¡LA RESERVA FEDERAL!

Por eso hoy, a alrededor de las once de la mañana, los operadores y los vendedores sintieron en su cuerpo los primeros presentimientos de la inminente tormenta. Los cuerpos de estos financieros desprevenidos ya han dado los primeros pasos para preparar su defensa. Bastan unas ligerísimas sacudidas de excitación para que la mirada se dirija al origen de la perturbación. Logan, a mitad de lanzamiento, mira la pantalla por encima del hombro; Scott ya ha hecho rodar la silla hasta su mesa. Sienten que algo va mal, pero no están seguros de qué es. Uno por uno, mesa por mesa, y en todo Wall Street, los operadores y los vendedores dejan de lado los periódicos para mirar las pantallas, las conversaciones telefónicas se interrumpen cortésmente —«Oye, ¿puedo llamarte más tarde?»—, los donuts quedan a medio comer. Martin, Gwen, Logan y Scott, electrizados por el estado de alerta de sus sentidos, registran rápidamente los pequeños cambios que se producen en las pantallas, dando así comienzo a la tarea cognitiva de descubrir qué es lo que está agitando el mercado.

Ash, el director de la sala de negociaciones, mira por encima de sus papeles y sale de su despacho para vigilar la sala. Luego, caminando hacia Martin con las manos en los bolsillos, pregunta: «¿Qué pasa?».

«No estoy seguro. Parece que el mercado podría venirse abajo», contesta Martin, haciendo revolotear el bolígrafo y sin apartar la mirada de las pantallas.

En ese momento, un vendedor de la mesa de hipotecas grita a Martin: «Wells Fargo ha oído decir que la Fed puede subir medio punto esta tarde. ¿Sabes algo de eso?».

Martin y Ash se miran un momento, desconcertados. Pero Ash descarta inmediatamente la sugerencia. La Reserva Federal no filtra de esa manera los movimientos de tasas. Si quiere advertir a los mercados, cosa que acostumbra hacer, facilita indicios de su intención de cambiar los tipos de interés semanas antes, no el mismo día en que la Junta de Gobernadores se reúne para ultimar su decisión. Casi todos los que se dedican a este negocio lo saben, y sin embargo parecen tomar en serio el rumor. Mientras la fábrica de rumores de Wall Street se dispone a pulir la historia; se sabe que uno de los gobernadores de la Reserva Federal dio anoche una charla a un grupo reducido de importantes banqueros, en la que habló en términos imprecisos de la preocupación de la Reserva Federal por lo que considera una injustificada alza de los valores. Hizo saber que la institución no toleraría una burbuja, dada la amenaza que la misma suponía para la estabilidad del sistema financiero. Uno de los banqueros que se hallaba entre el público interpretó la charla como un claro mensaje de que la Reserva Federal subiría las tasas hoy, y después de dar tiempo a su propio banco para que tomara posición ante el incremento de las tasas, dijo a sus clientes lo que pensaba. De ahí la noticia que ahora se filtra en el mercado.

Un aumento de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal, especialmente en un día en que nadie lo espera, produciría un maremoto de efecto devastador sobre los precios. Los tipos de interés que establece la Reserva actúan como punto de referencia para la evaluación de todos los activos, de modo que cuando aquélla cambia, cambian también los precios de todos los activos. Suponga el lector que la Reserva ha establecido sus tipos de interés al 5%. Suponga luego que tiene usted sus ahorros colocados en una cartera de valores equilibrada: tiene acciones que pagan un dividendo del 3% y cuyo precio, además, sube un promedio del 4% anual; bonos que rinden el 5%; y una pequeña cantidad de materia prima, como oro, cuyo valor no hace más que aumentar en épocas de inflación. Ahora bien, ¿qué sucede si la Reserva Federal sube sus tipos al 6%? De golpe, el conjunto de los activos que posee usted dejan de ser atractivos. Sus acciones producen un 3% menos de lo que podría ganar en cuentas de ahorro; el retorno del 5% sobre los bonos parece irrisorio en comparación con el 6% que podría recibir sobre nuevos bonos; y el dinero que tiene usted invertido en oro, renunciando al 5% que recibiría de los bonos, podría dar ahora una ganancia del 6%, lo que hace mucho más penoso retener este metal inerte. En consecuencia, lo normal es que la subida de los tipos de la Reserva Federal deprima los valores de todos los activos. Ésta es la razón por la cual las manos experimentadas de Wall Street tienen en mente un sabio consejo de la sabiduría tradicional del mercado: ¡jamás luchar contra la Reserva Federal!

