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Llego antes de la hora, así que me siento en el primer reservado, una maniobra cobarde para asegurarme de ver a Alguien antes de que él me vea a mí. Estoy de espaldas al resto del local y su montaña de crepes, y observo el aparcamiento a través de las puertas cristaleras dobles. Dentro de apenas quince minutos conoceré a Alguien en persona. Se sentará delante de mí, se presentará y toda nuestra relación virtual se convertirá en algo real. Saldrá a la luz y al aquí y al ahora. Se basará en algo más y menos tangible a la vez: las palabras pronunciadas en voz alta.
Naturalmente, esto podría ser un desastre. Tal vez no tengamos nada que decirnos en persona. Lo más probable es que no sea Ethan. Me doy cuenta de eso ahora que estoy aquí sentada con las palmas de las manos sudorosas y las axilas húmedas. Sería demasiado bonito.
Me había soltado el pelo y ahora que he vuelto a recogérmelo ya estoy pensando que debería soltármelo otra vez. Me he pasado casi toda la noche decidiendo qué ponerme.
Dri dijo: «Ponte algo cómodo e informal».
Agnes dijo: «Ponte algo con lo que estés espectacular».
Decidí a primera hora de la mañana que sería un poco raro llevar otra ropa que no fuese la que llevo normalmente, y no quiero parecer que me estoy esforzando demasiado.
Scar dijo: «Ponte algo con lo que seas tú misma».
Pero ahora, mis estúpidos vaqueros y mi camiseta me parecen demasiado normales. Debería haberme puesto un poco más de maquillaje, haber hecho algo —lo que fuese— que me hiciera sentirme más guapa. ¿Y si Alguien solo me ha visto de lejos y se lleva un chasco cuando lo tenga sentado delante? ¿Y si soy una de esas chicas que engañan cuando las ves de lejos?
Sigo aquí sentada, catalogando todos mis defectos, hiriendo mis propios sentimientos. Tengo la barbilla llena de granos. La nariz salpicada de puntos negros. Se me desparraman los muslos en este asiento de plástico. No, esto no me está ayudando nada a calmar mis nervios.
La camarera me trae una taza de café y arranco las tapas de todas las cápsulas de crema para el café, hago una pila con los envoltorios y luego la derribo y la vuelvo a hacer. Me planteo levantarme e irme de allí. No necesito conocer a Alguien. Podemos seguir como estamos. Que siga siendo mi mejor amigo invisible, aunque uno con quien me gusta flirtear.
Dri: |
¡¡BUENA SUERTE!! Y si resulta que Alguien es Liam, pues... a por él. |
Yo: |
¿En serio? |
Dri: |
Sí. Lo mío es una tontería de cuelgue. Lo que Alguien y tú tenéis es real. |
Yo: |
Tengo miedo. Pero no creo que sea Liam. |
Dri: |
Yo tampoco. |
Yo: |
Eres una verdadera amiga. |
Dri: |
No te olvides de eso cuando Alguien y tú estéis locamente enamorados y no tengáis tiempo para nadie más, ¿vale? |
Yo: |
¡Ja! |
Dri: |
¿Ha llegado ya? |
Yo: |
No. |
Dri: |
¿Ha llegado ya? |
Yo: |
No. |
Dri: |
¿Ha llegado ya? |
Estoy a punto de volver a escribir «No» —me gusta este juego, me distrae y además tiene un punto divertido—, pero entonces llega él y me da un vuelco el corazón. Siento que se me atenaza la garganta y se me humedecen los ojos, y me siento mal por sentirme así. No quiero sentirme así, pero así es como me siento. ¿Cómo podía estar tan equivocada?
Es Liam. Vale.
Alguien es Liam.
Intento recuperarme de la impresión, encontrarle un sentido a lo que ha pasado. Al menos no es el señor Shackleman ni Ken Abernathy. Liam es un buen chico, el sueño de la chica más guapa del instituto. Sin duda, esto tiene que ser bueno por narices.
Él no me ha visto aún. Está en la caja, cogiendo una de esas pastillas de menta gratuitas, las que se supone que contienen grandes cantidades de materia fecal, pero lo reconozco por detrás. Liam.
