LAS COSAS EMPEORAN EN LA SECCIÓN DE HIPOTECAS
Ahora los gestores de riesgos se arremolinan en torno a la mesa de arbitraje y miran por encima de los hombros de Scott. En segundo plano, llegan desde todo el parqué los rabiosos sonidos de planes frustrados: chillidos ahogados, palabrotas a voz en cuello, teléfonos destrozados. Logan ha sufrido un golpe particularmente duro y está en plena rabieta. Stefan, el jefe de la mesa de arb, absorbido por sus pérdidas en derivados, que llegan casi a 60 millones de dólares, convoca al grupo a un cónclave de urgencia. ¿Cierran sus posiciones y limitan las pérdidas de fin de año? ¿O las agrandan, con la esperanza de recuperar todo lo que han perdido e incluso ganar algo? Los operadores, con frases sin terminar, de estilo telegráfico, intercambian nerviosamente opiniones y acuerdan que el movimiento es exagerado. Los fondos de cobertura, razonan, han ido reduciendo hipotecas y desearán cubrirse tras un movimiento de esta magnitud; además, con el hundimiento del mercado inmobiliario, la Reserva Federal seguramente continuará bajando los tipos de interés, política que normalmente produce el alza de las hipotecas, los valores y otros mercados sensibles al crédito. A la espera de un rebote en cualquier momento, los operadores deciden agrandar sus posiciones. Los gestores de riesgos parecen preocupados, recordando que durante la crisis financiera asiática y la quiebra de Long Term Capital se utilizaron los mismos argumentos; no obstante, sobre la base de los rendimientos de la mesa en este año, dan su conformidad para que los operadores incrementen la magnitud de sus negocios. Otra vez, los gestores de riesgos se hallan en un callejón sin salida, pues si se niegan y luego el mercado se recupera, se los hará responsables de los beneficios perdidos.
Scott hace rodar su silla hasta la mesa y activa en su ordenador un instrumento de navegación en tiempo real. Se afirma que estos gráficos ayudan a los operadores a encontrar pautas en los salvajes zigzags de los precios de los mercados bursátiles. En particular, se supone que muestran lo que en los mercados —de hipotecas, de acciones, de divisas, de lo que sea— se conoce como «niveles de soporte», o sea niveles de precio a los que se espera que los inversores entren a comprar, impulsando así los precios otra vez al alza. Estos gráficos, como muchos han señalado y Scott sabe perfectamente, están diseñados y son vendidos por personas aclamadas por dudosos ambientes intelectuales: se supone que los niveles de soporte de los precios se rigen de acuerdo con los números de Fibonacci, una sucesión matemática perfectamente respetable que se encuentra en fenómenos naturales tales como el modelo en espiral de una concha marina. Pero, de un modo desconcertante, estas secuencias se han convertido en materia prima de la cultura popular, lo que ha dado como resultado novelas como El código DaVinci, con sus escalofriantes modelos ocultos. Estos gráficos rayan en el misticismo de los números, aunque hay bastante gente que cree que se han convertido en profecías de autocumplimiento. Scott, consciente del número de operadores devotos de estos gráficos, realiza una oferta de compra de otros 200 millones de dólares del índice hipotecario ABX a un precio de 34,00, el siguiente nivel de soporte importante, lo que llevaría su posición total a 500 millones de dólares. Cuando el mercado hipotecario se mueve hacia el derrumbe y lleva su pérdida del día a 9 millones de dólares, Scott está metido de lleno en su orden de compra. Con un vistazo a los otros operadores hipotecarios conjetura que también ellos han agregado valor a sus posiciones.
El mercado de valores baja rápidamente otro medio punto y, contagiadas por él, caen también las hipotecas, sorprendiendo al personal con un momento de desánimo, pero luego se estabilizan y recuperan los niveles que tenían cuando Scott las compró. Ahora Scott, junto con la mesa de arb, y detrás de ellos el poderoso parqué con sus mil personas, y detrás también los centenares de parqués similares de todo el mundo, espera el tranquilizador tirón del rebote del mercado. Y eso es lo que sucede durante un rato, pues las acciones, las hipotecas y los bonos de empresas recuperan provisionalmente la confianza, atraen compradores, y la incipiente subida toma impulso tras la expansión de un rumor según el cual la Reserva Federal hará al final del día un anuncio, sin duda para declarar su decisión de apoyar el mercado. Las hipotecas suben el 2% y reducen las pérdidas de Scott. Sacudiendo involuntariamente las piernas como para estimular al mercado, Scott tiene la sensación de que la vieja magia ha regresado y percibe alivio en la mesa de arb. Si el mercado sigue subiendo como lo está haciendo en ese momento, Scott podría terminar efectivamente el día con ganancias.