Este mercado no está en actitud de lucha, y actúa en concordancia con ello. Los valores recuperan la lucidez ante la realidad de que su fiesta está a punto de acabar. La Reserva podría poner fin al dinero fácil, y si eso ocurriera, sería el anuncio del final del glorioso mercado en alza que ha elevado sus valores en casi el 40% en los dos últimos años; de modo que en la primera media hora el índice de S&P cae casi el 2%. Las materias primas también sufren un batacazo con el oro que baja 5 dólares por libra y el petróleo 2 dólares el barril. Sin embargo, es en el mercado de bonos, el propio mercado de los tipos de interés, donde la noticia produce su efecto más inmediato y más diáfano. Si la Reserva Federal subiera realmente los tipos de interés medio punto porcentual, el mercado de bonos sufriría un golpe terrible.

Ash pregunta qué posición ha tomado la mesa y se siente aliviado al oír que no tiene posiciones largas, que no tiene nada peligroso. Se apresura a hablar con otras mesas de negocios. Martin convoca a sus operadores a una reunión urgente. Una docena de operadores se acerca para celebrar la asamblea. ¿Qué pasa con los bonos, reflexionan, si la Fed sube un cuarto de punto las tasas de interés? ¿Y si es medio punto? ¿Qué pasa con las acciones? Pero la elaboración de estrategias de los operadores se interrumpe. El altavoz comienza a crepitar con la intervención de vendedores de todo el mundo que buscan conectar negocios y clientes: ofertas de 150 millones a cinco años para Industrial Bank de Japón, 375 millones a diez años para la Monetary Authority de Singapur, 275 millones en bonos a largo plazo para un gestor de activos francés, y el mercado del Tesoro empieza a caer. Esta avalancha de negocios y el enorme agujero que se ha abierto en el mercado del Tesoro, que lo arrastra rápidamente medio punto abajo, ha cogido desprevenido a Martin. Adaptándose a la volatilidad y a los ininterrumpidos negocios de los clientes, se sumerge en su zona. Es para lo que está entrenado, y lo hace bien.

Los primeros negocios los resuelve bien, lo mismo que Gwen, comprando bonos de los clientes y vendiéndolos en las pantallas, obteniendo pequeñas ganancias con algunos, pero principalmente quedando a la par, lo que en este mercado aterrorizado es un alivio. Sin embargo, en los últimos quince minutos las ventas de los clientes se han vuelto incesantes y han empujado la pérdida total de los bonos a diez años a casi un dólar. Incluso un operador experimentado como Martin tiene problemas para mantenerse un paso por delante del mercado. Del último paquete de bonos que ha comprado a un cliente apenas pudo obtener beneficio, pues tuvo que vender la mitad del mismo a un precio menor que el que había pagado por él, y la otra mitad no pudo venderla en absoluto. Mientras el mercado sigue cayendo, estos bonos empiezan a perder dinero de un modo alarmante. Otros operadores que están junto a la mesa se encuentran en dificultades similares y lentamente se repliegan tras una barrera de ventas. Gwen lucha con 450 millones de dólares en bonos a cinco años, la mayor parte de los cuales ha comprado a la Caisse de Depot, fondo gubernamental de Quebec. Martin tiene que concentrarse en ponerse a salvo del riesgo existente en la mesa antes que en comprar más bonos, así que baja las ofertas que muestra a los clientes y empieza a dejar pasar negocios. Los operadores están siempre atrapados entre la necesidad de ganar dinero y la de mantener contentos a los clientes y al equipo de ventas. En los mercados unidireccionales y sumamente veloces, como es hoy el caso, ambas necesidades entran normalmente en conflicto. A medida que pasa la mañana, la mesa del Tesoro va dejando una estela de vendedores descontentos, y el buen ánimo que había creado el negocio de DuPont no tarda en evaporarse.

