SENTIR EL MERCADO

Cuando experimentamos el aprendizaje de una actividad como la correspondiente a la de realizar operaciones financieras, no sólo acumulamos pautas, sino que tales pautas están íntimamente asociadas con reacciones musculares y viscerales. Cuando Martin se halla en plena actividad, cuando se encuentra con un episodio del mercado como el negocio de DuPont, tiene poco tiempo para sopesar cuidadosamente todos los resultados posibles de sus acciones, pero además necesita realizar averiguaciones rápidas y provechosas sobre las ventas y reaccionar a los precios que aparecen fugazmente en las pantallas. Pasa rápidamente revista a las pautas almacenadas en su memoria en busca de una analogía (aunque una analogía perfecta es rara) y con cada una de ellas su cuerpo y su cerebro cambian caleidoscópicamente de un estado a otro. El cuerpo y el cerebro aceleran y desaceleran juntos. De hecho, para aumentar la velocidad de la toma de decisiones, su cerebro, de acuerdo con Damasio y Bechara, emplea modelos predictivos, llamados «bucles del como si» que le permiten simular rápidamente la reacción corporal que con mayor probabilidad sigue a una determinada elección. Apoyado en este bucle del como si, Martin puede revolotear por todas las opciones que se van abriendo mientras observa el mercado, descarta las que lo llenan de un terror pasajero y escoge la que siente que es la correcta.

Estos ecos físicos de nuestros pensamientos son sensaciones instintivas, y todos, ya seamos atletas, inversores, bomberos u oficiales de policía, confiamos en ellas. Personalmente, me tocó aprender este principio básico de la neurociencia en circunstancias difíciles. Cuando operaba en Wall Street, a menudo se me ocurrían negocios que consideraba brillantes, juzgando baratos ciertos derivados financieros y caros otros. Pero mi jefe, habitualmente escéptico, no se cansaba de preguntar: si el negocio es tan atractivo, y tan impresionante la oportunidad de ganar dinero, ¿por qué no lo han aprovechado ya otras personas? ¿Por qué se expone el diferencial de precios en las pantallas para que todo el mundo lo vea, como si fuera un billete de 20 dólares abandonado en la acera? Eran preguntas irritantes, pero con el tiempo reconocí la sabiduría que las inspiraba, puesto que, en la mayoría de los casos, los negocios que se concebían sobre la base de razonamientos obvios terminaban dando pérdidas. Era un descubrimiento alarmante. Y lo era porque estas ideas se presentaban normalmente cuando apelaba a mis mejores esfuerzos analíticos, coherentes con mi formación y mis amplias lecturas de informes económicos y estadísticos. Me comportaba como un homo economicus racional.

Sin embargo, con el tiempo me di cuenta de que necesitaba más que estas operaciones cognitivas. Muchas veces, mientras observaba directamente un problema y llegaba a alguna solución obvia, captaba por el rabillo del ojo otra posibilidad, otro camino hacia el futuro. Se manifestaba como un simple pitido en mi conciencia, como un momentáneo tironcito de la atención, pero acompañado de una sensación instintiva que le estampaba el sello de lo altamente probable. Pienso que un operador financiero experimentado aprende a reconocer esas voces que le hablan desde los márgenes de la conciencia. Para operar bien hay que apartar la atención —y eso puede implicar una gran dosis de disciplina— del análisis obvio que uno tiene bajo la nariz y escuchar estas débiles vocecitas.