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—Trágico y sin embargo divertido —dijo Andy desde el asiento trasero—. No confiaste en mí lo bastante para contarme que estabas traicionándome al FBI, pero confías en un tipo que te ha disparado, te ha perseguido por el borde de un barranco, ha torturado a Nathan y ha intentado ahogar a Celeste.
Miles no respondió, pero si hubiera podido, le hubiera dicho que no confiaba en él, ni siquiera un poco, así que era mejor que se callara.
Miles esperó a que pasara el tiempo y Groote se calmara antes de preguntarle. El estrés de todo aquel calvario tenía agotado a Nathan, que se quedó dormido en el hombro de Celeste. Ella tenía la mirada fija en el techo del vehículo, completamente perdida en sus pensamientos. Groote encendió la radio por satélite, buscó un canal de noticias y esperó a que el tiroteo en el Yosemite saliera a los medios. La noticia principal era un incendio en una casa de vecinos que había matado a doce personas.
—Un hombre fue a Sangriaville preguntando por mí —dijo Miles—. Te oí decirlo cuando hablabas con Hurley.
—Cuidado con tus próximas palabras —dijo Andy—. Así me mataste a mí.
Miró a Groote buscando una reacción, un agarre más firme del volante, un gesto de la boca. Sin embargo, el rostro de Groote no traicionó ningún secreto.
—Apuesto a que su nombre era DeShawn Pitts.
—Sí, ese era el tipo —dijo Groote.
—¿Qué te dijo sobre mí?
—No era muy hablador. Me dijo que podrías aparecer por allí haciendo preguntas o buscando consulta. Me pidió que te retuviera y lo llamara si te presentabas.
—¿Eso es todo?
—No me contó que eras un testigo protegido. Eso me lo imaginé yo solito. Vi el número que marcó en su teléfono, lo marqué yo y me respondió la agencia de protección de testigos.
—El FBI ha sido muy cauteloso al buscarme. No han publicado mi historial ni mi rostro en las noticias. No será así por mucho tiempo, acabarán haciéndolo…
Dejó de hablar.
—¿Hacer qué?
—Acabarán haciéndolo… —repitió Miles.
—¿Estás bien? —le preguntó Groote.
—Lo harán… en cuanto… paremos la cinta —dijo. Se puso las manos en la cara.
—¿Qué cinta, Miles?
Miles se sumió en un tenso silencio. Respiró profundamente.
—Nada. Estoy bien. Lo siento.
—¿Qué coño te pasa? —preguntó Groote—, ¿despierto a los otros?, ¿necesitas alguna medicación?
—Estoy bien. Acabo de recordar una cosa, nada más. —Se puso a mirar por la ventanilla y no volvió a hablar.
Entonces hablaron del tiroteo en Yosemite en las noticias. Mencionaron dos muertes y la presencia de otro cuerpo encontrado a cierta distancia de las cataratas con un disparo a bocajarro, pero no sugirieron que se tuviera conocimiento de sospechosos, motivaciones o explicaciones.
Groote dejó que las noticias continuaran su corriente de historias y pensamientos. Si el FBI te quiere, tío, Miles, te tendrán. Eres mi clavo ardiendo, una vez recupere a Amanda y ella y yo intentemos desaparecer. Te entregaré al FBI, haré saltar las alarmas sobre las operaciones de Dodd y se me perdonarán todos mis pecados.
—El FBI no ha querido revelar tu identidad, eso significa que no desean perderte como testigo.
Miles se tomó su tiempo para responder. Fuera lo que fuera lo que había recordado al hablar del FBI, Groote notó que estaba afectándole.
—Los llevaremos a Los Ángeles para ponerlos a salvo —dijo en voz baja—, después tú y yo nos iremos sin ellos. No quiero que sigan corriendo peligro.
—¿No dirán nada… sobre lo que les hice?
—No, te lo garantizo.
Groote asintió. Eso haría su vida más fácil. Un enemigo era más fácil de manejar que tres. Esperaba que no comentaran nada en las noticias sobre un agente de protección de testigos desaparecido, la vida ya era lo bastante complicada.