Luego, tal como ocurre en general en estas cosas, los rumores, nunca totalmente fiables en un primer momento, quedan secuestrados por el miedo y entonces la razón abandona el terreno. Ahora el rumor es que la Reserva Federal subirá los tipos tres cuartos de punto, y que eso será tan sólo el comienzo de un endurecimiento que continuará en los meses siguientes. La liquidación de activos entra en caída libre, los bonos a diez años caen otro medio punto sin demasiado movimiento y lo mismo sucede con los bonos a cinco años. En quince minutos, Martin ha perdido tal vez 1,75 millones en los bonos que no ha conseguido vender; y Gwen, otros 2 millones de dólares en su posición a cinco años. Ahora los operadores del Tesoro se sienten sitiados. En conjunto han perdido más de 4 millones de dólares en posiciones largas de las que no han podido desprenderse, mucho más de lo que Martin ganara con el negocio de DuPont, y un murmullo de preocupación se extiende ahora entre las mesas vecinas. Más aún, las cajas negras, aprovechando el miedo y la volatilidad, así como los límites de pérdida de los operadores, empujan el mercado a la baja, con la esperanza de que cunda el pánico entre los operadores.

Para Martin, esta liquidación de activos se ha convertido en una especie de montaña rusa. Pero es un veterano que ha conocido crisis mucho peores y no pierde la sangre fría. Pese a estar en flujo y absorbido por la actividad, medita sobre la información, analizando cada cambio de precio, su dimensión y velocidad, el volumen de bonos negociado; escucha los negocios de los clientes que entran en el parqué por su mesa y las mesas distantes —la de hipotecas, la de empresas— y en el fondo de su mente se pregunta por el rumor, si es digno de crédito, si el mercado está reaccionando correctamente aun en el caso de que sea cierto; y en un nivel más abstracto, pasa revista a las recientes estadísticas económicas para dar sentido a la realidad macroeconómica, preguntándose, ¿es esta economía lo suficientemente fuerte como para resistir tipos de interés más altos? Una sobre otra, las diferentes capas del cerebro revuelven los datos en busca de una pauta que parezca correcta.

Y entonces para cada capa de análisis aparece una correspondencia, como las ruedas giratorias de una máquina tragaperras que, una a una, llegan a pararse en una única fruta. Una, dos, tres. Martin siente en su cuerpo una especie de cambio estructural: el nudo del estómago se desata y siente una naciente confianza. Tiene un presentimiento. Una nueva interpretación tira desde la periferia de su conciencia, el mero destello de una posibilidad. De ninguna manera puede esta economía resistir una gran subida de tasas de interés, por no hablar ya de subidas en serie. De ninguna manera debería este mercado estar asustado aun cuando hoy se produjera una subida, porque eso reduciría las probabilidades de inflación, que es el mayor enemigo del mercado de bonos. Además, este último movimiento a la baja y la desesperada liquidación de activos que trajo consigo parecen ser un último intento, el movimiento de pánico conocido en el lenguaje de los mercados como «negocio de capitulación», en el que gestores nerviosos, aterrorizados por futuras pérdidas, desean desprenderse de sus bonos a cualquier precio. Cuando domina el miedo, dan un paso al frente las personas de sangre fría. Martin es una de ellas. Pero no es la única. En los últimos cinco minutos el mercado ha empezado a negociar de otra manera. Todavía castigado por las grandes ventas —en realidad no hay otra cosa que ventas—, los precios siguen cayendo, pero rápidamente rebotan, como en un trampolín. Algo grande, invisible, acecha en las profundidades, un inmenso cliente que entra para comprar las gangas del mercado. Pero ¿quién? Tal vez el Banco de China, tal vez el Banco de Japón, tal vez la Kuwait Monetary Authority, ¿quién sabe? Pero, sea quien sea, se trata de una bestia grande. Gwen también tuvo esta sensación, y juntos, ella y Martin deciden retener algo más las posiciones largas que compran a los clientes.