Pero, después de una hora de lenta y trabajosa subida centavo a centavo, el alza se muestra poco convincente, provisional, no consigue afirmarse. Otros rumores empiezan a ensombrecer el panorama, rumores acerca de problemas de liquidez de los originadores de hipotecas, pérdidas en los fondos de cobertura, masiva reducción de activos sobre préstamos tóxicos en la banca, hundimiento del sistema bancario británico. Resultado: el alza se estanca. Pronto resurge la venta —un fondo común de inversión en el Medio Oeste, un fondo de cobertura en Zúrich, la mesa nocturna del Banco de Japón— y el altavoz estalla con los esfuerzos de los vendedores por encontrar ofertas sobre hipotecas y bonos corporativos. Flaquea la confianza y el mercado se hunde lenta e implacablemente, luego a mayor velocidad, atraviesa el nivel de soporte de 34 y el de 33,75 y en los cuarenta y cinco minutos siguientes se desploma a 33,05. Scott ha percibido rápidamente el cambio y ha tratado desesperadamente de vender su posición, pero las ofertas desaparecen antes de que pueda cogerlas, de modo que en media hora sus pérdidas han crecido tal vez a 16 millones de dólares, casi un tercio de lo ganado en el año. Ni siquiera entonces puede saber con certeza cuál es su P&L, pues los precios de las hipotecas suben y bajan de tal manera que nadie es capaz de asegurar dónde están. Tampoco él sabe cuál es su verdadera posición personal: ha operado a tal velocidad y de modo tan frenético que no puede estar seguro de que todas sus operaciones se hayan concretado, o que lo hayan hecho correctamente. Y ahora, aturdido, presa del pánico, con un sudor rancio que le mana de los poros, Scott observa hipnotizado cómo los valores mínimos escapan al mercado y son absorbidos en una espiral de muerte. En la caída, el precio oscila —32,50, 32,15, 32,27, 31,90, 31,35—, mientras se oye como en un sueño el estruendo de espanto del parqué y hacia media tarde, cuando los precios se han estabilizado, las agencias de noticias informan de que el ABX ha caído la cifra récord del 12%. Cuando la oficina central confirma la posición de Scott, resulta que todavía tiene en su poder la mayor parte de sus bonos, que suman cerca de 415 millones de dólares. Los precios y las posiciones de su sistema de gestión de riesgos se estabilizan y, de mala gana, con temor, mira la cifra de P&L que figura en el ángulo inferior derecho de la pantalla de su ordenador y ahoga apenas un grito al comprobar que la pérdida es de 24 millones de dólares, casi todo el dinero que ha ganado en los últimos seis meses. La noticia estalla como una carga de profundidad en su cerebro, la respiración se le acelera, la presión arterial se dispara y los intestinos se licúan.
Cuando nos vemos atrapados en un acontecimiento terrible, el cuerpo da por supuesto que, para salvarnos, necesitamos correr a toda velocidad y, consecuentemente, deshacernos del exceso de peso expulsando compulsivamente la orina de la vejiga y, sueltas y acuosas, las heces del colon. Normalmente, cuando los desechos no digeridos dejan el intestino delgado, lo hacen en forma líquida; al pasar por el intestino grueso, el agua es reabsorbida para mantener el cuerpo hidratado y se produce una deposición seca. Pero si el colon se vacía rápidamente, no tiene tiempo para completar este proceso, de modo que las heces permanecen líquidas en su mayor parte. A medida que las pérdidas aumentan en el parqué, el observador advierte que el personal de operaciones, ansioso, acude apresuradamente a los servicios y que el de hombres comienza a exhalar el miedo y el hedor de un matadero.