la cabeza, tratando de librarme del odioso flashback—. No puedo borrarlo de mi mente. ¿Cómo crees que me hizo sentir?
—Me imagino que tan furiosa como yo cuando te veo en fotos al lado de otro hombre. —Hace que vuelva la cara hacia él—. Estoy destrozado, pero lo que más me destroza es saber que creíste que sería capaz de engañarte.
Trago saliva y frunzo los labios.
—¿Y qué pretendías que hiciera?
Él cierra los ojos.
—Dime que me crees.
Los flashbacks regresan con fuerza y cierro los ojos de nuevo. Lo recuerdo todo con tanta claridad… Josh en la cama con otra mujer. Se me forma un nudo en el estómago, que trato de eliminar tragando saliva. Entonces veo a sir Don. Y veo la cara de satisfacción de David. Hay satisfacción en los dos, una sensación de objetivo conseguido. Son mis enemigos. ¿Son capaces de haber sido tan crueles conmigo de manera intencionada?
Luego nos veo a Josh y a mí. Recuerdo cada palabra que nos hemos dicho desde que nos conocimos. Lo veo mirándome con absoluta adoración. Lo mucho que ha sufrido y luchado por aceptar nuestra realidad. Podría haberse marchado, podría haberme dejado sin decir adiós.
Y entonces lo siento todo.
Siento su amor, su devoción. Cosas que nunca había sentido hasta que él apareció en mi vida.
Me siento amada.
Abro los ojos y observo su hermoso rostro. Un rostro crispado por la desesperación. Está desesperado porque no le creo. No es mi enemigo; nunca me haría daño intencionadamente. Me quiere. Lo que ha pasado, lo que me está contando, es muy difícil de creer y sin embargo…
—Te creo —susurro, y él suelta el aire y se relaja.
—Dime que no te has acostado con él, te lo ruego.
Me suelta una de las manos, la izquierda, y me quita el anillo de compromiso.
—Dímelo.
Lo tira bien lejos, como si no valiera nada.
—No me he acostado con él —admito, y su cuerpo se relaja aún más—. Ni siquiera le he dado un beso en condiciones.
—Tus besos son míos, Adeline. Tu amor es mío. Eres mía. —Me suelta la otra mano, pero las dejo quietas a los lados, incapaz de asimilar lo que está pasando—. Y yo soy tuyo, majestad. —Me sujeta las mejillas y apoya la frente en la mía, clavándose con tanta fuerza que empiezo a sentir que su determinación se me contagia—. Pongamos fin a esta locura y seamos felices. Juntos. Tú y yo. Me da igual dónde, cómo o por qué. Solo quiero estar contigo.
—¿Aunque siga siendo la reina?
Él sonríe, haciendo rodar la frente sin apartarla de la mía y rozándome con los labios.
—Mientras que el país recuerde que antes que suya eres mía, de acuerdo.
Le rodeo el cuello con los brazos y dejo que nuestras bocas se fundan en una, sintiendo un alivio enorme. Pero entonces, tan rápidamente como ha venido, el alivio se retira, y algo espantoso ocupa su lugar.
—Haydon.
Josh suelta un gruñido muy fiero.
—No menciones ese nombre mientras te estoy besando. O mejor, no lo menciones nunca más.
—¿Qué voy a hacer con él?
—Darle una patada en el culo.
—No puedo cancelar mi compromiso solo porque estoy contigo, Josh.
—Pues lo haré yo por ti. —Se levanta y me ayuda a incorporarme—. Prometo que será rápido; lo que no puedo prometer es que sea indoloro.
—Josh, hablo en serio.
—Yo también. —Se acerca a mí y me abraza—. Es un capullo.
Esta vez no le llevo la contraria porque, después de haber visto cómo se ha comportado hoy, tengo que darle la razón.
—Josh —digo con la boca pegada a su hombro, cuando la realidad se abre paso en mi mente—, tengo que tratar esta cuestión con cuidado.
—Lo que quieres decir es que tienes que tratar esta cuestión cuanto antes, ¿verdad? —insiste—. No podemos esperar a que a alguien más se le ocurra interponerse entre nosotros.
Y hablando del tema…
—Necesito saber quién hay detrás de esto, para poder tomar medidas.
