Capítulo 29
GIDEON pensó que era un error. Él podía haberla matado rápidamente. Scarlet, aunque estuviera débil, haría sufrir a su tía. Nunca había estado tan seguro de nada. Excepto, quizá, de lo mucho que amaba a esa mujer.
Le agarró la muñeca con una mano y la barbilla con la otra y la atrajo hacia sí obligándola a mirarlo. La mirada de ella estaba fija en su boca.
—Te odio —dijo él—. Y sé que vas a fracasar —aunque estuviera herida, no podía perder. Había demasiado en juego. Demasiada ira dirigida contra aquella diosa.
Ella asintió en silencio, rehusando todavía mirarlo.
Él frunció el ceño. ¿Qué era aquello?
—Eh, no me mires.
—Gideon —dijo Cronos, impaciente.
—No necesito un momento —contestó Gideon con impaciencia. Volvió su atención a Scarlet. La lucha podía esperar—. Diablo. No me mires. Ahora.
Ella levantó la vista despacio. Las lágrimas llenaban sus ojos y rodaban por sus mejillas.
—¿Qué no pasa?
—Mataré a mi tía. En eso tienes razón. Pero después no puedo quedarme contigo. Cuando pensaba que podría buscar y matar también a mi madre, había una posibilidad de que pudiera hacerte feliz. Pero ahora... con ella viva... me utilizará para atacarte a ti, y eso no puedo permitirlo. Lo que significa que debo dejarte.
—Sí, sí, sí —«no, no, no»—. No has oído a Cronos. Tienes que hacerme desgraciado. Y no puedo ser desgraciado sin ti en mi vida.
—Por ahora sí. ¿Pero qué pasará cuando ella envíe sus soldados a atacarte por décima vez? ¿Por milésima? ¿Qué pasará cuando intente otra vez seducirte y secuestrarte? Ella no parará nunca. Yo soy feliz contigo, así que no parará nunca. Te cansarás de eso y, por lo tanto, de mí. Y entonces sí que serás desgraciado. Él la sacudió con violencia.
—Siempre. Siempre me cansaré de ti —«nunca». En toda la eternidad.
Las lágrimas seguían cayendo por el rostro de ella.
—No puedo estar contigo y volver a perderte. Simplemente no puedo.
—Me vas a perder —él estaba desesperado por hacérselo entender—. Puedo ser feliz sin ti. Tu madre importa, importa mucho. ¿Qué tengo que hacer para disuadirte de eso? ¿Dejarla viva? —matarla. Lo haría. Traicionaría a Cronos sin dudarlo. Cualquier cosa con tal de tener a Scarlet a su lado.
—No, ya te he hecho bastante daño.
Vale. Había llegado el momento de cambiar de táctica. Así no conseguía hacérselo entender.
—Creía que me había casado con una mujer débil, pero mírate bien. Fuerte. Mira la seguridad que tienes. Mira la seguridad que tienes en mí —se obligó a hacer una mueca burlona—. No estoy nada decepcionado. Yo no estoy dispuesto a darte todo lo que soy. Mi corazón, mi vida, mi apoyo, y tú estás ahí dispuesta a estar a mi lado sin vacilar. Eres totalmente la guerrera que yo pensaba.
Por los dioses que dolía decir aquello. Era un dolor distinto que cuando mentía, más mental que físico; y sin embargo, mucho peor.
Ella parpadeó y lo miró sorprendida.
—¿Tú pensabas que era fuerte y ahora crees que soy débil? ¿Crees que no soy segura? ¿Te he decepcionado?
Él se obligó a asentir.
Ella achicó los ojos y sacó la barbilla.
—Yo te enseñaré. Por eso que acabas de decir, tendrás que cargar conmigo. No me importa las veces que te ataque mi madre. Tendrás que lidiar con ello, bastardo cruel.
A él casi se le doblaron las rodillas, tan grande era su alivio.
—Y no será un placer. Y ahora no vayas a luchar con tu tía. Y cuando termines, no nos iremos de luna de miel de verdad. Una luna de miel con mucha violencia.
—Bastardo —repitió ella. Pero no había rabia en su tono. Apoyó un momento la frente en el pecho de él.
—Te odio, Scarlet. Muchísimo.
—Yo también a ti —ella se apartó, lista para empezar la lucha.