Liam es Liam es Liam.
Se da media vuelta y su cara se transforma al verme. Sonríe, una sonrisa tan radiante que me pregunto qué habré hecho yo para ganarme su buen humor.
Todo este tiempo: Liam.
—Qué casualidad encontrarte aquí, Jessie —dice—. ¿Te importa si me siento?
Me quedo muda. Me dan ganas de sacar el móvil y escribir a Alguien: «Adelante, siéntate». Y también esto: «No lo entiendo». Recurro a un movimiento afirmativo con la cabeza. Al menos sé que Dri no va a estar enfadada conmigo. Algo es algo.
Me dan ganas de escribir: «Tú no eres Ethan. Yo quería que fueses Ethan».
Pero sé que eso es cruel. Como si él me hubiese dicho a mí: «Yo quería que hubieses sido más guapa».
—Me alegro mucho de verte —dice Liam, doblando las piernas para sentarse en el reservado, enfrente de mí. Hoy se le ve desenvuelto, como cuando sube al escenario: seguro de sí mismo y fluido. Puro origami humano.
—Sí. Yo también me alegro —contesto, e intento devolverle la sonrisa, pero no se me ilumina el rostro.
—Esto te parecerá muy raro y tal vez no sea el mejor momento..., pero llevo un tiempo queriendo preguntarte si quieres... bueno, si te apetecería salir a cenar conmigo alguna noche.
Y ahí está: Liam acaba de pedirme que salga con él. En serio. En la vida real. No el Alguien de los mensajes, sino el Alguien de carne y hueso.
Pero lo único que oigo es la voz de Ethan, sus palabras, que también se dijeron en voz alta: «Creo que deberías decirle que no».
Pero eso fue antes de que Alguien fuese Liam y Liam fuese Alguien. Fue antes de los últimos diez segundos, cuando todo cambió. ¿Y si es esto lo que es real: yo y Liam, y no yo y Ethan? Podría ser, una vez más, que me haya vuelto a equivocar. ¿Qué importa si a veces hay silencios incómodos en la librería, si no me parece que Liam y yo tengamos mucho que decirnos? ¿Qué importa que saliera con alguien como Gem? La gente toma decisiones equivocadas a todas horas.
—Yo...
Tomo un sorbo de café, perforo con los ojos el fondo de la taza, sofoco el terror que empieza a treparme por el estómago, el impulso de salir huyendo del local. Necesito el tiempo adicional que me brinda mi móvil. Aunque solo sean unos pocos segundos para organizar mis pensamientos. Intento imaginar qué escribiría ahora. Escribir haría esto más sencillo; utilizar los pulgares en lugar de la boca. «Sí», escribiría. O puede que «Vale». O «Guay». O...
Pero antes de decidir qué decir, percibo una sombra a mi espalda. Lo primero que pienso es que Gem está allí y me va a soltar un puñetazo, y así es como va a acabar todo. Conmigo noqueada en el suelo. Cosa que es ridícula, porque no es Gem. Y los puñetazos no son su estilo. Ella es más sutil.
Es Ethan.
Ethan es Ethan es Ethan.
Ethan también está aquí, y ahora estoy confusa y no sé qué hacer. Ve a Liam sentado delante de mí y se le ensombrece el rostro antes de adoptar un gesto inexpresivo. Quiero ver su sonrisa, oírle decir esas seis palabras una vez más: «Creo que deberías decirle que no».
Sin duda, eso me ayudaría a encontrarle sentido a lo que está pasando. Eso me daría una buena razón para alejarme de Alguien, alejarme de «tres cosas» y de unas maravillosas conversaciones a medianoche y de todo lo que me ha estado motivando a seguir adelante estos últimos meses.
Alguien es Liam. Liam es Alguien. Una ecuación muy simple. Pura matemática. Es hora de aceptarlo.
—Hola —dice Ethan, y me mira con ojos suplicantes. Está diciendo esas seis palabras sin decir esas seis palabras. Así que no respondo a Liam, al menos no todavía, y hablo con Ethan. Compro tiempo de otro modo.
—Hola —contesto.
