LAS VÍSCERAS NOS ESTÁN DICIENDO ALGO
Por tanto, a través de los músculos, nuestro cuerpo puede transmitir información al cerebro no sólo con la velocidad suficiente para acompañar nuestra vida emocional, sino incluso para generarla. Además, nuestro cuerpo es capaz de componer mensajes suficientemente complejos como para producir nuestro abanico completo de emociones. Consigue tal cosa mediante una amplia paleta de señales, unas de ellas eléctricas, que envía por los músculos y los órganos viscerales, y otras hormonales, que son transportadas por la sangre. Contrariamente a lo que pensaba Cannon, tantas y tan diferentes son las señales de que dispone nuestro cuerpo, que juntas pueden fácilmente constituir mensajes con toda la sutileza del teclado de un piano y con la velocidad de una transmisión radiofónica.
Los distintos sistemas fisiológicos que transportan estas señales se conectan en orden secuencial cuando se presenta un acontecimiento desafiante. Nuestros músculos, en especial los de la cara, entran en acción rápida e irreflexivamente en cuestión de milisegundos. Muy poco después, el sistema nervioso vegetativo, que opera en el orden de milisegundos o segundos, pone en acción los tejidos y órganos que darán soporte a los músculos durante la crisis. Poco después de haberse establecido la conexión de estos dos sistemas eléctricos, comienzan a funcionar los sistemas químicos. Las hormonas de acción rápida, como la adrenalina, liberadas en segundos o minutos, se incorporan a la sangre y liberan a su vez reservas de energía para su uso inmediato. Finalmente, si el desafío persiste, entran en acción las hormonas esteroides, que en el curso de horas e incluso días nos preparan el cuerpo para un cambio de vida. A estas alturas, el cuerpo se reorganiza, ya sea preparándose para un ataque, ya para un asedio. De cada uno de estos cambios sucesivos se informa al cerebro, donde nos alteran las emociones, el estado de ánimo, los recuerdos y los pensamientos. Para ver de una manera muy simplificada cómo funcionan estos bucles de retroalimentación, observemos a Gwen, la operadora que se sienta junto a Martin y que ha de lidiar con un susto.
Gwen, exestrella del tenis universitario con una breve incursión en el circuito profesional (su mejor año la llevó a situarse en octavos de final del Open de Australia), se dedica ahora a operar bonos del Tesoro a cinco años. Tiene sólidos antecedentes en materia de dinero ganado, pero desde hace más o menos un mes está pasando una mala racha. Normalmente, esto no es grave, pues todos los operadores tienen períodos en los que no ganan dinero; sin embargo, ninguno se siente cómodo en esos momentos. Hay un dicho de Wall Street según el cual uno no vale ni más ni menos que el último negocio que ha hecho. Pues bien, el caso es que poco después del negocio de DuPont, Gwen sigue a Martin por el pasillo hasta la sala del café y al pasar capta una mirada de Ash, el director de la sala de negociaciones, que la observa fijamente. Su expresión facial transmite un mensaje complejo. Es una mirada sin carga afectiva, aunque tampoco niega un indicio de hostilidad, e incluso de compasión (¿por qué siente pena por ella?), y tal vez de disgusto (eso que sienten los directores, probablemente como una racionalización, una vez que han decidido despedirte). Gwen registra la mirada en un milisegundo y responde automáticamente con una microexpresión facial de shock, de alarma. Se le tensan los músculos en todo el cuerpo, lo que hace más rígida su postura, con el cuello estirado. En una situación amenazante como ésa, el sistema nervioso muscular de Gwen es el primero en reaccionar, haciendo sonar timbres de alarma y preparándola para la acción rápida.
Cuando toma conciencia de la feroz mirada de Ash y de la tensión de su cuerpo, comienza a llegar otro conjunto de mensajes, esta vez del sistema nervioso vegetativo. Operando en el orden de milisegundos o segundos, el sistema nervioso vegetativo pone en acción los tejidos y órganos que habrán de sostener los músculos de Gwen durante esta crisis —si es que la hay—, proveyéndole de combustible, oxígeno, enfriamiento, eliminación de residuos, etc.; y, con una ligera demora, le inunda de adrenalina las arterias. Es la tradicional respuesta de lucha o huida, una preparación general del cuerpo para una emergencia física, que implica respiración más agitada, aceleración de la frecuencia cardíaca y sudor, dilatación de las pupilas, paralización de la digestión, etcétera. El sistema nervioso específico de la respuesta de lucha o huida prepara primero a Gwen para la acción y sólo luego, por los nervios de la espina dorsal, informa de su estado de alerta al cerebro.[99] Esta información imprime un sesgo a su percepción del mundo. Ella ve el rostro de Ash, registra la mirada de éste, y las perturbadoras señales de su propio cuerpo sugieren que algo no va bien. ¿Por qué me mira de esa manera?
