25
Yo: |
¿Patatas fritas o patatas chips? |
Alguien: |
fácil. fritas, de toda la vida. kétchup o salsa? |
Yo: |
Kétchup. Harry Potter: ¿las pelis o los libros? |
Alguien: |
mi respuesta no te va a gustar, pero... la verdad de la buena? las pelis. |
Yo: |
¿En serio? |
Alguien: |
lo sé, lo sé. no está bien visto admitir que a uno le guste más la peli que el libro, pero anda ya... dos palabras: Emma Watson. Starbucks o Coffee Bean? |
Yo: |
Starbucks. |
Alguien: |
yo también. |
Yo: |
¿Star Wars o Star Trek? |
Alguien: |
NINGUNA DE LAS DOS. |
Yo: |
|
Cuando llego a casa y encuentro a Rachel en mi habitación, me acuerdo de que en realidad, esa no es mi habitación. Es su cuarto de invitados, y el hecho de que yo esté durmiendo allí solo confirma lo que ya sé: soy una mera intrusa. Miro alrededor, preguntándome si me habré dejado el portátil abierto. Lo último que me faltaba es que viera mis chats con Alguien o mi historial de búsqueda en Google —¡horror!—, donde aparecen un montón de preguntas que empiezan con: «¿Es normal que...?». Ufff, menos mal, la tapa del portátil está cerrada. Puedo ver las pegatinas desde la puerta. No, Rachel no ha podido ver nada. Los sostenes y los tangas están guardados en los cajones, los sucios en la cesta de mimbre que me dio Gloria muy consideradamente. Incluso mi cepillo de dientes está guardado en el armario del baño, desterrado, junto con todos mis cosméticos, así que todas las superficies del baño de Rachel están vacías, salvo por sus jabones de alcurnia.
—Ah, hola —saluda, haciendo como que no estaba mirando lo único que tengo a la vista: la foto en la que aparezco con mi madre—. Te estaba esperando.
—Vale —digo en plan relajado, pero no hostil. Estoy enfadada con mi padre y, por extensión, eso podría incluir a Rachel, pero no sé cómo funciona el rollo este de la madrastra. Normalmente, mis padres formaban una sola unidad, tenían muy poca paciencia cuando yo intentaba volver al uno contra el otro. Por regla general, si estaba enfadada con uno de los dos, estaba enfadada con los dos, pero Rachel todavía es una extraña. Sus votos de matrimonio con mi padre no han hecho mucho para cambiar eso.
—Tu padre dice que no le hablas —empieza al tiempo que se sienta en mi cama, o su cama, o lo que sea. Se ha sentado donde duermo, y preferiría que no lo hiciese.
—No estoy segura de que eso sea asunto tuyo —replico, y me arrepiento de inmediato. Por circunstancias recientes, a pesar de mi padre, he optado por no mantener confrontaciones. Cuando alguien se tropieza conmigo en el pasillo, mi instinto reflejo es decir «Lo siento».
Solo que a lo mejor no lo siento. ¿Quién es ella para meter las narices en esto? Yo no me he casado con ella.
—Tienes razón. Eso es entre tu padre y tú. Yo solo quería darte esto. Bueno, queríamos dártelo los dos, pero tu padre dice que, como ha sido idea mía, debería ser yo la que... Bueno, ten.
Rachel me da un trozo de papel doblado.
—¿Qué es? —pregunto, sin saber si será una carta de desahucio o algo así. Una rápida ojeada y veo que no es ningún cheque. Mierda. Eso podría haber sido útil.
—Ábrelo —me pide, y eso hago. Un itinerario de avión: aeropuerto de LAX a ORD, para el siguiente fin de semana. Ida y vuelta.
—No entiendo.
—Hemos pensado que a lo mejor te apetecía volver de visita a Chicago. Ver a Scarlett, salir con tus amigos de antes unos días. He oído que sientes un poco de nostalgia y que echas de menos Chicago —dice, y coge la foto, una decisión consciente de mirarnos a mi madre y a mí y hacerme saber que nos está mirando. Nos examina con atención: cómo me clavaba a la pierna de mi madre, como un ancla. O tal vez no está mirándome a mí, sino intentando hacerse una idea de cómo era mi madre, la primera mujer de su marido. Quiero que la suelte, no me gusta que esté dejando marcas de dedos en toda la foto.