Entonces viene cuando estoy segura de que estoy completamente equivocada, de que en realidad estoy soñando, porque de repente Caleb aparece también en el local, justo por detrás de Ethan. Por supuesto tenían que estar los tres en el momento cumbre de la revelación de la identidad de Alguien. Esto es un sueño. Tiene que serlo, porque los tres no pueden ser Alguien, y ya he tenido antes sueños como este, cuando aparecen los tres, Liam, Ethan y Caleb, metamorfoseándose el uno en el otro, intercambiándose las camisetas.
Pero no, Caleb va de gris; Ethan lleva la de Batman, y Liam lleva una camisa, porque a diferencia de sus amigos, él sí cambia de vestuario. Un punto para Liam en eso.
Si esto es un sueño, a continuación se pondrán a cantar. Me darán una serenata con «La chica a la que nadie conoce».
Nadie canta. Esto no es un sueño.
Me hinco las uñas en las palmas de las manos, solo para estar segura. Me hago daño.
—¿Qué hay? —saluda Caleb, y mira primero a Liam, luego a mí, y después a Liam otra vez, y sonríe, como diciendo: «Adelante, campeón». ¿Saben él y Ethan que Alguien es Liam y están aquí para ver lo que pasa? O a lo mejor los tres están metidos en el ajo, han compartido la contraseña de Alguien y se han ido turnando para escribirme. ¿Y si todo esto no ha sido más que una broma para reírse a mi costa? ¿Es esa la mentira? ¿Son tres?
Me acuerdo de la oferta de mi padre de volvernos a Chicago y pienso si no será así como va a acabar todo esto. Conmigo subida a bordo de un avión, humillada y con el corazón roto.
—Espera —pide Ethan, y da un paso adelante y otro atrás. Es un baile un tanto extraño—. Has llegado pronto —añade, poniéndose rojo como un tomate
—Tío, estamos en medio de una conversación —le interrumpe Liam, que vuelve a mirarme, como repitiéndome la pregunta. Ah, es verdad. Salir a cenar. Si no me sintiese decepcionada, sería hasta tierno: Alguien empezando nuestra primera conversación pidiéndome una cita formal.
—Liam —dice Ethan, poniendo la mano en el hombro de Liam. Este se lo quita de encima con un movimiento brusco, enfadado. Soy una idiota. Es evidente que estos dos tienen un problema. «Hubo un poco de drama al principio», dijo Dri una vez. Liam sustituyó al hermano de Ethan en el grupo.
«Creo que deberías decirle que no.»
Lo he malinterpretado todo: esas seis palabras no tenían nada que ver con que yo le guste. Simplemente, odia a Liam. Acabo de darme cuenta y la sensación es demoledora.
—¿Por qué siempre tienes que estar jodiéndolo todo?
Liam se levanta para plantar cara a Ethan. Meses, años tal vez de agresividad contenida están a punto de estallar ahora, y tengo tan mala suerte que la explosión me va a pillar a mí en medio.
Liam aprieta los puños, como si estuviera a punto de liarse a puñetazos en plena Casa de las Crepes, el menos indicado de todos los sitios para una pelea. Aquí hay niños, y asientos de poliéster y crepes con caritas sonrientes. Siropes de todas clases. Algunas de las bebidas vienen incluso con cerezas al marrasquino.
Caleb se interpone entre los dos, y Ethan levanta las manos en el aire. No parece sentir ningún interés por pegar puñetazos ni por que le peguen a él. Tal vez no siente ningún interés por mí.
—Te equivocas, tío. No busco bronca —dice, metiéndose las manos en los bolsillos. Saca su móvil—. Dame un segundo, ¿quieres?
Ethan me mira a mí, no a Liam, y está hablando conmigo sin hablar conmigo. No sé lo que dice. Solo sé que no quiero dejar de mirarlo. Una vez más, todo va demasiado rápido para que pueda entenderlo, y también demasiado despacio, porque oigo los latidos de mi corazón y la sangre palpitándome en los oídos, percibo el calor de la taza de café en mis manos temblorosas.
Me suena el teléfono. Tengo un mensaje. Bajo la vista. Cojo el móvil.
