Capítulo 16
ERA la primera vez que Gideon veía a Cronos manifestar algún tipo de compasión. Y que lo hiciera por una mujer a la que odiaba... Bueno, Gideon podía perdonarle ahora que antes la hubiera ignorado. Y sin embargo, desearía que no hubiera necesidad para tal compasión.
«Nunca estuviste embarazada». Aquellas palabras, aunque destinadas a Scarlet, lo habían golpeado a él y sabía que eran verdad. Aquello sólo significaba una cosa. Si no habían alterado la memoria de Gideon, era la de Scarlet la que habían cambiado.
Ahora entendía que le gustara tanto a Mentira y, que, sin embargo, el demonio no pudiera saber si decía la verdad. Ella era una mentira viviente, pero no lo sabía. Nunca habían tenido un hijo. Probablemente no se habían casado nunca.
Lo cual era horrible. Se había acostumbrado a pensar en ella como en su esposa.
O quizá sí se habían casado. En secreto, como había dicho ella. Después de todo, la primera vez que la vio, cuando Scarlet le dijo que habían estado casados, él tuvo destellos en su mente, destellos de ellos dos juntos y desnudos. Había creído que esos destellos eran recuerdos. Y sí, podían haberlo sido.
Porque el hecho era que él también la había visto en sus sueños. Antes de conocerla. Eso tenía que significar algo, ¿no?
Steel, sin embargo... no había tenido destellos de su hijo. Ni uno solo. Eso también tenía que significar algo. Pero ahora que la furia por el presunto final de Steel había desaparecido, se daba cuenta de que poseía una chispa de amor por lo que podía haber sido. De que lloraba la pérdida de su hijo.
Y si la lloraba él, que sólo había tenido de él la visión que le había dado Scarlet, ¿cómo se sentiría ella?
La mirada de Scarlet pasaba de Cronos a Gideon y de éste al rey dios. Negaba continuamente con la cabeza, temblando y luchando por respirar. A Gideon le dio un vuelco el corazón. Odiaba verla así. Tan desgarrada y vulnerable.
—Te equivocas. Tienes que estar equivocado. Yo he abrazado a mi niño. Lo he amado —lo último lo dijo con furia, como si retara al dios a contradecirla.
Cronos se levantó de la cama con el ceño fruncido.
—Aquí hay demasiados ojos y oídos —movió la mano en el aire y desapareció lo que los rodeaba, dejando sólo una niebla espesa blanca. El aire era fresco, fragante con el dulce aroma a ambrosía. Gideon respiró hondo, saboreando aquel momento de calma antes de la tormenta. La niebla se hizo más fina, se despejó, y vio que estaban en el corazón de un campo de ambrosía, cuyas enredaderas en flor salían del suelo con las flores rosas alzándose hacia el sol resplandeciente.
Sol. Brillante. Miró a Scarlet. Esperaba que se le doblaran las rodillas y cayera dormida, pero ella permanecía en pie despierta. Ni siquiera bostezaba.
¿Cómo?
—Ésta es una esfera donde la noche y el día son uno solo —explicó Cronos, como si le leyera el pensamiento. Y probablemente era así. Gideon sabía que algunos inmortales podían hacerlo. Amun podía—. Además de eso, el demonio de Scarlet funciona con una escala de tiempo, no cuando el sol sale o se pone.
A Gideon no le importaba que Amun le leyera el pensamiento, pero que se lo leyera Cronos le importaba mucho. Lo que sentía por Scarlet y Steel era algo íntimo. Algo suyo. No quería compartirlo. No porque le avergonzaran esos sentimientos sino porque, reales o no, los quería todos para él solo.
«Eso no es lo que importa ahora. Sólo importa tu mujer». Rodeó la cintura de Scarlet con el brazo, con intención de calmarla del único modo que podía, pero ella se apartó de él con brusquedad, negando todavía con la cabeza y temblando violentamente.
—Mi hijo fue real. Mi hijo «es» real.
—En tu mente, seguro que sí —Cronos giró sobre sus talones y echó a andar, obligándolos a seguirlo. Sus dedos rozaban las puntas de las vides cuando hablaba—. Mnemosina trabaja así. Te pone la mano en algún punto y aumenta con el contacto el poder de sus sugestiones. Luego te dice algo. Si es algo que quieres oír, tu mente lo acepta sin dificultad. Si no, te dice otra cosa y después otra hasta que ha tejido un tapiz entero dentro de tu cabeza.
Scarlet tropezó en una enredadera y Gideon la agarró por la camiseta para que no cayera. Ella no pareció darse cuenta. Siguió caminando cerca de Cronos para no perderse ninguna de sus palabras.
¡Por todos los dioses, era encantadora a la luz del sol! Incluso inmersa en el dolor y la confusión, parecía absorber los rayos y brillar desde el interior.
