LA RESPUESTA DE LUCHA O HUIDA EN EL PARQUÉ

La respuesta de estrés es un cambio rápido en el cuerpo y en el cerebro para pasar de las funciones cotidianas a un estado de emergencia. Su origen es la necesidad de afrontar amenazas físicas inminentes, como un encuentro accidental con un puma mientras se busca comida en el bosque. Como preparación para un esfuerzo muscular excepcional, ya sea luchar por nuestra vida, ya correr a la velocidad del rayo para salvarnos, el cuerpo se arma de toda la glucosa y todo el oxígeno que puede, mientras desactiva funciones del cuerpo a largo plazo y con gran coste metabólico. La respuesta de estrés es una experiencia irresistible que se ha demostrado esencial para mantenernos con vida a lo largo de la evolución. Sin embargo, como veremos, mientras que la respuesta de estrés es útil cuando nos hallamos ante un puma, puede resultar muy contraproducente cuando estamos sentados en la oficina. Lo cierto es que el estrés del lugar de trabajo proporciona una vivaz ilustración de que el cuerpo puede tener un plan propio para gestionar una crisis, plan sobre el cual es muy escasa nuestra capacidad de control consciente.

La respuesta de estrés se despliega en varias etapas: dos rápidas, que emplean impulsos eléctricos, y dos lentas, que emplean hormonas. En primer lugar, la amígdala debe registrar el peligro y enviar señales eléctricas de advertencia a otras partes del cuerpo y del cerebro, proceso rápido que tiene lugar en cuestión de milisegundos. En segundo lugar, las señales eléctricas que envía la amígdala a órganos viscerales como el corazón y los pulmones a través del tronco cerebral aumentan la frecuencia cardíaca, la presión arterial y el ritmo de la respiración. Estas señales comienzan a ejercer sus efectos en menos de un segundo, aunque el alcance total de los mismos puede prolongarse un poco más. Las respuestas eléctricas iniciales en el cuerpo y en el cerebro son rápidas como el rayo y, si cumplen su cometido, nos ponen fuera de peligro. Pero son tremendamente costosas desde el punto de vista metabólico, así que en caso de no disponer de más combustible, en muy poco tiempo se agotan. Este combustible es proporcionado por respuestas hormonales más lentas, como la adrenalina, que requieren segundos, o incluso minutos, para producir sus efectos. Estas primeras etapas de la respuesta de estrés constituyen la respuesta de «lucha o huida». Esta respuesta, como ya hemos visto, se desencadena ante cualquier situación que requiera una movilización rápida de energía y atención. El lobo hambriento a la caza del alce y el alce aterrorizado que corre para salvar su vida experimentan la misma respuesta de lucha o huida. Lo mismo hacen Martin y Scott, aun cuando uno controla la situación y el otro no. A este respecto, Martin y Scott no se diferencian del lobo y el alce, del depredador y la presa.

Sin embargo, la fisiología de Martin y la de Scott difieren en la etapa final de la respuesta de estrés. Si una crisis se prolonga más allá de una respuesta de lucha o huida, la corteza de las glándulas suprarrenales, llamada córtex o corteza suprarrenal, secreta cantidades de cortisol en constante crecimiento. El efecto de esta hormona, la gran arma que dispara la respuesta de estrés y que entra en acción para darnos soporte en un esfuerzo más sostenido, se prolonga durante minutos u horas, incluso días. El cortisol tiene poderosos efectos sobre el cerebro y la salud, de modo que mientras Martin experimenta incrementos moderados de esta hormona y se beneficia de sus efectos vigorizantes, Scott tiene que sufrir niveles cada vez más elevados de ella, lo que le altera el juicio.

Observemos detenidamente cada una de estas etapas de la respuesta de estrés tal como se despliega cuando Scott reacciona ante la pérdida de dinero a que lo conduce su posición en el mercado. En primer lugar, necesita tomar conciencia del peligro al que se enfrenta, para lo cual tiene que procesar la información que le llega a raudales por los ojos y los oídos. Una de las primera regiones del cerebro que le ayuda en esto es el llamado tálamo (véase la figura 10), situado aproximadamente en la intersección de las líneas que se proyectan desde los ojos y las orejas hacia el interior del cerebro. La función del tálamo es dar forma a las visiones y los sonidos que entran en el cerebro para que unas y otros puedan ser interpretados, de la misma manera que es preciso formatear los datos para que una computadora pueda leerlos. Lo importante es que este proceso de formateado que realiza el tálamo es rápido e impreciso, pues su resultado es una imagen brumosa y poco desarrollada o un verdadero galimatías. En el caso de una señal visual, por tanto, el tálamo envía una imagen borrosa al córtex sensorial, donde esa imagen sufre un proceso por el cual queda focalizada y, por tanto, es posible analizarla racionalmente. No obstante, al mismo tiempo que realiza esta tarea, el tálamo transmite una imagen poco definida también a la amígdala, donde es rápida y provisionalmente evaluada para descubrir su significado emocional: ¿Es una imagen de algo que me gusta? ¿Es algo de lo que deba tener miedo? ¿Debería sentirme feliz, triste, atemorizado o rabioso?