—¿Quién ha dicho que echo de menos Chicago? —pregunto, y es una pregunta estúpida. Pues claro que lo echo de menos, a veces la sensación es tan apabullante que hasta me he maravillado de lo precisa que es esa palabra cuando la sensación me aplasta como si fuera un virus avasallador. Violenta, implacable. No hay cura, solo puedo esperar a que remita.
—Los padres de Scarlett han llamado a tu padre —me cuenta Rachel, y al fin deja la foto. Tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no moverla para que mire hacia la cama y no hacia la puerta. Para no limpiar el vidrio con limpiacristales. Para no borrar sus huellas dactilares. Para no reclamarla como mía—. Pero, claro, ¿cómo no ibas a echarlo de menos? Ha sido un cambio muy grande. Para todos nosotros.
¿Es una sombra de arrepentimiento eso que veo cruzándole la cara? ¿Piensa ahora que ojalá no se hubiese casado con mi padre, que ojalá hubiese una manera fácil de subsanar el error que han cometido los dos?
—Un momento, un momento, ¿qué?
¿Los padres de Scarlett han llamado a mi padre? ¿Le han contado mis planes de instalarme en su sofá del sótano? ¿Qué les ha dicho Scarlett? No estoy segura de si debería estar enfadada o sentirme humillada, porque ahora mismo tengo en la mano un billete de avión, un billete de avión auténtico que me llevará de aquí a mi casa de verdad, a Scarlett y a una vida que sí es familiar, en menos de seis horas de puerta a puerta. Aquí no vinimos en avión cuando nos mudamos, sino que mi padre y yo atravesamos demasiados estados en caravana con nuestros respectivos coches. Un mundo llano y carente de vida: kilómetros y más kilómetros de nada más que polvo. Alguna que otra parada ocasional en McDonald’s para comer y mear, en una gasolinera para repostar, en un motel barato para dormir. Mi mente tan plana y vacía como las carreteras. Tan entumecida como se siente Alguien cuando juega con la Xbox.
Durante aquel viaje mi padre y yo apenas hablamos. Puede que lo intentase, no lo sé. Solo hablamos de Rachel una sola vez, almorzando en Arby’s. «Rachel es una mujer extraordinaria —me dijo, contestándome a una pregunta que yo no le había hecho—. Ya lo verás. No te preocupes, ya lo verás.» Yo no había dicho que estuviera preocupada. Yo no había dicho nada de nada.
—Al parecer, la madre de Scarlett le dijo que está preocupada por ti. Y, francamente, yo también —dice Rachel ahora—. Vete. Pásalo bien. Y luego vuelve con nosotros con las pilas recargadas. Tu padre me ha... bueno, me ha salvado la vida. Es una persona completamente realista y normal y entiende por lo que he pasado, y yo no podría sentirme más agradecida. Somos muy, muy distintos, pero juntos somos más fuertes. Estamos completos. Pero no quiero que pienses que no me doy cuenta de que esto, todo esto, ha tenido un coste para ti.
Habla con tono pragmático. Su voz en decibelios normales por una vez.
—Todos en esta casa entendemos lo duro que puede ser empezar de nuevo —afirma.
Miro mi billete. Me voy el viernes por la mañana y vuelvo el domingo por la noche.
—¿Y las clases?
—Theo te enviará los apuntes, y nosotros les diremos a los profesores que es una ausencia justificada. Te mereces esto.
Rachel da una palmadita en la cama a su lado y me invita a sentarme. Me doy cuenta ahora de que llevo un rato paseándome arriba y abajo por la habitación.
Me siento, miro el billete de avión. Un café con Alguien/Caleb el jueves, la revelación de su identidad, espero, y luego me voy. Me perderé la cita semanal con Ethan para hablar de La tierra baldía, pero lo entenderá. Scarlett y yo nos pasaremos el rato viendo los programas basura de la televisión y comiendo palomitas de microondas y pizza de verdad, no esta mierda de corteza y masa integral que tienen aquí en California. Yo hablaré y ella me escuchará, y no hará falta explicárselo todo ni hacer que me explique nada; hace demasiado tiempo que nos conocemos para todo eso. Hasta me apetece beber ese té verde que siempre prepara su madre, el que antes pensaba que olía a meados, pero ahora me recuerda a casa.
