60
La piedra era fría y dura bajo su cuerpo. Abrió lentamente los ojos y se incorporó. Tenía la cara cubierta de sangre seca. Solo llevaba puesta la camiseta y los calzoncillos. Unos toscos vendajes elaborados con la tela de su camisa cubrían sus heridas en el brazo y la pierna. Sentía un dolor palpitante bajo las vendas, como si unos dedos hubieran hurgado descuidadamente en sus heridas para parchearle de cualquier manera. La boca le sabía a metal. La sala era estrecha, el aire era denso, como si el miedo viviera y creciera en los oscuros rincones y su esencia se hubiera derramado durante muchos años en la piedra.
Estaba todavía en el manicomio abandonado.
Trató de hablar.
—¿Hola? —Su voz sonaba quebrada. Se aclaró la garganta—. ¿Hola?
Pasaron varios segundos. Oyó choque de candados, de más de uno, y la puerta se abrió. Una persona apareció en la tenue luz de la sala desde el fulgor del pasillo. Miles parpadeó y su voz murió en su garganta.
—Hola, Miles. —Allison Vance iba vestida de traje. Llevaba el pelo de un color más claro y con un peinado más asentado, al estilo de las fotos que había en la casa de Edward Wallace. Estaba a diez pasos de distancia.
Al principio creía que era un producto de su mente enferma, era imposible. Ahora sabía que no había matado a Andy. No lo había matado. Pero entonces Allison habló de nuevo:
—Hola, Miles —repitió, y su voz tranquila provocó un ligero eco en la piedra. Entonces alzó una pistola, la que Groote le había dado a él, con la que había matado a Sorenson, y le apuntó.
—¿Allison? —se las arregló para decir—. Allison.
—Me llamo Renee Wallace —dijo.
—Tu… nombre es Allison Vance. Estás… muerta.
—No, tú estás muerto. A no ser que hagas exactamente lo que te digo.
—Tú… me pediste ayuda y luego me tendiste una trampa.
—Miles. —Giró la cabeza y le dedicó la misma sonrisa que cuando lo saludaba al llegar a su consulta, antes de que se sentaran y comenzara a revolver en su cabeza para sacarle los recuerdos de su pasado. Esta vez no hubo entendimiento ni amabilidad en su rostro, su preocupación era solo una falsa máscara pintada sobre él—. El problema no soy yo, eres tú.
—Sorenson me… me dijo en Santa Fe que él no… no te mató. Pensé que me estaba mintiendo. —Tosió—. La subasta…
—Miles, no hay subasta alguna. Ya tengo al comprador.
Lo había vuelto a engañar.
—Singhal.
—Sí. Haremos un trato, Miles. Vas a decirme lo que quiero saber y te daré el Frost. Te curaré. Eres un asesino, es la mejor oferta que nadie va a hacerte.
—No soy un asesino. Ahora lo recuerdo. No maté a Andy.
—Sí, lo hiciste. He visto tu archivo del gobierno, dos agentes federales aseguran que le disparaste…
—No, el FBI lo hizo… incluso me dijeron que la cinta se jodió… ellos lo hicieron y me culparon a mí…
Ella negó con la cabeza.
—Tú lo mataste. Mataste a Groote, a Sorenson y a Hurley. Apuesto a que incluso mataste a DeShawn Pitts.
—Eso es mentira. Tú… tú me pediste ayuda…
—Miles, lo único que tengo que decir para salir limpia es que te hablé del programa del Frost, que querías entrar, pero Hurley no lo permitió. Era algo pensado para víctimas inocentes de la violencia, gente como Celeste, como Nathan, no para alguien que asesinó a su mejor amigo a sangre fría.
Miles negó con la cabeza.
—No.
—Así que se te fue la cabeza. Mataste a todo el mundo que se interpuso en tu camino. Así lo verán las autoridades, Miles, un hombre mentalmente roto al que se le negó la ayuda que pedía.
—No.
—Fuiste tras el Frost por tu cuenta. Primero quisiste deshacerte de mí, apuesto a que los fragmentos del explosivo que encontraron en mi consulta son muy similares a los que usaban los Barrada en el pasado, pudiste aprender en su día a utilizarlos, Miles, no sería una coincidencia descabellada.
—No puedes explicar tu desaparición… haberte evaporado… después de la explosión.
—Estaba en un viaje de negocios, Miles, no oí nada sobre la explosión, y ya sabes que me dejé el móvil en Santa Fe. Supongo que la mujer que murió quería alquilar una de las nuevas oficinas. Volveré a ser Allison Vance antes de que se acabe la historia, luego abandonaré la ciudad y a nadie le importará lo que pase conmigo.
Recordó entonces la voz de la mujer, la oyó antes de que forzara la puerta de la consulta de Allison. Era una mujer de Denver que preguntaba por oficinas en alquiler. En el periódico del día anterior se hablaba de una turista desaparecida en Santa Fe. Joder.
