LA RESPUESA DE ESTRÉS AL «BEAR MARKET»[*]
La amígdala de Scott, al registrar la gravedad de la situación, pone en marcha los grandes motores de la respuesta de estrés inundando su cuerpo de cortisol. Ya había habido liberación de pequeñas cantidades de cortisol antes de la aparición de las noticias, lo que para Scott y los otros operadores había sido un toque de alarma. Pero los volúmenes que ahora se liberan, pulsación tras pulsación, son de tal magnitud que alteran la naturaleza de la respuesta de estrés y preparan el cuerpo y el cerebro de Scott para un largo asedio. Ahora los efectos del cortisol de Scott distan de ser placenteros. A partir de ese momento, sus intentos de mantener la sangre fría y la racionalidad se topan con las mismas dificultades que un estudiante que trata de terminar un examen en medio de un simulacro de incendio.
El proceso biológico es el siguiente: la amígdala transmite una señal al hipotálamo, región cerebral vecina que controla las hormonas corporales. El hipotálamo ordena a la pituitaria, glándula situada justamente debajo de él, que inyecte en la sangre un mensajero químico que recorra el cuerpo en busca de receptores en los que acomodarse. Muy pronto el mensajero los encuentra en la corteza suprarrenal y ordena a las células que produzcan cortisol. El cortisol, manando ahora de las glándulas suprarrenales, transporta un mensaje a zonas remotas de su cuerpo: la respuesta de lucha o huida tarda ya más tiempo del esperado, de modo que para mantener los niveles de energía requeridos por este maratónico combate suspende por completo las funciones corporales de larga duración y reúne todos los recursos disponibles, principalmente la glucosa, para su uso inmediato. La adrenalina ha iniciado este proceso, pero su acción es breve, así que ahora la reemplaza el cortisol, que mantiene elevadas la presión arterial y la frecuencia cardíaca y sustrae energía a la digestión, la reproducción, el crecimiento y el almacenamiento de energía.
El cortisol ralentiza la digestión mediante la inhibición de las enzimas digestivas y la desviación de sangre de las paredes del estómago. Además, inhibe la producción y los efectos de la hormona del crecimiento, lo que detiene el desarrollo en los adultos jóvenes sometidos al estrés. De modo decisivo, el cortisol también invierte los procesos anabólicos del cuerpo. Mientras que un proceso anabólico construye reservas de energía, un proceso catabólico las descompone para su uso inmediato. El cortisol, como esteroide catabólico, bloquea los efectos de la testosterona y de la insulina y es la causa de que los depósitos de glucógeno se conviertan en glucosa, las células grasas en ácidos grasos libres —fuente de energía alternativa—, y los músculos en aminoácidos, que luego son desviados al hígado para convertirse en glucosa. El cortisol tiene otros efectos en la preparación para una crisis, pues deja en suspenso el tracto reproductivo mediante la inhibición de la síntesis de testosterona y esperma en los hombres y del estrógeno y la ovulación en las mujeres.
Figura 10. La respuesta de estrés. La fase inicial y rápida de la respuesta de estrés, llamada reacción de lucha o huida, es desencadenada por la amígdala y el locus coeruleus. Las señales eléctricas de la alarma de lucha o huida viajan por la médula espinal a todo el cuerpo, elevando la frecuencia cardíaca, acelerando la respiración, aumentando la presión sanguínea y liberando adrenalina del interior de las glándulas suprarrenales. La fase más prolongada de la respuesta de estrés involucra al hipotálamo, que, a través de una serie de señales químicas transportadas en la sangre, instruye a la capa externa de las glándulas suprarrenales para que secreten cortisol. Luego el cortisol ejerce amplios efectos tanto sobre el cuerpo como sobre el cerebro, pues les ordena prepararse para un largo asedio mediante la supresión de las funciones a largo plazo, como la digestión, la reproducción, el desarrollo y la activación inmune.
