Capítulo XXI
DEFENSA DE LA SEÑORA BEAULY
LOS días que faltaban para la comida en casa del comandante calmaron la agitación que me produjo la visita al señor Dexter.
Apenas quedaron fijas en mi memoria las impresiones de aquella comida. Sólo sé que todos estuvimos muy alegres, y que reinó la mayor cordialidad, como si fuésemos antiguos amigos. En cambio, recuerdo muy bien la conversación que sostuve a solas con lady Clarinda.
Esta señora vestía con toda sencillez y con sumo gusto. No llevaba sino una joya, en la cual destacaba un brillante muy hermoso. Era mujer de indiscutible belleza, muy educada y de exquisita cortesía. Simpatizamos mutuamente. Me presentaron a ella bajo el nombre de señora Woodville, según habíamos convenido con el comandante. Antes de que terminara la comida, nos habíamos prometido visitarnos, y yo esperaba una ocasión favorable para que mi nueva amiga hablase de la señora Beauly. Tuve que esperar un buen rato. Había buscado un refugio contra los agudos chillidos de la futura "prima donna", retirándome a un rincón de la sala. Se reunió conmigo lady Clarinda, empezó a hablar espontáneamente del señor Dexter, y así acabamos por hablar de la señora Beauly.
—Me sorprende mucho —observó lady Clarinda— que el señor Dexter le hablara de esa señora, porque la odia. Y la pobre Elena Beauly es la mujer más sencilla que conozco. No me cabe duda de que, si la viera usted, le sería simpática.
—Abrigo la esperanza de conocerla en su casa, lady Clarinda —respondí.
—Espero que irá usted antes a visitarme, porque ahora Elena se halla en Hungría haciendo una cura de aguas. Creo que tiene un poco de gota.
—Me sorprende lo que me dice usted —repuse—, porque según me informó el señor Dexter…
—No crea una palabra de lo que le dijera el señor Dexter —replicó mi interlocutora—; le gusta mucho engañar a la gente, y, sin duda, también quiso divertirse a costa suya. Cualquiera que le oyese, creería que pudo descubrir alguna aventura de la señora Beauly, porque afirma que la sorprendió durante su actuación sospechosa en cierto castillo de Escocia, donde se encontraban ambos hace algún tiempo. Pero yo sé muy bien, gracias a la camarera de Elena, cómo se desarrollaron aquellos dramáticos acontecimientos.
Guardé un silencio expectante, sin atreverme a pronunciar una palabra. La dama, después de una pausa, añadió:
—Elena, antes de marchar, me confió su camarera. Es un verdadero tesoro, y con gusto la conservaría a mi servicio. Por ella he podido enterarme del suceso a que antes aludía. Parece ser que la señora y la camarera se hallaban hace algún tiempo en una posesión cercana a Edimburgo, la cual, según creo, se llama Gleninch. Era propiedad de un tal Macallan, a quien procesaron, acusado de haber dado muerte a su mujer por medio del veneno. Fue un asunto muy desagradable. Pero lo que voy a decirle no se refiere al crimen, sino a Elena Beauly. Una noche, durante su estancia en Gleninch, fue invitada a comer por unos amigos que habían llegado a Edimburgo. También aquella misma noche se celebró en Edimburgo un baile de máscaras. El acontecimiento era muy importante en la capital, donde no se comentaba de un modo favorable. Los amigos de ella pudieron procurarse invitaciones, y bien disfrazados, fueron allá. Elena se vio arrastrada por ellos; pero puso como condición que ninguno de sus amigos de Gleninch pudiera enterarse de su escapatoria. El señor Macallan desaprobaba aquel baile, porque, a su juicio, una señora respetable no debía acudir a tales fiestas. Pero mi amiga imaginó el medio de ir sin ser descubierta. Acudió a la comida, utilizando el coche de Gleninch; pero antes se arregló de modo que su criada la precediese en su viaje a Edimburgo. Y al llegar la hora de regreso a Gleninch, ¿qué hizo? Vistió a la camarera con su traje y su sombrero, la mandó a casa en el coche y le recomendó que se dirigiera inmediatamente a su habitación, después de dejar sobre la mesa de la planta baja una nota, en la cual se excusaba de acostarse inmediatamente a causa del cansancio.
"Las habitaciones de la señora y la criada no estaban en el mismo piso. Los servidores del castillo no podían, como es natural, descubrir aquel engaño. La criada llegó sin inconvenientes a la habitación de su señora, y siguiendo las instrucciones recibidas, esperó el momento en que reinara en el castillo el mayor silencio para dirigirse a su propia habitación. Mientras aguardaba, la pobre muchacha se durmió, para despertar a las dos de la madrugada. Entonces salió de puntillas, entornó la puerta del cuarto de su ama, y cuando llegaba al fondo del corredor, oyó un ligero ruido. Subió corriendo la escalera que conducía al piso superior, temerosa de ser sorprendida, y entonces miró asomándose al hueco de la escalera. Vio a Dexter que, a rastras como una rana, miraba, muy curioso, a un lado y a otro, sin duda deseando descubrir el paradero de la persona que había salido de su habitación, a las dos de la madrugada. Sin duda alguna, confundió a la criada con la señora, porque la primera aún no se había quitado el traje de Elena. Ya era día claro cuando mi amiga volvió de Edimburgo en un coche de alquiler y vestida con un traje que le prestó una amiga. Dejó el coche cerca de la finca y entró en la casa por la puerta del jardín, sin que la descubriesen Dexter u otro habitante del castillo. Tal vez se extrañará usted de que Dexter no diera cuenta de lo que vio en aquella excursión nocturna; pero quizá se lo impidiese el terrible suceso que trastornó la casa entera aquella misma mañana. Observo, querida señora Woodville, que está usted indispuesta. Quizá tenga demasiado calor. ¿Quiere que abra la ventana? —preguntó con solicitud.
—No, muchas gracias. Prefiero salir al aire libre —contesté—, y le ruego que no diga nada a nadie.
Salí sin que lo notaran los demás; pero poco después sentí el contacto de una mano sobre mis hombros. Vi al buen Benjamín que me miraba tristemente. Lady Clarinda le había dado cuenta de mi indisposición, y le ayudó a salir sin que le viera nadie, mientras la atención del comandante se concentraba en la música.
—¿Qué te ha sucedido, chiquita? —indagó Benjamín en voz baja.
—Lléveme a casa y lo sabrá.