¿Por qué razón querríamos evaluar el significado emocional de una imagen talámica que apenas podemos distinguir? Porque es un proceso rápido. Como hemos visto, el cerebro establece un inevitable intercambio de compensaciones entre velocidad y precisión y, en caso de emergencia, escoge la velocidad del procesamiento preconsciente. Si, por ejemplo, durante una excursión por el bosque vemos moverse un objeto oscuro, podría tratarse de una sombra que proyecta el balanceo del follaje o bien de un oso. Con tiempo, el cerebro racional establece cuál de esas dos cosas es, pero eso lleva unos preciosos segundos que, en el caso de tratarse de un oso, marcan la diferencia entre escapar por los pelos o no escapar en absoluto. Por eso el cerebro ha desarrollado lo que Joseph LeDoux ha denominado la vía alta y la vía baja para el procesamiento de información: el circuito tálamo-córtex es la vía alta, lenta, pero precisa; el circuito tálamo-amígdala, que no puede distinguir entre una sombra y un oso, es la vía baja, pero rápida.[214] Con la ayuda de la vía baja, primero reaccionamos y luego nos calmamos, para sentirnos un poco ridículos, en el caso de tratarse de una falsa alarma, por habernos dejado asustar tanto por el simple balanceo de unas hojas.

Así, cuando aparecen en las pantallas los pésimos informes de los analistas, el primer asombro de Scott es procesado por su amígdala, que silenciosa, estúpidamente, registra: esto es malo. Luego la amígdala pasa la mala información al locus coeruleus y al tronco cerebral. Éste, alarmado por el toque de clarín de la amígdala, acelera una respuesta de lucha o huida que ya había sido activada, aunque a niveles bajos, antes de que se dieran a conocer las cifras del negocio inmobiliario. Recapitulemos lo que sucede y agreguemos más detalles.

Los impulsos eléctricos corren por el nervio vago y los nervios de la espina dorsal de Scott hacia el cuerpo, donde estimulan el sistema respiratorio y el sistema cardiovascular. Al bombear la sangre extra necesaria para alimentar una lucha a muerte o una fuga por el bosque, la frecuencia cardíaca se acelera y con ella sube la presión arterial. El aumento del flujo sanguíneo es selectivamente dirigido a la dilatación de las arterias de los músculos esqueléticos y la mayor dotación sanguínea a los grandes grupos musculares de los muslos y los brazos. Al mismo tiempo, las arteriolas —pequeñas arterias— de la piel se contraen para reducir la hemorragia en caso de herida, lo que se traduce en una sensación de frialdad y humedad en la piel y palidez en el rostro. También se contraen los vasos sanguíneos del estómago, pues en ese momento la digestión no es necesaria, y eso produce una molesta sensación de vacío en el estómago. La respiración se acelera a medida que los pulmones tratan de proporcionar suficiente oxígeno para el incremento del flujo sanguíneo. La piel comienza a sudar, lo que enfría el cuerpo de Scott incluso antes del inicio del esperado esfuerzo físico; lo mismo ocurre en las palmas de las manos y las plantas de los pies, reminiscencia tal vez de un período primitivo de la evolución en el que escapar implicaba cogerse de lianas o ramas. Las pupilas se dilatan para captar más luz. La salivación se detiene para conservar agua, lo que hace que Scott tenga la boca seca. En casos de miedo extremo, pueden contraerse también los músculos pilierectores situados en la raíz de los pelos del cuerpo, lo que da la impresión de que los pelos se apoyan sobre un extremo o, donde no son suficientemente largos, presenten el aspecto conocido como carne de gallina.

Tal es la rapidez con que se producen estos cambios fisiológicos, que la conciencia de Scott queda muy por detrás de ellos y desempeña un papel insignificante en su primera reacción corporal. Pasado un momento, el cerebro racional se pone a la altura y, lamentablemente, confirma la evaluación rápida e imprecisa de la amígdala: efectivamente, es una situación malísima. Más o menos al mismo tiempo, la fase hormonal de la respuesta de lucha o huida ha comenzado con la liberación de adrenalina. Cuando la adrenalina empieza a fluir por los vasos sanguíneos, moviliza las reservas de energía necesarias para sostener la respuesta de lucha o huida, lo que en gran parte consigue descomponiendo el glucógeno (molécula que se utiliza para almacenar azúcares) del hígado y convirtiéndolo en glucosa. La adrenalina también aumenta la coagulación sanguínea, de modo que, en caso de heridas, la sangre coagulará enseguida. Como protección adicional contra la herida, el sistema inmunológico inyecta células asesinas naturales en el torrente sanguíneo para combatir cualquier infección que pudiera producirse.

Scott necesita pensar claramente en su posición y en el mercado, pero, extraña e inadecuadamente, el atavismo de su cuerpo lo ha preparado para luchar con un oso o escapar a él. Desde este punto de vista, la respuesta de estrés es prehistóricamente torpe. No distingue muy claramente entre la amenaza física, la fisiológica y la social y dispara prácticamente la misma respuesta corporal a todas ellas. De esta manera, la respuesta de estrés, tan valiosa en el bosque, puede resultar arcaica y disfuncional cuando se desplaza a la sala de negociaciones financieras o a cualquier otro lugar de trabajo, porque lo que entonces necesitamos no es correr sino pensar.

Hasta aquí, la respuesta de estrés de Scott, aunque ligeramente incómoda, no ha deteriorado seriamente su capacidad para manejar las pérdidas. Bajar 18 millones de dólares a fin de año es sin ninguna duda una mala noticia, pero Scott ya ha perdido y recuperado grandes sumas de dinero en otras ocasiones. Años de transacciones han hecho de él un tomador de riesgos resistente que en momentos como éste demuestra que es capaz de aguantar las antiguas e insistentes presiones que ejerce la respuesta de estrés y de negociar con eficacia.