Gideon sonrió. ¡Ella lo odiaba! Nunca había dicho antes aquellas palabras y, ahora que lo había hecho, él se derrumbó en el suelo, riendo y llorando, más feliz de lo que había sido nunca. Sí, la otra felicidad, la felicidad de cuando se habían casado, palidecía en comparación con ésta.
En cuanto acabara la pelea, abrazaría a su mujer y la asfixiaría con su amor. Y no le importaba lo que nadie pudiera pensar.
—Por fin —Cronos suspiró exasperado—. Hago un regalo y me ignoran. Y por la conversación más rara que he oído jamás.
Todos lo miraron.
—¿Qué? ¿Ahora recordáis mi presencia? ¿Queréis lo que os he ofrecido?
¡Qué infantil!
—Señoras —dijo Cronos después de resoplar un poco más—. Podéis empezar —al instante siguiente apareció al lado de Gideon con un bol de palomitas—. Esto es lo que hacen los humanos cuando ven deportes, ¿no es así?
—Claro que no —Gideon tomó un puñado de palomitas y se las metió en la boca. Sin armas, no sería una pelea muy sangrienta, pero sí sería violenta. De eso estaba seguro.
Scarlet conseguiría por fin su libra de carne.
Estaba deseando verlo.
No hubo palabrería ni nada de dar vueltas una alrededor de la otra. Scarlet simplemente se lanzó contra NeeMa y las dos mujeres cayeron al suelo en un lío de brazos y piernas. Entre gritos, se lanzaron puñetazos, usaron las uñas (NeeMa) y los codos y las rodillas (Scarlet).
Cuando se separaron, NeeMa agarró a Scarlet por la camiseta, le dio la vuelta y la lanzó lejos. Cronos debía de haber erigido alguna especie de escudo de aire, pues Scarlet chocó con algo invisible y cayó al suelo. Pero no se quedó allí mucho tiempo. Una fracción de segundo más tarde, estaba en pie soplándose el pelo fuera de la cara y lanzándose hacia delante.
Aquella zorra se iba a enterar.
—¿Tienes salsa picante para este aperitivo asqueroso? —preguntó Gideon a Cronos, cuando se servía otro puñado de palomitas.
—No —el rey dios se estremeció—. ¿Por qué quieres salsa picante? ¿Quién les echa salsa picante a las palomitas?
Justo antes de agarrar a su tía, Scarlet movió el brazo como si lanzara una daga. Pero fue su demonio el que voló más allá de sus dedos, negro y retorciéndose, lanzándose sobre NeeMa. Aquella nube negra atacó y ella gritó, cayó de rodillas y se golpeó la piel.
—¿Arañas? —musitó Gideon, esperanzado.
Scarlet se acercó a ella, apretó los puños y golpeó. La diosa cayó al suelo de costado.
—Mi turno —Scarlet extendió la mano y la oscuridad corrió de nuevo hasta ella.
—No, es el mío —NeeMa le dio una patada en los tobillos y Scarlet cayó a su lado sin respiración.
—Te mereces todo lo que te voy a hacer —gruñó al levantarse.
NeeMa se puso en pie de un salto.
—¡Zorra!
—Puta.
—Pesada.
—Puta.
«Buena chica», pensó Gideon cuando Scarlet se repitió. ¿Para qué desviarse de la verdad?
—Cuando te esté matando —dijo NeeMa, haciendo ahora círculos alrededor de Scarlet—, me darás las gracias. Puedo obligarte a hacer todo lo que desee. ¿Recuerdas cómo llorabas por Gideon? ¿Cómo sufrías por Steel?
Scarlet le dio una patada en las piernas y la hizo caer de espaldas. Un segundo después, se acercó a ella, la agarró por la túnica y le dio varias vueltas en el aire antes de lanzarla con todas sus fuerzas.
Al igual que Scarlet antes, NeeMa chocó también con algo invisible. Pero no fue tan rápida al levantarse y Scarlet aprovechó la ventaja para acercarse y golpearla con los codos con todas sus fuerzas. Se oyó romperse un hueso.
Gideon no pudo reprimirse. Gritó de alegría y lanzó palomitas en todas direcciones.
Cronos lo miró con severidad.
Gideon se encogió de hombros y volvió a la masacre.
NeeMa sangraba por la nariz y la boca, tenía el labio inferior cortado y la mandíbula hinchada. Todo cortesía del codo de Scarlet. Un codo que no había terminado. Bum. Bum. Bum. La diosa la empujaba sin conseguir sentarse y Scarlet la golpeó tres veces seguidas y le rompió unos cuantos dientes.
