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A la mañana siguiente, el segundo vuelo desde Los Ángeles a Austin cruzó el cielo azul. Miles vio en la fila de al lado a un hombre mayor hojear un periódico dominical cuya portada decía: «Agente federal desaparecido». Debajo aparecía una foto de DeShawn Pitts.
No podía leer el artículo desde donde estaba sentado y el caballero leía lentamente, regodeándose en cada palabra y sin dejar atrás ningún párrafo. Groote cabeceaba en el asiento contiguo. Cinco filas por delante estaba David Singhal, vestido de traje, leyendo el Wall Street Journal.
Al fin, el hombre dobló el periódico y lo metió en el bolsillo del asiento.
—¿Señor? —le susurró Miles acercándose a él—. Disculpe. ¿Me presta su periódico si ya ha terminado con él?
—Claro. —El caballero se lo entregó.
Miles leyó el artículo con el vello de punta. DeShawn Pitts, un agente federal (no se mencionaba que trabajaba para protección de testigos) había desaparecido hacía dos días durante un servicio sin especificar. El FBI le pedía a cualquiera que tuviera información sobre aquel hombre que se pusiera en contacto con ellos.
Hurley murió el jueves. DeShawn estuvo en el hospital ese mismo día (Miles lo oyó durante la llamada que Groote le hizo a Hurley) y desapareció el viernes. Un día después de haber hablado con Groote.
Quizás DeShawn nunca llegó a rendirse, había seguido preguntando y buscando a Miles. Si protección de testigos aceptó el argumento de DeShawn de que Miles no era capaz de tomar decisiones debido a su incapacidad, seguramente volvió a toparse con Groote. Al fin y al cabo ambos iban tras Miles. Pudieron encontrarse en un mal momento.
Miles ojeó el resto del artículo. No mencionaban nada sobre él, la agencia no iba a comprometer su nombre todavía. Al final se hacía alusión a que era una época difícil para la policía de Santa Fe; una mujer había muerto al explotar su despacho (Allison), una celebridad había desaparecido de su casa (Celeste), cuatro chicos de instituto habían resultado heridos críticos en un accidente de coche en las afueras de la ciudad y un médico y un turista también habían desaparecido. El hospital había denunciado la desaparición de Hurley. Ese hecho, o su propia insistencia, pudo hacer a DeShawn volver a Sangriaville para averiguar la conexión entre toda esa gente.
De repente, Miles sintió una necesidad imperiosa de bajarse de aquel avión.
Dobló el periódico, se lo devolvió a su dueño y le dio las gracias. Fue al baño, se echó agua en la cara, trató de aclararse las ideas y sopesó las deducciones que le rondaban la cabeza. Regresó a su asiento. Groote estaba despierto.
—¿Mareado? —le preguntó Groote en voz baja—. Estás pálido.
—No —dijo Miles—. Estoy bien.
—No te vuelvas loco —dijo Groote.
—He dicho que estoy bien.
—Bien, porque lo más difícil ha pasado.
Si mataste a DeShawn te mataré yo a ti, pensó Miles.
—Sí. Eso espero.