Capítulo 15

«OTRA vez traicionada», pensó Scarlet sombría. Por el mismo hombre. Y no podía culparlo del todo. Ella dejaba que ocurriera porque se sentía atraída por él. Pues bien, ya no más. Justo antes de establecer contacto, decidió que no lo mataría, aunque una parte de ella sabía que era el único modo de acabar de verdad con la locura que había dentro de ella. Pero lo golpearía hasta dejarlo sin sentido y lo tendría allí hasta que regresara su querida tía.

Lo que le ocurriera después de eso no le importaba.

No le importaba.

Cuando caían al suelo, Gideon se arqueó para esquivar las uñas de ella en la yugular. También se llevó la peor parte de la caída. Se golpeó la nuca en el suelo e hizo una mueca. El golpe debió de ser fuerte, pues salió sangre. Para sorpresa de Scarlet, él no intentó combatirla cuando se sentó a horcajadas sobre su pecho y lo miró de hito en hito.

—No debería haber confiado en ti —gruñó—. Confiar en ti siempre destroza un trozo de mi vida.

Las manos de él, duras, calientes y encallecidas, se posaron en sus muslos como si la sostuviera contra sí en lugar de apartarla.

—Esa mujer decía la verdad. Yo te he hecho esto. Ella no. Ella no mentía. Ella no manipulaba tus recuerdos ni tejía historias dentro de tu cabeza —dijo él con rapidez.

¿Mnemosina le había mentido? ¡Ja!

—Tú eres el único mentiroso aquí —le dio un puñetazo en la nariz y salió sangre—. Esto es por haberte olvidado de mí —escupió. Hacía mucho tiempo que quería hacer aquello. Ya no la detendría nada. Volvió a golpearle la cara y salió más sangre—. Y esto por abandonar a tu hijo.

«Basta», gritó Pesadilla dentro de su cabeza. «No le hagas daño».

«Has decidido despertar, ¿eh? Pues haz el favor de callarte».

«No le hagas daño, por favor. Te está diciendo la verdad».

¿Defendía a aquel bastardo? «Tú eres mi demonio, no el suyo. Haz aquello para lo que te crearon y asústalo. Llénalo de arañas».

«No».

Muy bien. Lo destruiría ella sola. Pero cuando levantó el puño para golpear por tercera vez, Gideon no se apartó. Esperó con expresión resignada, expectante incluso, y ella se detuvo. Él se dejaba pegar. Scarlet intentó recuperar el aliento. No había satisfacción en la aceptación de él. Sólo vergüenza.

—No pienses en esto, diablo.

«Diablo». Su versión de «ángel» o «cariño». No era la primera vez que se lo llamaba y el corazón le dio un vuelco.

—No me llames así. No tienes ese derecho —ya no—. Además, no hay nada que pensar. Tú me has usado para castigar a mi tía.

—¡Maldita sea! Eres la criatura más exasperante que he conocido.

—¿Eso crees? —Scarlet se levantó y le dio una patada en el estómago. No tendría piedad. No podía demostrarle ninguna piedad—. Esto es por acostarte con ella. Mejor dicho, es por acostarte con todas esas chicas mientras estabas casado conmigo.

«Basta», dijo Pesadilla de nuevo. «Tienes que parar».

Sin piedad. «Pararé cuando esté muerto». Pero su propia mente se rebeló entonces. «Yo creía que no querías matarlo».

En los ojos de Gideon se veía un brillo rojo demoníaco.

—No se te ocurra escucharme, oír lo que digo de verdad. Me acosté con ella. Lo hice. ¿Vale? ¿De acuerdo?

Había algo en su afirmación que ella debería tener en cuenta, pero por el momento no podía pensar racionalmente. Sólo podía ver el cuerpo desnudo de Gideon abrazado al de su tía, perdidos los dos en la pasión. Sólo podía oír los gemidos de placer de Gideon.

Él había deseado a Mnemosina siempre.

Scarlet sacó las uñas y le cortó la piel.