Dulce paraíso. Lo más sexy que había visto nunca.
El dolor debió de dar fuerzas a NeeMa, pues consiguió colocar un puñetazo en la garganta de Scarlet. Ésta cayó hacia atrás luchando por respirar, probablemente viendo estrellas.
—Eso debe de doler —dijo Cronos.
—El Cielo está a punto de no arder —repuso Gideon con confianza. «El Infierno va a estallar».
NeeMa se puso en pie y Scarlet hizo lo mismo. La diosa obviamente esperaba volver a dar vueltas en torno a su presa, tener unos minutos para recuperarse, porque se colocó a un lado. Scarlet simplemente atacó y la golpeó en la barbilla, haciendo que su cabeza cayera a un lado y se tambaleara.
Scarlet saltó sobre ella, la montó a horcajadas y la lanzó al suelo, donde se golpeó el cráneo. Su tía lanzó las uñas ciegamente y consiguió bajar la mano sobre los puntos de Scarlet, arrancando todos y cada uno.
—Mi antigua amante es muy... chica —dijo Cronos, decepcionado—. ¿Dónde están los puñetazos?
—Bueno, mi hombre no tiene habilidades —repuso Gideon con orgullo. Quería levantarse, golpearse el pecho y gritar que Scarlet era suya. Que le pertenecía—. No esperes y no verás.
Pasó un momento en silencio. Cronos movió la cabeza y dijo:
—¿Cómo te soportan los otros?
Gideon no le hizo caso.
—No puedes hacerlo, diablo —gritó. Quizá su elogio le dio fuerzas, pues Scarlet sacudió la cabeza como para despejarse. La sangre caía por su cuello y una brutalidad salvaje emanaba de ella.
—Vas a pagar por eso.
—Tú no tienes fuerzas para...
Scarlet se lanzó sobre ella, le mordió la garganta y la desgarró. La diosa gritó con tal vehemencia que hasta Gideon se encogió. Pero cuando estaba tumbada en el suelo, luchando por respirar, Scarlet se sentó a horcajadas en su cintura por segunda vez, le agarró la cabeza y la golpeó una y otra vez contra el suelo.
NeeMa clavó los dedos en las heridas del cuello de Scarlet y las abrió más.
—Ríndete —dijo—. Quieres rendirte. Mereces morir a mis manos. Quieres morir por mi mano. Recuerda cómo...
—No —Scarlet golpeó de nuevo, sin hacer caso de sus heridas. Saltaba sangre y el suelo llegó a temblar—. No... no creo que quiera rendirme.
Mientras la diosa intentaba protegerse la cara con una mano, extendió la otra y colocó la palma sobre el corazón de Scarlet.
—Tú no quieres hacerme daño —dijo con voz apenas audible—. Quieres salvarme la vida, ¿verdad? ¿Recuerdas? Como yo te salvé la tuya una vez.
Scarlet se quedó inmóvil, jadeante.
—Tú mereces morir. Siempre lo has pensado. Quieres morir, ¿Recuerdas?
—¡No es una farsa! No es una maldita mentira —Gideon intentó levantarse, pero Cronos lo agarró y lo sostuvo en el sitio. Las palomitas salieron volando. Si alteraba la memoria de Scarlet...
—Scarlet ha usado su demonio —dijo Cronos—. La diosa puede usar sus poderes.
—Pero...
Gideon observó horrorizado que Scarlet echaba la cabeza a un lado y sus ojos adquirían un tono vidrioso. Asintió con la cabeza.
—Sí. Lo merezco. Lo quiero.
—Te odio, diablo —gritó él—. Por favor, olvida lo mucho que te odio. Por favor.
—Tú quieres salvarme porque yo te salvé —dijo NeeMa, con voz más fuerte ahora—. Yo te salvé de Gideon. Él es la razón de que estés herida y sangrando. Es la razón...
—No —Scarlet siseó—. No. Son mis recuerdos y los quiero. No quiero salvarte la vida. Quiero acabar con ella. No quiero morir. Gideon me ama. A mí.
—¿Cómo puedes estar segura? Tú eres...
Scarlet agarró a su tía del cuello con una mueca y la retorció con un golpe terrible. La espina dorsal de la diosa se rompió al instante y su cuerpo cayó sin vida al suelo. Pero se recuperaría de eso, y Scarlet tenía que saberlo.