—Estamos en ello. Las grabaciones de los equipos de seguridad del hotel no son muy claras. La prueba más determinante que tenemos de momento es la confesión de la chica que contrataron y la lista de instrucciones que le envió un cliente anónimo. Su plan era que tú me encontraras en la cama con ella. —Frunce el ceño y a mí me empieza a dar vueltas la cabeza—. ¿Le contaste a alguien que pensabas ir a verme esa noche?
—Solo a Damon —susurro, y doy un paso atrás—. Aunque no lo tenía planeado. Fui porque no pude llamarte por teléfono.
—¿Por qué?
—Porque desapareció. —Bajo la vista al suelo. Algunas piezas de este misterioso puzle empiezan a encajar. Empiezo a caminar por la salita—. También se llevaron el de Damon. Te llamé al hotel, pero, claro, no quisieron pasarte la llamada. Tuve que ir en persona. —Me vuelvo a mirarlo, perturbada por lo lejos que llegaron las personas tan calculadoras que organizaron esto—. Quien esté detrás tenía que saber que iría a buscarte. —Solo hay una explicación posible. Tuvieron que ser ellos—. Tuvieron que ser David Sampson y sir Don. —Los dos son capaces, son lo bastante crueles y estaban lo bastante desesperados. Acababa de despedirlos ese mismo día. La noticia de nuestra relación estaba a punto de hacerse pública. Me acerco a Josh, le agarro la solapa del esmoquin y lo miro a la cara, distorsionada por la repugnancia—. Consígueme las cintas de seguridad del hotel.
—Las están analizando. —Josh me sujeta por las muñecas y me baja los brazos—. ¿No te sorprende todo esto?
¿Me sorprende? Pues no debería; sé hasta dónde están dispuestos a llegar, pero ¿drogar a alguien? ¿Contratar prostitutas y robar teléfonos?
—No. —Suspiro, dejando caer la cabeza sobre su pecho—. Solo estoy muy harta de todo.
—Yo también, nena. —Me hunde los dedos en el pelo y me masajea el cuero cabelludo—. Así que mueve el culo y ve a hacer lo que tengas que hacer.
—¿Ahora?
Me separo de su pecho, como movida por un resorte.
—Sí, ahora. No pensarás que voy a dejar que salgas de aquí con otro hombre. Olvídalo, Adeline.
—Josh, sé razonable. No puedo interrumpir el ballet y declarar que no voy a casarme con Haydon Sampson porque en realidad estoy enamorada de un actor americano muy sexy.
—¿Por qué no? Es la verdad. Sobre todo lo de sexy.
—Eres imposible.
—Y tú, mi reina… —me planta un suave beso en la punta de la nariz—, vas a venirte conmigo esta noche.
—Tienes que concederme al menos hasta mañana por la mañana. —Ay, Dios mío, esta noche vamos a celebrar más de una reunión de crisis. Aunque, ahora que lo pienso, tal vez no sea muy buena idea perder a Josh de vista—. De hecho, vas a ser tú el que se venga conmigo a casa.
No me quiero ni imaginar lo que puedan hacer ahora en su misión implacable de mantenernos separados. Pensaba que les había dejado las cosas claras, pero, al parecer, no fue así.
—¿Cómo?
—No nos separaremos hasta que haya hecho lo que tengo que hacer. En palacio estarás a salvo.
Solo Dios sabe lo que podría pasar esta noche si lo pierdo de vista.
Él se pinza la nariz.
—Pero ¿tus enemigos no están dentro de palacio, Adeline?
—Sí, pero no dentro de mis habitaciones privadas. Vas a venir conmigo y no se hable más. No pienso perderte de vista ni un momento.
—Genial. Entonces me siento entre Haydon y tú en el palco real, ¿no?
—Me cago en… —Me había olvidado del pequeño detalle de que tengo un prometido. Examino las opciones disponibles y llego a una sola conclusión—: Damon.
Me acerco a la puerta y la abro con decisión, sin pensar en quién pueda haber del otro lado. No me importa nada. Mi guardaespaldas y Davenport están esperando. Me encojo un poco por dentro al pensar en lo que pueden haber oído. Gritos, chillidos, llantos. Lo que me lleva a preguntarme…
—¿Por qué no habéis entrado?