Finalmente, en caso de que la crisis termine con lesiones, el cortisol cumple la función de un poderoso antiinflamatorio, uno de los más eficaces que conoce la medicina. En su tarea de prepararnos para la lesión, el cortisol cuenta con la ayuda de otro poderoso conjunto de sustancias químicas llamadas endorfinas —tipo de opiáceo responsable, según algunos, de la legendaria excitación del corredor—, liberadas en el cuerpo y el cerebro durante el estrés crónico como analgésico que amortigua la sensación de dolor. Los efectos de estos analgésicos naturales se observan ocasionalmente en el campo de batalla, cuando los soldados heridos continúan luchando sin apercibirse del daño que han sufrido.
Martin se entera de las pérdidas de Scott y, echando una mirada al pasillo, le aconseja: «Esto es un tren de mercancías; no te pongas en el camino». Prudentemente, Scott escucha el consejo, y en el curso de la tarde, mientras trata de vender los restos de su posición mal concebida, sus niveles de cortisol siguen subiendo. Él y Martin están pasando por experiencias muy distintas, pues mientras que a éste la volatilidad lo entusiasma, a Scott lo hunde. En realidad, los operadores del parqué —en función de su fisiología, experiencia profesional y exposición a los mercados de crédito— presentan diferentes respuestas físicas a la volatilidad. Scott, que está hecho polvo, es víctima de una respuesta de estrés de gran intensidad. Gwen prospera sobre las olas y mantiene una respuesta de lucha o huida relativamente suave, con moderados y tonificantes niveles tanto de adrenalina como de cortisol, no más elevados que los habituales durante un partido de tenis normal; mientras que Martin, que cuenta con la ventaja de una fisiología curtida y años de experiencia, no ha necesitado hoy mucho cortisol, ni siquiera grandes dosis de la respuesta de lucha o huida, de modo que su nervio vago se ha limitado a levantar el freno en el corazón y los pulmones para que la indolencia naturalmente poderosa de su cuerpo le permita atravesar la tarde sin el más leve sudor. ¡Qué suerte la suya!
¿Cómo lleva a cabo esta milagrosa proeza el freno vagal? Cuando estamos en una situación relajada, pongamos que leyendo un libro, la respiración y la frecuencia cardíaca funcionan indolentemente a bajas velocidades. Pero, a diferencia de un coche, nuestra frecuencia cardíaca del corazón en reposo corresponde al funcionamiento natural del corazón, que es considerablemente más rápido, situándose entre la indolencia —lenta— y la aceleración a fondo. El corazón no adopta el funcionamiento natural porque el nervio vago, al aplicar su freno, disminuye la frecuencia cardíaca y el ritmo respiratorio.[215] Si una emergencia nos saca de este estado de relajamiento, entra en acción el sistema nervioso de lucha o huida y aumenta la frecuencia cardíaca. Pero no lo hace por factores de estrés de poca importancia. Entre una frecuencia cardíaca en reposo y un grito de lucha o huida hay niveles intermedios de activación cardíaca, niveles controlados por el nervio vago. En la reacción a estresores poco significativos, el vago puede limitarse a aflojar su freno y permitir que el corazón se acelere por sí mismo. Es una forma de control del corazón mucho más suave y precisa y, desde el punto de vista metabólico, más eficiente, que lanzarse a una respuesta total de lucha o huida cada vez que se afronta un desafío. De hecho, confiamos a lo largo del día en estos ajustes vagales instantáneos del corazón y reservamos la aceleración de la lucha o huida para los momentos de verdadero peligro. Es un ardid maravilloso. ¡Qué alivio es dejar que el nervio vago, como un ayudante de confianza, gestione estos inconvenientes poco importantes sin causarnos un solo instante de preocupación! La élite fisiológica disfruta de estos beneficios en grado mayor aún; tan bueno es el tono vagal de estos individuos, que cuando afrontan un desafío importante no necesitan demasiado cortisol ni mucha adrenalina para gestionarlo, pues pueden limitarse a liberar su freno vagal. Martin tiene la suerte de pertenecer a esta élite fisiológica.
