27
—Me llamo DeShawn Pitts —dijo el hombre alto al tiempo que estrechaba la mano de Groote—. Trabajo para el gobierno y necesito hablarle sobre una persona.
Groote reparó en que Pitts llevaba protectores metálicos en dos dedos rotos de su mano izquierda. Las heridas en su cara evidenciaban que había estado en el lado perdedor de una pelea.
—Me alegrará ayudarlo.
—¿Dónde estuvo destinado con la agencia? —le preguntó Pitts.
—Trabajé quince años en las oficinas de Los Ángeles.
—Ahora trabaja por su cuenta.
—Es un trabajo temporal. Soy un consultor de seguridad. La compañía raíz del hospital me contrató. —Se dio cuenta de que estaba hablando demasiado, como hacía siempre que estaba rodeado de otros federales. Los viejos hábitos. Sus colegas siempre lo ponían nervioso, despertaban su cautela, como si pudieran ver la sombra de sí mismo en la que se había convertido desde que Cathy murió y Amanda se puso enferma. Condujo a Pitts al despacho de Hurley en la primera planta, a dos puertas de la sala de conferencias donde esperaba Sorenson.
—Me ha dicho que quería hablar sobre una persona concreta.
Pitts se sentó.
—Sí, y va a perdonarme si me salto algunos detalles. Es una persona que estamos intentando localizar, su nombre es Michael Raymond. Recibió una llamada de este hospital hace dos días, necesito saber quién intentó contactar con él.
Mierda, eso es cuando intenté llamar a M. R. y no recibí respuesta, pensó Groote manteniendo el rostro impasible.
—Michael Raymond. No me suena ese nombre. —¿Quién es ese Michael Raymond y por qué me lo está jodiendo todo? Groote se aclaró la garganta y escribió algo en el teclado del ordenador de Hurley—. Permítame comprobar las visitas. —Le dio vueltas a la cabeza mientras examinaba los registros—. No nos ha visitado. Puedo mandarles un correo a los empleados, para ver si alguien lo conoce.
—Todavía no. Su psiquiatra era Allison Vance. ¿Ha oído lo de la explosión en…?
Entonces era paciente suyo. Nathan dijo la verdad.
—Por supuesto. Es una tragedia. Y usted ha pensado que quizás podía pedirnos ayuda a nosotros.
—Tiene… alucinaciones. Cree que tiene que «arreglar» la muerte de la doctora Vance.
Groote alzó una ceja.
—¿Cree que él ha tenido algo que ver?
DeShawn Pitts señaló el nombre en la placa de la puerta.
—¿Hurley es su jefe psiquiátrico? Creo que debería esperar y discutir personalmente el estado mental de ese hombre con el doctor. Supongo que me entiende.
—Por supuesto. No le he preguntado en términos médicos, sino de seguridad. Si ese hombre es un peligro para el hospital, quiero saber hasta dónde llega el nivel de su amenaza.
—No creo que pueda hacerle daño a nadie. Si se presentara quiero que me llame inmediatamente a este número. Reténgalo si puede.
—Le llamaría a usted y a la policía.
—No. Solo a mí. Es importantísimo que lo localice. Sin causar un espectáculo público.
Groote volvió a alzar la ceja.
—Podría serle de mucha más ayuda si supiera quién es ese hombre exactamente.
—Lo siento, no puedo proporcionarle más detalles.
Estás buscando a un hombre, pero no puedes decir que lo estás haciendo. Interesante, pensó Groote. Más que interesante. Una situación con muy pocas explicaciones plausibles.
—¿Está buscando el gobierno a ese hombre? ¿Es acaso un fugitivo?
—Como he dicho, es una persona destacada y no queremos airearlo demasiado.
Este hombre sabe la verdad sobre mi objetivo. Groote se dio cuenta de ello, y midió en su escala interna los riesgos de una confrontación con Pitts.
—Su chico no cree que ese fuego lo causara un escape de gas.
—No.
—Y esa investigación, ¿forma parte de sus alucinaciones?
—Posiblemente. Sufre un severo síndrome de estrés postraumático.
—No sé, es posible que su chico llamara al doctor Hurley. Hurley conocía a la doctora Vance, no hay muchos psiquiatras por aquí. Quizás la llamada era de Hurley, respondiendo a una de su chico. —Aporreó la mesa con los dedos, fingiendo pensar—. Hurley mencionó el otro día algo acerca de una llamada extraña.
—Entonces necesito hablar con el doctor Hurley. Usted y él podrían ayudarme a atrapar al chico.