—Solo quiero saber lo que sabes tú. —Le mostró una pastilla blanca, perfecta como una perla—. La respuesta a tus plegarias, la cura a tu patética locura. Lo único que tienes que hacer es decirme quién más sabe sobre mí y el Frost, y dónde puedo encontrarlos.
Celeste y Nathan. Para que la compañía de Singhal los hiciera callar. Nadie más podría ser una amenaza para ella, nadie quedaría vivo para hacerle daño.
—No… no puedo.
La terrible falsa sonrisa desapareció, sustituida por la furia de una fría determinación.
—No voy a matarte, Miles. Voy a destrozarte. La compañía de Singhal va a comprar Sangriaville con la herencia de Quantrill. Te engancharé a una de las máquinas de Hurley, reproduciré en tu cabeza todas las horribles pesadillas y traumas que tengan. Te destrozaré la mente de tal modo que será imposible arreglarla. Estarás encerrado en un hospital para siempre. Nadie te buscará jamás. Los federales te darán por desaparecido o muerto. A ti y a la cría de Groote. Usaré tu cabeza como campo de pruebas. A no ser que me ayudes. Ayúdame y volveremos a ser amigos. Te curaré.
La hija de Groote está aquí también, encerrada en otra zona de este decadente manicomio.
—No. Yo no maté a Andy. No lo hice, no necesito lo que vendes.
—No eres un héroe, Miles, eres un mafiosillo inútil con la cabeza perdida. Nunca te curarás sin esto… —Y volvió a enseñarle el Frost, el óvalo puro como una perla—. Celeste, Nathan, dime dónde están. Ahora.
—¿No vas a hacerles daño? —Se aferró a los vendajes de su pierna como si estuviera rabiando de dolor y azotado por la duda.
—Ellos también quieren el Frost, quieren estar sanos y enteros. Estoy segura de que puedo llegar con ellos al mismo acuerdo que te ofrezco a ti.
Haría que los mataran, y también a Víctor, Miles lo sabía. Lo mataría a él en cuanto se deshiciera de los otros, ya no le valdría de nada. Estaba jugando con su desesperación, creía que no pensaba con claridad.
—Te entiendo bastante mejor de lo que crees —dijo Miles.
—¿Qué?
—Eso me dijiste en una ocasión… Te creí muerta. Tienes razón. Funciona en los dos sentidos. Quiero recibir ayuda, no quiero seguir así más tiempo.
—Entonces cuéntame —lo animó, bajando el tono de voz.
—Celeste… sufrió un ataque de nervios. Después del tiroteo en el Yosemite. Ella y Nathan, los dos. Su agente de la tele le mandó dinero, alquilaron una casa en Fish Camp para una semana. Siguen allí, por lo que sé. —Se apoyó contra la pared de piedra—. Para nosotros es duro… estar ahí fuera en el mundo real. No pudo superarlo. No pudo. —Deja que piense que tanto él como los otros eran inútiles, eso le hará bajar la guardia.
—La dirección.
Dudó. Ella conocía las calles de Fish Camp, él no. No podía inventarse una dirección. A través de su dolor la única esperanza que encontró fue pensando que Fish Camp era un lugar remoto. A la persona a la que enviara a eliminar a Celeste y a Nathan le llevaría horas llegar, y para entonces ya estaría muerto o libre.
—No la sé exactamente. Había un montón de casas de alquiler… detrás de un supermercado. Están en una.
Sacó un teléfono. Habló suavemente al auricular repitiendo lo que acababa de decirle Miles. Le dio un nombre al que llamar. Cerró el teléfono.
—Será mejor que no me estés mintiendo. He hecho llamar a alguien de la oficina de alquileres para comprobarlo.
Error. Con el dolor no pensó en ello, esta opción quedaría descartada con un par de llamadas.
Era posible que dispusiera de apenas un par de minutos antes de que la volvieran a llamar y le confirmaran que mentía. No había margen de error.
—No miento. Me estaban retrasando. —Se aflojó el vendaje de la pierna.
—Deja eso, vas a sangrar y te quiero consciente.
—Duele. —Se liberó completamente del vendaje y puso una mueca al ver el agujero de bala en su pierna, como si estuviera en la página de un libro y no en su carne. Salía sangre de la herida. Sostuvo el trozo de tela entre las manos.
—He dicho que te estés quieto.
—No debiste haber matado a Groote. —Tenía que seguirle el juego, hacer que se le acercara, que pensara que existía otra amenaza para ella que solo él podía solucionar. Se derrumbó en el suelo, como si se hubiera quedado sin energías.
—Le hice un favor al mundo. Bueno, ¿a quién le habló Groote del Frost?
—Al FBI… a sus viejos compañeros —mintió Miles—. Nos ayudaron a dar con tu amigo Singhal. Lo rastrearon hasta aquí. —Una buena mentira le haría ganar algo de tiempo.
El miedo ensombreció fugazmente el rostro de la mujer.
—Necesito nombres.
Entrecerró los ojos, masculló algo. Acércate, pensó. Más cerca. Solo me queda una oportunidad.
Dio dos pasos antes de detenerse. Puede que no le creyera, pero estaba haciéndola dudar.