Pero no ocurre lo mismo con Scott. La crisis a la que hace frente hoy exige muchos más recursos de los que su organismo puede proporcionar en estado de reposo, de modo que ha iniciado una poderosa respuesta de estrés. La oleada de hormonas del estrés que ahora lo abruma no ha sido provocada únicamente por la gran cantidad de dinero perdido, sino también por la desconcertante volatilidad del mercado. Volatilidad significa incertidumbre y la incertidumbre puede producir en nuestro cuerpo un efecto tan vasto como el daño real, hecho de enorme importancia para la comprensión del estrés en la vida moderna.
En los primeros años de investigación del estrés, algunos científicos, como Hans Selye, un húngaro que trabajó en la McGill University en la década de 1950, creía que el cuerpo organizaba una respuesta de estrés defensivo en gran parte ante un daño real, como el hambre, la sed, la hipotermia, una herida, escasez de azúcar en sangre, etc.[216] Otros, entre ellos algunos psicólogos como John Mason, de Yale, observaron que el hipotálamo y las glándulas suprarrenales reaccionan más poderosamente a la expectación del daño que al daño propiamente dicho.[217] A partir de entonces, los investigadores han comprobado que hay tres tipos de situación que representan una amenaza y que provocan una masiva respuesta fisiológica de estrés: las caracterizadas por la novedad, la incertidumbre y la incontrolabilidad.
Consideremos en primer lugar la novedad. Cuando los científicos expusieron ratas a un escenario novedoso, colocándolas en una jaula nueva, los animales experimentaron una notable respuesta de estrés, con elevada corticosterona (la forma de cortisol de los roedores), aun cuando nada malo hubiera sucedido y ningún elemento del entorno presentara una clara amenaza para ellos.[218] Esta observación llevó a los científicos a sospechar que, en la vida natural, la respuesta de estrés era en gran medida de carácter preparatorio. Efectivamente, en situaciones nuevas no sabemos qué esperar, qué puede sucedernos, de modo que nuestras glándulas suprarrenales bombean adrenalina y cortisol, las hormonas del estrés, que a su vez aumentan la atención e incrementan la glucosa disponible con el fin de que el organismo esté listo para la acción.[219]
La incertidumbre afecta también poderosamente a la secreción de cortisol. En una serie de inquietantes experimentos realizados en la década de 1970, los endocrinólogos John Hennessey y Seymour Levine descubrieron que la respuesta de estrés de un animal a una descarga suave (nada peligroso, sino sólo lo justo para hacerle retirar la pata) dependía más del ritmo temporal del susto que de su magnitud. Si se administraba una descarga a intervalos regulares y previsibles, o si se anunciaba con un sonido audible, después del experimento el animal tenía niveles de cortisol normales o ligeramente elevados. Pero si se alteraba el ritmo de las descargas, de tal modo que fueran imprevisibles, los niveles de cortisol del animal subían. Cuando la cadencia de las descargas se aproximaba a la total aleatoriedad, lo que significa que eran absolutamente impredecibles, los niveles de cortisol alcanzaban los registros máximos. Los animales recibían la misma magnitud objetiva de descarga en cada experimento, pero mostraban acusadas diferencias en las respuestas de estrés. La incertidumbre acerca del momento en que se produciría la descarga provocaba más estrés que la descarga propiamente dicha.[220] Todos podemos reconocer semejante reacción, pues es la materia prima de las películas de terror: nos asustamos más cuando no sabemos dónde acecha el monstruo que cuando finalmente aparece y nos gruñe. Para decirlo más seriamente, es también un modelo de estrés que se cobra un pesado peaje en tiempos de guerra. Durante la Blitzkrieg de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, los habitantes del centro de Londres estaban expuestos a bombardeos diarios previsibles, mientras que los del extrarradio lo estaban a raids intermitentes e imprevisibles, y fue precisamente en los suburbios donde los médicos comprobaron mayor incidencia de úlceras gástricas.[221]
