4. SENSACIONES INSTINTIVAS

Los mercados financieros están llenos de historias de intuiciones, corazonadas y sensaciones instintivas. Estas sensaciones, de acuerdo con la leyenda, consisten en una inexplicable convicción de que una inversión está destinada a ganar o perder dinero, y muchas veces van acompañadas de síntomas físicos. Los síntomas de los que informan los operadores y los inversores son a menudo estrafalarios, como un acceso de tos cuando un mercado va a bajar o un picor en el codo cuando va a subir. George Soros, fundador del fondo de riesgo Quantum Capital, confesó que confiaba mucho en lo que él llamaba instinto animal: «Cuando gestionaba activamente el fondo padecía de dolor de espalda. El comienzo de un dolor agudo era para mí la señal de que algo iba mal en la cartera de valores».

¿Cómo funcionan exactamente estas señales? Cuando empleamos una expresión como «sensaciones instintivas» o «sensaciones viscerales» estamos dando por supuesto que nuestro cerebro recibe información del cuerpo, e información aparentemente valiosa. En el capítulo 2 hemos visto cómo las vías interoceptivas mantienen el cerebro constantemente actualizado en lo que respecta al estado del organismo. Las señales que tenemos en cuenta, que informan sobre la frecuencia cardíaca, la presión arterial, la temperatura corporal, la tensión muscular, etc., sirven en su mayor parte a las necesidades homeostáticas. Sin embargo, la idea de sensación instintiva implica mucho más, pues alude a que estas sensaciones nos orientan hasta en las tareas mentales más complejas, como la comprensión del mercado bursátil. ¿Cómo es posible que la información sobre la frecuencia cardíaca, la temperatura corporal y el estado de nuestro sistema inmune hagan tal cosa? ¿Qué prueba hay de que esas señales que recibe el cerebro desde el cuerpo contribuyan a la toma de decisiones superiores? Las señales que emanan del cuerpo hacia el cerebro actúan silenciosamente, rara vez alteran la superficie de la conciencia y nos dan una sensación difusa y apenas perceptible del cuerpo, pero, a pesar de eso, su efecto es poderoso, pues influyen en todas las decisiones. Y no solamente eso, sino que, en ausencia de su orientación, ni siquiera la fría racionalidad del homo economicus sería capaz de progreso alguno. Las sensaciones instintivas no sólo son reales, sino también esenciales en la elección racional.

Cuando la toma de decisiones tiene que ser rápida, cuando estamos conectados y metidos de lleno en una actividad, como estaba Martin esa mañana en que sólo contaba con uno o dos minutos para evaluar el negocio de DuPont y luego con una media hora para comprar los bonos que había vendido, es cuando más evidente resulta la necesidad de las sensaciones instintivas. En situaciones como ésta no se dispone de tiempo para reunir todos los datos pertinentes, analizar todas las opciones posibles, sopesar las resultados probables de cada una de ellas y trabajar sistemáticamente con un árbol de decisiones, como podría hacerlo un ingeniero que tiene por delante meses o quizá años para resolver un problema. Martin no puede predecir el futuro, así que cuando una decisión le urge, se ayuda con la confección de una breve lista de opciones y sus probables consecuencias. Es en este proceso donde las sensaciones instintivas contribuyen a afilar el pensamiento.