21
—Oye, y ¿qué os parece si me tiño un mechón de rosa? Así, un poquito hacia el lado, ¿qué tal? —pregunta Dri, pasándose los dedos por el pelo castaño y rebelde.
Estamos sentadas fuera en nuestra hora libre, con la cara hacia el sol como las flores hambrientas de los dibujos animados. Ahora llevo gafas de sol (Dri y Agnes me ayudaron a escoger un modelo de imitación) y me encantan. Con ellas puestas me siento como si me transformase, como si fuera una persona distinta con unos cuadrados grandes de plástico que me tapan la cara.
—¿Rosa? —exclama Agnes.
—¿Rosa fosforito o rosa chicle? —pregunto.
—No sé —dice Dri—. ¿Mitad y mitad?
—No.
Agnes lo dice rotundamente, sin ningún resquicio a la más mínima posibilidad. Un veto total, que es justo lo que hizo Scarlett la vez que insinué hacerme un pirsin en la grasilla de la parte interior de la oreja. Bueno, después de decirme que buscara en internet cómo se llama exactamente esa parte de la anatomía del oído, porque no quería volver a oír las palabras «grasilla de la parte interior de la oreja» juntas en la misma frase nunca más. Y no me extraña, la verdad.
El caso es que eso son las «vellosidades del trago», que, dicho así, suena bastante asqueroso. Nadie debería hacerse un pirsin en las vellosidades del trago.
—¿Y si me lo tiño todo de rosa? —dice Dri—. La cabeza entera.
—No sé —contesto—. A mí me gusta tu pelo tal como está.
—¿Por qué quieres hacerte esa salvajada? —pregunta Agnes, y ni Dri ni yo tenemos el coraje de señalar que su pelo pelirrojo es tan artificial como lo sería el de Dri si se tiñera el suyo de rosa. Pero, claro, también es verdad que el pelirrojo de Agnes da mucho más el pego que el rosa de Dri, en caso de que se lo tiñese de verdad. La frontera entre el rojo y el rosa no es lo que se dice tenue cuando hablamos de pelo.
—Solo quiero un cambio —dice.
—Esto es como lo del ukelele. Tú lo que quieres es llamar la atención —sentencia Agnes, directa, pero no en plan borde—. Lo entiendo.
—Es que... no sé, me siento como invisible últimamente. Yo qué sé. Menos vosotras, tengo la sensación de que nadie se daría cuenta siquiera de si dejo de ir a clase, por ejemplo —confiesa Dri, recostándose hacia atrás de manera que acaba tumbada boca arriba, mirando al inmenso cielo azul, tan sereno que ni siquiera hay nubes que poder interpretar. Por un momento, se me ocurre decirle que Alguien me aconsejó que me hiciera amiga suya, así que evidentemente él sí se ha dado cuenta de lo buena tía y lo divertida que es, pero por alguna razón me da vergüenza. Quiero que piense que nuestra amistad ha sido algo totalmente natural.
—Pues yo mataría con tal de ser invisible —admito—. No hay manera de que Gem y Crystal me dejen en paz.
—Que les den —me aconseja Agnes—. A esas lo que les pasa es que les gustaría ser tan guays como tú.
—Yo no soy guay. Soy lo contrario de guay.
—Sí eres guay. A ver, ahora que te conozco, me doy cuenta de que en realidad eres incluso mejor que guay, pero no sé por qué vas por ahí dando esa imagen de sobrada y de idiota. Y además eres una tía buena —continúa Agnes—. Y en el mundo de Gem, nadie más que ella puede ser una tía buena.
—Pero ¿qué dices? ¿Se puede saber de quién narices estás hablando ahora? —digo.
—Están celosas porque a Liam le gustas. Y si te soy sincera, yo también estoy celosa porque a Liam le gustas... —interviene Dri.
—No le gusto —contesto—. Trabajo en la librería de su madre, nada más.
—Ya. Lo que tú digas —responde.
—No, en serio, solo somos compañeros de trabajo. Y para que conste, a mí no me gusta. No en ese sentido, al menos.
Espero que Dri me crea. Necesito que me crea.
—Entonces estás loca, porque está para comérselo.
—Por favor, no te tiñas un mechón de rosa por Liam Sandler —le pide Agnes—. No se lo merece.
Veo a Ethan cruzando el césped, con una taza de café en la mano, de camino al aparcamiento, a pesar de que solo es mediodía. Y como todas las demás veces que lo he visto aparecer así, como por arte de magia, me siento como si hubiese conseguido invocar su presencia con el poder de mi mente, como si hubiese aparecido porque estoy pensando en él. Y, efectivamente, así es, porque me paso todo el día como quien dice pensando en él. Puedo estar hablando del pelo rosa o de Liam Sandler, pero en realidad en lo que estoy pensando es en «Ethan es Ethan es Ethan». Me pregunto adónde irá y si va a volver a tiempo para la clase de literatura. Eso espero. No hablamos mucho en el instituto, pero me gusta saber que está sentado detrás de mí, que podría volverme y sonreírle si me atreviese. Solo que nunca me he atrevido, claro.
