19
Miles subió la bicicleta robada a la habitación del hotel y se lavó la cara. Era el momento de acudir a la reserva de dinero y provisiones que guardaba en la estación de autobús para el caso de que necesitara salir huyendo. El pistolero estaría peinando las carreteras del centro de Santa Fe, ir en bicicleta era un riesgo, no podría correr más que él.
Un puño aporreó la puerta. DeShawn le ordenaba que abriera.
Obedeció. DeShawn entró con el rostro contraído, dando un portazo.
—Vamos a cambiarte a otra ciudad y a darte una nueva identidad. Ahora. Coge tus cosas.
—¿Por qué?
—Has sido descubierto. La policía ha encontrado un portátil en el maletero del coche de Allison. Contenía una copia escaneada de tu archivo psiquiátrico. Se menciona el hecho de que eres un testigo protegido y tu verdadera identidad. —Negó con la cabeza—. Por supuesto he omitido el detalle de que me mentiste.
Las prisas de DeShawn no tenían nada que ver con el hecho de que el pistolero se presentara en la galería.
—Yo…
—Se acabó Santa Fe. Vámonos.
La noticia le sentó a Miles como una patada en el estómago.
—¿Cómo podía saber Allison mi verdadero nombre?
—¿Estás seguro de que no se lo dijiste?
—No, no lo hice.
—No te creo. ¡Me dijiste que nunca le habías dicho que eras un testigo protegido! —gritó DeShawn con un tono gélido en la voz—. Me mentiste, Miles. Sabía tu nombre, tu ciudad de origen, quién eras en tu vida anterior. Y ahora está muerta.
—No se lo dije. —La confesión, firmada con su nombre real, estaba todavía en el bolsillo de su chaqueta—. ¿Un archivo escaneado dices? ¿Un archivo de papel escaneado para verlo en el ordenador?
—Sí.
Sorenson abrió y cerró ayer los cajones del archivo. Se había llevado algo. El informe de Miles. Aparentemente contenía información que nunca le había dado a Allison.
—Jesús, María y José —dijo Miles.
—¿Has acabado de mentir, Miles? Las heridas de la cara no eran por una pelea. Estabas cerca de su consulta cuando explotó.
—No.
—Hiciste una llamada a su busca justo después de la explosión, tengo la lista. Explícame eso.
—Quería hablar conmigo…
—Te tocaba estar allí cuando la consulta explotó, Miles, ¿no es así? Tu destino era morir junto a ella, ¿no lo ves?
—No.
—Le dijiste dónde estabas. Y entonces ella empezó a investigar tu pasado para entenderte, para ayudarte, y sin querer les dio la pista a los Barrada. Por accidente quizás. Si hubieras mantenido la boca cerrada respecto a que eras Miles Kendrick, ella estaría viva ahora mismo.
Miles negó con la cabeza.
—¡No le dije mi verdadero nombre! Y aunque lo hubiera hecho, ¿por qué iban a matarla o hacerle daño?
—¡Tonto de mierda! —gritó DeShawn—. ¿Sabes cuánta gente te quiere muerto? Los Barrada, claro. Además de todos los círculos del crimen que jodiste al espiar para ellos, esos también quieren tu culo; los Razor Boys, los Duarte, los G. H. J. Miles, ella lo sabía y al morir dejó atrás un informe con tu antiguo nombre. Eso es lo que importa. Estás en un aprieto. Bienvenido a tu excitante nueva vida.
Miles fue a coger su mochila. La cabeza no paraba de darle vueltas. No, no podía irse ahora, no podía subirse a ese avión.
—¿Y si digo que no quiero mudarme?
—Ahora te hablo como tu agente voluntario de la agencia de protección de testigos, Miles. No puedes alejarte de nuestra protección cuando te dé la gana. Como tu amigo, te digo que si te quedas eres hombre muerto. La prensa se apoderará de esta información, tarde o temprano, su muerte es una historia importante. Como tu amigo me preocupa que no pienses con lógica, que sigas mentalmente desequilibrado e incapaz de tomar una decisión coherente, y si es necesario te dejaré inconsciente para meterte en un avión y salvarte la vida. Esto es a micrófono cerrado, por supuesto.
La voz de DeShawn era puro hielo.
—Por supuesto, yo…
—Nada te retiene aquí —dijo Andy desde un rincón—. Ella está muerta. Deja de ser tan servicial, Miles, la gente muere.
—¿Qué pasa? —dijo DeShawn.
—Tengo náuseas. —Miles se acercó al lavabo para echar agua en un vaso.
—Primero le fallas a ella y ahora sales corriendo —continuó Andy—. Eres un tío de primera, Miles.
Miles se bebió el agua, ignorando a Andy y DeShawn. No. No iba a ir a ninguna parte, no hasta que supiera la verdad sobre la muerte de Allison. Ella le pidió ayuda. Había fallado en su misión de salvarla, no había sido el hombre que Allison necesitaba. ¿Qué le había dado su nueva vida de mentira? Nada. La había perdido del mismo modo que la antigua. La decisión clara en su cabeza, ganaba por goleada a su miedo, silenciaba los murmullos de Andy.