Otra parte de su sistema nervioso vegetativo, el conocido como sistema de «descanso y digestión», proporciona también una información igualmente valiosa, en especial desde el intestino, y tal vez desde las propias sensaciones viscerales. Nuestro sistema nervioso vegetativo está formado por dos ramas: el sistema de lucha o huida y el de descanso y digestión. El primero se conecta en tiempos de emergencia, pero, una vez pasada ésta, el cuerpo necesita tranquilizarse, descansar y, sobre todo, restituir la normalidad de la vida. En esos momentos entra en acción el sistema de descanso y digestión y aplaca la excitación de nuestro cuerpo. Los nervios del sistema de lucha o huida, por tanto, trabajan preferentemente (pero no siempre, como veremos en el capítulo siguiente) en oposición a los del sistema de descanso y digestión, pues ambos sistemas nerviosos alternan sus actividades, uno acelerándonos, el otro apaciguándonos. Pero lo importante es que ambos llevan información al cerebro y afectan a nuestros pensamientos, emociones y estados de ánimo.
El nervio principal del sistema nervioso de descanso y digestión es el vago, un nervio importante y poderoso que ejerce una influencia tranquilizadora en la multitud de tejidos y órganos que inerva. Etimológicamente la palabra vagus significa «errabundo» y andar errante es precisamente lo que hace este nervio. Surge del tronco cerebral y se dirige al abdomen. En el curso de su largo viaje visita la laringe, luego el corazón, los pulmones, el hígado y el páncreas, para terminar en el intestino (véase la figura 6). A causa de tan extensas conexiones, este curioso nervio puede modular el tono de la voz, ralentizar la frecuencia cardíaca y la respiración y controlar en el estómago las primeras fases de la digestión. Más aún, la región del tronco cerebral en la que se origina el vago es también la que regula los músculos faciales, lo que permite que las expresiones faciales se sincronicen con la frecuencia cardíaca y el estado del intestino. Al unir entre sí expresión facial, voz, pulmones, corazón y estómago, el vago desempeña un papel central en nuestra vida emocional.
En efecto, también él envía de vuelta mensajes al cerebro: casi el 80% de las fibras del vago (el vago es un cable compuesto por miles de fibras) transporta al cerebro información procedente del cuerpo. La mayor parte de esa información de retorno viene del intestino, por lo que es completamente natural preguntarse si las sensaciones instintivas tienen su origen realmente en el intestino.[100] La respuesta inmediata es que sí, que al menos una parte de ellas se origina en el intestino. Pero no todas. La información interoceptiva va al cerebro desde todos los tejidos del organismo, no sólo del intestino. No obstante, el intestino ocupa un lugar especial en nuestra fisiología porque, y éste es un hecho notable, tiene su propio «cerebro».
El intestino está bajo el mando de lo que se llama sistema nervioso entérico (véase la figura 6), que controla el movimiento y la digestión de nutrientes mientras pasan por el estómago y los intestinos. A diferencia de otros nervios del cuerpo, este sistema nervioso puede actuar con independencia del cerebro, y es uno de los pocos que continuarían funcionando aun cuando todas las conexiones con el cerebro quedaran cortadas. Contiene aproximadamente cien millones de neuronas,[101] más que las que hay en la espina dorsal, y produce los mismos neurotransmisores que el cerebro. Michael Gershon ha calificado acertadamente de «segundo cerebro» al sistema nervioso entérico.[102] Y es el nervio vago el que une ambos cerebros, actuando a modo de teléfono rojo entre dos superpotencias.
Figura 6. El nervio vago y el sistema nervioso entérico. El vago, que es el principal nervio del sistema nervioso de descanso y digestión, pone en relación el tronco cerebral, la laringe, los pulmones, el corazón, el páncreas y los intestinos. El sistema nervioso entérico, llamado a menudo segundo cerebro, es un sistema nervioso independiente que controla la digestión. El cerebro en las vísceras y el cerebro en la cabeza se comunican y cooperan (y a veces discrepan) en gran parte a través del nervio vago.