—Miles, los nombres.
Solo tres pasos más.
Entonces oyó un bum, un temblor, como si un tanque se hubiera empotrado contra el frontal del edificio.
Ella se dio la vuelta y él se lanzó contra su pistola. Se disparó, la bala le pasó junto a la cabeza y rebotó en la pared de piedra. Allison le propinó una fuerte patada en la herida de la pierna, se giró y huyó de la habitación. Miles salió corriendo como pudo detrás de ella. La doctora se detuvo en lo alto de las escaleras. Miles advirtió que estaban en la planta superior, no se podía subir más arriba desde allí.
La mujer bajó corriendo.
—¡Allison! ¡Allison! —gritó.
Y entonces oyó algo sobre el ruido de los pasos de ella por los escalones.
—¿Miles?
Nathan.
—Nathan, vete de aquí, llama a la policía, Allison tiene un arma…
El terrible sonido del impacto de tres balas perforó el aire. Miles bajó corriendo las escaleras, medio cayéndose, medio corriendo, agonizando a causa del dolor en la pierna, pero preocupado por Nathan.
En el vestíbulo, encontró el destrozado frontal del sedán que se había empotrado en la puerta delantera. Restos y polvo coronaban el capó y el parabrisas roto. La puerta del conductor estaba abierta, el coche vacío.
Allison llegó corriendo al vestíbulo, con el portátil que vieron antes Groote y él en la consulta, y apuntando a Miles con la pistola.
—¡Allison!
Se detuvo.
—No puedes salir corriendo. No puedes simplemente… salir huyendo. No funciona de esa manera.
—Cállate.
—Correr no te servirá de nada. —Saboreó la sangre en la boca—. Nunca saldrás de esta mierda, nunca escaparás. Jamás. Si no te encuentro yo, lo hará Nathan, o Celeste, o cualquiera de nuestros amigos, de los seguidores de Dodd. Esto nunca terminará para ti. Jamás.
Su rostro se descompuso por la rabia y el miedo. Apretó el gatillo y Miles se lanzó dentro del coche.
Disparó su pequeña pistola otras cuatro veces al tiempo que se acercaba al coche. Contó cada disparo que hizo. Él le había metido cuatro balas en el cuerpo a Sorenson. Allison se colocó junto a la puerta del coche, apuntó y Miles le lanzó una patada a través de la ventanilla abierta, alcanzándole en el pecho al tiempo que ella disparaba el cargador vacío. Trastabilló hacia atrás, perdió el equilibrio, se golpeó la cabeza en los ladrillos rotos y se quedó inmóvil.
Oyó que gritaban su nombre.
—¡Miles! ¡Miles!
Nathan.
—¡Aquí! —Miles llegó como pudo junto a Allison y le quitó la pistola de sus dedos mustios.
La cara de Nathan apareció en el agujero que fue una vez la puerta principal.
—Nathan, Dios santo…
—No soy un tarado —dijo Nathan. Ayudó a Miles a apoyarse contra el coche—. Os seguí a Groote y a ti desde el hotel… no sabía qué hacer… así que esperé… hasta reunir fuerzas. Cuando no saliste… no podía pasar de largo. Así que empotré mi coche alquilado en las puertas. —Señaló con un gesto hacia los destrozos que había provocado—. ¿Qué demonios estaba pensando?
—No te preocupes, lo hiciste increíblemente bien, Nathan. —Le agarró de los hombros, lo abrazó y le dio golpecitos en la espalda.
—No lo hice por ti, Miles —dijo Nathan. Su tono era frío—. Sigo enfadado contigo. Lo hice por mis amigos.
—Lo sé. Pero estoy contento de que lo hicieras. Gracias. —No sabía qué decir, las palabras le salían solas, motivadas por el recuerdo de la pesadilla de Nathan—. Lo has arreglado, tío.
Nathan le sonrió levemente. El espejo lateral colgaba roto del coche, así que lo tiró al suelo.
—¿Está el Frost cerca?
—Si no está aquí, ella nos dirá dónde —dijo Miles—. Hemos ganado, Nathan.
—Cuando me disparó salí corriendo… a una casa al final de la calle… han llamado a la policía. El tipo era un veterano. Como yo.
—Tenemos que llamar a Víctor y Celeste lo antes posible. Quédate aquí. No permitas que Allison se escape.
Nathan se sentó en la espalda de Allison. Ella no se inmutó.
Miles ascendió por las escaleras llamando a Amanda. Oyó una débil respuesta en la segunda planta.
La puerta estaba cerrada con un cerrojo. Al abrirlo encontró dentro a una chica vestida con una bata de hospital temblando en un rincón, mortalmente pálida.
—¿Amanda?
—¿Quién eres tú? —Tembló al ver su rostro sanguinolento, la herida abierta en la pierna.
—Un amigo de tu padre.
—Quiero irme a casa. Los sonidos. Las voces. Este lugar está lleno de fantasmas.
—No —dijo Miles—. Los fantasmas se han ido. Ahora todo está bien. No hay nada que temer.