Capítulo XX
LA ACUSACIÓN CONTRA LA SEÑORA BEAULY
ME puse de pie. Mi agitación no me permitía hablar.
—Siéntese —me pidió él tranquilamente—. No tema nada. Nadie nos puede oír.
Me acomodé de nuevo en el asiento y me tranquilicé un tanto.
—¿No ha dicho a nadie lo que acaba de comunicarme? —preguntó Dexter.
—No, señor.
—¿Ni siquiera a los abogados?
—Tampoco. No hay ningún testigo ni prueba legal contra la señora Beauly. Pero tal vez usted tenga alguna.
—Recuerde, mi querida señora —contestó él—, que soy un hombre clavado a este asiento. ¿Cómo podría, pues, llevar a cabo una investigación? Por otra parte, el odio que siento por la señora Beauly es demasiado conocido. Ella siempre estuvo en guardia contra mí. No existe nadie capaz de probar su culpa después de tanto tiempo. Quizás una mujer pudiera disimular sus sospechas y espiarla con infinita paciencia.
—¿Una mujer como yo? —concreté—. Estoy dispuesta.
—¿Habla usted en serio?
—Póngase en mi lugar.
—Ahora dígame cómo llegó usted a sospechar de esa mujer.
Lo mejor que pude le expuse las circunstancias que observé en la declaración de los testigos, sobre todo de la enfermera.
—Puesto que se ha fijado en ello, es usted una mujer admirable —observó Dexter—. En efecto, ¿qué hacía esa mujer la mañana de la muerte de la señora Macallan, cuando la enfermera bajó a almorzar? ¿Dónde estaba por la noche? Sin duda, no en su habitación.
—¿Tiene usted la seguridad de eso?
—Absoluta. Y ahora atiéndame. La fecha era el 20 de octubre, por la noche. Lugar de la escena, el corredor llamado de los huéspedes, en Gleninch. A un lado hay una hilera de ventanas que dan al jardín, y al otro, las puertas de cuatro dormitorios, cada una de ellas provista de gabinete tocador. La primera estancia, a partir de la escalera, la ocupaba la señora Beauly; la segunda estaba deshabitada, y la tercera se me destinó a mí; la cuarta se hallaba en igual caso que la segunda. Hora, las once de la noche.
"Yo estaba en mi dormitorio ya dispuesto a acostarme. Entró Eustaquio Macallan, y me dijo:
"—Ten cuidado, querido amigo, de no hacer ruido esta noche y de no ir de un lado a otro con tu sillón de ruedas, porque la señora Beauly estuvo hoy en Edimburgo, a la hora de comer, y acaba de regresar muy fatigada. De modo que, sin esperar más, se ha acostado.
"—¿Y qué aspecto tiene —inquirí— cuando se halla muy fatigada? ¿Está tan hermosa como siempre?
"—Lo ignoro, porque no la he visto —me contestó Eustaquio—. En seguida de llegar, se dirigió a su habitación, sin hablar con nadie.
"—Pues si no ha hablado con nadie —repliqué—, ¿cómo te has enterado de su cansancio?
"—Encontré esta hoja de papel en la mesa de la sala de la planta baja —me explicó Eustaquio—. Te recomiendo el mayor silencio. Buenas noches.
"Se retiró él, y yo examiné aquel papel, en el cual había unas cuantas líneas escritas con lápiz.
"Acabo de llegar. Perdóname si voy a acostarme sin darte las buenas noches. Estoy fatigadísima.
ELENA."
"Como soy desconfiado por naturaleza, empecé a sospechar de la señora Beauly. Aquello no me pareció claro y resolví pasar la noche en mi sillón, vigilando.
"Para ello, abrí la puerta de mi cuarto, hice rodar despacio mi sillón por el corredor, cerré las puertas de las dos habitaciones desocupadas, cuyas llaves retiré, y volví a mi dormitorio.
—Ahora —me dije— si oigo abrir una puerta en esta parte de la casa, no tendré la menor duda de que corresponde a la habitación de la señora Beauly.
"Entorné la puerta de mi cuarto para dejar una rendija que me permitiera mirar. Apagué luego mi lámpara y me dispuse a acechar como gato ante la madriguera del ratón. No necesitaba vigilar más que el corredor, alumbrado toda la noche con una lámpara. Dieron las doce; hasta entonces había oído cómo se cerraban las puertas de la planta baja; pero no percibí otro ruido. Transcurrió el tiempo en el mayor silencio. Hacia las dos y media algo me llamó la atención. Oí un rumor cercano en el corredor. Era el ruido de una puerta que alguien abría tomando las mayores precauciones. Aquella puerta no podía ser otra que la correspondiente a la habitación de la señora Beauly, la única ocupada en aquel corredor. Procurando moverme con el mayor sigilo, abandoné mi sillón de ruedas y a rastras fui a situarme ante la rendija de la puerta de mi cuarto. Presté oído y pude notar cómo se cerraba la otra puerta. Vi pasar algo oscuro, y apliqué entonces el oído al suelo. Pude ver, al mismo tiempo, a la señora Beauly que avanzaba cubierta por un largo manto y desapareció al cabo por la esquina del corredor para seguir otro que hacía ángulo recto. Había allí tres habitaciones: la primera correspondía al pequeño estudio que mencionó la enfermera en su declaración; la segunda, al dormitorio de la señora Sara Macallan, y la tercera estaba destinada a su marido. ¿Qué podía hacer la señora Beauly, quien dijo estar rendida, a las dos y media de la madrugada, en aquella parte de la casa? Me arriesgué a ser visto, y salí de descubierta, arrastrándome sobre las rodillas inmóviles, merced al impulso que me daba con las manos. Pero ahora viene la segunda parte.
Hizo una ligera pausa y continuó su narración.