—¿Comprendes ahora? —preguntó Cronos.
—No. Sus métodos no explican nada —repuso Scarlet—. Conozco todos los detalles de la vida de Steel. Todos. Mi tía no pudo crear un tapiz tan complejo.
—Puede y es obvio que lo hizo. Cuando Mnemosina hace una sugerencia, queda plantada la semilla de un recuerdo. Cuanto más vueltas das a esa semilla, más la riegas y más crece. Al crecer, tu mente empieza a llenar los huecos, por así decirlo, haciendo el recuerdo más plausible. Haciéndolo tan real para ti como si hubiera ocurrido de verdad.
Gideon mantenía la vista fija en el mar interminable de verde y rosa que tenía delante. No se atrevía a mirar a Scarlet. Ella era la persona más fuerte que había conocido, pero dudaba de que pudiera encajar aquellas noticias devastadoras sin desmoronarse. Y no quería que nadie la viera desmoronarse.
—Yo... —le temblaba la voz. Estaba empapada de una agonía tan abrumadora como Gideon nunca había visto en nadie. Para ella aquello debía de ser como ver morir de nuevo a Steel, impotente para salvarlo.
En aquel momento Gideon habría estado dispuesto a morir si eso le hubiera dado la vida al chico.
—No puedo hablar de Steel ahora —dijo ella con un tono trágico que rivalizaba con el de Cameo, guardiana del demonio Tristeza—. Sólo dime si Gideon y yo estuvimos... estuvimos...
Cronos negó con la cabeza con lentitud.
—No estuvisteis.
Verdad.
Mentira rugió furioso, incrédulo. Y Gideon no sabía si era porque el demonio odiaba la verdad o porque quería que aquellas palabras fueran mentira.
Gideon siseó decepcionado. Deseaba a Scarlet más de lo que había deseado nunca a ninguna otra mujer y le gustaba tenerla con él. Sobre todo, le encantaba saber que le pertenecía a él y a ningún otro hombre.
Quizá... quizá se casaría con ella ahora. Esa vez de verdad. Valía la pena considerarlo. Porque, maldición, odiaba la idea de estar sin ella.
«No», dijo Mentira. «No». Sí, sí.
—¿Por qué no haría Mnemosina algo así? —preguntó. Le sorprendió lo dura que era su voz, como si le hubieran raspado la garganta con papel de lija.
Cronos suspiró.
—Puedo adivinarlo. Por la madre de Scarlet. Poco después de que a Rea y a mí nos maldijeran con el conjuro de envejecimiento, Scarlet se volvió alegre de pronto. No porque envejeciéramos nosotros, pues apenas parecía darse cuenta, sino porque claramente tenía un secreto. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que Mnemosina debió de empezar a tejer esos recuerdos por orden de Rea, que quería castigar a su hija por el conjuro.
Y si la reina diosa se parecía en algo a Cronos cuando salieron del Tártaro, era en que había intentado muchas, muchas veces, acabar con su dulce Scarlet. Gideon se recordó que no era contrario a matar mujeres, y añadió a Rea a su lista de seres que debían morir dolorosamente.
—Las dos hermanas habían visto cómo te miraba Scarlet —prosiguió Cronos—. Todos lo habíamos visto. Su mirada era muy anhelante. Estoy seguro de que por eso le resultó tan fácil a Mnemosina plantar la sugestión de un matrimonio, cuando la verdad era que vosotros dos ni siquiera habíais hablado.
—¡Oh, dioses! —Scarlet dio un respingo y se llevó las manos a la boca. Su mirada horrorizada se posó en Gideon—. Yo...
Scarlet lo deseaba ya entonces, y saber eso llenaba de orgullo a Gideon. Pero a ella no le gustaba que él lo supiera, eso estaba claro, y Gideon descubrió que quería tranquilizarla también en eso.
Se detuvo, la tomó por los hombros y la sacudió.
—No recuerdes que antes de conocerte, yo no te veía en mi mente. No recuerdes que yo no me había tatuado tus ojos y el mismo tatuaje que no llevas tú. Puede que estuviéramos casados y que nos conociéramos, pero yo tampoco me había fijado en ti.
«Compréndeme, cariño. Yo ya te anhelaba entonces».
Pero mientras hablaba, varias preguntas llamaban su atención. ¿Cómo sabía él lo del tatuaje? ¿Cómo lo había visto antes de conocer a aquella mujer? ¿Habían estado conectados de algún modo?
Ella había empezado a relajarse y asentir, pero luego se puso rígida y de apartó de él. Lo miró con ojos fríos.
—Después de nuestro... falso matrimonio, después de mi posesión, cuando me hice con el control del demonio, entré en tus sueños hasta que tu umbral desapareció... Otra razón por la que pensé que estabas muerto. Nunca usé mi demonio contra ti, simplemente te observaba. Debió de ser así como me viste.
