Capítulo VII

VISITA AL COMANDANTE

—¡QUÉ coincidencia! —exclamó Benjamín—. Y es natural que tu marido, al llegar a Londres, fuese a visitar a ese amigo suyo, tan natural como que pasáramos por Vivian Place al regresar a casa.

Cuando, después de comer, salí de casa de Benjamín, me sentí invadida otra vez de dudas e inquietud.

—Prométeme, querida niña, que te conducirás con prudencia —me pidió Benjamín, abriendo la puerta de la casa.

—¿Le parece a usted imprudente ir al encuentro del comandante?

—Sí; en caso de que vayas sola. Ignoramos quién es ese comandante, y también cómo te recibirá. Deja, pues, que yo te prepare el terreno, y confía en mi experiencia.

Reflexioné un momento, y al cabo decidí cargar yo sola con la responsabilidad de aquel paso, cualquiera que fuese el resultado. Prometí a Benjamín esperarle a la mañana siguiente en mi hotel, a fin de discutir otra vez aquel proyecto; pero estaba ya decidida a visitar al comandante antes de aquella hora.

De regreso al hotel, encontré a Eustaquio esperándome en el salón. Y salió a mi encuentro con una hoja de papel en la mano.

—He arreglado mis asuntos antes de lo que esperaba, Valeria —me comunicó con aire alegre.

—¿Y qué significa eso? —pregunté.

—En realidad, quiero saber si estás libre durante el día de hoy al de mañana, y las semanas, los meses y los años sucesivos. Mira —añadió, mostrándome un telegrama dirigido al capitán del yate para informarle de que aquella misma noche regresaríamos a Ramsgate, con ánimo de embarcar el día siguiente—.Sólo esperaba tu regreso para expedir este telegrama.

—Temo que esta noche no podré ir a Ramsgate —contesté.

—¿Por qué? —interrogó, frunciendo el ceño.

—Lamento contrariarte —repuse—; pero no puedo embarcar de un modo tan repentino. Necesito algún tiempo.

—¿Para qué?

—Para acostumbrarme a mi verdadero nombre —respondí, sin darme cuenta de lo que decía.

—¿Qué insinúas con eso, Valeria? —indagó, mirándome, sombrío.

—Deberías saberlo. Creía llamarme señora Woodville; pero he descubierto que me llamo señora Macallan.

Palideció intensamente, mientras yo me maldecía por no haber sabido contenerme.

—No quise causarte ninguna pena, Eustaquio —le dije—. He hablado sin reflexionar. Perdóname.

—¿Qué más has descubierto? —inquirió él, deseoso de acabar de una vez.

—Nada.

—¿Nada? —Y como hablando consigo mismo, añadió—: Nada, naturalmente; de lo contrario, no estarías aquí. —Me dirigió una mirada escrutadora, y me recomendó—: Por tu propio bien y por el mío, Valeria, no repitas a nadie lo que acabas de decir.

Se dejó caer en un sillón y guardó silencio. Luego se puso en pie y tomó el sombrero.

—El amigo que me ha prestado el yate está en Londres —dijo—. Y me parece conveniente ir a verle para comunicarle que hemos cambiado nuestros planes.

—Decide lo que tengas por conveniente —repliqué—. Puesto que no merezco tu confianza, lo demás me importa muy poco. Nunca seremos felices.

—Si quisieras contener tu curiosidad —arguyo—, viviríamos dichosos. Me figuré haberme casado con una mujer superior a las debilidades vulgares de su sexo y que no pensara en intervenir siquiera en los asuntos de su marido cuando nada le importasen.

—¿Crees que no ha de importarme descubrir que mi marido se ha casado conmigo utilizando nombre supuesto? ¿No me importa acaso oír que tu madre compadece a tu mujer? Injustamente me acusas de curiosa. Tu silencio cruel nos aleja a uno de otro. ¿Por qué me mantienes en la ignorancia?

—Por tu bien.

Me dispuse a alejarme; pero él posó su mano en mi hombro y me obligó a mirarle.

—Escucha. Por primera y última vez te comunicaré una cosa. Si descubrieras lo que no deseo que sepas, nunca más vivirías tranquila, y te sentirías torturada. Por mi fe de cristiano y mi honor de caballero te juro que, si das un paso más hacia ese descubrimiento, tu felicidad quedará destruida para siempre. Piensa bien en lo que acabo de decirte. Te dejo tiempo de reflexionar. Esta tarde permaneceré ausente. Y ahora, Valeria, Dios sabe que, a pesar de todo, te amo más que nunca.

Por desgracia, aquella advertencia de mi marido sólo sirvió para confirmar mi obstinada resolución de descubrir a todo trance aquel peligroso secreto. Apenas hubo salido, ordené preparar el coche para dirigirme cuanto antes a visitar al comandante Fitz-David.