Escapar era la única respuesta. Tenía que evitar a DeShawn, al menos por unos días. Iba a esconderse en Santa Fe, encontraría al pistolero, descubriría la verdad. Los jefazos de la agencia de protección podrían echarle del programa por eso y con todo derecho, pero pensó que no lo harían. Era un paciente psiquiátrico, muy importante para la feliz resolución de los casos contra el círculo de los Barrada. Salvó a dos agentes de FBI de la muerte. Sin embargo estaba rompiendo una ley cardenalicia de la agencia de protección: desobedecer a un agente y huir por su cuenta.
Andy iba de un lado a otro entre él y DeShawn, tirando una moneda al aire.
—Iré contigo. Pero primero tengo que hablar con Joy. Por favor —dijo Miles.
—Puedes llamar a Joy desde tu nueva localización.
—Quiero que Joy y Cinco estén protegidos.
—¿Les dijiste tu nombre real a ellos también?
—No.
—Te garantizo que estarán a salvo.
—Haz esa llamada. Quiero a un agente de protección o a un agente federal en casa de Joy, otro en la de Cinco y otro en la galería.
DeShawn comprendió que ese era el precio que había que pagar para tener contento a Miles.
—De acuerdo, tío, haré esa llamada. —DeShawn marcó el número y habló en voz baja mientras Miles guardaba en la mochila sus escasas posesiones.
DeShawn colgó el teléfono.
—Los Garrison estarán protegidos. Te doy mi palabra.
—Gracias. —Miles se puso la mochila al hombro—. Vamos.
DeShawn andaba delante, en el momento en que abrió la puerta, Miles se abalanzó sobre él.
—¡Ni lo intentes, Miles! —gritó DeShawn antes de golpearse con la puerta. Aulló de dolor, su mano quedó atrapada entre el umbral y el pomo. Miles le golpeó la nuca con el puño una, dos y hasta tres veces. Entonces DeShawn recuperó la verticalidad, se liberó las manos de la puerta y se tiró como una bala de cañón contra Miles.
—Un gran error —dijo DeShawn. Un fuerte puñetazo en el pecho, otro en la mandíbula, dos fuertes golpes en el estómago y Miles se quedó hecho un ovillo en la cama.
—Maldita sea, me has hecho daño en la mano. —DeShawn estaba de pie junto a él, agitando los dedos—. ¿Para qué demonios has hecho eso? —Miles no respondió, cerró los ojos, se obligó a ignorar el dolor. Respiró ruidosamente—. Asalto a un agente federal —dijo DeShawn—. Y se supone que eras mi amigo.
Miles continuaba con los ojos cerrados. Oyó el suave tintineo de unas esposas.
—Deja de moverte —dijo DeShawn, agarrando las muñecas de Miles—. Abre los ojos y para de…
Miles pivotó y le pateó fuertemente con ambas piernas. Una le dio en la nariz, la otra en plena garganta. Se tambaleó hacia atrás. Miles saltó de la cama, el dolor era su combustible, no podía perder ahora. DeShawn le dejaría sin sentido si pudiera, y con todo el derecho del mundo.
Agarró la mano herida de DeShawn y se la retorció. Le crujieron dos dedos y dejó de respirar durante un segundo. Lo maldijo, lleno de rabia. Miles se echó hacia atrás y le dio dos fuertes puñetazos. Cogió el reloj del hotel y con él golpeó con fuerza la nuca de DeShawn. Una, dos veces. DeShawn cayó de rodillas e intentó agarrar a Miles del cuello, pero este le atizó de nuevo con el reloj Lucite en la sien. Finalmente se derrumbó, con los ojos cerrados.
—Lo siento —dijo Miles—. Lo siento de verdad. —Se agachó para comprobarle el pulso. Era estable. No permanecería inconsciente mucho tiempo, y cuando despertara no estaría muy contento.
Miles arrancó los cables de la tele y de la lámpara para atar a DeShawn con ellos. Usó también una sábana de la cama y la ató junto a los cables para unirle las manos con los pies. Rompió una almohada y le metió un pedazo en la boca, con cuidado de no bloquearle la respiración. Le cogió las llaves del bolsillo, pero le dejó la placa, la pistola y la cartera. El móvil lo arrojó a la cama. Entonces metió a DeShawn en el armario, cerró la puerta y puso una silla bajo el pomo para bloquearlo.
Le dolían la cara y las costillas. DeShawn no le golpeó con todas sus fuerzas, pero a él le dolía como si le hubiera pasado un coche por encima. Tenía diez minutos como mucho. Era probable que DeShawn hubiera avisado de que iba a ir a recoger a Miles al hotel y si no informaba pronto, la agencia y el FBI empezarían a llamar y acabarían presentándose en el hotel.
—Lo siento, DeShawn —le dijo a la puerta cerrada—. Por favor, perdóname, pero tengo que arreglar las cosas.
Colgó el cartel de «No molestar» en la puerta y se alejó definitivamente de su vida como Michael Raymond.