También se ha estudiado la poderosa influencia de la incontrolabilidad en los niveles de estrés.[222] En una serie de lo que se ha dado en llamar experimentos de control «en yugo», se administraron descargas de la misma intensidad a dos animales, pero uno de ellos podía accionar una palanca para detener la descarga para ambos. En otras palabras, uno tenía el control; el otro no. Al final del experimento, ambos animales habían sido sometidos a idénticas magnitudes de descarga (de ahí lo de experimentos «en yugo») pero el animal que no tenía el control exhibía una respuesta de estrés más intensa que el que tenía acceso a la palanca.[223] En experimentos posteriores se comprobó que el poder de la palanca para reducir el estrés permanecía aun cuando estuviera desconectada y no produjera ningún efecto en absoluto. El control, e incluso la ilusión del control, puede mitigar la respuesta de estrés, mientras que la falta de control en una situación peligrosa provoca la más terrible respuesta de estrés.
La novedad, la incertidumbre y la incontrolabilidad se asemejan en que cuando estamos sometidos a ellas no tenemos tregua, pues estamos en constante estado de preparación. Son también las condiciones en las que los operadores pasan buena parte del día. ¿Afectan estas características del medio a los operadores de la misma manera que afectan a los animales? La respuesta es categórica: sí. Es la conclusión a la que mis colegas y yo hemos llegado tras finalizar nuestra serie de experimentos con operadores. Uno de esos estudios se analizó ya en los capítulos anteriores, en los que se describió los efectos de la testosterona sobre el P&L de los operadores. A lo largo del estudio, además de testosterona, recogí cortisol de los operadores y medí la incertidumbre a la que hacían frente calculando la volatilidad del mercado. Cuanto mayor era la volatilidad, razonamos, menos seguridad podían tener los operadores acerca del desarrollo del mercado en los días siguientes. Comprobamos que sus niveles de cortisol se elevaban sustancialmente con la volatilidad del mercado, lo cual demostraba que en realidad sus niveles de cortisol se incrementaban con la incertidumbre. De hecho, tan sensibles a la volatilidad eran los niveles de cortisol de los operadores, que su relación con los precios de los derivados, los títulos que se empleaban para cubrir la volatilidad, resultaba notablemente estrecha. Este hallazgo aumenta la enigmática posibilidad de que las hormonas del estrés constituyan el fundamento fisiológico del mercado de derivados.[224]
También observamos la variabilidad de su P&L, que es un indicador de la medida del control que ejercen sobre sus negocios. También esto mostró que cuando la variabilidad del P&L aumentaba, lo mismo ocurría con los niveles de cortisol. Las fluctuaciones hormonales de los operadores, además, eran extraordinariamente grandes. En el curso normal de los acontecimientos, las hormonas esteroides presentan un pico cuando despertamos por la mañana, pico que actúa como una taza de café, para luego declinar a lo largo del día. En este experimento registramos caídas de alrededor del 50% en los niveles de cortisol de los operadores entre las muestras correspondientes a la mañana y a la tarde, pero los días de volatilidad dichos niveles aumentaban en el curso del día, a veces en un asombroso 500%, niveles que normalmente sólo se ven en pacientes clínicos.
