LA CIENCIA DE LA GRACIA BAJO PRESIÓN

¿Podemos hacer más resistente nuestra fisiología? Inevitablemente, una buena dosis de nuestra fortaleza es de origen genético. Ciertos genes, por ejemplo, hacen a unas personas más inmunes que otras a los efectos del estrés y a las hormonas del estrés.[282] Pero algunos científicos han comprobado que las influencias recibidas durante el desarrollo afectan a la manera en que, más tarde, una persona gestionará el estrés en su vida. Han comprobado que el estrés agudo —es decir, la presencia de estresores moderados y poco duraderos— en los primeros momentos de la vida pueden aumentar la resistencia de un animal en su vida adulta. Ratas jóvenes manipuladas por seres humanos desarrollarán glándulas suprarrenales más grandes, no obstante lo cual mostrarán en su vida adulta una respuesta de estrés más apagada.[283] También tienden a vivir más; según un estudio, su expectativa de vida es un 18% más alta que la de las ratas no estresadas.[284] Sin embargo, los estresores deben ser moderados, pues la misma investigación mostraba que los estresores importantes en los comienzos de la vida, como la separación materna, fomentan un adulto ansioso y mal preparado para capear los golpes y los dardos[*] de los acontecimientos normales de la vida.[285]

También en ratas adultas pueden observarse los efectos reforzantes del estrés agudo e intermitente. Estos estresores pueden incluir la manipulación por seres humanos, la carrera en una rueda de ejercicios, las descargas suaves e incluso el mantenimiento de reducidos niveles de aminas mediante el uso de drogas. No parece importante de qué tipo sea el estresor de que se trate. La respuesta de estrés es una reacción general del cuerpo entero, de modo que cualquier estresor puede provocarla. Cualquiera de estos estresores, a condición de ser breve y repetido, podía hacer de las ratas individuos resistentes. Llamémosle escuela de golpes duros.

¿Qué estresores podrían contribuir a aumentar la resistencia de los seres humanos? La investigación en el campo de los regímenes de resistencia está todavía en pañales; no obstante, en la bibliografía sobre el tema se hace referencia a unos cuantos tipos de estresores. El más importante, no hay por qué sorprenderse, es el ejercicio. Los seres humanos están hechos para moverse, de modo que debemos movernos. Cuanto más investigaciones se publican sobre el ejercicio físico, tanto más nos convencemos de que sus beneficios se extienden mucho más allá de los músculos y el sistema cardiovascular. El ejercicio amplía la capacidad productiva de nuestras células secretoras de aminas, lo que contribuye a vacunarnos contra la ansiedad, el estrés, la depresión y la indefensión aprendida. También nos inunda el cerebro de lo que se conoce como factores de crecimiento, que mantienen jóvenes las neuronas existentes y en crecimiento las nuevas (hay científicos que llaman «fertilizantes cerebrales» a estos factores), de modo que el cerebro se fortalece contra el estrés y el envejecimiento. Un régimen de ejercicio físico bien diseñado puede ser una suerte de campo de entrenamiento militar para el cerebro.[286] Sin embargo, en el futuro, el consejo de hacer ejercicio que con tanta soltura dan los médicos en todas partes podría ser más eficaz si fuera más explícito. ¿Qué tipo de ejercicios? ¿Anabólicos o anaeróbicos? ¿Con qué frecuencia? Una vez más, la ciencia del deporte podría ayudarnos enormemente a adaptar ese consejo a la medida de la persona que lo recibe.[287]