—Te vas a arrepentir de haberme conocido, eso te lo aseguro.

—Tú no eres nada testaruda —dijo él entre dientes, sin moverse de donde estaba, dejándose atacar—. Yo siempre te traicionaré. ¿No lo comprendes? Siempre te traicionaré.

—¡Lo sé! —otra patada.

Gideon soltó el aire con fuerza. Cerró los ojos un momento.

—No pienses en esto —repitió—. Había visto a tu tía mil veces antes. Hay muchas razones...

—¡Cállate! Yo no tengo nada que pensar.

Caminó con rabia alrededor de su cuerpo. Le dio otra patada. Pero tampoco sintió ninguna satisfacción.

Su cabeza se llenó de gruñidos. Pesadilla había dejado de suplicar y ahora estaba furioso. «Para o te hago revivir la muerte de Steel una y otra vez».

—Tú no me conoces mejor que nadie —musitó Gideon—. ¿Cómo voy a reconquistarla si la he visto muchas veces? ¿Cómo iba a tocarte a ti si no la deseaba a ella?

Aquellas preguntas no tenían ningún sentido. ¿Por qué iba...? Espera. Él era Mentira. No podía decir la verdad. Traducción: ¿cómo iba a reconquistar a una mujer a la que nunca había visto y por qué la habría tocado a ella si deseaba a Mnemosina? Eso era lo que preguntaba en realidad.

Scarlet levantó el puño.

«Ultimo aviso».

—Porque tú... —Scarlet se detuvo. Frunció el ceño. Buena pregunta. Consideró sus opciones. Su demonio jadeaba, dispuesto a atacar, a lanzarle una oleada de dolor. Una oleada que no la detendría—. Porque me necesitabas para darle celos —sí, eso era.

Siempre que la había besado y tocado, se había mostrado distante. No le había hecho el amor, no había intentado penetrarla. Porque aquello habría sido llegar demasiado lejos cuando amaba a otra. Sí, sí. Cuanto más lo pensaba, más sentido le encontraba. Más le parecía que su tía tenía razón.

—Sí, ése es mi estilo —dijo él con sequedad.

Estilo o no, tenía sentido.

—¡Eres un bastardo! Yo no era lo bastante buena para que me follaras, ¿verdad? Reservabas tu precioso pene para ella —Scarlet bajó el puño con intención de darle en una oreja y hacer que el cerebro saliera volando por la otra.

Una imagen de Steel moribundo y sangrando por sus cortes entró en su mente y ella gimió.

En un abrir y cerrar de ojos, Gideon se incorporó y la agarró por la muñeca. Tenía los ojos entrecerrados y apretaba los labios.

—¿No quieres penetración? No te daré penetración —la tiró al suelo y, antes de que ella pudiera protestar, se colocó encima y la sujetó con su peso.

Pesadilla retiró la imagen y gimió. «Sí». Gideon no haría... Oh, sí lo haría. Maniobraba con la cintura del pantalón, intentando bajarlo.

—¡Para! —dijo ella. ¿Qué sucedía?—. ¡Para!

«Más», pidió su demonio.

El guerrero se quedó quieto, pero jadeaba y el modo en que la miraba le recordó a ella misma unos momentos atrás. Cuando estaba furiosa, celosa e... ¿irracional? Seguramente no. Pensaba claramente por primera vez en siglos. ¿O no?

—No puedes acusarme de ser muchas cosas, Scar, y desearte más que el aire que respiro no es una de ellas.

Otra vez tenía que traducir. Podía acusarlo de muchas cosas, y desearla más que el aire que respiraba era una de ellas. O sea que la deseaba. La prueba era que no se retorcía de dolor.

Scarlet tragó el nudo que tenía de pronto en la garganta. Él la deseaba. Entonces, ¿por qué su tía...? Un momento. Eso era lo que había intentado recordar un momento atrás. Él tenía que hablar en mentiras si no quería sufrir de un modo salvaje. Y él había dicho: «Me acosté con ella. Lo hice». Con «ella» se refería a Mnemosina. Y él no había gritado ni se había desmayado de dolor.