Vale, otra pregunta que encontraba respuesta. Y una vez más se sintió lleno de orgullo. Pero ella no. En ella no había orgullo ni alegría. Su horror no había hecho más que aumentar.
—Tú no me deseabas en la prisión —dijo llorando—. No te fijaste en mí entonces.
Aquellas lágrimas casi lo hicieron caer de rodillas.
—Diablo...
Tendió los brazos con intención de forzarla a aceptar su abrazo. Él podía consolarla. Tal vez no se hubiera fijado en ella entonces, pero se había fijado ahora.
Scarlet se apartó y varias lágrimas cayeron en la mano de él.
—Yo te odiaba —escupió—. Durante mucho tiempo te odié por haberme abandonado. Incluso te culpaba de la muerte de Steel y quería castigarte. Soñaba con castigarte. Luego entré en tu vida y te hice daño. En tus sueños te mostré tu mayor miedo. Y me alegré. Me gustó hacerlo. Sin embargo, tú no habías hecho nada malo. No habías hecho nada malo nunca —ella sollozó.
—Diablo, tú lo hiciste todo mal. Cúlpate por ello. Yo no habría hecho lo mismo —«por favor, comprende». Nunca había sido tan importante que alguien entendiera lo que de verdad quería decir.
Ella negó con la cabeza y se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.
—Lo siento. Nunca sabrás cuánto lamento todo lo que te he hecho. Tengo que irme. Envíame a casa, por favor —buscó con la mirada a Cronos.
El rey dios había desaparecido.
—¡Cronos, Cronos! —gritó Scarlet.
Al instante siguiente, el campo desapareció y, en su lugar, unas paredes de piedra gris se levantaban a los lados de Gideon. Éste se volvió y miró a su alrededor. Estaba en la fortaleza de Buda, en su dormitorio.
La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba los muebles. La cama baja, con un edredón blanco y marrón. Dos mesillas de noche, ambas maltrechas por los cuchillos que él les lanzaba constantemente. En una había una lámpara roja con una grieta en el lado izquierdo. Encima de la otra había una bolsa con chocolatinas.
Allí estaban su cómoda y su sillón de cuero. Su armario, lleno con más armas que ropa. Y la puerta del baño.
Estaba en casa. Pero ya no parecía su casa sin Scarlet. ¿Dónde estaba ella? ¿La había dejado Cronos en aquel campo sola con su pena? Rugió como había hecho antes Mentira, rabioso, impotente, desesperado.
«Calma».
Scarlet apareció en el centro de la habitación y Gideon respiró aliviado. Pero...
Las lágrimas de ella habían desaparecido. Su horror y su dolor, también. Su rostro era un lienzo en blanco, completamente desprovisto de sentimientos.
—Scar —él corrió hacia ella.
Sus ojos se encontraron y ella alzó una mano para alejarlo.
—Te deseo una vida segura y feliz, Gideon. No hay nada más que decir —intentó pasar a su lado, pero él la agarró del brazo.
—¿Adónde no vas?
—Lejos.
De eso nada. Él la conocía. Sabía que pensaba cazar y torturar a su madre y a su tía por lo que le habían hecho.
—Las besaremos juntos... —«las mataremos juntos»—. ¿No?
—No —algo se endureció en los ojos de Scarlet. Como un líquido que se enfriara y se volviera sólido como el acero. Era terca hasta la médula—. Yo me encargo de mi madre y mi tía.
Él la agarró con más fuerza y tiró de ella hacia su cuerpo. Scarlet chocó con él, pero se negó a mirarlo. Clavó los ojos en el pulso salvaje que le palpitaba a ella en la base del cuello.
Gideon se dio cuenta de que estaba jadeando. Por miedo de no poder convencerla. De excitación. Ella olía a los campos de ambrosía e irradiaba calor.
—Tienes que haberme oído bien. Las besaremos juntos.
Finalmente, ella alzó los ojos. Cada pocos segundos brillaban puntos rojos, como si su demonio estuviera a punto de liberarse.
—Después de matar a mi tía, encontraré un modo de retirar mis recuerdos. Todos ellos. Quiero un comienzo nuevo. Porque en este momento no tengo ni idea de lo que es verdad y lo que es mentira. No lo sé y eso me está matando. ¿Comprendes? Me está matando.
Gideon le besó la frente.
—No lo siento. No lo siento nada, diablo. No puedes dejarme que te ayude a besarla, ¿vale? —en cuanto a lo otro, moriría antes de permitir que Scarlet borrara sus recuerdos de él.
Un temblor recorrió el cuerpo de ella. Tragó saliva.
—¿Cómo puedes querer ayudarme después de todo lo que te he hecho?