Mediante el control de ácidos digestivos y enzimas, el sistema nervioso entérico descompone la comida hasta que las moléculas que la componen puedan ser absorbidas en el cuerpo. Digo intencionadamente «en el cuerpo» porque el sistema digestivo, para decirlo técnicamente, no forma parte del cuerpo. La cavidad formada por la boca, el esófago, el estómago, los intestinos y el colon quedan fuera del cuerpo, constituyendo, en palabras de Gershon, «un túnel que permite al exterior introducirse en nuestro interior».[103] El intestino aporta también las ondulaciones de tipo oruga del tubo intestinal que empujan el alimento y los residuos hacia delante, o, mejor dicho, hacia atrás. En realidad, fue el descubrimiento de estas ondulaciones lo que llevó al posterior descubrimiento del sistema nervioso entérico. En 1917, el fisiólogo alemán Ulrich Trendelenburg extrajo una sección de los intestinos de una cobaya y le cercenó toda comunicación con el cerebro. Cuando sopló dentro de esta sección, le asombró comprobar que el aire volvía hacia atrás. No era lo mismo que el retroceso que tiene lugar cuando se sopla dentro de un globo y éste deja escapar el aire. Era otra cosa. Tras un momento de demora, la sección intestinal se contraía y lanzaba una ligera ráfaga de aire hacia atrás, directamente sobre Trendelenburg, como si se tratara de una criatura que estuviera jugando. En ese momento se le ocurrió a Trendelenburg que estaba tratando con un sistema nervioso independiente.[104]
El cerebro y el sistema nervioso entérico, al estar conectados por el vago, se envían mutuamente mensajes y estos mensajes influyen en sus respectivas decisiones. Las condiciones imperantes en un cerebro pueden mostrarse en el otro como síntomas. Por ejemplo, cuando está estresado, el cerebro de la cabeza puede informar al cerebro del intestino acerca de una amenaza inminente y aconsejarle que detenga la digestión, pues representa un gasto de energía innecesario. Para tomar otros ejemplos, los enfermos de Alzheimer sufren frecuentemente de estreñimiento, lo mismo que las personas adictas a los opiáceos, mientras que los pacientes que toman antidepresivos suelen tener diarrea. La información puede fluir también en sentido contrario, con episodios intestinales que provocan cambios en el cerebro. Por ejemplo, las personas que padecen la enfermedad de Crohn, que es un tipo de inflamación intestinal, son más sensibles a los estímulos emocionales.[105] Además, ciertas hormonas que se secretan en el intestino durante la comida pueden intensificar la formación de recuerdos, cuya posible explicación evolutiva es, supongo, que si uno ha comido un alimento, las hormonas intestinales dan instrucciones al cerebro para que recuerde dónde se ha encontrado.[106] Por supuesto, los efectos de comer también pueden ser muy balsámicos, pues una buena comida es más que un simple placer gustativo: puede dejar satisfecho el cuerpo, calmar el cerebro e inundarnos de una profunda sensación de bienestar. En resumen, la actividad neural de nuestra cabeza puede afectarnos a la digestión y la actividad neural de nuestro intestino puede afectarnos al estado de ánimo y los pensamientos.
Gwen siente un nudo en el estómago, la respiración acelerada, el corazón le late un poco más fuerte, y estas sensaciones, canalizadas por el vago hasta el cerebro, influyen en su interpretación de la fulminante mirada de Ash. Como consecuencia de todo esto, tiene un momento de miedo, que, afortunadamente, no se prolonga demasiado. Ash aparta de ella la mirada y se marcha. Gwen piensa en el encuentro y se insta a no ser tan tonta: es probable que la mirada de Ash pasara simplemente por encima de ella mientras pensaba en alguna otra cosa, tal vez en una mala posición de la mesa de hipotecas o, quién sabe, en sus archiconocidos problemas matrimoniales. Se sacude las preocupaciones, su cuerpo se distiende y continúa camino de la sala del café sin dedicar un solo pensamiento más al incidente.
Pero las partes preconscientes de su cerebro y de su cuerpo no están convencidas del todo. De manera preconsciente entra en consideración otra información: los rumores sobre una reorganización de las mesas, un chiste que Ash ha hecho a expensas de Gwen en una reciente comida con clientes. Quince minutos más tarde, con el café en la mano, vuelve a recordar la mirada de Ash y sus nudos en el estómago. Esta vez no puede sacarse de encima sus preocupaciones. Las cosas empiezan a sumarse; sospecha que está a punto de ser trasladada. Pero ¿adónde?, ¿por qué?