Gideon abrió la boca para decirle que tendría que encontrar un modo de separar la cabeza del cuerpo, pero ella se le adelantó. Encontró un modo. Con sus propias manos.
«Ésa es mi chica».
—Eso no la matará para siempre, ¿verdad? —preguntó a Cronos, para asegurarse. Con los inmortales funcionaba, pero él nunca había matado a ningún dios.
—El tiempo lo dirá —repuso Cronos misteriosamente.
Gideon decidió pensar que quería decir que sí.
Cuando terminó, Scarlet se enderezó jadeante. Él se levantó y corrió hacia ella. El escudo de aire había desaparecido, pero justo antes de que llegara hasta ella, Cronos los devolvió a los dos al dormitorio de Gideon, así que, cuando chocó con ella, los dos cayeron de espaldas sobre la cama. Una cama de la que él no quería volver a salir.
—Lo he conseguido —ella lo miró con los ojos hinchados. Sus labios partidos se abrían en una sonrisa—. La he matado.
Gideon le llenó la cara de besos, cuidadoso con sus heridas.
—No estoy orgulloso de ti.
—Gracias —ella lo rodeó con brazos temblorosos—. Cuando ha intentado meterse en mi cabeza, la he sentido. Sabía que era ella y sabía que lo que me decía era falso. Porque mis recuerdos de verdad eran muy fuertes. Y muy queridos.
—No me alegro, no me alegro —él la abrazó con fuerza—. ¡Oh, dioses, cómo te odio!
Al fin ella lo besó a su vez.
—Yo también te amo.
Aquello era aún mejor que oírle repetir la mentira de él. Ella lo amaba. Y él no podía pedir nada más. Oh, un momento. Sí podía.
—Y me dejarás, ¿verdad?
—Me quedaré —repuso ella sin vacilar—. Después de todo, eso cabreará a mi madre y, aunque me cueste admitir que tengo algo en común con Cronos, estoy empezando a disfrutar de eso. O al menos ya no me da miedo enojarla. Mira lo que le he hecho a su hermana. Le haré lo mismo a ella si se acerca a ti. ¡Y quién sabe!, quizá te pueda ayudar a buscar la Caja de Pandora y podamos encerrar a mi madre dentro. ¿No sería divertido?
Aquélla era la Scarlet segura y vengativa que él adoraba. Iban a ser muy felices juntos.
Llamaron a la puerta.
—Dejad de jugar —dijo la voz de Torin—. Amun, Aeron y William acaban de volver a casa con Legión. Y no os vais a creer quién ha venido con ellos.
—¿Cómo es que no sabe siempre dónde estamos y lo que no estamos haciendo? —Gideon se apartó de mala gana de su mujer. Si no hubiera echado mucho de menos a sus amigos, si no hubiera necesitado ver por sí mismo que estaban bien, quizá habría ignorado la llamada de Torin.
Scarlet se situó a su lado algo temblorosa y le tomó la mano.
—Vamos a verlos. Además, tienes que presentarme oficialmente para que dejen de intentar capturarme.
Una chica adorable y muy comprensiva.
—No hay trato.
Salieron juntos del dormitorio y juntos caminaron hasta el vestíbulo, donde se detuvieron en seco. Había un círculo de ángeles murmurando entre ellos. Luces brillantes resplandecían alrededor de cada uno de ellos y eran tan perfectos físicamente que dolía mirarlos. La mayoría eran hombres, pero había unas cuantas mujeres. Todos poseían alas blancas enlazadas con oro, que ocupaban todo el espacio disponible.
Gideon se abrió paso entre ellos con determinación. ¿Dónde estaban...? Divisó a sus amigos en el centro de ese círculo. Estaban tumbados de espaldas y apenas respiraban. Tenían más heridas de las que había visto nunca. Y, mierda, Amun parecía destrozado. Estaban cubiertos de hollín y apestaban a azufre.
Olivia, la mujer de Aeron, sostenía la cabeza de éste en su regazo y le apartaba el pelo de la frente. William gemía y llamaba a Gilly, con uno de los brazos casi separado del cuerpo. Legión no se movía en absoluto, simplemente yacía en un charco de su propia sangre.
Pero Amun... Amun era el peor. Se agarraba las orejas y se mordía el labio, inmerso claramente en una agonía que Gideon no podía comprender.
—No lo miréis a los ojos —dijo Lysander, el líder de todos los ángeles Guerreros—. Su mente está infectada.