—De este modo llegué ante la puerta del pequeño estudio. Estaba abierta; pero dentro no había nadie. Penetré en aquella estancia y pude llegar a la puerta que comunicaba con el dormitorio de la señora Sara Macallan. Estaba cerrada con llave. Miré por el agujero de la cerradura; pero no sé si al otro lado había algo que pudiera interceptar mi visión. Presté oído, y no pude percibir ningún rumor.
"El corredor permanecía también oscuro y silencioso.
"Fui a situarme ante la puerta de la habitación de Eustaquio, y también miré por el ojo de la cerradura. Habían dado vuelta a la llave, y pude ver. El lecho estaba adosado a la pared que había frente a la puerta, y noté que mi amigo se hallaba solo en absoluto y, al parecer, profundamente dormido. Reflexioné un instante. La escalera de servicio partía del fondo del corredor a corta distancia del lugar donde me situaba. Con grandes trabajos bajé por allí para registrar la planta baja. Pude convencerme de que todas las puertas estaban cerradas con llave y por su parte exterior. La puerta de la casa estaba desatrancada; pero, en cambio, cerrada con llave. Las puertas que daban acceso a las habitaciones de los criados se encontraban igual. Regresé, pues, a mi habitación, persuadido de que en todo se observaba el debido orden. ¿Por dónde podría andar entonces la señora Beauly? Con toda certeza, por cualquier parte de la casa; pero ¿dónde? El campo de mis investigaciones se había agotado ya. Sin duda, estaba en la habitación de la señora Macallan, única en la cual no había podido yo ver nada y cuyo interior no conseguí columbrar siquiera.
"Añada usted a eso que la llave de la puerta del estudio, que comunicaba con la habitación de la señora Macallan, se había perdido, como declaró la enfermera. No olvide tampoco que el deseo más ardiente de la señora Beauly era casarse con Eustaquio Macallan. Asocie todas esas conjeturas, y adivinará mis pensamientos mientras esperaba en mi sillón para enterarme de lo ocurrido. Hacia las cuatro de la madrugada, y aunque soy muy resistente, me venció la fatiga, y me dormí, si bien por poco tiempo. Desperté sobresaltado, consulté el reloj y vi que eran las cuatro y veinticinco. ¿Habría regresado la señora Beauly durante mi sueño? A rastras volví ante la puerta de su habitación, pero no pude oír el más leve rumor. Empujé suavemente la puerta entornada y pude convencerme de que la habitación estaba vacía.
"Regresé a la mía, en espera de que amaneciese. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande a fin de mantenerme despierto. Abrí la ventana para despabilarme con el aire fresco y luché con todas mis fuerzas contra el cansancio. Pero acabó venciéndome y me sobrevino el sueño.
"Desperté a las ocho. Tengo un oído excelente, y pude percibir unas voces femeninas que hablaban al pie de mi ventana. Me asomé cautelosamente y me di cuenta de que la señora Beauly y su camarera sostenían un diálogo misterioso. Noté que miraban alrededor, recelosas de que alguien pudiera oírlas.
"—Tenga cuidado, señora —decía la camarera—, porque ese maldito lisiado es astuto como un zorro. Procure que no la vea.
"La señora Beauly contestó:
"—Pasa tú delante y vigila bien. Yo te seguiré observando hacia atrás.
"Desaparecieron dando vuelta a la casa, y cinco minutos después oí la puerta de la habitación de la señora Beauly, que se abría y se cerraba suavemente. Tres horas más tarde, la enfermera la encontró en el corredor cuando, con la mayor inocencia del mundo, iba a pedir noticias de la enferma.
"¿Qué impresión le dan mis descubrimientos de aquella madrugada, en que la señora Macallan se sintió indispuesta, para morir el mismo día a las pocas horas? ¿Ve usted ya claramente el camino que podrá llevarla hasta esa mujer culpable? ¿Y cree que David Dexter, loco, según afirman algunos, le ha sido útil para llegar hasta esa mujer?
Me sentía demasiado agitada.
—¿Y dónde vive esa señora Beauly? —pregunté—. ¿Dónde se encuentra esa criada de su confianza?
—No puedo decírselo, porque lo ignoro.
—¿Dónde podría informarme acerca de eso?
—Quizás acceda a decírselo el comandante Fitz-David —sugirió Dexter—. Si se lo pide una señora, consentirá. Me Invitó a comer a su casa y le he escrito negándome; pero vaya usted. Estará allí lady Clarinda, amiga de la señora Beauly. Ella sabrá, seguramente, dónde vive. Y cuando tenga este dato, venga a verme, otra vez. Pregunte también si esa camarera continúa al servicio de la señora Beauly. Entre las dos es muy probable que ella sea menos discreta que su ama, y esa mujer estará ya en nuestro poder, y la destrozaremos. ¿Tiene usted dinero disponible?
—Sí, señor. Mucho.
—Entonces —supuso él alegremente— la muchacha hablará, sin duda alguna. Pero tenga en cuenta otra cosa, relacionada con su nombre. Si la presentan a la señora Beauly como esposa de Eustaquio, ella la considerará su enemiga, porque creerá que es la mujer que le ha quitado su puesto.
—Asistiré a la comida con el nombre que mi marido adoptó para nuestro matrimonio. Me haré llamar la señora Woodville.
—¡Magnífico! —exclamó Dexter—. No sabe usted cuánto daría por presenciar el momento en que lady Clarinda la presente a la señora Beauly.
Noté que se excitaba mucho, y, poniéndome en pie, dije:
—He de marcharme inmediatamente, con objeto de avisar al comandante, a fin de que no mencione mi verdadero nombre en presencia de lady Clarinda.
—Sí; tiene usted razón —aprobó.
Nos despedimos, y a los pocos momentos, subí al coche.