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Primero los puños, luego las manguera de goma y al final el destornillador, regresando a escena para un bis virtuoso; así consiguió que saliera un nombre de la destrozada boca de Nathan. A Groote no le causaba ningún placer hacerles daño a otras personas, la agonía del chico era simplemente el medio para llegar a un fin. No obstante, Nathan aguantó casi dos horas… realmente, el soldadito de plomo había hecho una impresionante imitación de héroe, soportó mucho más de lo que Groote se hubiera figurado. Acabó gritando el nombre del compañero de Allison en la sombra, Michael Raymond. El M. R. del móvil de la doctora. Cinco minutos después le dio una descripción física: un metro ochenta y cinco, complexión fuerte, pelo castaño, ojos marrones.

Groote llamó inmediatamente a un amigo suyo de California, que se dedicaba a destrozar cortafuegos informáticos, para que comprobara la seguridad del proveedor telefónico. Su amigo, con la certeza implícita de que se le retribuirían sus servicios generosamente, se pasó el día pirateando redes y el miércoles al mediodía le dio a Groote una dirección y el número del trabajo de la persona asociada a esa cuenta. Groote marcó el número y le respondió la voz de una mujer dándole la bienvenida a la galería Joy Garrison en la mundialmente famosa Canyon Road. Luego proporcionaba una lista de los empleados y un número para dejar un mensaje en su buzón de voz.

—Para Michael Raymond pulse cuatro —decía la voz enlatada.

Colgó. Te tengo, capullo.

Groote estaba en la compacta cocina de la planta superior de Sangre de Cristo bebiéndose un vaso de agua helada. Tiró el hielo restante al fregadero y se examinó con cuidado las manos. La sangre de Nathan se le había acumulado bajo las uñas, tendría que darles otro restregón.

Se estremeció. Hiciste lo que tenías que hacer. Por Amanda. Por todos los pobres bastardos enfermos que tienen que ser liberados de sus pesadillas. Aunque Nathan fuera uno de esos pobres bastardos.

El doctor Hurley (cansado, agotado, un conejo asustado en medio de un bosque lleno de zorros) abrió la puerta, entró en la cocina y volvió a cerrarla.

—Quantrill está al teléfono, no parece contento.

—Me lo imagino.

—No es culpa mía. En absoluto. Le pedí a Quantrill seguridad adicional y no me hizo caso. Debió haberlo enviado a usted antes. No me haré responsable.

Groote lo golpeó en el estómago, no muy fuerte, pero lo suficiente para que cerrara la boca. El doctor cayó al suelo escupiendo un chorro de café.

—La próxima vez será en la nariz, doctor Hurley, y una astilla de hueso le taladrará el cerebro. No me costará mucho. ¿Me entiende?

Hurley asintió, con verdadero miedo en sus ojos.

—Así que cállese, ahora mando yo, no usted. No tiene que preocupar su sobrecargada cabeza con estas responsabilidades. No soporto a los quejicas. —Ayudó a Hurley a levantarse.

—Debería… debería coger esa llamada en mi despacho —dijo Hurley, mareado.

—Eso haré.

Volvió al despacho de Hurley y cogió el auricular.

—Groote.

—Dígame que ha recuperado el Frost.

Groote mantuvo la calma en la voz.

—Déjese de dramas. Si lo tuviera, ya habría llamado. Necesito que usted y Hurley mantengan la cabeza fría, ¿queda claro?

Oyó a Quantrill respirar profundamente.

—¿Entonces cuál es la situación?

—Tengo una teoría. Ella quería exponeros, así que es natural pensar que recibiera ayuda externa. Nathan dice que se la pidió a ese Michael Raymond. El tipo trabaja en una galería de arte, lo cual no tiene sentido pues no sé cómo alguien así podría serle útil. Supongamos que Nathan dice la verdad. Michael Raymond se dio cuenta de que el fármaco iba a tener un precio alto. Entonces usó a Allison para obtenerlo y una vez que lo consiguió, se deshizo de ella.

—Pero una bomba… ¿quién usaría una bomba? —La voz de Quantrill albergaba un repentino miedo que sustituía a la paciencia de un minuto antes.

—No sabemos si fue una bomba. Pudo ser que preparara una explosión de gas. No tenemos información sobre ese tipo salvo su nombre y que trabaja en una galería de arte. —Hizo una pausa—. Ambos mencionaron otro nombre, Nathan y Raymond sostienen que otro tipo llamado Sorenson fue a casa de Allison tras su muerte, pero yo no llegué a verlo. Así que o bien hay otro jugador, con un rol desconocido, o me están mintiendo. Tengo que seguir por la ruta que conozco.

Quantrill lo pensó en silencio.

—Señor Quantrill —dijo Groote—. Necesito que sea honesto conmigo. Es evidente que tiene enemigos. Tengo que hacer suposiciones. Aparte de esta mujer, que bien pudo ser una chivata que hizo saltar la liebre, ¿quién sabe algo sobre el Frost? ¿Quién querría robárselo?

—Una empresa farmacéutica u otro intermediario.

—La empresa para encargarse ellos mismos de su producción, el intermediario para vender la investigación.

—O bien —dijo Quantrill lentamente—, Michael Raymond podría querer una compensación económica. No se iría de la lengua como hizo Allison. Me revendería la investigación por un precio.

—Cuando hablé con él, no quiso discutir una posible reunión. Parecía… confuso. Dijo saber dónde estaba el Frost, que le llevaría cierto tiempo, pero que me llamaría.

—Quiere que nos pongamos nerviosos y así poder subir el precio.

—Si se hace público…

—Ninguna compañía produciría un medicamento basado en experimentos ilegales —dijo Quantrill—. Tenemos que enterrar la verdad sobre cómo fue testado el Frost. Eso haría descarrilar el tren. Pasarían años antes de que nadie lo retomara o lo trajera al mercado.

Años que Amanda no tenía.

—Entonces el dinero ha de ser su motivación. Tiene que asegurarse de que no le ha pasado la información a nadie más. Es obvio que no puede dejarlo vivir.

—Sacaré al señor Destornillador. —Colgó y comprobó su arma y su reloj. Primero buscaría a Michael Raymond en la galería, después en su casa. Una galería de arte. No es un lugar lógico de trabajo para una persona a la que Allison Vance había pedido ayuda, pensó Groote. Eso le molestaba. No le gustaba adentrarse en lo desconocido.

Se guardó la pistola en la chaqueta y se dirigió al aparcamiento.