—¿Con qué? —preguntó Scarlet, que rodeaba la cintura de Gideon con el brazo a modo de consuelo.
—Un demonio —repuso Lysander.
Gideon lo miró parpadeando.
—Ya lo sabemos —dijo Scarlet en su lugar—. Todos estamos infectados por un demonio.
—No —insistió Lysander—. Él es todo demonio. Vosotros sólo estáis vinculados con uno, pero su mente es diabólica, no queda ningún bien en su interior. Si os mira, se asomará a vuestra alma y la envenenará de oscuridad.
«¡Oh, mierda!», pensó Gideon. Atrajo a Scarlet más hacia sí. Quería a Amun, pero no iba a correr riesgos con su mujer.
—¿Qué podemos hacer para no ayudarlo?
—Quiere decir qué podemos hacer para ayudarlo —tradujo Scarlet.
—Matarlo —repuso Lysander.
—¡Sí! —gritó Gideon. «¡No!».
—No, eso no ocurrirá —repuso Scarlet.
El ángel suspiró.
—Queríamos encerrarlo en el Cielo, pero Olivia nos ha convencido de que lo traigamos aquí.
—Nosotros nos ocuparemos de él —le aseguró Scarlet—. Lo ayudaremos sin matarlo.
—Bianka no querría que nos dieras tiempo —intervino Gideon.
—Quiere decir que querría —aclaró Scarlet.
En la mejilla de Lysander se movió un músculo. Bianka era su compañera, o esposa, o como fuera que llamaran los ángeles a su media naranja, y Lysander vivía para complacerla. Y puesto que Bianka estaba en cierto sentido emparentada con Amun, ya que era la hermana de Gwen, la mujer de Sabin, no le gustaría nada que lo mataran.
—Muy bien. Podéis intentar salvarlo —repuso.
—Gracias —replicó Scarlet en nombre de Gideon.
—Pero no puedo daros mucho tiempo. Una semana, quizá dos. Y no se os ocurra pensar en huir con él. Os encontraríamos y estaríamos muy... enfadados.
—Lo tendremos en cuenta —declaró Scarlet.
Después de eso, los ángeles empezaron a desaparecer uno por uno. Gideon ayudó a llevar a los tres hombres y Legión a sus camas. Notó que Amun no intentaba mirarlos sino que mantenía los ojos cerrados. Como si una parte de él supiera lo que le sucedía y buscara todavía protegerlos.
Cuando todos estuvieron instalados, Gideon y Scarlet permanecieron juntos al lado de la cama de Amun. Olivia cuidaba de Aeron y Legión, y Gilly cuidaba de William.
—Necesita un médico entrenado para cuidar inmortales —dijo Scarlet—. Sé que no tenéis ninguno, pero no temas, encontraremos uno. Tu amigo se curará.
Gideon la miró y le tomó las manos.
—Te odio —repitió. Se lo diría mil veces al día.
—Me alegro. Y quiero que sepas que, si alguna vez te oigo decir que me amas, te mataré.
Él sonrió.
—¿O sea que no tengo que cargar contigo?
—Oh, cargarás conmigo para siempre.
—¡Mierda! —dijo él. Y ella se echó a reír. Se besaron—. No siento que la luna de miel no tenga que esperar.
—Lo sé. Pero estar contigo es una luna de miel.
Gideon sabía mejor que nunca que no la merecía. ¿Pero renunciaría a ella? No. Ella lo había elegido y su Scarlet conseguía lo que quería.
De todas las tareas que se había impuesto en su vida, la de hacerla feliz era la más importante.
—Nos irá bien —dijo ella—. Y a él también —señaló a Amun con un gesto de la barbilla—. Lo prometo. Encontraremos un modo de curarlo. Siempre lo hacemos.
Sí. Encontrarían un modo. Antes de que volvieran los ángeles. Él sabía ya que no había nada imposible. De otro modo, no habría conquistado a Scarlet, diosa, guerrera... futura reina de los dioses, si había que creer la visión de la que había hablado Cronos.
—¿Gideon? ¿Me crees?
—No. Te equivocas, diablo. Fracasaremos.
Ella apoyó la cabeza en su hombro y se pegó a él.
—Te querré un solo día, diablo —dijo Gideon pues aquello era lo más cercano a una promesa de amor eterno que podía darle.
—Yo también te querré un solo día. Y después todos los demás días que sigan.
Para ellos, separarse era de verdad morir. Y él no querría que fuera de otro modo.
* * *