Mierda. Me ha pillado mirándolo. Espero estar lo bastante lejos como para que no vea mi sonrisa bobalicona. Me saluda rápidamente con un símbolo de la paz con los dedos antes de meterse en su coche.
—Ethan Marks, en cambio... —digo, confesando al fin a mis amigas mi cuelgue con él. Se lo he dicho a Scarlett, por supuesto, pero ella no ha ido al cole con él desde el parvulario, así que no cuenta.
¿Debería haberle devuelto el saludo a Ethan? No, soy incapaz de saludar con el signo de la paz. Es como lo de «guay del Paraguay».
—¿En serio? ¡Te gusta Ethan! Éramos amigos en octavo —suelta Dri dando grititos de entusiasmo y levantándose para cogerme de las manos, en plan emocionada. O a lo mejor simplemente es el alivio de saber que no me gusta Liam. Ladea la cabeza, como parándose a reflexionar—. Aunque, si te digo la verdad, no es la opción más original del mundo. Además...
—Además, está algo... dañado —apunta Agnes.
—Y nunca ha salido con nadie del instituto. Nunca. Jamás —dice Dri, y el corazón me da un vuelco. No es que creyese que tengo alguna oportunidad, pero aun así... Ahora parece más bien una imposibilidad técnica.
—Pero desde luego es el terror de las nenas —continúa Agnes—. Eso está claro.
Alguien: |
tres cosas. (1) cuando leo tus mensajes, los oigo con tu voz. (2) si fuese un animal, sería un lémur. vale, eso no es verdad del todo, pero hoy me apetecía usar la palabra «lémur». y antes de que me lo digas, sí, ya sé que soy raro. (3) ¿en serio? me gustaría ser un camaleón. cambiar de color para confundirme con el entorno. |
Yo: |
(1) Yo he visto Footloose (el remake, no el original) un número escandaloso de veces. Pero es que es tan tierna... UNA LEY QUE PROHÍBE BAILAR. Y luchan y ganan. Es para desmayarse. (2) Podría conducir mejor. Todo el rollo ese de girar a la izquierda aquí en California cuando el semáforo se pone en rojo me pone de los nervios. (3) Y oye, que lo retiro. Lo del café... yo solo... |
Alguien: |
vale, solo y sin azúcar para ti. |
Yo: |
¿Qué? |
Alguien: |
es un chiste. una frase de Seinfeld. |
Yo: |
No tiene gracia. |
Alguien: |
solo es café. tranquila. |
Yo: |
Pues vale. |
Alguien: |
perdona, había olvidado cuánto te cabreas cuando te digo que te tranquilices. |
Yo: |
No me cabreo. |
Alguien: |
ahora mismo estás cabreada. Te lo noto en tu voz virtual. |
Yo: |
Cuando le dices a alguien que se tranquilice, eso indica que crees que está supertenso. Y yo no estoy supertensa. |
Alguien: |
guau. eso es poner un montón de presión en mi «tranquilízate». solo quiero decir que tranqui. o que te lo tomes con calma. olvidas que soy de California. aquí decimos esas estupideces a todas horas. |
Yo: |
Namasté. |
Alguien: |
¿ves? ya lo vas pillando. ahora deja de escribirme y vete a clase. vas a llegar tarde. |
—Zorra.
Gem finge estornudar cuando entro en clase de literatura. Alguien tiene razón, llego tarde y ahora todo el mundo está ya sentado, con los portátiles abiertos, viendo cómo me dedican una serenata de insultos y gérmenes mientras me dirijo a mi asiento.
—Puta —vuelve a estornudar, aunque no entiendo para qué necesita esa tapadera tan elaborada. Todos la hemos oído perfectamente, incluso la señora Pollack, seguro—. Foca asquerosa de mierda.
«Haz como si llevaras los cascos superreductores de ruido de Theo. Como si no vieras a Crystal ni a Dri o ni siquiera a Theo mirándote. No, no levantes la vista, no mires para ver si Ethan también está, si ya ha vuelto de dondequiera que estuviera, y ahora está siguiéndote con la mirada, abrasándote con algo que parece compasión.
»No hay nada peor que la compasión.
»Ya casi estoy. Solo tengo que pasar al lado de Gem. Puedo hacerlo.»
Pero no puedo. Porque al minuto siguiente, me golpeo la nariz contra la mesa con un fuerte crujido, y acabo despatarrada en el suelo: planchazo contra el suelo de linóleo. Con la cabeza a dos dedos de distancia de las Converse de Ethan.
