Capítulo XIX
UN RAYO DE LUZ
PERMANECIMOS largo rato en silencio. Él se sumió en sus reflexiones, y al parecer, ni siquiera se daba cuenta de mi presencia. Yo, entretanto, tras de haber hecho dos o tres tentativas para llamarle la atención, me esforcé por adivinar cuáles serían las ideas que cruzaban entonces por la mente de mi interlocutor. De pronto, levantó la cabeza y me dirigió una mirada cordial.
—Vamos a ver, señor Dexter, ¿ha oído usted hablar recientemente de la señora Beauly?
—¿La conoce usted? —supuso, alarmado.
—Sólo por lo que pude leer en el proceso acerca de ella.
—Y dígame —añadió—, ¿le interesa la señora Beauly en calidad de amiga o de enemiga?
—En este momento no puedo responder aún a tal pregunta.
—Bien —dijo en tono de mal humor—. Estoy a sus órdenes.
—Mi ignorancia acerca de estos asuntos es muy grande —aduje—; pero en el proceso de mi marido hay un detalle que no puedo admitir, y según creo el abogado defensor cometió un error.
—¿Cuál?
—No dudo de que la primera mujer de Eustaquio le pidiera la adquisición del arsénico; tampoco dudo de que lo utilizó para mejorar el color de su tez; pero no puedo creer que muriese por haber tomado inadvertidamente una dosis excesiva.
—¿Cómo se explica, pues, su muerte? —interpeló él.
—Sencillamente, porque fue envenenada. Pero no por mi marido —me apresuré a advertir—, pues ya le dije que estoy absolutamente convencida de su inocencia. ¿No adivina usted lo que quiero insinuar?
—Dígame la verdad —concretó—. ¿Se trata de una mujer?
—Sí.
—¿De la señora Beauly?
—Sí.
—¡Dios mío! —exclamó—. No me figuraba que otra persona en el mundo fuese capaz de ver las cosas tan claras como yo. Es usted cruel, señora. ¿Por qué no me lo dijo antes?
—¿De modo —deduje— que también sospecha usted de esa señora?
—¿Que si sospecho de ella? No me cabe la menor duda. La señora Beauly envenenó a la primera esposa de Eustaquio.