O sea que había mentido. Nunca se había acostado con su tía.

Aquello era... aquello no tenía sentido.

—Necesito pensar —dijo con suavidad. Gideon se retiró, pero ella no se movió. Permaneció tumbada, luchando por unir las piezas del rompecabezas.

Primero Mnemosina lo había acusado de intentar darle celos. ¿Pero qué había hecho él para dar celos a su tía? Nada, no había hecho nada. Había ido allí a buscar a Zeus y vengar a Steel. Scarlet lo había seguido y él se había sorprendido sinceramente de verla. Lo que implicaba que no había planeado que lo siguiera.

Ella le había hablado de su tía y él no parecía conocerla. Cierto que eso podía haber sido mentira. Pero entonces, ¿por qué conseguir que Scarlet la viera si quería mantener en secreto su relación? Lo de los celos quizá era cierto, pero no la había rodeado con el brazo delante de Mnemosina. Tampoco había intentado besarla ni seducirla delante de su tía.

Sólo le había gritado, le había ordenado que averiguara si su tía había alterado la memoria de él.

Entonces Mnemosina le había puesto una mano en el hombro y le había contado el plan de Gideon. Lo había dicho ella. Sí. En cuanto su tía había empezado a hablar, había visto la primera imagen de Gideon y Mnemosina juntos en la cama. Aquella imagen era borrosa al principio, pero cuanto más la creía Scarlet, más clara se volvía.

—Dime que deseas a mi tía —dijo.

A él le brillaron los ojos.

—Deseo a tu tía.

Ninguna señal de dolor.

—Dime que me has utilizado para conquistarla.

—Te he utilizado para conquistarla.

Tampoco hubo dolor.

Su tía le había mentido.

Scarlet cerró los ojos para ocultar el gran alivio que sentía. Gideon no la había traicionado. ¡Gideon no la había traicionado! Saber aquello era en parte un bálsamo para su pobre corazón y en parte llamas para su repentina culpabilidad.

—Siento haberte dado patadas —gruñó—. Y puñetazos. Y haberte gritado.

Pesadilla se calmó por fin.

—No estás perdonada —musitó Gideon. Sus palabras ofrecían absolución, pero no había sentimiento en su voz.

Scarlet abrió los ojos y vio que se había vuelto de espaldas. ¿Seguía enfadado y quería ocultar su expresión?

—Es poderosa para haberme hecho creer en tu crueldad tan fuerte y rápidamente —Scarlet se estremeció—. No puedo creer que la mujer cariñosa que recuerdo me haya hecho eso.

—Sí, es un verdadero encanto —Gideon la miró por encima del hombro. No. No ocultaba su expresión, pues ésta estaba tan vacía como su voz—. Y estoy seguro de que todos tus recuerdos de ella son correctos.

«Correctos» equivalía a «equivocados». Scarlet se puso tensa. Él tenía razón. La imagen que tenía de su tía no encajaba con la mujer a la que acababa de ver. Por supuesto, Mnemosina había manipulado su percepción en algún momento.

Desde luego, había tenido muchas oportunidades. Habían compartido celda durante siglos. Un simple contacto, una palabra, y «bum». La vida de Scarlet quedaba completamente alterada.

¡Dioses queridos! ¿Cuántas veces había jugado Mnemosina con su cabeza? ¿Cuántos de sus recuerdos eran falsos?

¿Qué recuerdos eran falsos? El aire le quemaba la nariz y los pulmones. De pronto Scarlet ya no se fiaba de nada de lo que creía. Ni siquiera... Miró a Gideon.

—No tenemos que salir de aquí —dijo él, extendiendo una mano.

«No pienses en eso ahora. No te puedes permitir el pánico». Tragó saliva, le tomó la mano y se dejó levantar. Como antes cuando la había abrazado con fuerza, la mano de él era caliente, dura y callosa. Y le provocaba escalofríos.