—¿Estás bien? —pregunta. No le contesto, porque no lo sé. Estoy en el suelo, me duele la cara, mucho más que cuando Liam me dio con la funda de la guitarra, y toda la clase me está mirando. Gem y Crystal se están carcajeando sin cortarse un pelo (parecen brujas de las pelis de Disney) y a mí me da demasiado miedo levantarme. No sé si me sangra la nariz, si ahora mismo estoy tendida en un charco de mi propia sangre a los pies de Ethan. Sí, sé que tengo el culo desparramado por el suelo como un pegote de mantequilla, en un ángulo en el que ninguna persona debería verse expuesto ante nadie, especialmente ante alguien como Ethan.
Por suerte, me duele un montón y me ahorro sentir también el dolor de la humillación.
Gem me ha hecho la zancadilla. Ha sido eso, claro. Soy tan tonta que me merezco estar aquí con las narices por el suelo.
Ethan se agacha a mi lado y me tiende la mano para ayudarme a levantarme. Inspiro hondo. Cuanto más rápido me levante, antes acabaré con esto. No hago caso de su mano tendida —no se me ocurre nada peor que mancharle con mi sangre, nada peor que permitir que sea esta la primera vez que nos tocamos—, así que me apoyo en la seguridad del suelo. Voy incorporándome poco a poco hasta pasar de estar sentada a ponerme de pie, y como la focasquerosademierda que soy, arrastro el voluminoso peso de mi cuerpo hasta mi asiento. Sin la menor elegancia.
—¿Estoy sangrando? —le susurro a Dri. Niega con la cabeza, y la expresión de estupor en su rostro me indica que lo que acaba de pasar es muy, muy malo, casi tan vegonzoso como me imagino. No. Aún peor.
—¿Necesitas ir a la enfermería? —me pregunta la señora Pollack, casi en un susurro, como tratando de evitar más atención sobre mí.
—No —contesto, a pesar de que daría cualquier cosa por una bolsa de hielo y un analgésico. Pero no me imagino levantándome otra vez y pasando junto a Gem para desfilar luego por el pasillo mientras oigo las risas a mi espalda tras cerrar la puerta de la clase. No, gracias.
—Muy bien, pues entonces volvamos a Crimen y castigo —dice la señora Pollack, y sigue adelante con la clase. Noto la presencia de Ethan detrás de mí, pero no puedo volverme, no puedo ni siquiera articular un patético «gracias» porque tengo miedo del aspecto de mi cara, y tengo miedo de echarme a llorar.
Así que agacho la cabeza, como si evitar el
contacto visual fuese a hacerme invisible. «Aquí no hay nada que
ver, circulen.» Pienso en Alguien y en cuando dijo que le gustaría
ser un camaleón para camuflarse en el entorno. Consigo, a duras
penas, llegar al final de la clase, con la mirada fija únicamente
en el pupitre de delante. Leo las palabras «Axel Fig Newtons», que alguien
ha grabado en la superficie de madera. Pues sí, aunque cueste
creerlo, alguien se ha tomado la molestia de desfigurar el pupitre
para proclamar su amor por una marca de galletas. A menos,
naturalmente, que haya existido una alumna llamada Fig Newtons,
algo que, teniendo en cuenta el hecho de que tenemos tres
Hannibals, cuatro Romeos y dos Apples, es absolutamente posible. En
cuanto suena el timbre, recojo mi bolsa y echo a correr hacia la
puerta. Ni siquiera espero a Dri.
—Jessie, ¿puedo hablar un momento contigo, por favor? —dice la señora Pollack cuando estoy a punto de salir.
—¿Ahora? —pregunto. Quiero irme cuanto antes de aquella clase, alejarme todo lo posible de aquella gente, encontrar algún sitio donde poder estar sola y llorar, preferiblemente con una bolsa de hielo en la nariz. Intento centrarme en Axel y su amor por Fig (ya he escrito su trágica historia de amor enterita en mi cabeza), pero, en vez de eso, las palabras de Gem se repiten en bucle en mi mente: «Zorra. Puta. Foca asquerosa de mierda». Como la letra de una canción que me taladra el cerebro. Sonarían bien pasadas por el Auto-Tune: «Zorra. Puta. Foca asquerosa de mierda». A lo mejor debería ofrecérselas a los de Omático.
—Sí, si no te importa.
Sí que me importa. Me importa, y mucho, pero no encuentro la manera de decirlo en voz alta. La señora Pollack me señala una silla en la parte delantera de la clase y me siento y espero a que el resto de los alumnos desfile hacia la salida. Theo. Crystal. Gem. Dri. Veo a Ethan dudando un segundo —¿decidiendo si decirme algo?, ¿decidiendo si decirle algo a la señora Pollack?—, pero entonces da un golpecito en mi silla con su libro y se marcha también, y ahora quedamos solo yo y la cara de preocupación de la profe, y lo único que quiero es superar los siguientes minutos sin llorar. «Por favor, Dios mío —suplico, a pesar de que mi relación con Dios no la tengo muy clara todavía—. Por favor, déjame salir de aquí sin hacer el ridículo más de lo que ya lo he hecho.»