Damon alza las cejas sorprendido, como si fuera una pregunta tonta.
—Lo sabe todo —responde Josh, lo que explica la falta de intervención de Damon—. Pulgares hacia arriba siempre.
—En ese caso, quiero que te encargues de vigilarlo, Damon. No lo pierdas de vista.
Mi guardaespaldas dirige una mirada interesada a Josh.
Este se encoge de hombros.
—Qué mona está cuando se pone en plan mandona, ¿eh? —dice Josh, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.
—Señora —replica Damon, negando con la cabeza—. Debo aconsejarle que…
—Es una orden directa, Damon. Lleva a Josh al palacio de Claringdon inmediatamente.
Él suspira.
—Adeline…
—Ya sabes lo que pasó, Damon. Ya sabes lo que…
—Sí —me interrumpe él, apretando los dientes—, pero…
—Entonces no hace falta que te explique por qué estoy tan preocupada por la seguridad del señor Jameson.
—¿He dicho mona? Lo retiro. Se pone sexy como una leona.
Me pasa un brazo por los hombros y me da un beso en la mejilla delante de Damon y Davenport. Veo que este cierra los ojos y suspira, como temiendo la que se le viene encima.
—Nena —susurra Josh—. Por mí, puedes llevar las riendas siempre.
Hago rodar tanto los ojos que me vendría dolor de cabeza si no fuera porque ya lo tengo.
—Para.
—Me encargaré de que uno de mis hombres vigile al señor Jameson —me dice Damon, con una mirada que me advierte que esta vez no voy a salirme con la mía—. Es mi última palabra. —Se vuelve hacia Josh, a quien mira con la misma firmeza—. Usted es importante, pero no tanto como ella.
Niego con la cabeza. No, solo me fío de mi jefe de seguridad.
—Damon…
—Adeline, tiene razón. —Josh me tapa la boca con una mano—. Así que cállate ya.
—¿Perdona? —murmuro a través de sus dedos, sin hacer caso de las miradas divertidas de Davenport y Damon.
—¿Y el señor Sampson? —pregunta Davenport, lanzándome un inoportuno palo en las ruedas.
Aparto la mano de Josh de mi boca.
—Aún no lo sé.
—Pues, mientras acaba de decidirse, ¿puedo sugerirle a su majestad que vuelva al palco? —pregunta Davenport.
—Bien.
Doy un paso al frente, pero ahogo un grito cuando una mano vuelve a hacerme entrar en la habitación.
—Un momento, chicos. —Josh cierra la puerta y me empotra contra ella—. Te has olvidado de algo —ronronea, rozándome los labios con los suyos.
—Josh, tengo que irme.
—Bésame.
Me traza una línea con la lengua, bordeándome los labios con precisión. Y soy suya. Sus manos se apoderan de mi cuello, manteniéndome la cabeza inmóvil y nos fundimos en un beso de esos que una desearía que nunca acabaran. Es cegador, lleno de sentimiento, lleno de amor. Es profundo, controlado pero apasionado, con un remolino de emociones que gira entre los dos, aprisionándonos por completo. Y, en ese momento, siento que el fuego regresa. No hablo de un fuego alimentado por la lujuria. Es un fuego que me enciende por dentro y me ilumina. Siento que mi corazón se reinicia, listo para acometer su destino: luchar, mandar, reinar.
El gruñido animal de Josh expresa su satisfacción. Mis gemidos expresan mi felicidad.
—No quiero dejarte ir —me susurra en la boca, sujetándome el cuello con más fuerza.
—Solo serán unas horas.
—Demasiado tiempo. —Me da un lametón y me llena los labios de besos, de un extremo al otro—. Ve con cuidado, ¿vale?
—Eres tú quien debe andarse con cuidado. —Veo algo brillando con el rabillo del ojo—. La tiara.
Señalo el sitio al que ha ido a parar y Josh mira por encima del hombro. Me deja en la puerta para ir a recogerla, me la trae y me la coloca delicadamente en la cabeza.
—Y el anillo —añado en voz baja, haciendo que sus manos se detengan en mi pelo.