Esta tarde, Scott se encuentra atrapado en una situación nueva para él. En toda su carrera profesional, nunca ha visto algo como este mercado, nada ni remotamente parecido. En realidad, nadie lo ha visto. Para encontrar algo comparable, una crisis que involucre a todos los mercados de crédito y que incluso amenace la solvencia de los propios gobiernos, habría que remontarse al crac de 1929. Scott, además, nunca se ha sentido tan inseguro acerca del curso de los acontecimientos por venir, y comparte esa incertidumbre con otros operadores. La evidencia de esta incertidumbre colectiva se encuentra en el índice de volatilidad del mercado de opciones de Chicago (VIX) —también conocido como «índice del miedo»—, que ha subido desde el tranquilo 11% del verano a más del 25% de hoy, y que en los próximos meses alcanzará un aterrorizado 80%. Por último, Scott ha perdido cantidades de dinero sin precedentes, lo que por definición significa que ha perdido el control. El efecto acumulativo de pérdidas y de condiciones nuevas, inseguras e incontrolables del mercado es un masivo incremento del cortisol en Scott y en otros operadores en todo Wall Street.
A las cuatro de la tarde, Ash ha ordenado a Scott que liquide sus posiciones, pero éste no ha tenido mucho éxito y le resulta difícil concentrarse. Parte del problema proviene de un cambio profundo que ha tenido lugar en su locus coeruleus. Temprano, ese mismo día, en respuesta a los tremendos informes de los analistas, el locus coeruleus había fomentado una atención centrada en el mercado y una mayor alerta a la información pertinente para poder prever qué pasaría a continuación con las hipotecas. Pero ahora, bajo una pesada carga de estrés, la pauta de disparo neural en el locus coeruleus de Scott sufre una transformación, pues pasa de explosiones cortas y frecuentes al mantenimiento ininterrumpido del fuego. Cuando este modelo entra en juego, el sujeto ya no puede concentrarse; en cambio, explora el medio. Esto se debe a que cuando nos enfrentamos a una auténtica novedad, no sabemos qué es pertinente ni cómo debemos enfocarla. Nuestra exploración se vuelve urgente e indiscriminada, casi precipitada.[225] Demasiado estresado para pensar con claridad, pues la atención salta de una cosa a otra, Scott aguanta hasta que termine el día, incapaz de negociar con provecho.
Los días siguientes, las noticias del sector bancario son más sombrías aún y los operadores advierten, con el ánimo cada vez más hundido, que el mercado de crédito no se recuperará en bastante tiempo. Scott cierra su última operación hipotecaria y se da cuenta de que su operación de spread de acciones por bonos también está perdiendo enormes sumas de dinero, pues las acciones siguen a las hipotecas hacia el abismo y los bonos del Tesoro entran en una de las mayores y más rápidas subidas de la historia. El viernes, Scott descubre que no sólo se ha esfumado su P&L anual, sino que además ha perdido otros 9 millones de dólares.
Scott había esperado pasar un fin de semana en los Hamptons con su novia, disfrutando de los colores del otoño tardío y del frescor del aire marino. Pero ahora no dormirá gran cosa ni comerá. Sus sueños de la casa propia en la playa se han hecho humo, como la racha de suerte de un jugador, y ahora se pregunta incluso si el próximo verano estará en condiciones de hacer frente a un alquiler. Se pasa la mayor parte del fin de semana hablando por teléfono con colegas, reviviendo la semana, recogiendo relatos de otros operadores que, para su tranquilidad, también han perdido dinero. El domingo está un poco más animado. Este año le ha ido mal, de acuerdo; pero lo mismo les ha ocurrido a sus jefes; la mesa de arbitraje, pese a haber perdido 125 millones de dólares la semana pasada, está todavía con 180 millones de ganancia; y el banco también ha tenido un buen año. Puede que ya no esté en condiciones de cobrar los 8 millones de dólares en primas que esperaba, pero tal vez pueda beneficiarse del fondo común de primas de la mesa de arb y hacerse con 1,5 millones de dólares. Al fin y al cabo, lo tranquiliza su novia, el banco no quiere perderlo a favor de un competidor. Sólo para sentirse seguro, empieza a llegar a la oficina más temprano que de costumbre, con su mejor traje y su mejor corbata, y come con los vendedores a los que normalmente menospreciaba. Si no ganas dinero, es mejor que al menos tengas de tu parte al equipo de ventas.