—Ha pasado tanto tiempo que dudo de que Mnemosina haya ido a buscar ayuda. Ha huido. Probablemente esté escondida. De otro modo, ya estarían aquí los guardias apuntándonos con sus armas —dijo ella.

Él se encogió de hombros.

—Vale más curar que prevenir.

—Pero no podemos irnos. Tenemos que encontrarla. Tengo que hablar con ella y saber de qué otras mentiras me ha convencido.

Gideon negó con la cabeza con resolución.

—Lo que hizo Zeus es...

—Quizá mentira —Scarlet dio un respingo y se cubrió la boca con la mano. Tal vez Zeus no había asesinado a Steel. Quizá había sido algún otro. O quizá ni siquiera lo habían matado. Tal vez Steel vivía. Quizá estaba en alguna parte esperando que ella lo encontrara.

La esperanza floreció en su pecho, llenándola de una alegría que no había conocido desde la última vez que había tenido a Steel en los brazos.

—Tenemos que invocar a Cronos —agarró la camiseta de Gideon—. Tenemos que averiguar si él sabe algo de Steel.

La expresión de Gideon se volvió gentil. Le puso las manos en las mejillas.

—Scar, diablo...

«Diablo». Otra vez aquel apelativo cariñoso. Ella se puso de puntillas y lo besó en los labios, que seguían hinchados a causa del puñetazo. Labios que sangraban y donde faltaba un aro. ¿Lo había soltado ella? Decir que lo sentía no era suficiente.

—Por favor, Gideon. Creo... espero... ¿Y si sigue vivo? ¿Y si nuestro hijito vive?

Él abrió la boca. ¿Para protestar? Movió la cabeza con violencia.

—Oh, dulce rayo de sol y rosas, puedo creer que estoy haciendo esto —murmuró. La soltó, se quitó el colgante del cuello y lo guardó en el bolsillo.

¡Vaya! Era el peor juramento que ella le había oído pronunciar.

—¡Cron! —gritó él, golpeando el puño con el aire—. No quiero hablar contigo.

Pasó un momento en silencio. Scarlet apenas podía contenerse; se sentía a punto de salirse de su cuerpo. Sabía que no tardaría mucho en empezar a amenazar al dios con cortarle los testículos.

—¡Cron!

—Modales, Mentira, modales. Estás en mi casa. No me llames a gritos, hazlo con cortesía.

La voz sonaba detrás de ellos y, cuando se volvieron a la vez, Cronos estaba sentado en el borde de la cama y apretaba los labios con disgusto.

¿A quién le importaba su disgusto? ¡Él estaba allí! Scarlet hundió los hombros con alivio.

—No te agradezco que has venido —dijo Gideon; se inclinó con respeto. No había hecho eso antes y Scarlet sabía que lo hacía ahora por ella. Porque estaba desesperada y él no quería correr riesgos.

«El hielo se derrite». Una vez más.

—Vaya, vaya —Cronos miró a su guerrero—. Veo que hemos recuperado las fuerzas. No esperaba que te recobraras tan pronto. ¿Pero qué haces en el dormitorio de Leto?

—Hablaré yo —dijo Scarlet a Gideon antes de mirar al rey dios. Conociéndolo como lo conocía, no podía empezar a hacer preguntas directamente—. Hemos descubierto algo perturbador sobre Mnemosina. Es...

—¿Por qué estáis en el dormitorio de Leto? —volvió a preguntar Cronos, sin apartar la mirada de Gideon.

—Tu amante estaba aquí. Queríamos hablar con ella.

El dios enarcó una ceja oscura, pero ésa fue su única reacción a las palabras de Scarlet. Después de que le echaran la maldición de envejecer y fracasara en matarla una y otra vez, había decidido ignorarla, fingir que no existía. Después de todo, era una vergüenza para él. La prueba de que su esposa lo había engañado.

Como si él pudiera lanzar la primera piedra. Su amante era hermana de su esposa.