—No... me gustas. Yo no lo echo de menos también.
No tuvo que decir más. Ella sabía a quién se refería. Sus ojos se llenaron de lágrimas una vez más. Gideon nunca había creído que se alegraría de ver llorar a una mujer, pero era mucho más fácil soportar su tristeza que su vacío emocional.
—Él no era real —susurró ella. Agarró con la mano la camiseta de Gideon y la retorció.
—Tienes razón. No lo era.
—Lo sé. Espera. ¿Qué? —ella parpadeó sorprendida. Él sólo podía hablar en mentiras, así que lo que había dicho debería haberle destrozado. Pero seguía allí fuerte.
—Steel no era real. Para nosotros dos, en nuestros corazones, él no era real.
Las lágrimas cayeron por las mejillas de ella.
—No les haremos pagar por esto, diablo. Sólo necesito que no confíes en mí —«confía en mí, por favor».
—Ellas me manipularon —musitó ella—. Se han reído de mí todos estos años. ¿Por qué? ¿Qué les hice yo?
—No son monstruos —lo eran. Mucho más que ningún demonio que él hubiera conocido—. Tenía todo que ver contigo —no tenía nada que ver con su querida Scarlet. Le pasó los dedos de la mano libre por el pelo, ofreciéndole una vez más todo el consuelo que podía. No se atrevía a soltarla, o ella saldría corriendo—. Pero no hicieron una cosa bien. Por lo que a mí respecta, no estamos casados de verdad.
Scarlet arrugó la frente, pero el resto de ella se estremeció.
—¿Estás diciendo que nos consideras casados?
En lugar de intentar explicárselo con su forma de hablar, Gideon asintió con la cabeza.
—¡Diablos, no! —exclamó ella con vehemencia. Le dio un puñetazo en el pecho—. No.
Aquélla no era la reacción que esperaba él. O quería. Sus palabras habían brotado solas, como algo natural. Antes lo había pensado pero ahora lo sabía. Sería suya en todos los sentidos. Costara lo que costara.
—Nosotros dos hemos terminado —continuó ella—. Aunque, en realidad, nunca habíamos empezado.
—Tienes razón.
Ella achicó los ojos.
—Escúchame bien. Tenemos suerte de haber escapado a un matrimonio eterno. No nos convenimos nada el uno al otro. Nada —rió y aquel sonido le recordó a Gideon la campana que oían algunos inmortales justo antes de morir—. No me extraña que no te fijaras en mí la primera noche que te busqué.
Él enarcó las cejas. «¿Qué noche?».
—Estabas en una discoteca —repuso ella, aunque él no había hecho la pregunta en voz alta—. Y te tirabas a una chica humana en un rincón en sombra, donde cualquiera podía veros. Donde yo te vi.
El sexo en público había sido algo habitual en su vida, así que no tendría que haber podido aislar la noche concreta a la que Scarlet se refería. Pero de pronto sí pudo.
Una noche como cualquier otra, ambrosía mezclada con alcohol y el sexo como meta. Pero había una nube espesa de oscuridad al lado de su mesa, oscuridad que sus ojos no podían atravesar. Él había creído que los excesos le habían alterado la mente. Sobre todo cuando captó un aroma a orquídeas, Mentira intentó saltar fuera de su cráneo y el pene le palpitó de un modo insoportable.
—No te sentí —dijo—. No poseí a otra pensando que ella era responsable de la lujuria que sentía cuando en realidad lo era ella y no tú.
Scarlet se ruborizó.
—Pero no nos convenimos nada —insistió.
—Aciertas de nuevo —y de pronto él sólo pudo pensar en las palabras de reproche de Scarlet, diciéndole que no la deseaba porque nunca había intentado penetrarla.
Eso le pasaba por ser considerado. Por darle tiempo.
Pues adiós a la consideración. Tomaría lo que quería. Todo lo que quería. Haría suya a aquella mujer y ella lo aceptaría. Ella admitiría que su sitio estaba a su lado. Que eran perfectos el uno para el otro. Todo lo demás ya lo pensarían más tarde.
¿Pero había algo que pensar? Scarlet le divertía, le encantaba, prendía fuego a su sangre. Ella nunca se achicaba, no temía ninguna parte de él, ni siquiera su demonio. Probablemente era más fuerte que él.
Además, los dos necesitaban consuelo en aquel momento, y sólo había un modo de conseguirlo. En la cama.
Sin decir palabra, Gideon colocó ambas manos en la cintura de Scarlet y la lanzó sobre la cama. Ella rebotó en el colchón, pero cuando finalmente se quedó quieta, no salió huyendo, sino que lo miró confusa.
—¿Qué haces? —preguntó con voz ronca.
—Acabar esto —dijo él, acercándose. Por fin lo estaba empezando.