Alguien: |
soy yo. |
Vuelvo a levantar la vista. Ethan me sonríe con nerviosismo. Está escribiendo sin mirar a la pantalla.
Alguien: |
soy yo. no él. soy yo. |
Alguien: |
te lo diré en mayúsculas: YO. |
—¿Tú? —pregunto en voz alta, sin manos. Por fin encuentro las palabras cuando las necesito. Y por fin, por fin, lo entiendo todo. Ethan y yo nos miramos a los ojos. No puedo evitarlo: estoy sonriendo de oreja a oreja—. De verdad. ¿Eres tú?
—Soy yo —contesta levantando el teléfono en el aire—. Has llegado antes de la hora. Teníamos una reunión con los Omático que se nos ha alargado un poco, y él te ha visto antes.
Miro a Liam, que se está balanceando sobre sus talones, confuso y enfadado todavía. Observando nuestra conversación, pero sin entender nada. ¿Cómo iba a entenderla? Apenas la entiendo yo.
Ethan es Ethan es Ethan.
Ethan es Alguien.
—Liam, lo siento. No puedo. Quiero decir, es Ethan. Es él —digo, cosa que no tiene ningún sentido, pero parece que no importa, porque ahora tengo a Ethan sentado delante. Y nos estamos sonriendo, como un par de bobos, y es fácil, mucho más fácil de lo que se suponía que tenía que ser.
Liam parece más confuso que enfadado. Caleb se encoge de hombros y luego señala la puerta con mirada elocuente, como diciendo: «Déjalo, tío. Ella no vale la pena».
—Vale —asiente Liam, haciendo caso a Caleb, soltando la palabra con aire despreocupado por encima del hombro mientras sale por la puerta.
Caleb agita el móvil para despedirse de Ethan y de mí, su forma de decir adiós a todo el mundo, supongo, mientras corre para alcanzar a su amigo.
—¿Tú? —vuelvo a preguntar a Ethan, porque necesito decirlo una última vez, para asegurarme de que no estoy sacando conclusiones precipitadas y de que no estoy soñando.
—Encantado de conocerte otra vez, Jessie, Jessie Holmes. Soy el tío raro que te ha estado enviando mensajes. —Ethan parece nervioso, me mira con ojos interrogantes—. Hoy no ha ido para nada como yo tenía planeado.
Me echo a reír, porque lo que siento es mucho más inmenso que el alivio.
—¿Cómo? ¿No esperabas estar a punto de pelearte a puñetazos?
—Pues no, la verdad es que no.
—No me puedo creer que seas tú —digo, soltando el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo. Me suena el móvil.
Alguien: |
te has llevado una decepción? |
Yo: |
¡¡¡NO!!! |
Alguien: |
puedo sentarme a tu lado? |
Yo: |
¡¡¡SÍ!!! |
Ethan se sienta a mi lado, y ahora me roza el muslo con el suyo. Huelo su olor, a Ethan. Apostaría cualquier cosa a que sabe a café.
—Hola —saluda, y levanta la mano para meterme el pelo por detrás de la oreja.
—Hola.
Después de estar charlando un buen rato, es igual que todas esas otras veces que he quedado con Ethan, pero a la vez es completamente diferente, porque no estamos preparando un trabajo, solo estamos juntos porque queremos, y ahora lo conozco, lo conozco de verdad, porque nos hemos pasado los dos últimos meses hablando con las yemas de los dedos.
—¿Por qué? —pregunto. Él salva la distancia, pone su mano en la mía. Estamos cogidos de la mano. Ethan y yo estamos cogidos de la mano. No estoy segura de querer devolverle la suya algún día.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué me mandaste un e-mail el primer día?
—Desde lo de mi hermano... es como si hubiese olvidado cómo... cómo hablar con la gente. Mi padre me hizo ir a una psicóloga y ella me dijo que tal vez escribir me ayudaría. Y cuando te vi el primer día de clase, vi algo en ti que hizo que me entraran ganas de conocerte. No sé, parecías perdida, pero de una forma que te entendía totalmente. Decidí escribirte un correo. Pero me pareció más seguro hacerlo desde el anonimato.