Hay un tipo particularmente inquietante de régimen de refuerzo de la resistencia: el de la exposición al frío atmosférico e incluso al agua fría. Los científicos han comprobado que las ratas que nadan regularmente en agua fría desarrollan la capacidad para activar un rápido y poderoso estado de alerta más sobre la base de la adrenalina que del cortisol, así como para desactivarlo con la misma rapidez. Cuando, posteriormente, son expuestas a estresores, dan muestras de menor proclividad a la indefensión aprendida.[288] Algunas investigaciones han sugerido que algo muy parecido ocurre en los seres humanos. La gente que se expone regularmente a un clima frío o que nada en agua fría, puede haber pasado por un régimen de fortalecimiento eficaz que la ha hecho emocionalmente más estable a la hora de afrontar un estrés prolongado. Hay investigadores que dan por supuesto que el ejercicio por sí mismo, junto con exigencias térmicas agudas, proporciona a la gente que lo practica un envidiable patrón de estrés y recuperación.[289] Tal vez los mismos efectos puedan obtenerse con la práctica nórdica de la sauna seguida de una inmersión en agua fría.[290]

Recuérdese que la termorregulación constituyó un avance revolucionario para los mamíferos, pues alteró profundamente su cuerpo, su cerebro y la red de conexiones entre uno y otro, en particular en los primeros seres humanos, cuya habilidad superior para enfriar su cuerpo les confirió una ventaja en la sabana africana. Algunos científicos han afirmado incluso que el sistema nervioso encargado de la termorregulación en los mamíferos ha echado las bases de posteriores sistemas de excitación emocional.[291] Dienstbier ha elaborado esa idea, y sostiene que es posible que la gente que ha desarrollado la tolerancia al frío haya incrementado también su estabilidad emocional.[292]

El estrés térmico es una parte natural de nuestra vida, de modo que si se elimina puede atrofiarse una parte fundamental de la fisiología. Ya en la década de 1920, el gran fisiólogo Walter Cannon llamó la atención sobre algo parecido. Dando pruebas de una gran visión de futuro, se preocupó por la aparición de la calefacción central, el agua caliente permanente y el aire acondicionado, porque estas comodidades amenazaban con privarnos de la oportunidad de ejercitar nuestros sistemas de termorregulación. «No es imposible», advertía Cannon, «que perdamos importantes ventajas protectoras al dejar de utilizar estos mecanismos fisiológicos, que se desarrollaron a lo largo de miríadas de generaciones de nuestros antepasados menos favorecidos. El hombre que se baña todos los días con agua fría y trabaja hasta sudar puede mantenerse “en forma”, porque no permite que una parte muy valiosa de su organización corporal se debilite y se atrofie por falta de uso.»[293] Hoy, nuestro confort moderno puede terminar por costarnos muy caro. En efecto, los temores de Cannon de un empeoramiento del estado físico pueden estar justificados: datos recientes sugieren que el uso extendido del control climático en el hogar, en el coche y en la oficina puede ser una de las causas de la actual epidemia de obesidad.[294] La desaparición del estrés térmico de nuestras vidas puede tener otras consecuencias no deseadas: puede quedar ampliamente eliminado un valioso proceso de fortalecimiento de la resistencia y, en consecuencia, disminuir nuestra capacidad para gestionar el estrés.

Esta investigación no ha avanzado aún lo suficiente para recomendar ningún régimen particular de refuerzo de la resistencia como medio por el cual los tomadores de riesgos del mundo financiero pudieran construir una resiliencia al estrés que acompaña inevitablemente a su trabajo. Sin embargo, creo que las instituciones financieras deberían tomar en serio el hecho de que la capacidad de un operador para gestionar el riesgo implica mucho más que el conocimiento del cálculo de probabilidades, la macroeconomía y las finanzas formales. Los operadores necesitan un entrenamiento que les permita reconocer y gestionar los cambios fisiológicos que se producen en ellos como consecuencia de sus ganancias y pérdidas, así como de la volatilidad del mercado. Estos regímenes de entrenamiento deberán ser diseñados de tal manera que tengan acceso al cerebro primitivo y no sólo al córtex racional. Puesto que el cuerpo influye poderosamente en las regiones subcorticales del cerebro, los nuevos programas de entrenamiento incluirán muchos más ejercicios físicos que los que actualmente se practican. Los bancos y los fondos de cobertura podrían aprender de los programas de los atletas de élite, pues son éstas las personas que tienen mayor experiencia en el control de sus hormonas y emociones para optimizar su rendimiento.