Groote consideró la idea.
—No pertenezco al negocio de poner trampas a la gente. Me encontraría en arenas movedizas legalmente si el señor Raymond se presenta, yo lo retengo y al llamarle a usted resulta que no tenía causa legal para haberlo hecho.
Pitts chasqueó la lengua.
—Me ha dicho antes que fuera agente del FBI.
—Sí, fui quince años agente de campo en Los Ángeles.
—¿Por qué lo dejó?
—Una tragedia familiar.
—Disculpe, necesito hacer una llamada telefónica —dijo DeShawn.
—Claro. Hay una habitación privada aquí al lado. —Lo condujo hasta ella. Se trataba de una sala de entrevistas usada para la consulta de pacientes.
—Las paredes están acolchadas —dijo DeShawn, con cierto disgusto en la voz.
—Sí —dijo Groote sin añadir nada y cerrando la puerta—. Golpee dos veces la puerta cuando termine. —Entonces se apresuró a volver junto al ordenador del despacho de Hurley y activó la cámara oculta entre la suave tela de las paredes. Todas las habitaciones tenían esas cámaras, prestas para ser usadas cuando las necesitara Hurley. Llevaban micrófono incorporado. Se abrió una ventana en el ordenador. Groote ajustó el sonido.
—Necesito datos de Dennis Groote, antiguo agente de campo del FBI en Los Ángeles —dijo Pitts. El micro no era lo suficientemente potente para pillar la respuesta procedente del aparato. DeShawn esperaba. Groote ya sabía que la respuesta seria esclarecedora; sus registros estaban limpios.
Pitts preguntaba para asegurarse de que Groote era quien decía ser y para que, por favor, Dios mío, Groote fuera alguien digno de confianza.
Quieren encontrarle, pero no quieren que los agentes locales sepan que una caza al hombre está en marcha. Es un fugitivo, pero se les escapó la correa. No tiene sentido. Un fugitivo no estaría trabajando en una galería de arte, ni viendo regularmente a una psiquiatra. No. Michael no es un fugitivo. Entonces, ¿qué es? Un agente persigue fugitivos. Así que Pitts no es realmente un agente federal. ¿Es un cazarrecompensas? ¿Quién lo contrató? ¿O va tras Michael Raymond por el Frost?
—Ajá —le dijo Pitts a la persona al otro lado del auricular.
Es fácil llamar y que te proporcionen rápidamente el resumen de un historial, tiene el rostro aburrido de alguien al que le están leyendo algo. Le vino la inspiración. Abrió otra ventana de la cámara de la habitación, rebobinó la grabación, vio a DeShawn pulsar una marcación rápida. El número parpadeó en la pantalla del teléfono. Groote lo escribió en un papel y se lo guardó en el bolsillo. Cerró esa segunda ventana.
—Ajá, de acuerdo… —dijo DeShawn Pitts tres veces más, ya de vuelta al directo.
Groote descolgó el teléfono y marcó el número.
—Centro de protección de testigos —respondió una voz.
Groote se quedó pensativo un segundo antes de colgar.
Un testigo. Michael Raymond era un testigo federal. Lo han perdido, tienen que encontrarlo. Sufre el síndrome de estrés postraumático. Tienen que encontrarlo sin causar mucho revuelo.
Un testigo que huye. Los tipos que se escapan del programa se quedan solos. Excepto este, que debe de tener un valor añadido.
En la pantalla, DeShawn Pitts colgó el teléfono. Acto seguido, golpeó con la palma de la mano dos veces la tela que recubría la puerta.
Groote le abrió para que saliera y lo condujo de vuelta al despacho.
—¿Está todo bien?
—Sí. Ha pasado la prueba. Su historial de servicio es impresionante. Llame a Gómez, de su vieja oficina de campo, me avalará a mí y a esta operación. No estará nunca bajo ningún riesgo legal.
—Gracias.
—¿Puede darme ahora el número del doctor Hurley? Quiero concertar una cita con él —dijo Pitts—. Si usted cree que puede ayudarme.
—Es un hombre muy ético —dijo Groote—. Llamaré yo mismo. —Sacó su móvil. La misión de Hurley era traer a Celeste Brent sedada al hospital, si lo llamaba un agente federal se enterraría vivo él solito. Era mejor advertirle directamente, posponer el encuentro hasta que tuvieran a Celeste en el hospital y su casa hubiera sido registrada si fuera necesario.
Marcó el número de Hurley, al tiempo que sonreía educadamente.