—Gracias —digo, obligándome a mirarla a los ojos. Me doy cuenta de que esto no ha sido idea de mi padre. Los grandes gestos no son su estilo, o al menos no lo eran antes de casarse con Rachel. Y un billete de avión nunca fue algo que se pudiese comprar con tanta facilidad—. Yo...
Se me humedecen los ojos y fijo la vista delante para mantener las lágrimas a raya. Aquí no, ahora no. Por lo visto, las lágrimas siempre aparecen en el momento más inoportuno, casi nunca en la oscuridad silenciosa de la noche, cuando la sensación de vacío es tan real que se parece al dolor de un miembro fantasma. Cuando las lágrimas serían precisamente algo parecido a un alivio.
—De nada. —Se levanta—. Pero para que lo sepas, hay una condición.
Espero unos segundos. ¿Qué puede querer de mí? ¿Que le pague un alquiler? ¿Que haga las paces con mi padre?
—Tienes que volver.
Yo: |
¡Tía! ¡Tía! ¡Tía! ¡2 noches! |
Scarlett: |
¡Es genial! ¡K guay! |
Yo: |
¿Se puede saber qué le dijiste a tus padres? Obviamente, se acojonaron. |
Scarlett: |
Estaban hablando de convertir el sótano en un gimnasio y yo les dije que se esperasen a ver si tú al final volvías o no, y me sueltan: ¿¿QUÉÉÉ?? |
Yo: |
Bueno, da igual. El caso es que ¡voy a ir a Chicago! ¡Voy a ir a Chicago! |
Scarlett: |
Me muero de ganas de verte. Por cierto, no te importa que salgamos con Adam mientras estás aquí, ¿verdad? Había hecho planes con él el sábado y... |
Yo: |
Mmm..., claro. No me importa, no. |
Scarlett: |
A lo mejor debería organizarte una fiesta de bienvenida. |
Yo: |
Ya sabes que no soy muy de fiestas. |
Scarlett: |
No hablo de una fiesta fiesta. Será más bien como una reunión de amigos. |
Yo: |
YUPIII. ¡Vuelvo a casa! |
Yo: |
¿A que no sabes qué? |
Alguien: |
¿café? |
Yo: |
¿? |
Alguien: |
perdona. qué? |
Yo: |
ME VOY A CHICAGO. Solo son tres días, pero el caso es que me voy. |
Alguien: |
!!! me alegro mucho por ti. pero... |
Yo: |
Pero ¿qué? |
Alguien: |
VAS A VOLVER, VERDAD? |
Yo: |
|
Alguien: |
las caritas sonrientes son algo crípticas. di: «voy a volver». |
Yo: |
Voy a volver. Y ya que lo dices, no estoy segura de por qué te importa tanto. Desde Chicago también podríamos seguir enviándonos mensajes. |
Alguien: |
no es lo mismo. y me gusta verte todos los días. |
Yo: |
¿Me ves todos los días? |
Alguien: |
es un placer mirarla, señorita Holmes. |
Yo: |
Una cosa. Tengo que cancelar lo del viernes. Me voy a Chicago el fin de semana. |
Ethan: |
«Pero, cuando ya tarde, volvíamos del jardín de jacintos / llenos tus brazos, húmedo tu pelo, no podía / hablar, y me fallaba la vista, no estaba / vivo ni muerto, y nada sabía, / mirando el corazón de luz, el silencio.» |
Yo: |
Esa es mi parte favorita. Eso lo entiendo. No poder hablar. No sentirse ni vivo ni muerto. |
Ethan: |
La mía también. |
Yo: |
A lo mejor si durmieses más... |
Ethan: |
Ja, ja, ja. Tienes que tener muchas ganas de irte. |
Yo: |
Pues sí. Tengo muchas, muchas ganas. |
Ethan: |
Bien. Cómete un buen trozo de pizza de verdad por mí. |
Yo: |
Lo haré. ¿Quedamos la semana que viene para seguir con el trabajo? |
Ethan: |
Claro. ¿El lunes después de clase? |
Yo: |
Vale. Seguro que ya te sabes de memoria todo el poema para entonces. |
Ethan: |
Ya me lo sé ahora. |
¿Se molestaría un drogadicto en memorizar un poema? Theo tiene que estar equivocado. Ethan no se droga. Ethan es insomne y puede que esté algo «dañado», sea lo que sea lo que eso signifique. Bueno, sí sé qué significa. Porque ¿a quién quiero engañar? Yo también estoy «dañada».