Desde aquí no puedo clavar la vista en la declaración de amor de Axel, así que en vez de eso, miro fijamente un póster de Shakespeare, un hombre con gorguera, con una cita escrita debajo: «Ser o no ser: esa es la cuestión».
No, en realidad, esa no es la cuestión, para nada. Visto lo visto, parece que «ser» es justo lo único que no depende por entero de nosotros.
—Yo no he hecho nada —me defiendo, y me doy cuenta de inmediato de que no se trata de nada de eso. No está enfadada conmigo (es evidente que aquí la víctima soy yo), pero he optado por la ira, en lugar de las lágrimas. La ira es algo ligeramente menos humillante. La ira encaja más con la imagen que según Agnes voy dando por ahí: la de sobrada e idiota.
La señora Pollack saca su silla y se sienta a horcajadas en ella. También quiere dar una imagen de enrollada y guay. Como si fuera una estudiante, no una profesora.
—Solo quería saber cómo te van las cosas. Si hay algo de lo que quieras hablar... —empieza.
—Mmm..., no. —Me limpio la nariz con el dorso de la mano. Tengo los ojos llenos de lágrimas, pero no me han traicionado todavía resbalando por las mejillas, sino que aguardan en el límite. Si alguna vez escribo un libro de memorias, lo llamaré así: En el límite—. Me he tropezado. Son cosas que pasan.
—Cambiar de instituto puede ser una experiencia dura.
—Estoy bien.
—Y odio decirlo, pero las chicas en particular podéis ser muy crueles a tu edad.
—Estoy bien.
—No estoy segura de lo que tengo que hacer ahora. A ver, puedo hablar con el director, el señor Hochman. Tenemos una política de tolerancia cero respecto al bullying.
—Estoy bien.
—Sin embargo, tengo la sensación de que, en tu caso, eso podría empeorar aún más las cosas para ti. El padre de Gem es muy activo en la escuela con sus generosas aportaciones económicas y...
—De verdad, estoy bien.
Me mira con aire expectante. ¿Qué quiere de mí?
«Zorra. Puta. Foca asquerosa de mierda.»
—¿Hiciste algo que la empujara a llamarte esas cosas? Solo intento entender lo que ha pasado —dice, recostándose en el cojín que se ha fabricado con los brazos. Como diciendo: «Nada, solo estamos aquí en plan cháchara. Todo muy normal».
—¿Me está preguntando si he hecho algo para merecer que Gem me haya hecho la zancadilla y me haya llamado zorra, puta y foca asquerosa de mierda? ¿En serio? ¿Me está preguntando eso?
Olvido que esa mujer es responsable de una sexta parte de mi nota final en el expediente, que puede impedir que me concedan una beca universitaria. Debería hacerme la simpática con ella, pero resulta que la ira no solo es preferible, sino también más fácil. Me sale de forma natural.
—No era mi intención... Lo siento, solo pretendía entender...
Ahora parece dolida, como si fuese ella la que está al borde de las lágrimas. Como si fuera ella la que acaba de darse de morros contra el suelo delante de toda la clase.
—La respuesta es no. No he tocado ni a un solo chico de este instituto ni de ningún otro, ya que estamos, pero si lo hubiese hecho, eso tampoco justificaría que una compañera de clase me llamase zorra o puta. Y en cuanto a «foca asquerosa de mierda»... Imagino que eso es muy subjetivo. —Si no estuviese tan cabreada, me pararía un momento a regodearme en el hecho de haber encontrado las palabras adecuadas, por una vez, de haber dicho exactamente lo que quería decir. Solo que no me apetece regodearme. Me apetece salir corriendo—. ¿Necesita saber mi índice de masa corporal? Porque estoy segura de que podría calculárselo en un momento.
—No, no; lo has entendido todo al revés. No quería decir...
—¿Hemos terminado? —pregunto. A la mierda. Tampoco es que mis notas fuesen a ser alucinantes en Wood Valley de todos modos. Estoy segura de que todo ese rollo de la beca para la universidad era un sueño imposible. Y al menos un misterio ha quedado desvelado: Gem puede hacer o decir lo que le dé la gana porque su padre paga a la administración del centro. Supongo que eso es lo que se puede hacer con un pequeño fraude fiscal de nada.
—Solo intento ayudar —dice—. No quiero que las cosas vayan a peor...
Pero no oigo el resto de la frase de la señora Pollack, porque ya he salido corriendo por la puerta.