Ahora Gwen afronta un desafío a largo plazo y para ello hacen su aparición las hormonas esteroides. Lo que hacen las esteroides es preparar el cuerpo de Gwen para un cambio de conducta. Por ejemplo, si espera una situación que le ofrezca extraordinarias oportunidades, como un mercado en alza, entra en acción la testosterona, que, producida tanto por los ovarios como por las glándulas suprarrenales, le prepara el cuerpo para un prolongado período de competencia. Si, por el contrario, piensa encontrarse en una situación estresante incontrolable, como un mercado en quiebra o un jefe colérico, entonces el cortisol organiza una coherente defensa física a largo plazo. Los esteroides, que actúan durante horas o incluso días, son el paso más lento y más abarcador de la respuesta escalonada de nuestro cuerpo al desafío.[107] Tal vez Gwen esté dotada de una fisiología de admirable resistencia, y su extensa experiencia en los circuitos del tenis la vuelven casi inquebrantable ante el riesgo. Pero no ante las intrigas de oficina. La política de oficina la pone nerviosa. Odia a esa gente. Durante las próximas horas —o días, si la cuestión no se resuelve pronto—, bajo la influencia de niveles aún más elevados de cortisol, desarrollará un estado de ánimo que se conoce como ansiedad anticipatoria, que la mantendrá inquieta todo el tiempo que está despierta.
De este relato se desprenden varias cuestiones. Para empezar, la retroalimentación corporal de Gwen durante este encuentro emocional no se limita al sistema nervioso de lucha o huida, como sostenía Cannon. Los mensajes procedentes del cuerpo son transportados por los músculos, el sistema nervioso de lucha o huida, el de descanso y digestión y por hormonas, que son en efecto muy diversas y lo suficientemente sutiles como para transmitir una rica vida emocional (véase la figura 7). Muchos científicos han comprobado que cada una de nuestras emociones se caracteriza por estar asociada a una pauta distinta de activación nerviosa y hormonal.[108] En cada situación, Gwen adapta frecuencia cardíaca, tensión muscular, digestión, resistencia vascular, sudor, contracción bronquial, rubor, dilatación pupilar, expresión facial, etc.[109]
Estas reacciones fisiológicas pueden luego retroalimentar el cerebro de Gwen. Pero el cerebro no se limita a la pura observación; Gwen no observa su cuerpo en actitud desinteresada, sino que experimenta esta retroalimentación como emoción o estado de ánimo. Las emociones difieren de los estados de ánimo, operan a distintas escalas temporales. Las emociones tienen corta vida.
Figura 7. Sentimientos instintivos y bucles de retroalimentación entre el cuerpo y el cerebro.
Se ha sugerido que las emociones están diseñadas para ser fugaces porque proporcionan al cerebro una información valiosa en el momento oportuno. Si se prolongaran interferirían otras informaciones más recientes sobre las que se nos llama la atención. Un estado de ánimo es más dilatado, se parece más a una actitud a largo plazo, una emoción de fondo que se quema lentamente y que sesga nuestra visión del mundo. Tanto las emociones como los estados de ánimo alteran la actitud de Gwen ante los acontecimientos, juguetean con los recuerdos que evoca, cambian su manera de pensar.
Las partes preconscientes del cerebro registran rápidamente la amenaza
Los músculos del cuerpo y de la cara se preparan para la lucha o la huida
Los órganos viscerales dan soporte a los músculos
Las glándulas producen hormonas para dar soporte a los músculos durante más tiempo
La tensión muscular, la frecuencia cardíaca, la respiración, las hormonas, etc., envían señales al cerebro
Las partes preconscientes del cerebro experimentan esta retroalimentación como emoción a corto plazo o estado de ánimo a largo plazo
La emoción y el estado de ánimo garantizan que los pensamientos conscientes se sincronicen con el cuerpo para producir un comportamiento coherente de ira, miedo, felicidad, etc.
Esta anécdota nos devuelve a la pregunta que estamos intentando responder: ¿por qué disponemos de estos bucles de retroalimentación? ¿A qué finalidad sirven estas emociones y estados de ánimo? ¿Son mayoritariamente superfluas las sensaciones que implican? Probablemente no. Lo más probable es que estas sensaciones nos ayuden a alterar la atención, los recuerdos y las operaciones cognitivas para ponerlas en sincronía con el cuerpo. Por ejemplo, cuando afrontamos un ataque, queremos que el cuerpo esté tenso y preparado, pero también que el cerebro piense de manera agresiva. Por otro lado, cuando queremos fundar una familia, deseamos que el cuerpo y el cerebro sincronicen de una manera más suave, más amorosa. En momentos importantes de la vida como éstos no queremos que nuestros tejidos se ocupen de diversas tareas al mismo tiempo; digamos que no queremos un cuerpo disponiéndose para la batalla y una mente animada de pensamientos de amor. La retroalimentación asegura que nuestros tejidos no trabajen para fines contrapuestos. La retroalimentación, transportada por el sistema nervioso y las hormonas, unifica cuerpo y cerebro en los momentos más importantes de la vida. Y en esos momentos —de euforia, de flujo, de amor, de miedo, de lucha— el cuerpo y el cerebro se fusionan.