Pero en las semanas siguientes el optimismo de Scott resultó ser engañoso. Los mercados se han hundido en una crisis financiera de proporciones históricas, y cuando se hallan en ese estado de furia infligen el mayor de los daños posibles, pues tratan de ir en busca de cualquier esperanza para hacerla añicos. La Reserva Federal baja un vez más las tasas de interés y así continuará haciéndolo los meses siguientes, pero estos movimientos no consiguen impulsar la esperada subida de los activos de riesgo. La mesa de arbitraje, incapaz de desprenderse de sus posiciones, pierde dinero en cantidades alarmantes, pues no sólo se le evaporan todos los beneficios del año sino que además pierde otros 375 millones de dólares. No son mucho mejores las condiciones en que se encuentra el banco, en el que casi todos los departamentos registran pérdidas. En la mesa de las hipotecas, Logan también ha sido absorbido por el vértigo bautizado ya como «crisis del crédito». A pesar de sus grandes esfuerzos, los flujos de los clientes, todos del lado de las ventas, lo han mantenido en el mercado hipotecario constantemente en posición larga y ya ha llegado a perder este año más dinero que el ganado en los cinco anteriores.
Como es inevitable que suceda en estas crisis, del mismo modo que es inevitable que la noche suceda al atardecer, cuando los nervios están a punto de estallar empiezan a extenderse los rumores de inminentes despidos, de modo que la incertidumbre y la incontrolabilidad alcanzan nuevos y agotadores niveles. Los operadores, incluso antiguas estrellas, se sienten vulnerables y no pueden contar con ofertas de empleo de otros bancos, por no hablar ya de una cuantiosa prima. Se dice incluso que el gobierno cerrará todas las mesas de arb de los bancos y que impedirá a los operadores de flujos establecer posiciones de arbitraje. A consecuencia de todo eso, los operadores comienzan a abandonar los bancos a favor de los fondos de cobertura, en los que su apetito de riesgo aún puede hallar satisfacción. Los gestores de mesa se dedican entonces a acosar a los más jóvenes, a insinuar cambios en la mesa y a despedir a una o dos personas antes incluso de que el banco anuncie despidos. Según el primatólogo Robert Sapolsky, cuando los monos dominantes son expuestos a estresores incontrolables, empiezan a morder a los subordinados, actividad que disminuye terriblemente sus niveles de cortisol, y los gestores, que al parecer comprenden este desagradable episodio de fisiología, descargan su cortisol sobre los jóvenes, incluso sobre los que han tenido un buen rendimiento. De toda la confusión que desemboca en la generación de una crisis financiera, la incertidumbre y la incontrolabilidad creadas por los gestores de nivel medio es lo que con más rapidez podrían minimizar los directivos de nivel superior.
Cuando se acerca diciembre y los días se acortan, el mercado de valores continúa su hundimiento y los spreads de crédito, todos ellos, permanecen en niveles históricamente amplios. El entusiasmo del mercado en alza se ha extinguido por completo y una atmósfera invernal se apodera de la sala de negociaciones. En todo Wall Street y al otro lado de los océanos, en la City de Londres y los centros financieros de Tokio, Shanghái, Frankfurt y París, las noticias son igualmente sombrías. Llegan informaciones de que se están desconectando muchas cajas negras, pues los algoritmos no son más eficientes que los seres humanos a la hora de explicar la anarquía financiera; y los fondos de cobertura, aun los que van bien, asisten a una fuga de capital porque los inversores rehúyen el riesgo. Scott y la mayoría de los operadores empiezan a sufrir los efectos tóxicos de una respuesta de estrés que se ha prolongado demasiado. A esta altura es cuando el cortisol produce su impacto más nocivo, tanto en el cerebro como en el cuerpo, distorsionando el pensamiento y dañando a tal extremo el organismo que podría provocar la muerte.