Gideon suspiró, y había rabia en su expresión. ¿Por ella?, se preguntó Scarlet. La culpabilidad la asaltó. No debería haberlo golpeado tantas veces.

—Tu amante no estaba aquí.

—¿Cuál de ellas? —preguntó el rey.

¿Cuántas tenía?

—No Mnemosina —dijo Gideon.

Un telón cayó sobre el rostro de Cronos, ocultando sus sentimientos.

—¿Y?

—Y ella no ha intentado jugar con la memoria de Scarlet.

—¿Y? —repitió el rey.

—Y nosotros no queremos hablar con ella —repuso Gideon.

Cronos inclinó la cabeza a un lado y observó al guerrero.

—Ha venido a mí y me ha dicho que estabais aquí. Ha intentado convencerme de que estabais aquí para matarme, pero todavía no se ha dado cuenta de que sus trucos no funcionan conmigo. En este momento está encerrada en mis aposentos hasta que yo descubra cuál es su juego.

—Déjame ayudarte con eso —dijo Scarlet con determinación. Tenía algunas ideas para extraerle información a su tía. Ideas que incluían agujas. Y algunos martillos.

Cronos la ignoró una vez más.

—Quiero que la interrogue Secreto, pero está ocupado en este momento.

—¿Y tú no quieres que lo busque? —preguntó Gideon entre dientes.

—Quiero que regreses a la fortaleza y me llames en cuanto regrese. He decidido que ésa es la recompensa que quiero en pago por el tiempo que has pasado en mi palacio.

Gideon apretó la mandíbula. Scarlet también. La exigencia de Rea implicaba que tendría que impedir que Gideon llamara a Cronos cuando regresara Amun. Casi rugió de frustración. Si encontrar a Amun era el único modo de obtener información sobre Steel, ella no detendría a Gideon aunque se lo hubiera prometido a su madre.

Y le daría igual lo que pasara por ello.

Había oído historias sobre lo que ocurría a aquellos que incumplían sus promesas a los dioses, y esas historias nunca terminaban bien. El que se saltaba las reglas siempre se veía debilitado. Había maldiciones por medio y el resultado final era siempre la muerte.

Morir antes de volver a abrazar a su hijo... ¡No!

Quizá podría invocar ella a Cronos. Sonrió. Pero la sonrisa no duró mucho. ¿Y si el rey la ignoraba? ¿Y si eso también implicaba romper la promesa hecha a su madre?

—¿Estás mal? —le susurró Gideon al oído.

Quería decir si estaba bien.

—Estoy bien —repuso—. Gracias.

—Si Mnemosina está ayudando a Rea —prosiguió Cronos—, hay que destruirla. Si no... —se encogió de hombros—. Todavía no me he cansado de ella y del modo en que humilla a mi esposa. Así que, sea como sea, no creo que te permita hablar con ella.

Scarlet tuvo que combatir el impulso de darle puñetazos en la cara. De romperle la nariz, los dientes y golpear con la rodilla sus testículos. Muchas veces.

Gideon debió de captar la dirección de sus pensamientos, pues le tomó la mano y apretó. ¿Para consolarla?

—Escúchame bien —dijo Scarlet con voz ronca—. Hablaré con mi tía. Y si ella me mintió sobre la muerte de mi hijo, la mataré, te haya traicionado o no. La quieras con vida o no.

Cronos parpadeó y la miró por primera vez desde que entrara en la habitación.

—¿Tu hijo? —miró a Gideon atónito—. ¿De qué está hablando?

—De Steel, maldita sea —gritó Scarlet—. El niño que tuve cuando estábamos todavía en cautividad. ¿Hay alguna posibilidad de que siga vivo?

Silencio. Un silencio espeso que se deslizaba por ella como una serpiente dispuesta a morder, a envenenar.

—Scarlet... —dijo Cronos. Y su voz sonaba de pronto sorprendentemente gentil—. Estuvimos encerrados en la misma celda desde el momento de tu nacimiento hasta que conseguimos escapar. Tú nunca diste a luz. Nunca estuviste embarazada.