Comienzan a ver algunas compras, clientes que entran para mordisquear en el mercado. No pasa mucho tiempo antes de que resulte evidente que el bajón por pánico ha pasado y que el mercado ha vuelto a una batalla normal entre compradores y vendedores. Éstas son las condiciones en las que los operadores pueden hacer fortuna. La volatilidad es alta, grande el volumen de clientes y, puesto que el mercado es tan variable y la incertidumbre tan elevada, los clientes no son demasiado exigentes en lo que concierne a los precios que reciben. Quieren una ejecución rápida y están dispuestos a sacrificar algo de dinero con tal de conseguirlo. Por ejemplo, en una operación con bonos a cinco años que se negociaban a 100,16-18, una compañía de seguros de Florida quiere vender 80 millones de dólares, Gwen ofrece 100,14 y los compra; unos minutos después, otro cliente quiere comprar 100 millones de dólares, ella pide 100,19 y consigue vender, consiguiendo así rápidamente 125 000 dólares. En un día como el de hoy, este tira y afloja entre clientes que compran y venden puede prolongarse durante horas. Los márgenes de ganancia tal vez sean pequeños, cien aquí, cincuenta allá, pero con volúmenes de dinero que en un banco llegan a decenas e incluso a centenares de miles de millones de dólares, se alcanza una suma considerable. El poderoso edificio que es hoy Wall Street no se construyó con las fortunas de llamativos especuladores, como pretende el mito, sino centavo a centavo.

Tan valioso como el diferencial de precios entre oferta y demanda de la que disfrutan los operadores es la información a la que sólo ellos tienen acceso. Los operadores de los grandes bancos tienen a la vista los negocios de los mayores clientes y, en consecuencia, saben antes que el resto de la comunidad financiera hacia dónde va el gran dinero: bancos centrales, fondos de cobertura, grandes fondos de pensión, fondos soberanos de inversión y el dinero del petróleo. Esto les permite llegar antes. Por tanto, pueden vender grandes paquetes de bonos a sus clientes a precios de mercado y luego comprarlos en las pantallas antes de que los bancos y las instituciones de menores dimensiones se enteren de lo que ocurre y de por qué están perdiendo dinero. Nadie más en el mundo está al tanto de ese fondo de información —aunque en realidad ellos lo compartan con sus grandes clientes, en particular los fondos de cobertura para los que esperan trabajar un día—, y tan valioso es, que los grandes bancos gastan verdaderas fortunas en mantener una extensa fuerza de ventas global.

Cada vez son más los operadores del parqué que, al ver cómo surgen los compradores, han adoptado la misma estrategia de Martin y Gwen: la de hacerse con una posición larga en bonos. Por el pasillo, Martin se siente aliviado. Los operadores ya no luchan para sobrevivir; se preparan para su juego. Al igual que un equipo de fútbol que ha marcado un gol importante, los operadores y los vendedores sienten que la actitud defensiva ha dado paso a la ofensiva. Es el tipo de mercado con el que los operadores sueñan, un mercado que los libere de sus temores, sus pensamientos y sus ideas preconcebidas. Martin, Gwen, Logan, Scott y los otros operadores del pasillo ya no ven la volatilidad del mercado como una amenaza a la que temer, sino como un desafío que afrontar. Han entrado en la zona. Cuando se encuentran en este estado, las novedades informativas que llegan a los operadores son bien recibidas; los riesgos, asumidos con alegría, y la incertidumbre, anhelada como un juego excitante. Aquí, en la cumbre de la colina de Berlyne, la información llega cargada de excitada expectativa.