—No te lo vuelvas a poner; ya no estás prometida.
—Pero Haydon todavía no lo sabe —señalo con timidez—, ni el resto del mundo.
El pecho se le expande cuando inspira hondo para armarse de paciencia.
—Lo siento, pero no puedo. —Niega con la cabeza para reafirmarse—. Bueno, en realidad no lo siento. No te lo vas a poner más. —Me da un beso suave en la mejilla—. Y no se hable más.
Me rindo. No puedo culparlo. Además, tengo que reservarme para la auténtica batalla, la que libraré luego con sir Don y David Sampson. Así pues, que no se hable más.
—Vale, pero no puedo dejarlo aquí.
—Por supuesto. —Josh va a recogerlo del suelo—. Yo lo guardaré. —Se lo mete en el bolsillo; su manera de asegurarse de que no vuelve a llegar a mi dedo. Tal vez alguien se dé cuenta, pero ¿qué le vamos a hacer?—. Te veo en tu casa cuando acabes —me dice, sonriendo, y yo le devuelvo la sonrisa y abro la puerta, que sigue a mi espalda.
—En mi casa —le confirmo, y me vuelvo para salir.
Lo primero que veo cuando abro son los ojos alarmados de Damon. Luego la mirada desolada de Davenport. Y luego…
—Haydon —susurro, cuando aparece no sé de dónde y lo veo fulminar con los ojos algo a mi espalda.
A Josh.
Miro por encima del hombro. La mirada que Josh le devuelve es igual de amenazadora. Ninguno de ellos oculta el odio que siente por el otro.
Oh, Dios mío.
—Esto no tiene pinta de ser una reunión política —comenta Haydon, observando con desprecio a Damon y a Davenport.
Los dos hombres permanecen en silencio. Cuando Haydon se abalanza sobre mí y me agarra del brazo, Josh salta sobre él con un gruñido que podría tirar abajo el teatro de la ópera.
—¡Josh! —grito mientras Damon lo intercepta y tira de él hacia atrás.
Le dirijo una mirada a Damon que él interpreta bien. Sé que Haydon puede informar a sir Don y a David Sampson de esto. Tengo que asegurarme de que Josh llega a Claringdon y permanece allí.
—Tranquilo, amigo —dice Damon, mirando a Haydon como si quisiera matarlo—. Suéltala.
Haydon me lleva agarrada hasta la puerta y, aunque me sorprende, no hago nada por evitarlo.
—No te acerques a mi prometida —amenaza con los dientes apretados, y aparta a Davenport de un empujón cuando el consejero trata de intervenir—. ¡Debería estar ocupándose de él! —Grita, agarrándome de la mano con demasiada fuerza—. Yo me encargo de mi prometida.
Oigo a Josh resistiéndose a mi espalda. Mientras Haydon me arrastra, miro por encima del hombro. Damon se está esforzando para controlarlo.
—No montes una escena, Josh —le dice Damon—. Cálmate.
—Lo mataré.
—Y yo te ayudaré —murmura Damon, clavando una mirada homicida en la espalda de Haydon.
Mientras Davenport nos sigue pasillo abajo, Haydon afloja el agarre y yo aprovecho para flexionar la mano, que cruje.
Me lleva hasta el palco y casi me empuja para que me siente.
—Siéntate —me ordena.
Miro a nuestro alrededor, preocupada por si alguien nos ha visto.
—No volverás a verlo —añade en voz baja, pero sin ocultar el deje amenazador de su voz—. Soy tu marido y me obedecerás. Tu estatus nada tiene que ver con tus obligaciones como esposa.
Me lo quedo mirando, totalmente pasmada. Me callo, pero no por miedo ni por sumisión. Lo único que este hombre despierta en mí es desprecio. Es una sanguijuela. Haré que se rinda aunque sea lo último que haga. Renunciará a ese trono que tanto anhela. No me molesto en recordarle que no soy su esposa. Ni en decirle que está vendiendo la piel del oso antes de cazarlo. Ni que nunca pienso obedecerlo. En lo único que pienso es en lo equivocada que estuve al preocuparme por sus sentimientos. La sangre de David Sampson corre por sus venas. Pues puede irse al infierno con su padre y quedarse allí con él.