Sacude la cabeza, como diciendo: «Sí, soy un poco raro».
—¿Le has escrito a alguien más? —pregunto.
—Bueno, sí. He mandado algún que otro mensaje más. Me gusta observar a la gente. Le he dicho cosas a algunas personas de la forma más delicada posible. Por ejemplo, le dije a Ken Abernathy que Gem le estaba copiando en cálculo. Contigo era distinto. Lo nuestro han sido dos meses de conversación.
—Así que lo que estás diciendo es que eres una especie de Batman de Wood Valley.
Sonríe y baja la vista.
—No del todo. Esta camiseta era de mi hermano. Es una tontería, pero bueno.
—Me gusta poder hacerte preguntas y que las contestes.
—Me gusta que me hagas preguntas.
—Dime tres cosas —digo, porque me encantan nuestras tres cosas. No quiero que desaparezcan, aunque ahora podamos decirlas en voz alta.
—Una: en contra de la creencia popular, no me drogo. Me aterrorizan las drogas. Ni siquiera tomo paracetamol. Dos: memoricé la primera parte de La tierra baldía solo para impresionarte. Normalmente, juego a la Xbox a las tantas de la noche o leo cuando no puedo dormir, pero no sé, pensé que eso me haría parecer más guay.
—Funcionó. Fue totalmente alucinante.
Mi voz está sonriendo. Ni siquiera sabía que podía hacer eso.
—Tres. Mi madre ingresó ayer en una clínica de desintoxicación. No soy lo bastante ingenuo para hacerme muchas ilusiones, porque ya hemos pasado por esto varias veces, pero algo es algo.
—No... no sé qué decir. Si estuviéramos escribiéndonos, seguramente te mandaría un emoji.
Le aprieto la mano, otra forma de hablar. No me extraña que Ethan no pueda dormir: su vida familiar está aún más jodida que la mía.
—Te toca a ti. Tres cosas...
—Vale. Una: esperaba de todo corazón que fueses tú. Primero estaba segura de que lo eras y luego estaba segura de que no, y durante ese segundo, creí que eras Liam y me dieron ganas de llorar.
—Liam no es mal tipo. Tengo que ser más amable con él. Sobre todo ahora. Joder, me va a romper las piernas...
Ethan sonríe. No tiene ningún miedo de Liam.
—No, no te las va a romper. Volverá con Gem y serán, yo qué sé, el rey y la reina del baile o algo así, suponiendo que hagáis esas cosas por aquí, y todo irá bien. Aunque es una lástima, porque me encantaría que se liara con Dri.
—Por cierto, ¿qué te dije? ¿A que tenía razón con lo de que Dri y tú haríais muy buenas migas?
—Tenías razón. Tenías razón en un montón de cosas.
—Dos...
—Dos... —Vacilo un momento. ¿Qué quiero decir? Que por primera vez, que yo recuerde, siento que estoy exactamente donde quiero estar. Que estoy feliz de quedarme así. Justo aquí. Con él—. Dos: gracias por ser mi primer amigo aquí en una época en la que no tenía a nadie. Ha sido muy... muy importante para mí.
Ahora le toca a él apretarme la mano, y es una sensación tan maravillosa que casi cierro los ojos.
—¿Tres? No tengo nada para el número tres. La cabeza aún me da vueltas.
—Yo tengo una cosa.
—Adelante.
—Tres: quiero besarte; aquí, ahora, por favor.
—¿En serio? —pregunto.
—En serio —dice, así que me vuelvo hacia él y él se vuelve hacia mí, y a pesar de que estamos en este local tan peculiar y que nuestra mesa está llena de un surtido un tanto extraño de comida intacta que Ethan ha pedido para poder seguir ocupando la mesa las últimas tres horas (crepes, por supuesto, pero también pepinillos en vinagre y tarta de manzana), todo desaparece y pierdo el mundo de vista.
Solo estamos él y yo. Ethan es Ethan es Ethan y Jessie es Jessie es Jessie, y sus labios rozan los míos.
Pero a veces un beso no es un beso no es un beso. A veces es poesía.